Laura Zúñiga / Hija de la activista hondureña Berta Cáceres
“La impunidad de los poderosos elimina cualquier garantía para que los asesinatos, como el de mi madre, no se repitan”
Gorka Castillo 6/06/2018
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Llega a la cita empapada por el agua de lluvia. Con la maleta en una mano y el cansancio del largo viaje desde la otra orilla del océano dándole picotazos en la cabeza. Laura Zúñiga Cáceres tiene 25 años y la melena larga y lisa que lucen las mujeres indígenas del pueblo lenca. Su vida está íntimamente trenzada con la figura de su madre, Berta Cáceres, la activista más conocida de Honduras que fue asesinada en 2016 por desafiar a un entramado internacional de empresas que pretendía construir una gigantesca represa encima de un frondoso bosque de robles venerados. Si Kapuscinski anunció, con pesar, el triunfo de la consigna de que la lucha ya no da resultados, Zúñiga se empeña en llevarle la contraria. “Los pueblos deben y pueden imponer los límites a las compañías que destruyen el planeta”, dice. Y para demostrarlo explica con detalle que la resistencia indígena paralizó aquel proyecto porque iba a desecar el río Gualcarque, un manantial sagrado para los lencas hondureños. Pero para ellos no es suficiente. Ahora van a iniciar en Holanda un proceso judicial contra uno de los bancos que financiaron un negocio manchado con la sangre de su madre.
Preparan una denuncia contra el Banco Holandés del Desarrollo (FMO, por sus siglas en holandés) por corresponsabilidad en el asesinato de su madre. ¿Confía que esto ayude a esclarecer el crimen?
El asesinato de mi madre fue producto de todo un entramado de complicidades que tienen que ver con otros crímenes violentos que sufren los pueblos indígenas de América Latina. La demanda que vamos a interponer contra el FMO se debe a su entrada como financiador de la empresa hondureña Desarrollos Energéticos S.A. (DESA) en 2015, después de que la constructora china Sinohydro se retirara del proyecto hidroeléctrico Agua Zarca ante la oposición mostrada por la comunidad lenca y activistas medioambientalistas del mundo entero. Parte del capital que el FMO, el Fondo Finlandés para la Cooperación Industrial (FINNFUND) y el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCI) invirtieron en este proyecto fue utilizado por DESA para levantar una estructura de violencia destinada a atemorizar a las comunidades afectadas y cuyo punto más álgido fue el asesinato en 2016 de Berta Cáceres, mi madre.
¿Están detenidos todos los implicados?
No. En estos momentos hay ocho personas arrestadas por su relación material con el asesinato, pero sólo hay una vinculada a la autoría intelectual. Se trata del gerente general de DESA, capturado en noviembre del pasado año a pesar de que la fiscalía tenía información precisa de su participación desde mayo de 2017. Su detención ha sido posible gracias a la presión social y al Estado de Honduras no le quedó otra opción que capturarlo. Pero aquí no acaba todo. Queda por delante el proceso penal. Sólo cuando concluya podremos valorar si las condenas son proporcionales al crimen que perpetraron.
La banca, en este caso el FMO, aportó el capital financiero con el que se cometían crímenes y, además, acompaña políticamente a estas empresas
Las elecciones presidenciales celebradas en diciembre fueron calificadas de fraudulentas por la oposición. ¿Ha influido en la investigación?
Lo ha complicado porque el sospechoso triunfo de Juan Orlando Hernández parece perpetuar la sensación de impunidad que se vive en Honduras. Me refiero a que desde el golpe de Estado perpetrado en 2009 contra Zelaya, la quiebra de las estructuras de justicia no ha cesado. Es indudable que las irregularidades detectadas en las elecciones de diciembre incrementan nuestra desconfianza hacia el gobierno de un partido que llegó ilegítimamente al poder. La situación se ha complicado porque ya no se trata de esclarecer un único asesinato sino que hay un montón de crímenes sin resolver alrededor de la muerte de mi madre.
¿Cuál es la consecuencia de tanta violencia?
La violación de los derechos elementales de los pueblos indígenas, en particular del pueblo lenca, el reforzamiento de las estructuras militares y la impunidad con la que actúan otros poderes del Estado. Todo esto ha intensificado la presión y las víctimas son las personas que viven en esos territorios.
El impacto internacional del asesinato de su madre, ¿modificó de alguna forma el comportamiento de las multinacionales que operan en Honduras?
En un primer momento sirvió para que muchos comprendiéramos la dimensión de la lucha de quienes defienden los territorios frente a esas empresas depredadoras. Pero dos años después de que se cometiera un crimen tan impactante observas cómo muchas personas, incluso gobiernos que manifestaron la necesidad de impartir justicia, siguen sin reconocer que la empresa DESA mantiene a una estructura ilegal muy preocupante. Seguimos sin tener acceso a la información de la investigación y los autores intelectuales siguen en libertad. Tenemos que denunciarlo porque la impunidad de gente tan poderosa elimina cualquier garantía para la no repetición de asesinatos como el de mi madre.
¿Qué esconde la compañía Desarrollos Energéticos S.A. (DESA)?
Un entramado de corrupción que cuenta con la participación de autoridades muy importantes de mi país y de la banca. Funciona sobre la base del sicariato y la subordinación de las fuerzas de seguridad a sus intereses privados. Por eso es tan importante desmontarla.
Una trama internacional compleja.
Sí, desde luego. La banca, en este caso el FMO, aportó el capital financiero con el que se cometían crímenes y, además, acompaña políticamente a estas empresas. Tras el asesinato de Berta Cáceres, el FMO no sólo se mantuvo en el proyecto sino que lanzó serias advertencias a quienes denunciaban la violación de los derechos humanos. ¿Qué habría pasado si mi madre hubiera sido una persona anónima y no la lideresa que fue? Esa es una de las cosas que más reprochamos. Tuvimos que asumir la capacidad como organización para decir qué bancos están involucrados en este tipo de crímenes. Hoy es el día que el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), cuyo estado-socio extrarregional más importante es España, mantiene su financiación a DESA. Es decir, no se ha retirado de ese proyecto de represa que tanta violencia está generando y que es rechazado a nivel mundial.
¿Tienen algún límite estas compañías?
No. Son los pueblos quienes deben imponer los límites. Partimos de la base de que nada de lo que tenemos nos lo han regalado, por lo que parte de nuestro trabajo es asumir compromisos en la defensa de los territorios amenazados. A veces, logramos avances e imponemos unas leyes que impiden la lenta destrucción del planeta. Eso son victorias colectivas.
Con la globalización ha prosperado el individualismo y el consumismo desaforado. ¿Cuál es la alternativa?
En primer lugar, creo necesario que todos profundicemos en nuestra identificación con este planeta. Proteger sus bienes comunes y de la tierra es defender a toda la humanidad. Nadie quiere vivir de la caridad. Juntos se pueden hacer infinidad de cosas. España, por ejemplo, tiene mucha influencia para detener proyectos que se están ejecutando en América Latina bajo unas condiciones de presión que son terribles para los pueblos originarios. Por eso es tan importante que la sociedad española identifique lo que está sucediendo. Para que puedan condenarlo. Así ha sucedido en Holanda con el FMO. Si no hubiera sido por los movimientos y organizaciones civiles holandesas, poco podríamos haber hecho para que cortaran la financiación a DESA. Identificar y denunciar en los lugares de origen de aquellas compañías que violan los derechos humanos es sumamente importante para frenar la actividad depredadora que realizan a miles de kilómetros de distancia. Hay que entender que el progreso no siempre es lo que a uno le enseñaron. Los pueblos indígenas tenemos nuestras propias formas de desarrollo y no queremos que nos impongan otra fórmula. Falta un poco de empatía para que entre todos podamos construir otros tipos de sociedades. Estamos perdiendo la capacidad humana de ponernos en el lugar del otro.
El asesinato de mi madre fue producto de todo un entramado de complicidades que tienen que ver con otros crímenes violentos que sufren los pueblos indígenas de América Latina
La repercusión del asesinato de Berta Cáceres fue enorme. ¿Cómo era su madre?
Era una mujer con un carácter muy especial. Una luchadora compleja que no sólo hablaba sobre el medio ambiente sino que trabajó en multitud de problemas. Por eso se convirtió en una lideresa nacional de Honduras. En 2008 participó en los movimientos populares de mi país y encabezó parte de la resistencia al golpe de Estado de 2009. Dedicó mucho tiempo a crear redes de solidaridad con otros pueblos, por ejemplo, con los mapuches y los palestinos. El Premio Goldman, que recibió en 2015, contribuyó a que su lucha fuera conocida a nivel internacional. Por eso cuando la mataron mucha gente se sintió tan herida.
Ser indígena, activista y mujer, ¿es un triple riesgo?
Cuando uno empieza a defender un modo de vida que choca con los intereses de las grandes multinacionales, como hizo ella, te permite descubrir las múltiples facetas del poder. Una de ellas es la presencia del patriarcado. Pocas horas después de que asesinaran a mi madre, el ministro dijo que se trataba de un crimen pasional. Lo expresó con esas palabras, como si intentara vaciar su muerte de cualquier contenido político. Fue terrible escucharle. Pero una luchadora indígena pelea constantemente con el racismo y el patriarcado. Hemos logrado tejer redes de solidaridad muy fuertes. Por eso no es casual que hayan surgido tantas organizaciones que no solo denuncian el feminicidio sino también que defienden nuestro empoderamiento. Todo esto nos permite desarrollarnos como mujeres, lo que es sumamente instructivo porque rompemos con las dinámicas de violencia que nos imponen y nos permite alcanzar grados de libertad. Con el tiempo te sientes orgullosa y comprendes que el mundo necesita mujeres como ella.
¿Cómo se las ingenió su madre para hacerle comprender lo que estaba en juego?
A veces, ser hija de Berta Cáceres resultó difícil. Era tan frecuente el peligro que te hacía cuestionarte muchas cosas. Pero lo asumes y aprecias su enseñanza. Me trató con la misma naturalidad y respeto que utilizaba con sus compañeros. Y con las mismas exigencias. Nos llevaba a comunidades y allí compartíamos experiencias con niños y niñas. Eso fue muy valioso para mí. Recuerdo cuando el Consejo de Pueblos Indígenas de Honduras (Copinh) empezó con su lucha para proteger el bosque y luego contra las represas, o en casos concretos de violencia contra las mujeres. Ella nos enseñó que no se pueden ignorar las injusticias que sufren los pueblos porque formamos parte de ellos. La recordaré siempre como una luchadora global.
¿Qué legado les dejó?
Por un lado, la posibilidad de elegir y la rebeldía ante lo que parece inmutable. Por el otro, la ética y la coherencia, que es algo que aplicó en todas las facetas de su vida. Y una cosa más, aunque sea una característica que también comparte el pueblo lenca: la alegría. Solemos decir que la alegría impide que el miedo nos achique.
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Gorka Castillo
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