El viaje desquiciado por el sur –que no ha sido un viaje sino más bien una huida– va acabando. Huir, como dice el gran Guillem Martínez, “tal vez sea una de las palabras más nobles, honestas y valientes del vocabulario. El que huye es un loco, por eso, en la historia de la humanidad, existe tan poco la palabra huir. Sólo suelen huir presos, que es preciso localizar. Las personas van a por tabaco, desaparecen, escapan, y todo ello por una suerte de cobardía, maldad o enfermedad. Jamás huyen”. Huir también puede ser –espero que el especialista Guillem me lo acepte–, asimilar de forma serena que no hay serenidad ni se la espera. Así que te centras en moverte sin pensar demasiado. Forrest Gump en ruta por coche, tren y autobús. Forrest acabando en El Palmar (Cádiz).

El Palmar es un sitio perfecto para acabar un viaje así: un no-lugar para quedarse a huir toda la vida. A mitad de camino entre Vejer y Conil, El Palmar es un asentamiento de casas dispersas, un poblado formado por caminos paralelos que desembocan en el Atlántico, dándole a aquello una forma más o menos geométrica, cuadriculada. Una réplica de Barcelona a escala 1:1000000 con arena. Un poblado del Oeste americano en plena costa gaditana. En invierno, en El Palmar, pasan girando esas bolas gigantescas de paja por delante de las tiendas y escuelas de surf, por los chiringuitos y casas con las persianas bajadas. Hoy está todo abierto y el poblado del Oeste, lleno de indios. Muchos del País Vasco, de Madrid, de Extremadura… Un lugar sin bancos ni comisaría de policía. Qué más se le puede pedir a una huida. Por no haber, en El Palmar no hay ni cajeros para sacar dinero. De Sevilla vienen refuerzos que se apuntan al viaje huyendo –estos sí en el sentido de los presos y los locos– del calor de la ciudad. Los esperamos en una cabaña de madera que unas horas antes hemos conseguido alquilar de milagro y saliendo de las vías oficiales –Airbnb, Booking, etc–, todas saturadas. Hemos probado a tirar por el método tradicional, el que hasta hace poco era modernidad y hoy está ya obsoleto: buscar anuncios en Google y llamar a un número de teléfono.

El dueño de la cabaña ha venido a darnos la llave. Tiene cincuenta y largos, cuerpo atlético para su edad, como de montañero, acento vasco muy marcado y un aro tamaño txapela en la oreja izquierda. Cuando vamos a pagarle por la estancia, nos damos cuenta de que no tenemos suficiente dinero y que en el lejano Oeste no hay cajeros. Hay que avisar al resto para que, antes de abandonar la civilización, traigan dinero en efectivo para pagar la cabaña. ¿Podemos pagarte una parte ahora y el resto cuando lleguen los demás?, nos disculpamos. No os preocupéis, yo me fío de la palabra –mirando, escrutándonos– vosotros reunid la pasta y cuando la tengáis, llamadme. Reunid la pasta. Repito. Reunid la pasta. Nunca, nadie, en ninguna situación en mi vida, me había pedido que reuniera la pasta. Reunid la pasta. Soy cinéfilo y la verdad es que me hizo ilusión. Le damos las gracias por la confianza, como las daría un camello que se imaginaba ya muerto pero le dan 24 horas más para pagarle al narco. Entramos en la cabaña a soltar las maletas y cambiarnos para ir a la playa a darnos un baño. ¿De qué comando crees que sería en sus años mozos?, pregunta mi amigo mientras se pone el bañador. Qué bestia y qué topicazo, tío, le respondo. Voto por Comando Bilbao, por el acento más que nada. Mi amigo dice que Comando Nafarroa, estructura logística tal vez –se arriesga– por eso se le ha quedado la coletilla de reunid la pasta y tal. Luego lo miramos en Google Imágenes a ver quién tiene razón, dejamos ahí el asunto.

El Palmar no es el lugar más paradisiaco, ni con las mejores fiestas, ni con los mejores sitios para comer, ni con las mejores infraestructuras. Pero su olor, su color, sus cosas normales que no son las más nada, son únicas. Hay pocos sitios que sanen tanto como éste y sus caminos sin asfaltar. Los médicos deberían recomendarlo. En el chiringuito La Torre, decenas de personas tatuadas beben mojito mientras miran al mar y suena chilaut (o como se escriba). Se acerca el momento de la puesta de sol. Desde allí es muy, muy bonita. ¿Crees que nos dejarán pasar sin tatuajes?, me pregunta mi amigo. Vamos a intentarlo. Hola, buenas tardes. Perdonad, no os veo tatuajes por ningún lado. Tengo uno en la zona íntima, al lado de… ya sabe, por eso no se lo puedo enseñar. No me mientas, tú no tienes ningún tatuaje, se te ve en la cara de pringao. Pero, pero, pero tengo pensado hacerme uno algún día, de verdad, siempre le estoy dando vueltas a ese tema, todavía no he encontrado ninguna figura, ni palabra, ni frase con la que me sienta tan identificado como para incrustármela con tinta, pero es cuestión de tiempo, créame, señor. No sé, no sé… Por favor, aunque somos de cerveza prometemos beber mojito y sentir la música chilaut (o como se escriba) como si llevásemos un tatuaje ocupando todo el brazo izquierdo y parte de la espalda. Venga, pasad, pero pedid también que os pongan una cachimbita para que no me llaméis tanto la atención. Gracias señor. Beber mojito y escuchar chilaut (o como se escriba) mereció la pena. Una de esas puestas de sol que te recuerdan que quien manda es la naturaleza y que, en poder, no hay dios que se le acerque. Cuando está de buenas, es capaz de dejarte con la boca abierta con un truco tan sencillo y conocido como una puesta de sol. Suena el teléfono. Son estos. Están ya por Conil. ¿Habéis conseguido reunir la pasta?, les preguntamos. ¿Qué?, extrañeza al otro lado. Que si traéis dinero para pagar la cabaña. Ah, sí, sí, traemos. Gracias a dios, ¿y una bolsa de deportes para entregarla? ¿Qué? Nada, que ahora nos vemos.

Tengo ganas de verlos, nos quedan unos buenos días por delante, pero que vengan me recuerda a que estamos demasiado cerca de Sevilla, de donde huí. No quiero volver. Quiero quedarme huyendo, proponerle al gudari, que también huyó de algo, que nos hagamos socios alquilando cabañas de madera para gente que también huya. Desde allí podría trabajar. No necesito ciudad. Quiero ver esa puesta de sol en noviembre, sin escuchar chilaut (o como se escriba) ni beber mojito. Los Planetas y una cerveza estaría bien. Quiero ver pasar la bola gigantesca de paja. No quiero que el viaje acabe.