1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

Estar ahí

Hablar del teléfono es hablar de nuestros miedos, algunos infundados y otros muy reales

Andrea Valdés 7/10/2018

<p>Cartel original de <em>La voz humana </em>de Jean Cocteau.</p>

Cartel original de La voz humana de Jean Cocteau.

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

CTXT es un medio financiado, en gran parte, por sus lectores. Puedes colaborar con tu aportación aquí.

1. Escrituras radioactivas

“Puede que sea por culpa de la construcción de los aparatos o de la memoria, lo cierto es que, en el recuerdo, los sonidos de las primeras conversaciones por teléfono me suenan muy distintos a los actuales. Eran sonidos nocturnos. Ninguna musa los anunciaba. La noche de la que venían era la misma que precede a todo alumbramiento verdadero [...] No muchos de los que hoy utilizan (el teléfono) recuerdan aún qué destrozos causaba en aquel entonces su aparición en el seno de las familias. El ruido con el que atacaba entre las dos y las cuatro, cuando otro compañero de colegio deseaba hablar conmigo, era una señal de alarma que no sólo perturbaba la siesta de mis padres, sino la época de la Historia en medio de la cual durmieron [...] En aquellos tiempos el teléfono estaba colgado, despreciado y proscrito, en un rincón del fondo del corredor, entre la cesta de la ropa sucia y el gasómetro, donde las llamadas no hacían sino aumentar los sobresaltos de las viviendas berlinesas. Cuando llegaba, después de recorrer a tientas el oscuro tubo, apenas dueño de sí mismo, para acabar con el alboroto, y arrancando los dos auriculares que pesaban como halteras, encajando mi cabeza entre ellos, quedaba entregado a la merced de la voz que hablaba. No había nada que suavizara la autoridad inquietante con la que me asaltaba. Impotente, sentía cómo me arrebataba el conocimiento del tiempo, deber y propósito, cómo aniquilaba mis propios pensamientos y al igual que el médium obedece a la voz que se apodera de él desde el más allá, me rendía a lo primero que se me proponía por teléfono.”

Así recuerda Walter Benjamin su Infancia en Berlín hacia 1900, con la irrupción de la palabra a través de un aparto, aunque en su memoria resuenen otras experiencias. Sabiéndolo, me hace gracia aprender lo que dijo Adorno de él. Dijo que bajo su mirada todo se volvía “radiactivo” por el magnetismo que desprendía su obra, hecha de materiales tan dispares como el coleccionismo, la teología o la traducción y de diversos sonidos, como atestigua el citado texto y varios trabajos para la radio. De algún modo, su porosidad me hace pensar en la del teléfono, que, de estar en la penumbra, “entre la cesta de la ropa sucia y el gasómetro”, fue ganando espacios: hoy su presencia no tiene límites. No sólo nos miramos a través suyo. El teléfono nos expone a conversaciones ajenas. ¡El Otro nos invade! Y, sin embargo, sigue indicando el lugar de una ausencia, lo que me lleva a The Telephone Book: technology, schizophrenia and electric speech, en el que Avital Ronell reflexiona sobre su desarrollo e impacto en el pensamiento moderno. 

Ya en la primera página, se nos avisa de que este ensayo implica una elección: aceptar su llamada es “aprender a leerlo con los oídos”, sintonizar con sus ruidos y hacerse a su indeterminación, pues, efectivamente, en The Telephone Book, que es muy hijo de su época (1989), hay razonamientos en espera, transferencias y voces que se cruzan, interfiriendo en nuestra lectura, que no es la de un texto al uso. De hecho, el libro ha sido intervenido por más de un operador, ya sea a nivel gráfico o sonoro –y basta con ojearlo para darse cuenta–, lo que nos obliga a fijar nuestra atención, si no queremos perdernos en su maraña de ideas y conexiones. Tanto así que ni siquiera recuerdo si entre sus páginas se menciona lo discutida que fue la paternidad de este invento, lo que nos sugiere que el teléfono ya estaba ahí, en el aire. Su llegada sólo era una cuestión de tiempo.

2.Suena un timbre… (Bell) – “¿Qué hay?” (Watson)

Avital Ronell la explica desde el oído y boca de Alexander Graham Bell y su ayudante, Thomas A Watson, a los que analiza algo derridianamente, basándose en distintos datos biográficos, como si “su” invención pudiera explicarse en clave psicoanalítica, el otro aliado al que recurre la autora, con resultados no siempre claros. Pero supongamos que tiene razón y el teléfono fuera menos obra de un determinado cálculo que la expresión de un deseo: hablo de suplir varias carencias, lo que es humano, muy humano, aunque esto pueda situarnos al borde del desastre, que es desde donde yo pienso este aparato –con o sin Ronell– como un artefacto siempre al borde del desastre. No en vano su frase inaugural suena a llamada de emergencia: “¡Watson, venga aquí: le necesito!”. Por supuesto, en su desarrollo tampoco faltó la ignorancia, pues Graham Bell apenas tenía conocimientos técnicos. De ser así, quién sabe si hubiera llegado tan lejos. Y es que una cosa era hacer viajar el sonido y otra las palabras, el habla. De hecho, el teléfono vino de un intento suyo fallido por hacer visible las vibraciones del aire para ayudar a personas como su madre y esposa a leer el sonido. Ambas eran sordas. En cuanto al abuelo, su mayor influencia, era un gran admirador de Shakespeare, cuya obra recitaba con una dicción perfecta. Actor ocasional, acabó haciendo carrera como logopeda, interés que fue transmitiéndose de padre a hijo hasta llegar a él. Tanto fue así que en una demostración pública del invento, Sir William Thomson dijo haber oído “ser o no ser; esa es la cuestión” en un inglés que imagino muy depurado, lo que debió hacer aún más difícil situar la procedencia de aquella voz. No sólo se oía desde un aparato, es decir, desligada de su cuerpo, sino que parecía viajar a través del tiempo, como si acabaran de dar con el mismísimo Hamlet. O su fantasma. Curiosamente fue Thomas Watson, el asistente técnico, quién se mostró más abierto a esta posibilidad, la del más allá. La reconoce en sus escritos, donde se describe medio embrujado por los rizos de una niña y la boca disecada de un gato o los movimientos de una mesa, ese espacio o lugar de encuentro anterior al teléfono, en torno al que celebró más de una sesión espiritista. No menos llamativa fue su reacción al oír a su socio tocar el piano: le preguntó cuán importante era acertar con las teclas para que el instrumento “respondiera” adecuadamente, como si la cuestión fuera excitarlo. Respecto al teléfono, menciona sus esfuerzos por “hacerlo hablar” y la de horas que se pasaba en el laboratorio “escuchándolo”, al margen de quién hubiera al otro lado de la línea, si es que ocurría, pues antes de que se inventara el timbre, el único modo de comprobarlo era cogiéndolo a boleo. “¿Hola? ¿Hay alguien ahí?  Esta pregunta, tan metafísica, convida a hacerse otra.

3. Dialing… Dialing… 

Inventada la máquina ¿qué implica aceptar “su” llamada? Para contestar a esto, Avital Ronell nos conecta con el mismísimo Heidegger. Pero, lejos de hallar una respuesta, yo me doy con un canto en los dientes, y no es que esta conferencia no estuviera justificada, pero mejor ir por partes. Martín Heidegger no sólo alertó sobre el riesgo de que lo humano acabara absorbido por la tecnología (“Todo funciona. Esto es precisamente lo inhóspito, que todo funciona y que el funcionamiento lleva siempre a más funcionamiento y que la técnica arranca al hombre de la tierra cada vez más y lo desarraiga”); también definió la conciencia como “una llamada” que ni es ni puede ser jamás planificada, preparada o ejecutada en forma voluntaria por nosotros mismos. (“‘Eso’ llama inesperadamente”, escribe, “Procede de mí y, sin embargo, de más allá de mí”). 

Felice Bauer grabado con parlógrafo y máquina de escribir. 

Dicho esto, ¿por qué no plantear esa llamada (la conciencia) en términos telefónicos? La apuesta de Ronell es osada pero viene al caso, considerando que en su última entrevista Heidegger dijo lo que dijo, cuando le preguntaron en qué consistía su relación con las nazis: Dos días después de mi toma de posesión apareció en el rectorado el ‘jefe estudiantil’ con dos acompañantes y exigió de nuevo que se colgara el ‘cartel de judío’. Me negué. Los tres estudiantes se alejaron advirtiendo que la prohibición sería comunicada a la jefatura de estudiantes del Reich.Algunos días después recibí una llamada telefónica del jefe de grupo de las SA, Dr. Baumann. Exigía que se colgase el ‘cartel de judío’; en caso contrario, podía contar con mi destitución, si no con el cierre de la Universidad. Lo rechacé e intenté conseguir el apoyo del ministro de Cultura de Baden, pero me explicó que no podía hacer nada contra las SA”. 

Así que ése fue su único contacto: una llamada. Lo chocante es que Heidegger la mencione casi de pasada como un dato más, cuando aceptarla ya implica una disponibilidad, un “estar ahí”. O dicho de otro modo: descolgar ya es empezar a decir “sí”, pues uno no habla si el otro no responde. Podría decirse en favor suyo que entonces el único modo de saberlo era precisamente contestando –¿Sí? ¿Quién es?–; que, como afirma Ronell, no había discriminación posible al no poder aceptarse y rechazar una llamada simultáneamente. Pero el meollo está en cómo lo expresa a posteriori: en su descuido filosófico. Viniendo de Martin Heidegger es extraño, por no decir incomprensible. Todo teléfono implica una responsabilidad. 

4. Dejarnos “colgadas”: la masculinidad en tiempos inalámbricos.

Dicho esto, hay una opción que Avital Ronell no acaba de contemplar en su ensayo y que está tan vinculada al deseo (Bell & Watson) como la culpa (Heidegger): hablo “de dejarse por teléfono”, es decir, en cómo interfiere éste en las rupturas sentimentales, muchas veces traumáticas, cuando no chapuceras. Y en cómo las prolonga artificialmente, cuando las relaciones son a distancia, cosa tan frecuente en la actualidad. Con todo, en el siguiente travelling, que es un encadenado de parejas en situaciones difíciles, yo elijo empezar por Franz Kafka, quien abiertamente declaró tenerle miedo al teléfono. En Los años de las decisiones, Reiner Stachcontextualiza esa aversión en el marco del noviazgo que tuvo con Felice Bauer, entre 1913 y 1917. Él vivía en Praga, ella en Berlín. En una de las fotos que encuentro en internet, se la ve junto a un parlógrafo, aparato que publicitaba como ejecutiva de la empresa Lindström. “¿Compra eso alguien? Yo estoy feliz (cuando en casos excepcionales no escribo yo mismo a máquina) de poder dictar a una persona viva que de vez en cuando, cuando se me ocurre algo, da una pequeña cabezada o se estira un poco, o enciende la pipa y me deja mirar tranquilamente por la ventana. O que, como hoy, por ejemplo cuando le grito por lo lento que escribe, me recuerda para tranquilizarme que he recibido una carta. ¿Hay un parlógrafo que pueda hacer eso?”, le escribe Kafka, en una de sus misivas. En total fueron quinientas, aunque como amante, él no fuera un buen negocio, pues además de manipularla, la avasallaba con sus complejos. Siendo como era un tipo neura, se entiende que prefiriera comunicárselos por escrito y en la intimidad de su cuarto que hablar medio balbuceando y ante la mirada de los demás en la oficina de Correos. Por no mencionar el vacío que le dejarían las pausas cuando, en sus conferencias a larga distancia, se veía obligado a reaccionar, sabiendo que se le acababa el tiempo. No, Kafka no estaba hecho para eso. Antes enmudecería con el crepitar de la línea, como Watson tripando con sus ruiditos, si se me permite hacer mis especulaciones. Y eso que tuvo ojo, pues, en otro momento, le escribe sobre la posibilidad de que de la unión de ambos aparatos –el del teléfono y el parlógrafo– naciera un tercero: el contestador automático; claro que esto a él no le suponía ningún consuelo. Lo vivía todo y únicamente por escrito. De hecho, fueron los intentos de ella por verse más a menudo y sellar formalmente su unión, lo que precipitó la ruptura: Kafka sólo sabía quererla a distancia y como destinataria –era su pequeña ficción–, pero el hecho de que aborreciera el teléfono (y lo evitara) no impide que otros muriesen con él. 

Se ve en La voz humana(1930), minitragedia de un solo acto escrita por Jean Cocteau y que no ha dejado de interpretarse. “Antes la gente se veía. Una podía perder la cabeza, olvidar sus promesas, arriesgar lo imposible, convencer a quien adorase con un simple abrazo, colgándose de él. Una mirada podía cambiarlo todo. Pero con este aparato, lo que se acabó, se acabó…”, sentencia su protagonista, a quien llaman para anunciarle una ruptura. Ella intenta postergarla a la desesperada, ahogándose en sus palabras, y aún sabiendo que ya está todo decidido. Y eso que no está claro si su ansiedad viene de su amante o se la genera el teléfono. Unas páginas antes dice: “Hace cinco años que vivo de ti, que tú eres mi único aire respirable, que paso mi tiempo esperándote [...] Ahora tengo el aire porque me hablas. Mi sueño no es tan estúpido. Si cortas la comunicación, cortas el tubo…”- Y sigue: “Se tiene la ilusión de estar el uno junto al otro y bruscamente aparecen sótanos, cloacas, toda una ciudad entre los dos…” “Lo más duro es colgar el teléfono, volver a la oscuridad…” Observo que, sobre el papel, sus frases rara vez se acaban, dejan una estela de puntos, un reguero. Y es como si el teléfono fuera tomando el sitio de quien la está abandonando, lo sustituyera. Su dependencia es tal que incluso se lo mete en la cama, ¡se acuesta con él! “¿Te acuerdas de Yvonne, que se maravillaba de que la voz pudiera pasar a través de unos hilos retorcidos? Yo tengo el hilo alrededor de mi cuello. Tengo tu voz alrededor de mi cuello….”, le dice en otro momento, lo que me hace pensar en el teléfono como un juguete erótico y no esa cosa pesada y tosca que describe Benjamin, atornillada al fondo de un pasillo. El teléfono también crece, se perfecciona. Va suavizando sus formas. 

El que se comercializó en 1937 (Bell 300), de baquelita, es hoy un hito del diseño. Lo firmó Henry Dreyfuss, quien curiosamente solía trabajar en decorados para el teatro. Pienso en la rueda del marcador, los bucles del cordón y las curvas de su auricular que en una sola pieza une dos agujeros: el oído y la boca, liberando las manos. ¿Quizás ya las tengamos en otra cosa? Sus contornos, tan anatómicos, recuerdan a un consolador aunque, en este caso, los jadeos sean de desesperación. “Si no me quisieras y fueras hábil, el teléfono se convertiría en un arma espantosa. Un arma que no deja huellas, ni hace ruido…” De hecho con esta frase, se anticipa el crimen, casi que lo está llamando, como si aún pudiéramos morir por amor o, en todo caso, dejar de saber quiénes somos, como Travis enParís, Texas (Wim Wenders, 1984).

“¿Estás ahí? Veo que tu luz está encendida, así que sé que estás ahí…”, le dice una jovencísima Natasha Kinski (Jane) desde la cabina de un peep show. Y permítanme retomar esta escena, pues algunos crecimos con ella. Por suerte y miseria, nos educaron varias películas. 

Fotograma de París, Texas.

Aquí el teléfono está junto a una lámpara. Él lo ha descolgado, pero ella aún no puede verle. Lo irán haciendo poco a poco, como si re-aprendieran a mirarse, mientras se hablan. Lo que quieren decirse es tan delicado, que se dan la espalda: primero uno, luego el otro. No se hablan para volver a estar juntos –ya no pueden, pues han cambiado– sino para reconciliarse con un pasado del que aún son prisioneros. De ahí que su reencuentro tenga algo de vis à viscarcelario. En todo momento les separa una simple mampara. En el lado de Travis, esa mampara es una ventana que da una habitación de hotel y luego a un café: observa a Jane entre decorados, lo que apela a sus fantasías, sustancia de la que están hechos los celos. En ellos hay tanta ficción. De hecho cuando le cuenta su historia, lo hace en tercera persona y sin despegarse del auricular: “Conocí a esta gente, una pareja…”, dice, y le habla de un hombre que enloquecido de amor se abandonó a sí mismo, dejándolo todo atrás. A su mujer y a su hijo. Antes pasó algo muy violento. Y ella le escucha, pero está a solas con ella misma, pues la ventana en su lado es un espejo. Está empotrado en una pared de obra y material barato. De hecho, es la parte trasera del mismo decorado. Travis: “Si apagas la luz ahí dentro, ¿podrás verme?”. Jane: “No lo sé, nunca lo he probado”. Una vez a oscuras, ella se acerca al cristal, mientras él se enfoca el rostro con su lámpara y se descubre. Es como si el habla le hubiera devuelto su condición humana, aunque no acabe de completarse. Digamos que va camino de…, por eso todo lo dice a través de auriculares y micros. Travis es casi un espectro, lo que le impide abordar las cosas cara a cara y “como un hombre”. Es decir, poner el cuerpo. Lo que finalmente me lleva al presente, a la falda de una montaña. 

En Fuerza mayor (Ruben Östlund, 2016) una familia come en la terraza de un restaurante que queda a pie de pista cuando se produce una avalancha que hace que el padre coja su móvil y salga zumbando de la mesa, dejando a la madre a solas, con los niños. Al final todo queda en un susto, pero ese alud provoca otro interior que es mucho mayor. “Cogiste el Iphone y tus guantes y me dejaste tirada. Nos abandonaste”, le dice ella. La primera reacción es negarlo: “No, no corrí”. “Sí, sí que lo hiciste.” “No se puede correr con botas de esquí.” El problema es que está todo grabado. Uno puede desacreditar a una mujer (de hecho, es muy fácil), pero ¿a un teléfono? Aquí es quien decide la veracidad del relato, sobre todo a ojos de los demás, y lo que muestra van en contra de su aliado habitual, lo que hace que la masculinidad se vea como algo igualmente aparatoso, un estado virtual. Vamos… ¡que le deja en bolas! Lo que sigue es cómo sobrevivir a ese gesto: duró unos segundos. Fue casi un acto reflejo, y eso es lo que mosquea, que el instinto del tipo no fuera salvar a los hijos (que sería lo más animal) sino pillar el teléfono y salir pitando (que es lo menos humano). Que a su entorno le parezca comprensible su reacción –por muy censurable que sea– nos dice algo del mundo que estamos creando, en el que muy pocos sabemos vivir sin estar conectados, lo que no garantiza una apertura al otro sino un extraño ensimismamiento. Es un hecho, pero ¿a qué se debe? 

Desde su centralita, Avital Ronell supo ver una cosa: dijo que la cultura tecnológica se parecía mucho a la de las drogas, ambas son adictivas. Y vuelve Heidegger. Para él, el problema de la adicción es que te limita a lo que está disponible. Los adictos no pueden pensar más allá de lo inmediato, de lo que está mano. Y el teléfono siempre lo está. Además, tal y como decía Graham Bell, una de sus ventajas con respecto al resto de aparatos es que su empleo no requiere ningún tipo de habilidad. En otras palabras: cualquier idiota puede usarlo e igual su peligro es ése: que de tan accesible y “a mano”, apenas los vemos. Ni lo pensamos, pero está ahí. ¡Vaya si está! Y cambiaremos con él, si es que él no nos cambia a nosotros. 

---------------------------------

Andrea Valdés es licenciada en Ciencias Políticas (UPF) pero en realidad es escritora, periodista y ex-librera, co-autora de una obra de teatro (Astronaut, Theatre O). Ha publicado en los suplementos de El País (Babelia) y La Vanguardia(Cultura/s), Les Inrockuptibles El Estado Mental, entre otros medios, además de colaborar asiduamente con comisarios y artistas.

CTXT es un medio financiado, en gran parte, por sus lectores. Puedes colaborar con tu aportación aquí.

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autora >

Andrea Valdés

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí