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Análisis

Octubre: el mes que no terminó

En Brasil, las instituciones validaron una sucesión de fraudes, permitiendo el cambio 'democrático' de régimen. Ahora, lo que los aproxima es la oportunidad de negociar beneficios particulares, nocivos para los trabajadores y los intereses nacionales

Benno Warken Alves / Lucas Amaral de Oliveira 26/12/2018

<p>Michel Temer se reúne con el presidente electo Jair Bolsonaro en el Palacio de Planalto.</p>

Michel Temer se reúne con el presidente electo Jair Bolsonaro en el Palacio de Planalto.

Wilson Dias/Agência Brasil

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Dos meses después de las elecciones en Brasil: ¿qué factores permitieron la victoria del exmilitar Jair Bolsonaro? Noticias falsas y técnicas avanzadas de comunicación digital fueron usadas para fabricar un enemigo interno y manipular los sentimientos de insatisfacción colectiva de los ciudadanos. Lejos de lograr el fin de la crisis económica o el apaciguamiento de los conflictos sociales, su victoria legitimó una vertiente autoritaria del neoliberalismo, prolongando los problemas históricos del país. Cabe entonces preguntarse: ¿cuánto tiempo durará octubre de 2018?

En 2016, mientras se defendía del proceso que resultó en su impeachment, la expresidenta Dilma Rousseff, del PT (Partido de los Trabajadores), advirtió de que no se trataba de un evento aislado, sino del primer paso hacia la degradación de la democracia brasileña. Por medio de un golpe parlamentario, la primera mujer en gobernar el país fue destituida. En su lugar asumió el vicepresidente Michel Temer, del MDB (Movimiento Democrático Brasileño), quien impuso rápidamente el programa neoliberal que había sido derrotado en las cuatro elecciones anteriores: austeridad, privatizaciones y reducción de derechos. La terapia de choque llevó al aumento del desempleo, de la pobreza, de la desigualdad y de la violencia.

Después del impeachment hubo otras medidas de excepción destinadas a debilitar los partidos de izquierda y sus principales líderes. En abril de 2018, dicho proceso culminó con la prisión política del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, también del PT. A pesar de que las acusaciones eran fraudulentas, se mantuvo la apariencia de legalidad. Inclusive estando preso, en vísperas de las elecciones de octubre, Lula seguía siendo el favorito en las encuestas, las cuales lo anunciaban como ganador en primera vuelta. La justicia, reiterando el carácter político de las propias acciones y contrariando la determinación del Comité de Derechos Humanos de la ONU, prohibió su candidatura.

Inclusive estando preso, en vísperas de las elecciones de octubre, Lula seguía siendo el favorito en las encuestas, las cuales lo anunciaban como ganador en primera vuelta

Los partidos tradicionales de derecha, como el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña), apoyaron desde el principio el combate selectivo a la corrupción, ya que afectaba sobre todo al PT, su principal adversario. Vinculados a la derecha tradicional, los grandes medios transformaron sentencias, operaciones policiales, arrestos y delaciones en espectáculos televisivos, con el objetivo de destruir la reputación de políticos y partidos del campo progresista. Los medios moldeaban la opinión pública, juzgando de antemano, mientras que las cortes validaban el juicio político, inclusive en contra de la ley. Sin embargo, ese estado de permanente excepción jurídico-policial, acabó perjudicando la imagen de la propia política, afectando sobre todo al establishment. En consecuencia, las fuerzas que apoyaron esa forma particular de corrupción de las instituciones se convirtieron en sus víctimas directas y obtuvieron pésimos resultados en las elecciones de octubre.

La atención de muchos brasileños –incluyendo a la clase media que votaba por los partidos tradicionales de derecha–, se volcó hacia el discurso extremista. Bolsonaro, hasta entonces un personaje caricaturesco y, según los analistas, con pocas posibilidades de vencer, se aprovechó de los sentimientos de crisis y desconfianza en la política. A pesar de haber sido diputado por casi 30 años, se presentó como un antipolítico, un redentor capaz de limpiar “todo eso que está por ahí” –su jerga favorita. Anclado al “fenómeno Bolsonaro”, el PSL (Partido Social Liberal), hasta antes de las elecciones un inexpresivo “partido de alquiler”, conquistó electores de la derecha tradicional y se convirtió en la segunda fuerza de la Cámara de Diputados. El partido evitó a los políticos tradicionales y eligió a militares, policías, jueces, fiscales, figuras mediáticas e incluso un exactor porno.

La reinvención del discurso de la derecha y el empleo de nuevos métodos de propaganda fueron centrales en la escalada de la extrema derecha al poder. Durante años, Bolsonaro se construyó a sí mismo como una figura irreverente, políticamente incorrecta, propagando declaraciones ofensivas contra mujeres, negros, gays e indígenas. Las sucesivas polémicas lo mantuvieron como centro de atención, sin ser objeto de ningún tipo de sanción. Su comportamiento, para muchos, sonaba detestable; para otros, era una señal de autenticidad. A su alrededor, se consolidó una extensa red de páginas de Facebook, blogs, canales de YouTube, grupos de Whatsapp y sitios de noticias sensacionalistas o falsas. Pocos días antes de las elecciones, Bolsonaro ya disponía de una estructura independiente de propaganda, ignorada por los medios de comunicación tradicionales y los grandes conglomerados.

Steve Bannon, responsable de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, y del Brexit en Reino Unido, declaró su apoyo a la campaña de Bolsonaro, la cual pasó a disponer de métodos avanzados de manipulación electoral. Poco antes de la primera vuelta, los datos de millones de perfiles de brasileños fueron robados de Facebook en circunstancias todavía no aclaradas. Algunos empresarios interesados en el triunfo de Bolsonaro invirtieron, ilegalmente, grandes sumas de dinero para difundir propaganda contra Fernando Haddad, el candidato del PT y principal adversario del exmilitar. El electorado vulnerable a ciertos tipos de contenido fue bombardeado con teorías conspiratorias y noticias falsas, como la de que Haddad, exministro de educación y exalcalde de São Paulo, habría promovido la distribución de un “kit gay” en las escuelas públicas, con el fin de influenciar la sexualidad de los alumnos.

Algunos empresarios interesados en el triunfo de Bolsonaro inviertieron, ilegalmente, grandes sumas de dinero para difundir propaganda contra Fernando Haddad, el candidato del PT y principal adversario del exmilitar

El bombardeo sistemático de rumores y fake news ha sido llamado firehosing y, combinado con el poder de las redes sociales, ha incidido en los procesos electorales de diversos países, como Estados Unidos, Rusia, Filipinas y, ahora, Brasil. El volumen y la velocidad de su difusión alteran la percepción de los hechos, producen verdades “alternativas” y llevan al descrédito de los medios tradicionales. Sin embargo, a pesar de los indicios de prácticas ilegales, reveladas por diversos reportajes, hay claras señales de que la victoria de Bolsonaro será refrendada por el tribunal electoral y que la propagación deliberada de noticias falsas quedará impune.

El clima de impunidad fue la marca de la campaña. Los seguidores de Bolsonaro se sintieron con la libertad de agredir e intimidar a miles de opositores en todo el país, llegando a asesinar a cuatro personas por motivaciones ideológicas. Dos de las víctimas eran transexuales, lo que demuestra que no sólo los adversarios políticos empezaron a correr riesgos, sino también todos los que desafían las costumbres y las prácticas tradicionales, en particular los más vulnerables. El candidato negó cualquier responsabilidad, diciendo que él no podía controlar a todos sus seguidores. Sin embargo, declaraciones como “vamos a fusilar a la petralhada” (término despectivo para referirse a los simpatizantes del PT) y “esos marginales rojos serán desterrados de nuestra patria”, sumadas a la retórica y a la estética violentas adoptadas en la campaña, sirvieron para “liberar” agresiones en las calles. Las fuerzas de seguridad fueron conniventes, y parte del poder judicial –a través de métodos controvertidos–, se movilizó para perseguir a la oposición organizada, sobre todo a los profesores, artistas y movimientos sociales.

En realidad, por años, los medios conservadores contribuyeron a crear un personaje ficticio, responsable de todos los males del país: el “petista” – figura que pasó a sintetizar a la izquierda en general. Bolsonaro aprovechó para transformarlo en un enemigo interno. Utilizando su red de comunicación digital, ligó los gobiernos del PT al “socialismo del siglo XXI” y revivió, en el discurso, fantasmas insepultos de la historia reciente brasileña: dictadura, guerra fría, anticomunismo. Muchos creyeron en la idea de que el PT había transformado Brasil en un país socialista bajo la influencia del “marxismo cultural”, ideología que haría obligatorios el respeto a las minorías, la discusión de género en las escuelas y el reconocimiento de valores como la justicia social y los derechos humanos. La redención de los males del país exigiría no sólo la eliminación del enemigo interno, sino también una profunda revolución cultural neoconservadora.

Sin embargo, esa guerra cultural ha servido para encubrir intereses materiales, corroborados por la elección de los ministros del futuro gobierno. Paulo Guedes, el ‘Chicago boy’ que asumirá el Ministerio de Economía, pretende realizar un programa de privatización total, que afectará a las empresas públicas, pero también a todo el conjunto de protecciones constitucionales: regulación de las relaciones de trabajo y sistemas públicos de seguridad social, salud y educación. El elegido para el Ministerio de Relaciones Exteriores es un cuadro insignificante, pero dispuesto a implementar la alineación automática del país a los intereses de los Estados Unidos. Su meta es destruir las bases de la independencia y de la soberanía nacional, contrariando así la tradición diplomática brasileña, preservada incluso durante el régimen militar (1964-1985).

La elección de Bolsonaro puede ser entendida como resultado de una operación de “guerra híbrida”, según la definición de Andrei Korybko. Las divisiones sociales internas fueron explotadas para movilizar a los ciudadanos insatisfechos en nombre de una “revolución” controlada – en el caso brasileño, de carácter neoconservador y autoritario. El objetivo fue sustituir un régimen insumiso por otro alineado a los intereses imperialistas. En otros países, “revoluciones” como ésta llevaron a conflictos armados; en Brasil, las instituciones validaron una sucesión de fraudes en el proceso político, permitiendo el cambio democrático de régimen.

La operación comenzó con el derrocamiento de Rousseff; sin embargo, el gobierno de Michel Temer no consiguió llevar a cabo todas las reformas neoliberales exigidas. Impopular y sin legitimidad, enfrentó acusaciones criminales y mucha oposición. En las últimas elecciones, diversos agentes se articularon para evitar el regreso del PT al poder. Aunque Bolsonaro no era la primera opción del sistema financiero, se reveló como el único capaz de imponer el choque neoliberal que exigía el mercado, ahora por la fuerza. Desde octubre, ha venido anunciado a diversos generales como futuros ministros, así como una reforma ministerial que suprime ministerios esenciales, como el histórico Ministerio del Trabajo. Su grupo político no tiene ningún compromiso con los derechos humanos, las garantías laborales, la democracia y los límites impuestos por la Constitución. Brasil se convirtió en un laboratorio para el “neoliberalismo autoritario”, en la expresión de Christian Laval.

La cautela recomienda no tratar esta situación como algo efímero. Además del respaldo del sistema capitalista internacional, Bolsonaro fue elegido por el voto popular, lo que le da cierta legitimidad, y se apoya en una amplia coalición de corporaciones y grupos de interés. Sin embargo, tanto su base popular como su coalición son inestables. En las últimas semanas, Bolsonaro ha negociado el apoyo de políticos tradicionales –algunos envueltos en casos de corrupción–, invitándolos a conformar su equipo de transición. Además, anunció que el Ministro de Justicia será el juez Sérgio Moro, principal responsable del sainete de la condena de Lula. No será fácil mantener la imagen de outsider honesto. La coalición política que lo apoya es extremadamente heterogénea, incluye a oligarquías locales, iglesias evangélicas, grupos de comunicación, Fuerzas Armadas, policías y empresarios de varias ramas, desde la agroindustria hasta el sector financiero. Lo que los aproxima es la oportunidad de negociar beneficios particulares, nocivos para los trabajadores y los intereses nacionales.

Lo que los aproxima es la oportunidad de negociar beneficios particulares, nocivos para los trabajadores y los intereses nacionales

La retórica de Bolsonaro ya tuvo efectos inmediatos. Después de la elección, declaraciones contra Cuba llevaron al país a cancelar el convenio por medio del cual más de 20.000 médicos cubanos prestaban servicios en Brasil. Desde 2013, a través del programa “Mais Médicos”, los cubanos atendían gratuitamente a más de 113 millones de personas. Muchas de ellas, residentes en lugares desatendidos por los profesionales brasileños que nunca habían consultado a un médico. Otro choque fue causado por la intención de trasladar la embajada brasileña en Israel de la capital Tel-Aviv a la ciudad de Jerusalén, uniéndose a Estados Unidos y Guatemala. Este pronunciamiento produjo una reacción inmediata por parte de los países árabes, quienes son importantes compradores de productos agropecuarios brasileños.

La elección terminó, pero el mes de octubre, no. Las divisiones que marcaron la política reciente continuarán vivas y el neoliberalismo autoritario de Bolsonaro tenderá a profundizarlas cada vez más. A pesar de las persecuciones, el PT es, todavía, el mayor partido en la Cámara de Diputados y fue el que eligió más gobernadores, incluyendo a la única mujer. El PSOL (Partido Socialismo y Libertad), más a la izquierda del PT, aunque permanezca pequeño, creció considerablemente. Si el choque neoliberal no produce inmediatamente una sensación de superación de la crisis, es muy probable que la resistencia crezca y surja un contexto favorable para que la oposición se organice efectivamente. En medio a esta disputa de fuerzas, ¿hasta qué punto las instituciones corruptas y las Fuerzas Armadas estarán dispuestas a apoyar a Bolsonaro?

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Benno Warken Alves es estudiante del doctorado en Sociología de la Universidad de São Paulo. Fue investigador asociado en la New York University y fellow del Institute for Critical Social Inquiry.

Lucas Oliveira es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Federal de Goiás, Brasil. Es doctor en Sociología por la Universidad de São Paulo, con período de investigación en el Departamento de Estudios Globales de la Aarhus University, Dinamarca.

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