Hay días que parecen siglos. Caben demasiadas cosas en 24 horas. A veces alguien debería parar el reloj y dar un “basta”. Así son estos días en Brasil después de la toma de posesión de Bolsonaro.  El acto de posesión del 1 de enero ya fue un teatro del horror, aumentado por la tragedia que es levantarte de la resaca de la Nochevieja y de repente darte una leche con la dura realidad al ver las imágenes de Bolsonaro y su séquito en todas las televisiones y periódicos del país. Es demasiado. Los brasileños no se merecían empezar el año de esta forma tan traumática. 

Lo que se vio en Brasilia fueron los elementos que definirán los próximos cuatro años en el gigante latinoamericano.  El gobierno Bolsonaro será una conjugación feroz de neoliberalismo y neoconservadurismo, ambos muy bien amarrados y trabajando conjuntamente.  Tanto el nuevo presidente como el nuevo ministro de Economía, el Chicago boy, Paulo Guedes, hablaron de privatizaciones, reducción de la máquina del Estado, meritocracia, libre mercado, productividad, eficiencia… “sin ideología”.  Ideología ya es una de las palabras más desgastadas de este nuevo 2019. Todo lo que suene a izquierda, a petismo, a feminismo, a derechos humanos, es ideología, según Bolsonaro, y debe ser combatido para instaurar una forma de gobernar neutra, positivista y desideológica: “Brasil volverá a ser un país libre de amarras ideológicas”. La jugada realmente es magistral. Sólo el neoliberalismo forma parte de la naturaleza humana, es evidente, incuestionable y por tanto inmutable. Otras perspectivas progresistas son ideológicas y por tanto no naturales. Debemos luchar contra ellas. El neoliberalismo se queda, porque es como debe ser. Quien lo enfrente tiene que irse.

Los grandes enemigos dentro de esta cruzada contra la ideología son el PT, que en su delirio ficcional, Bolsonaro denomina como los comunistas o socialistas y las feministas.  En su discurso de posesión dijo que Brasil se había liberado del socialismo y que la bandera brasileña jamás volvería a ser roja (en referencia al color clásico petista). Onyx Lorenzoni, el ministro de la Casa Civil (el ministerio que en Brasil se encarga de articular las relaciones del gobierno con instituciones y sociedad) también dijo que había que “despetizar el país”.  A nadie ha sorprendido que la primera medida de Lorenzoni haya sido cargarse a la mayoría de los cargos de confianza petistas que hay en Brasilia. Lo más ridículo de todo es denominar al PT como comunista, cuando este siempre ha sido un partido de centro-izquierda, nada radical y que ha optado por posturas moderadoras y conciliadoras a la hora de gobernar sin tocar  las reformas estructurales que a Brasil le hacían falta como la desigualdad o la reforma agraria, pero el discurso anticomunista mete miedo y la gente se lo cree. Parece todo un guion de ficción donde el guionista estaba demasiado colocado para escribir algo decente. 

Y el feminismo, el otro enemigo de la gestión Bolsonaro. También en su discurso dijo que Brasil lucharía contra la ideología de género que quiere destruir las familias. Ideología de género. Otra ficción. A tanto llega el delirio que la ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, Damares Alves, una pastora fundamentalista, dijo en su discurso de posesión que Brasil podía ser laico pero que ella era terriblemente cristiana y que iba a luchar incansablemente por recuperar los valores de la familia tradicional. Poco después soltó la siguiente perla “los niños visten azul y las niñas rosa” Claro, minutos después las redes brasileñas estaban inundadas de memes. Memes aparte, muy preocupante fue una de las primeras medidas de este Ministerio: retirar a la población LGTB de los programas de derechos humanos. Dentro de la estructura ministerial habrá secretarías para mujeres, adolescentes, promoción de la igualdad racial, indígenas, pero no LGTB. En un país donde en 2017 hubo 445 homicidios LGTBfóbicos, según los datos del Grupo Gay de Bahía, no habrá un organismo dentro del organigrama del Ministerio de Derechos Humanos que se encargue de políticas públicas para la población LGTB. Y todo en nombre de Dios, una de las palabras más utilizadas en los discursos de posesión. 

En política exterior Bolsonaro también está revolucionando todo. Benjamin Netanyahu estuvo presente en la toma de posesión. Es la primera vez que un mandatario israelí viaja a Brasil. Además, en su discurso el nuevo presidente recordó la importancia de la herencia judeocristiana en Brasil. Como si las religiones de matriz africana o la espiritualidad indígena no existiesen. Brasil es un país que tiene tres veces más libaneses que en el proprio Líbano. Caminando por São Paulo te tropiezas con multitud de restaurantes árabes. El año pasado, las exportaciones a Israel fueron de 270 millones de dólares, mientras que a los países árabes ascendieron a casi 10.000 millones de dólares. Pero según el nuevo ministro de Relaciones Internacionales, Ernesto Araujo, el mismo que dice que el “globalismo” es una conspiración marxista y que debemos recuperar el papel de Dios en las relaciones internacionales, el viaje de Netanyahu o el hecho de trasladar la embajada brasileña de  Tel Aviv a Jerusalén son decisiones técnicas, no ideológicas. 

Otra de las cuestiones que más ha preocupado en este cortísimo periodo de la nueva legislatura ha sido la iniciativa de retirar la competencia de demarcar las tierras indígenas de la Fundación Nacional del Indio (Funai) y la traslada al Ministerio de Agricultura. Esta medida puede ser, literalmente, genocida. Los latifundistas, madereros, dueños de minas, son extremadamente agresivos contra los indígenas en Brasil. Según el Informe sobre la Violencia contra los Pueblos Indígenas en Brasil, más de 1.000 indígenas han sido asesinados en los últimos 30 años por conflictos en el campo contra los latifundistas.  El problema es que estos señores del campo en Brasil tienen enorme poder político. Están configurados en torno a un poderoso grupo parlamentario que se denomina el Frente Parlamentario de la Agropecuaria (FPA). Adivinen, la nueva ministra de Agricultura, Tereza Cristina da Costa, era la líder en el Congreso del FPA. Los indígenas estarán doblemente desprotegidos. Primero, por una política agrícola de exterminio y, después, porque es una población muy lejana geográficamente, en los rincones del Amazonas, o de Mato Grosso do Sul y simbólicamente, en un país donde el genocidio no solo es físico sino simbólico, cultural, epistémico. Parece que no tienen derecho a la visibilidad. Ellos nunca ocupan las primeras páginas de los periódicos.

Todo eso en cuatro días. A Brasil le esperan cuatro años de Bolsonaro. 

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Esther Solano Gallego es socióloga y profesora de la Universidad Federal de São Paulo.