Alternativas al traumático y largo declive del planeta
Reseña crítica desde la complicidad y la admiración de ‘En la espiral de la energía’
Emilio Santiago Muiño 23/01/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Hay libros que uno los agarra y siente, desde las primeras páginas, el pálpito de tener en las manos una obra de referencia todavía ignorada. Libros en los que es lícito regodearse en un íntimo orgullo de lector pionero. En la espiral de la energía, por desgracia, es uno de ellos. Digo por desgracia porque en un país sensato, reflejo de una sociedad madura, un libro como En la espiral de la energía sería parada obligatoria en los planes de estudio de la educación secundaria, tendría un puesto asegurado en la bibliografía de cualquier trabajo universitario decente y formaría parte de comisiones de debate tanto de movimientos sociales como en las cámaras de representación política. Estamos lejos de ese punto óptimo de sensatez colectiva. Pero poco a poco vamos avanzando: que ya haya conocido una segunda edición, ampliada y revisada, es una buenísima noticia.
En la espiral de la energía es el libro más importante del pensador y activista ecologista Ramón Fernández Durán, que nos ha llegado como obra póstuma porque Ramón se fue mucho antes de lo que él, sus allegados, y este país se merecía. Su amigo y compañero de lucha Luis González Reyes tuvo la misión de acompañarlo durante la aventura, concluir el libro, llevarlo a buen puerto y hacerse cargo de la necesaria actualización de esta nueva edición. La tarea no era ni mucho menos fácil, pero Luis González Reyes ha cumplido con solvencia.
Hace unos años se puso de moda el concepto de novela río (roman-fleuve). En la espiral de la energía, tiene algo de “ensayo río”: como afluentes en una gran cuenca fluvial, al curso principal del argumento contribuyen cientos de referencias bibliográficas, con datos específicos del mayor interés, muchos de los cuales nos remiten a los últimos estudios empíricos en la materia. Además el caudal del texto a veces insinúa desvíos hacia otros parajes, que si bien no son explorados de modo sistemático, abren campos de reflexión fundamentales con su correspondiente guía de buenas lecturas (un ejemplo entre cientos, una nota a pie de página sorprendente que explica que solo el 2% de los insectos son sociales, pero estos representan más de la mitad de la biomasa de insectos).
La tesis central del libro la resume el título del capítulo 9: “El doloroso Largo Declive alumbrará sociedades radicalmente distintas”
Solo este espíritu enciclopédico, de compilación de las referencias claves con amplitud de miradas, justifican el inmenso valor del libro. Que también gana mucho por algo que quizá asuste inicialmente a quien se acerque a sus dos gruesos volúmenes (que en esta edición han perdido sus llamativas portadas de color naranja y azul por otras dos mucho más bonitas, aunque menos icónicas): su tamaño y densidad. En una época presidida por una aceleración maldita es toda una declaración de principios, y una bocanada de aire, acercarse a un libro extenso sobre el que se han depositado años y años de lecturas y reflexiones, tanto teóricas como prácticas, y en la que éstas han terminado conformando un tapiz urdido con inteligencia y un profundo amor y compromiso por la causa que motivó su escritura. Quizá por este tamaño y densidad En la espiral de la energía es un libro para vacaciones, poco compatible con nuestro frenético día a día. No lo duden y veraneen un mes de agosto en sus páginas: este libro les cambiará la vida.
La tesis central del libro la resume el título del capítulo 9: “El doloroso Largo Declive alumbrará sociedades radicalmente distintas”. Con una civilización que es un castillo en el aire sostenido por una burbuja energética de combustibles fósiles a punto de estallar, y extralimitados ecológicamente desde hace varias décadas, el siglo XXI será un siglo marcado por una dinámica ecosocial desgarradora: un descenso obligatorio de nuestra capacidad de producir y consumir, que contradecirá todos los imperativos, los intereses y las inercias capitalistas que empujan a producir y consumir cada vez más. Y que además debe ajustarse a una biosfera esquilmada. Todo apunta a que este Largo Declive será traumático. Y por supuesto dará a luz a órdenes sociales completamente diferentes a los actuales. El objetivo de En la espiral de la energía es realizar un análisis anticipatorio para intervenir políticamente y que el desenlace sea lo más emancipador posible. Voy a ser rotundo: toda la información necesaria para hacerlo está contenida en sus páginas. Por cierto, Ramón Fernández Durán fue pionero en nuestro país en realizar ese giro pesimista dentro del ecologismo social que dio por obsoleto el horizonte del desarrollo sostenible, quizá todavía posible en la época de Río 92, y planteó que la verdad de nuestro tiempo se codificaba en un nuevo dilema: cómo revertir, convertir en oportunidad de liberación o minimizar el daño asociado al colapso de las sociedades industriales.
Uno de los puntos teóricos fuertes del libro es que el examen de esta encrucijada se aborda desde una perspectiva de Gran Antropología y Gran Historia de signo materialista, capaz de retrotraerse hasta las sociedades cazadoras recolectoras y la evolución posterior de las estrategias humanas de captación de energía, combinado con un manejo solvente de la crítica de la economía política marxiana a las formas específicamente capitalistas de socialización. En ocasiones el ecologismo peca de premarxismo, y no comprende las dinámicas históricamente excepcionales que introduce la sociedad burguesa en el modo en que nos relacionamos entre humanos y con la naturaleza. El marxismo tiende a errar por lo contrario: reduce al conflicto capital-trabajo la complejidad del presente. Así niega la existencia a otros patrones civilizatorios al menos tan importantes como el conflicto de clases para pensar sociedades libres (y además mucho más antiguos). Por ejemplo el patriarcado. O el hecho, y es uno de los puntos centrales del libro, de que nuestras sociedades funcionen, termodinámicamente hablando, como estructuras disipativas que generan orden y complejidad bajo una pauta de rendimientos decrecientes que suele llevar al colapso. En la espiral de la energía se mueve cómodamente entre lo mejor de los dos enfoques: el ecologista basado en la (termo)dinámica de sistemas y el del marxismo.
En la espiral de la energía se mueve entre lo mejor de los dos enfoques: el ecologista basado en la (termo)dinámica de sistemas y el del marxismo
Otro punto fuerte a nivel teórico es su voluntad de escapar del determinismo energético en el que en ocasiones incurren los análisis peakoileros. Y que se parece mucho a una especie de inversión de algunos dogmas marxistas ya refutados: el determinismo económico y la existencia de una especie de argumento cósmico ascendente codificado en el mito del progreso. Como si le hubiéramos dado la vuelta a un calcetín, algunos enfoques ecologistas parecen defender que en última instancia la energía mueve la historia en una dirección necesariamente desastrosa. No es la intención de este libro. El subtítulo del primer volumen, especialmente su paréntesis aclaratorio final, dice mucho al respecto: “historia de la humanidad desde el papel de la energía (pero no solo)”. Prueba de ello es que Ramón y Luis nos ofrecen una muy buena metáfora del declive de nuestras sociedades en las décadas venideras: más parecido a una piedra que rueda por una pendiente irregular que a una que se desploma en el vacío. Mientras quienes fían su análisis a una traducción literal de energía neta y complejidad social van a estar más tentados a usar imágenes del shock y del desplome súbito, a medida que introducimos capas de complejidad social entre la disponibilidad energética y su uso final, la cosa se vuelve más gradual.
Sin embargo, en algunos momentos importantes esta buena intención teórica no termina de cuajar, especialmente en el ejercicio prospectivo que cierra el libro. Aquí cambio ligeramente el tono elogioso por otro más crítico que en ningún caso pone en cuestión el hecho de que se trata de una obra magistral. Y lo hago desde la única posición que tiene sentido: el debate estratégico y cómplice entre compañeros implicados en la transición ecosocial hacia sociedades sostenibles. Por cierto, estas recaídas en una suerte de criptodeterminismo energético tienen algo de tic colectivo. Yo mismo podría hacer autocrítica de textos míos en términos parecidos a los que voy a exponer. La razón es que las personas comprometidas con el ecologismo social todavía nos movemos en un marco teórico deficiente a la hora de abordar la enorme complejidad de las interacciones sociedad-ecosistemas. Clarificar cómo la energía influye en lo social y viceversa es una tarea intelectual a medio hacer.
El capítulo 9, que es casi un libro en sí mismo, realiza un interesantísimo ejercicio de política ficción sobre cómo puede darse ese largo y doloroso declive y cuáles son las opciones emancipadoras. Tras una iniciación en la teoría del colapso de los sistemas complejos de Tainter, y una proyección sobre cómo sería a grandes rasgos un metabolismo postfosilista (sociedades mucho más sencillas, economías ancladas en lo local, desurbanización, predominancia agraria), el capítulo se lanza a especular sobre las sucesivas etapas del hundimiento del capitalismo global y los diferentes escenarios políticos que se irían abriendo. Esto además se hace de un modo sofisticado, teniendo en cuenta tanto la interacción de la energía con la economía (ritmos de inversión, niveles de precios) como la importante diversidad geopolítica del presente: no puede ser lo mismo el declive en un país con recursos energéticos propios, grandes consumos y patrón urbano extensivo (EE.UU, Canadá, Australia) que para grandes extractores (Rusia, Arabia Saudí) o regiones sin recursos e intensivas en el uso del petróleo (Japón, UE).
Sin embargo este complejo juego entre análisis socioeconómico, político y termodinámico a veces se desequilibra en afirmaciones generalistas un tanto aventuradas. Como cuando se dice que no hay elección a una reducción drástica de población. O que el conocimiento digital se perderá. Sin duda son dos escenarios probables. Pero convendría filtrarlos con un poco de incertidumbre, ya que su gestión social puede modularlos de muchas formas. Y lo mismo sucede con el punto más problemático del libro para pensar en intervenciones emancipadoras: la hipótesis de la inoperatividad creciente del Estado.
Ramón y Luis plantean, con acierto, que en la primera fase del largo declive lo más probable es el auge de respuestas autoritarias. Podríamos convenir en llamarlas “ecofacistas” de un modo muy genérico, entendiéndolas no como un autoritarismo ecológicamente fundamentado, sino como el retorno del “asunto Hitler”. Cuyo programa, como nos recuerda Carl Amery, fue la competencia militarmente excluyente por el espacio vital. Hoy podríamos traducir, por la capacidad ecológica de carga.
Sin embargo, después el libro realiza una apuesta osada y a mi juicio políticamente problemática, aunque mucho más matizada en esta segunda edición que en la primera, (supongo que fruto de los debates que ésta ya generó y que esta reseña continua de algún modo). En la primera edición se decía que la “dictadura de la energía neta” y el avance real hacia la sostenibilidad requeriría de la disolución de las grandes estructuras del Estado-nación fosilista. En la segunda ya no se afirma algo tan tajante, aunque se sigue hablando de la crisis terminal del Estado-nación y la aparición de procesos como nuevos feudalismos, descentralización en entidades territoriales menores…En ambas ediciones los autores defienden también que la estrategia militar no será efectiva, más que a corto plazo, por limitaciones termodinámicas a la guerra moderna. Y que tras unas décadas oscuras de ecofascismo, será posible la emergencia de movimientos ecocomunitarios. Que por supuesto no están asegurados y dependen de la trayectoria política previa de una sociedad y sus conflictos. Pero de algún modo parece sugerirse en todo el argumento que el desmoronamiento termodinámico de las grandes estructuras de poder de la modernidad soplaría como un viento de cola a favor de su surgimiento.
Se trata, en definitiva, de un enfoque libertario en el viejo debate que divorció la I Internacional entre la toma del Estado o la dispersión del poder. Pero lo interesante de En la espiral de la energía, y es una posición muy común dentro del ecologismo mejor informado sobre la crisis ecológica, es que los argumentos libertarios parecen rejuvenecer bajo una justificación ecológica y termodinámica. Es decir, no se critica al Estado solo por sus implicaciones éticamente reprobables como estructura de dominación. También y con mayor énfasis por su hipotética ineficacia en un contexto de colapso ecológico. Lo que hace que la toma del Estado sea problemática es que este se va a volver energéticamente disfuncional. Por lo que resulta mucho más razonable volcar los esfuerzos en la construcción de contrapoder desde los márgenes y en las grietas (eso que llaman, en palabras de Santiago López Petit, política nocturna, que se parece mucho a la idea de éxodo de André Gorz).
Este es un resumen burdo de un argumento que Ramón y Luis construyen de modo mucho más fino. Pero sirve para detectar en él un punto débil teórico: la necesidad de una correlación muy fuerte, casi determinista, entre descenso de la energía neta y la creciente disfuncionalidad política del Estado. Que se combina necesariamente con otra hipótesis problemática que también acompaña todo el capítulo, que es muy propia de los movimientos sociales: la sobredimensión de la capacidad que se atribuyen a sí mismos los movimientos sociales para ser sujeto histórico.
Sobre la primera hipótesis del argumento: el Estado seguirá siendo una institución absolutamente central en la definición de nuestro paisaje social aunque descienda la energía neta. Porque sigue teniendo el monopolio de la administración de la vida y la muerte. Porque los golpes de Estado, y habrá golpes de Estado, los ganan los ejércitos, y necesitamos urgentemente facciones democráticas y ecologistas dentro de los mismos. Porque además el Estado atesora una inmensa capacidad logística y profesional para la gestión de crisis. Porque el Estado, con todas sus erosiones y crecientes disfuncionalidades, seguirá teniendo las herramientas de la legislación, de la política pública, de unos presupuestos que organizan por término medio en el marco de la UE la mitad de la riqueza nacional, porque tiene la educación pública y medios de comunicación.
la movilización permanente que preconizan los movimientos sociales como alternativa no puede ser jamás ni mayoritaria ni cotidiana
Curiosamente, siempre se pone el caso de Cuba como ejemplo de una sociedad que se adapta bien al descenso energético desde una lectura libertaria que refuerza estos planteamientos. Pero no es cierto. El Periodo especial, etapa que conozco bien porque hice mi tesis doctoral sobre él con un trabajo de campo de ocho meses incluido, fue un “éxito” (desde el punto de vista del ecologismo occidental, los cubanos tienen otra visión) porque combinó de modo brillante “autogestión popular” y política pública en un Estado fuerte, con un gobierno débil pero socialmente comprometido. No nos podemos quedar solo con la parte de la autogestión popular y del gobierno débil, porque si no se articula con los otros dos ingredientes (Estado fuerte, gobierno socialmente comprometido) no entenderemos nada de lo que pasó en Cuba.
Además la alternativa de la autogestión popular al vacío de poder es un mito increíble en la escala de las tareas que requiere una transición civilizatoria. Lo que ocupará los huecos del Estado no son las ZAD o los caracoles zapatistas, sino la mafia. Como ya ocurre en el 99% del territorio del planeta donde el Estado se repliega. Esto nos conecta con la segunda hipótesis errónea del argumento de Ramón y Luis. Algo que alguna vez llamé “lavapiescentrismo”. Y es la increíble capacidad de los movimientos sociales de confundir sus burbujas socioculturales con la realidad social. Que nace de una aproximación muy poco materialista a las condiciones sociales de la militancia y su continuidad en el tiempo. Salvo para extremas minorías, la vida en cualquier sociedad imaginable será siempre y de por sí demasiado complicada con la fatiga del día a día, las enfermedades, el amor, o la muerte de los seres queridos como para además buscarse problemas extra comprometiéndose con lo colectivo de modo antropológicamente desmesurado. La gente se compromete en movilizaciones puntuales (unas elecciones, una huelga, una revuelta incluso) pero la movilización permanente que preconizan los movimientos sociales como alternativa no puede ser jamás ni mayoritaria ni cotidiana. Si a eso le sumas un orden neoliberal donde prima la precariedad económica, la crisis de cuidados y la atomización social, el resultado son movimientos sociales que exageran en unos cuantos órdenes de magnitud su propia capacidad de hacerse cargo de los asuntos públicos (quizá este autoengaño es necesario para que su función imprescindible se haga bien, pero esta es otra cuestión).
Quiero insistir en que los movimientos sociales son fundamentales. No solo por su faceta de lucha y denuncia. También como bien indica En la espiral de la energía, por su capacidad de construir alternativas. Los espacios de contrapoder, de un centro social a un territorio parcialmente liberado, son laboratorios extremadamente valiosos donde nacen y se experimentan las mutaciones antropológicas y socioeconómicas que luego pueden convertirse en la nueva hegemonía de sociedades sostenibles. Pero son eso, laboratorios y no puntas de lanza de algo que crecerá hasta ocupar la función del Estado. Uno puede ir de Chiapas a Rojava pasado por el Alto en la Paz, el 23 de Enero en Caracas, no ver más allá y sentir que hay un mundo nuevo naciendo en los resquicios del viejo. Pero el mundo no es eso. Y para que ese mundo nuevo tenga un efecto transformador, de cara al 99% de la población es mucho más efectiva una política pública (inspirada en parte en los experimentos de los movimientos sociales) que pretender que la gente autoorganice el cambio por sus propios medios y además dispersando el poder.
No es verdad que podamos esperar que tras una etapa inicial ecofascista el colapso haga emerger soluciones ecocomunitarias
Seguramente en este punto lo más ajustado a la verdad sería igualar la vara de medir con cierta humildad. Reconocer que los gobiernos del cambio gestionan “migajas” (que son imprescindibles) y que los movimientos sociales hacen “cositas” (que son también imprescindibles). Lo que no es honesto es despreciar el aumento del presupuesto de escuelas infantiles públicas en una ciudad como un gesto de reformismo socialdemócrata y celebrar como el germen de la revolución pedagógica por venir que 30 familias, con condiciones socioculturales muy concretas, autogestionen grupos de crianza. O que se rechacen las sin duda insuficientes medidas de control del tráfico en la almendra central de Madrid mientras se elogie un huerto urbano okupado, con una producción de comida testimonial, como una semilla de soberanía alimentaria reconquistada. En la espiral de la energía no entra en estas caricaturas que son más propias de la pobreza del debate político en Twitter. Pero hay algo en su argumento que trasluce este enfoque cuando se afirma una tesis tan profundamente problemática como que si los movimientos sociales toman el Estado su esfuerzo debe ir destinado a desmantelar el Estado.
Mi hijo nació en el año 2014. Si tiene suerte, y la esperanza de vida actual se mantuviera intacta (cosa difícil pero no imposible por muchas vías, algunas mejores que otras), quizá podrá llegar a ver nacer a sus nietas o bisnietos en el año 2100. Sin duda estos hipotéticos descendientes míos nacerán en una Península Ibérica no solo bajo un clima mucho más extremo, sino en una sociedad mucho más rural. Pero que esta sociedad ruralizada esté organizada en comunas ecosocialistas o en grandes plantaciones donde esclavos cultivan biocombusitibles para una dictadura ecológica (como prefigura la novela El salario del gigante, de José Ardillo) es algo que se decidirá en el mientras tanto. Y en ese mientras tanto, si hay una institución que va a influir en el desarrollo de los acontecimientos, es el Estado. No es verdad que el juego militar que hoy se cuece alrededor de las reservas fósiles que quedan no vaya a repartir la baraja de la energía neta de un modo determinante por mucho tiempo. No es verdad que podamos esperar que tras una etapa inicial ecofascista el colapso haga emerger soluciones ecocomunitarias. Porque el fascismo en curso lo que va a dejar tras de sí es un genocidio. Y por tanto una tierra culturalmente quemada por el miedo y el terror político, esterilizada forzosamente hasta ser incapaz de cultivar en ella emancipación.
Esto no quita que la política institucional no adolezca de un número infinito de contradicciones, debilidades y por qué no decirlo, miserias y asuntos feos, que Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes destripan bien. Pero en ambas estrategias, institución y calle por decirlo de modo tonto (porque esa dicotomía embarra más que clarifica), hay un camino inmenso que todavía tenemos que inventar. En resumen, si la propuesta de En la espiral de la energía tuviera un fallo, sería no darle al trabajo institucional la importancia capital que tiene para que, en una complementariedad que no será ni armónica ni coordinada ni sencilla con otras formas de acción política, la transición civilizatoria en marcha se decante por el ecosocialismo feminista frente a la barbarie ecofascista. Por lo demás, se trata de un libro inmenso, que tiene detrás un trabajo de una seriedad y un esfuerzo que produce admiración.
-----------------
Emilio Santiago Muiño es doctor en Antropología Social y máster en Antropología de Orientación Pública.
Hay libros que uno los agarra y siente, desde las primeras páginas, el pálpito de tener en las manos una obra de referencia todavía ignorada. Libros en los que es lícito regodearse en un íntimo orgullo de lector pionero. En la espiral de la energía, por desgracia, es uno de ellos. Digo por...
Autor >
Emilio Santiago Muiño
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí