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El desarrollo de la globalización y del neoliberalismo se ha centrado en las grandes ciudades. París, Nueva York, Londres, Tokio o Madrid se han convertido en los ejes de sus respectivos países. Han monopolizado el capital, los puentes aéreos, las start-ups, las universidades más prestigiosas y las posibilidades de trabajo. Con la crisis económica de 2008, dicha situación se acentuó más. Aunque sufrieron igualmente sus consecuencias negativas, su mayor dinamismo, les permitió iniciar una recuperación de manera más sencilla que a los núcleos periféricos. En este contexto, el mundo rural fue relegado a un segundo plano. Sus funciones se reducían al cultivo de productos agrarios y al turismo rural, todo ello para el disfrute de los habitantes de las urbes de mayor tamaño. Pero esa inferioridad del entorno rural no es algo nuevo. En las teorías políticas de los siglos XIX y XX, las zonas que no poseían núcleos industriales importantes fueron igualmente infravaloradas. Marx, por ejemplo, no incluyó al mundo rural entre los sujetos destinados a cambiar el sistema, pues consideraba que carecían de la fuerza del movimiento obrero.
La crisis sistémica que ha sucedido a la económica ha supuesto un cambio en el esquema anterior. Las zonas periféricas están siendo determinantes en la actualidad política. Gran Bretaña debate en estas primeras semanas de 2019 cómo consumar su ruptura con la Unión Europea. Todo ello como consecuencia de la victoria del Brexit en 2016. El mapa de los resultados del referéndum muestra que el voto favorable a la ruptura con la UE venció únicamente en las circunscripciones con menor densidad de población (Hillington, Havermy, Barking&Daverham, Bexley y Satton), mientras que la desconexión solo fue apoyada en tres de las diez ciudades británicas más importantes. En EE.UU. no se puede explicar la victoria de D.Trump sin atender a la distribución geográfica del voto. El candidato conservador logró superar a H.Clinton en los Estados centrales y menos poblados, mientras que la candidata demócrata recibió el apoyo en todas las ciudades de más de un millón de habitantes y en la Costa Este y en la Oeste, las regiones más pobladas de EE.UU..
En los últimos meses, Francia está viviendo una de las situaciones más complicadas de las últimas décadas. Los denominados chalecos amarillos han obligado al gobierno de Macron a rectificar. Las protestas comenzaron el 17 de noviembre ante el anuncio del aumento de la tasa de los carburantes y, diez semanas después, continúan manifestándose los sábados en todas las localidades del país. Si en las primeras movilizaciones luchaban contra ese nuevo impuesto, con el paso de las semanas las reclamaciones han ido aumentando. Ahora piden un Referéndum de Iniciativa Ciudadana, mejoras sociales y bajada de impuestos. El origen de todo este movimiento se encuentra en las áreas rurales y periurbanas del país. Se trata de regiones en las que el uso del coche es esencial para la vida diaria: ir al trabajo, llevar a los niños al colegio, hacer la compra semanal o incluso desplazarse hasta un centro hospitalario. Además de ser las zonas con menores ingresos, sus habitantes se ven obligados a depender de los vehículos. Y ante el descenso de los servicios públicos, la polarización del empleo en las grandes ciudades y, ahora, el aumento del impuesto de los carburantes, la ciudadanía ha decidido manifestarse para visibilizar su problema. El anuncio de la tasa a los hidrocarburos, que finalmente ha tenido que ser eliminada, ha sido el detonante final de unas regiones olvidadas. Y, pese a que sus protestas no han sido masivas (en cuanto a participación se refiere), sí han logrado el apoyo de una parte importante de la sociedad. Todo ello ha provocado que Macron haya tenido que improvisar nuevas medidas en función de las demandas de los chalecos amarillos.
Estas problemáticas estaban siendo denunciadas desde los ámbitos académicos y ensayísticos. Sergio del Molino (La España vacía, 2016) y Christophe Guilluy (La France Périphérique, 2014) mostraron los problemas y la decadencia del mundo rural. Ahora, la importancia de los ámbitos periféricos se está confirmando desde el punto de vista político. Estos ambientes han sido determinantes a la hora de decidir en Gran Bretaña la permanencia o no en la UE. Y, en Francia, han logrado visibilizar sus problemas y arrinconar al gobierno. Los centros económicos seguramente se mantendrán en las urbes de mayor tamaño, pero desde el punto de vista político, la periferia puede ser el nuevo centro.
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Sergio Molina García es miembro del seminario de estudios del Franquismo y la Transición/Universidad de Castilla-La Mancha.
El desarrollo de la globalización y del neoliberalismo se ha centrado en las grandes ciudades. París, Nueva York, Londres, Tokio o Madrid se han convertido en los ejes de sus respectivos países. Han monopolizado el capital, los puentes aéreos, las start-ups, las universidades más prestigiosas y las...
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Sergio Molina García
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