Las zonas rurales, una oportunidad para reducir la brecha de género en los cuidados
Incorporar a los hombres a los cuidados es una necesidad demográfica que puede ayudar a romper roles tradiciones y de desigualdad. Estas regiones están especialmente masculinizadas
CTXT/Observatorio Social La Caixa 9/10/2018
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Trabajos no reconocidos, informales, invisibles, precarios… y eminentemente feminizados. Las labores de cuidados son unos de los ámbitos donde más se desarrollan y enquistan las desigualdades de género. Desde su falta de reconocimiento dentro del mercado laboral a los propios roles preestablecidos que señalan a las mujeres como responsables de estas ocupaciones. Contra esto, no solo caben políticas públicas o educativas. Según el artículo El envejecimiento en el mundo rural, ¿una oportunidad para cambiar las relaciones de género?, los propios desequilibrios demográficos pueden empujar significativamente a un cambio en los roles sobre el cuidado, incorporando a los hombres a estar actividades y reduciendo la brecha entre hombres y mujeres en este ámbito.
La autora del artículo, Begoña Elizalde-San Miguel, de la Universidad Pública de Navarra, señala que las zonas rurales, más envejecidas que las urbanas, también cuentan con otra particularidad en términos de género: son regiones especialmente masculinizadas, con una menor proporción de mujeres debido al importante peso femenino en las migraciones que se dieron a partir de la segunda mitad del siglo XX por la necesidad de encontrar oportunidades educativas y laborales, incluidos los propios trabajos domésticos.
Al mismo tiempo, la fuerte relación entre el envejecimiento y el entorno también se está acentuando en estas regiones: en 2016, cerca de un 10% de la población en pueblos de menos de 1.000 habitantes eran mayores de 80 años, mientras que en el conjunto del país la proporción solo alcanzaba el 6%. En el caso de los municipios con menos de 5.000 vecinos, una de cada cuatro personas eran mayores de 65 durante ese año, por solo el 19% del total nacional.
Estos dos procesos demográficos –masculinización y envejecimiento– se unen al deseo generalizado de las personas mayores de permanecer en sus hogares y su preferencia por recibir cuidados por parte de las familias –más del 80% de los cuidadores en nuestro país son familiares directos–. De nuevo, estas dinámicas están todavía más generalizadas en las zonas no urbanas: solo el 10% de los mayores de 65 en municipios de menos de 5.000 habitantes afirma que le gustaría ser atendido por cuidadores externos, tres veces menos que los que responden positivamente a la misma cuestión en ciudades con una población superior a 100.000 personas.
Según Elizalde-San Miguel, todos estos factores están condicionando los cuidados en las zonas rurales, donde cada vez hay menos opciones en el ámbito de la dependencia. Si se tiene en cuenta la Ratio de Cuidadores y Cuidadoras Potenciales, en los municipios con menos de 5.000 personas apenas hay dos personas en condiciones de dar cuidados por cada persona dependiente. Algo claramente insostenible si se mantiene un modelo centrado en las redes familiares, marcadamente femenino e informal.
Para solucionarlo, la autora apunta a una reorganización del modelo de atención a las personas mayores a través de la incorporación de nuevos actores –hombres y cuidadores formales– y de programas de formación y apoyo. De esta forma, asegura, se puede solucionar un problema derivado del desequilibrio demográfico, abriendo a su vez una oportunidad para transformar una brecha de género histórica en este ámbito.
Por último, la autora advierte que si bien la incorporación al cuidado de los hombres, hijos y esposos en las zonas rurales supone un solución para los problemas asociados a la dependencia en zonas rurales, no debe sustituir el desarrollo de los servicios profesionalizados por parte de las instituciones en estas regiones, generalmente infradotadas en su espectro público.