La tumba de Machado
Sobre el uso y el abuso de los muertos (ilustres) en las disputas políticas del presente
Gonzalo Torné 1/03/2019
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La semana pasada el poeta, tertuliano, antiguo socialista y actual diputado Juan Carlos Girauta dejó perplejos a sus colegas tuiteros con la siguiente afirmación: “Bueno, maestros Ciruela. Os reto a un debate público sobre Antonio Machado. Vida y obra. O su salida de España y sus últimos días en Colliure, donde habré visitado su tumba, sin exagerar, más de doscientas veces”. Mientras la mayoría quedaba paralizada por el pasmo, unas pocas almas científicas se arremangaban para estudiar la maravilla y dotarla de sentido humano. Alguno se acogió a la seriedad del cálculo y nos ofreció tablas de cuántas veces habría de acudir al año, al trimestre y al mes para completar el guarismo vertiginoso (los números son balsámicos porque, por grande que sea una cifra, la razón puede multiplicarla por dos sin el mayor esfuerzo, ¡si incluso los 13.835 millones de años que tiene el universo se pueden triplicar en un segundo!), otros recurrieron a la estrategia (¿y si el poeta, tertuliano, antiguo socialista y actual diputado solo ha ido un puñado de ocasiones a Colliure, pero ha aprovechado, ¡el muy astuto!, para entrar y salir un porrón de veces del cementerio?), hubo quien probó suerte con la paradoja del movimiento (¿y si de alguna manera logró quedarse a pernoctar dentro del camposanto doscientos días seguidos?), y no faltó el típico afrancesando dando la lata con el contexto (¿no será una broma; pese al inquietante: “sin exagerar”?).
Dada la querencia de sus Señorías por emplear sus espacios digitales para el bajo entretenimiento me inclinaría por la última; pero lo interesante del tuit es lo que asoma de impersonal, casi indeliberado. Me explico: aquí subyace la idea de que uno puede conocer mejor la vida y la obra de un poeta acudiendo muchas veces a su tumba que leyéndolo, por la vía abnegada de la devoción.
La idea del acercamiento por devoción (actividad donde la inteligencia juega un papel residual) es clave para entender muchas de las discusiones “políticas” que se ciernen sobre las obras de los escritores; polémicas tantas veces limitadas a una lucha de siglas entre partidos asociados con más o menos hipocresía y cinismo al liberalismo o el socialismo “históricos”, cuando no pegadas a la polémica coyuntural del día. Polémicas donde la lectura casi sería una molestia, cuando de lo que se trata es de rozarse con el figurón.
Se entiende (hasta cierto punto) que un partido de izquierdas pueda reclamar que no se distorsione la figura de Miguel Hernández o de Antonio Machado, que no se les haga pasar por franquistas o cualquier otra afirmación que desmienta su trayectoria pública. Pero poco más. Para una mente perezosa o con prisas, los problemas del presente pueden parecer idénticos a los del pasado, pero basta con mirarlos de cerca para darnos cuenta de que son sensiblemente distintos, y de que el interés y la posibilidad de gestionarlos o de superarlos pasan por acotar las diferencias. Supongo que tiene su valor intuitivo relacionar con el “fascismo histórico” los movimientos autoritarios o racistas actuales, pero las condiciones políticas y económicas de su surgimiento, los objetivos reales, la organización propia y la configuración de sus rivales... son tan distintas, que el recurso al pasado termina por entorpecer la comprensión del presente.
Emplear a los muertos como voces autorizadas sobre conflictos cuyas condiciones se les escapan parece poco práctico
(Por no decir que tanta mirada hacia el pasado encauza hacia soluciones parecidas, y con frecuencia dramáticas, tensiones que no tendrían por qué terminar igual. Me temo que son los pueblos que recuerdan demasiado su pasado los que, además de privarse del descanso, suelen condenarse a repetir sus propias desgracias).
Machado (la persona) nos ofrece un punto de vista desde el que interpretar el pasado, pero da un poco de apuro removerlo como instancia de comprensión del presente, ya no digamos como legitimador de las ideas ahora mismo en liza. No tenemos ni idea de cómo hubiera evolucionado su pensamiento ni qué opinaría con exactitud sobre un mundo que no ha dejado de alterarse. Emplear a los muertos como voces autorizadas sobre conflictos cuyas condiciones se les escapan, en especial cuando se trata de personas que extraen su autoridad precisamente de la sutileza y el cuidado con la que trataron las dificultades cambiantes de su época, parece poco práctico. A menos que no se empleen como instrumentos de comprensión sino como reliquias cuyo resplandor esperamos que brille a nuestro favor gracias a la fuerza abnegada de la devoción.
Si quieren un ejemplo: Carlos Zanón, de mutuo acuerdo con los herederos de Manuel Vázquez Montalbán, ha reactivado la serie de novelas de Carvalho. Los críticos y lectores dirán qué tal rueda la cosa, pero leerle en las entrevistas transfigurado en Madame Blavatsky informándonos sobre lo que MVM opinaría sobre esto o aquello, de lo que nunca tuvo constancia, da bastante apuro. Y aquí va otro: durante las fases más combativas del procés, los internautas empezaron a darse ánimos entresacando citas de poemas (la poesía está tan indefensa como los muertos) escritos en lengua catalana; bastaba con que su contenido estuviese vagamente relacionado con la “libertad”, la “democracia” y la “dignidad” (citas que podían ser empleadas, casi siempre de la misma manera acrítica y rutinaria, por sus rivales “constitucionalistas”, que tampoco se sacan la “libertad” y la “democracia” de la boca); que algunos de estos versos fuesen escritos por mallorquines o valencianos medievales da algo de risa, pero que muchos otros fuesen compuestos en los durísimos tiempos del franquismo, en lugar de esclarecer la naturaleza del procés (un pufo y un engaño colectivo ya reconocido por sus organizadores), alimentaron una distorsión sobre el presente de un infantilismo desgarrador.
(Más ridículo si cabe que muchas de estas discusiones se diriman en términos nacionalistas pues, por muy estupendos que se pongan, ni los poemas de Machado son españoles ni los poemas de Espriu son catalanes).
La poesía, ya sea por sus intuiciones geniales, ya sea por su capacidad de concentración y de sugerencia, ofrece motivos constantes de reflexión, diría incluso que contribuye a conformar la mente (¡diría muchas cosas más pero no viene al caso!)... Pero no podemos pedirle que piense y dispute nuestras batallas por nosotros. Y no se trata solo del contexto, ya no es que “las dos Españas” de Machado no sean estrictamente las nuestras, o que los patriotas del famoso aserto de Samuel Johnson: “El patriotismo es el último refugio de los cobardes” no coincidan con nuestros patriotas... lo verdaderamente penoso es que en lugar de pensar los problemas actuales en nuestros propios términos y luchar por nosotros mismos, arrojemos estos versos y redichos sobre la mesa como aquel devoto del pueblo de mi abuela que pretendía zanjar cualquier discusión teológica (sobre la existencia de Dios, la estructura de las cortes angélicas, las estaciones de dolor, la sustancia de la sangre sagrada o los caminos de la apostasía) arrojando sobre la mesa un portentoso fémur, certificado por carta del Vaticano, que pertenecía al infame Barrabás.
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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