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Morata celebrando su segundo gol a la Real Sociedad.
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En tiempos arcaicos, estoy hablando del siglo III a. de C., Roma y los gladiadores, no había más enmienda que acudir al campo de batalla (coliseo) para lograr ver al héroe en directo, hasta que la literatura narrara la épica de la lucha. Hoy una experiencia análoga sería el fútbol y la crónica de los partidos intentando desarrollar todo su engranaje simbolista: a fin de cuentas, el fútbol consiste en la parodia de un combate de acuerdo a unos patrones reglamentarios, defensa, ataque, contención, estadísticas, estrategias, banderas, himnos, cánticos. Para el aficionado supone un revulsivo a determinadas rutinas, un antídoto contra la burocracia y un acto de fe y pertenencia. Si hablamos del Atlético, solo falta Santa Teresa. Quien a Atleti tiene, nada le falta. Sólo Atleti basta. No tanto un acto de patriotismo, sino un acto de lealtad y corazón. Hoy alegría, mañana lágrimas.
Porque la belleza y la miseria se escriben en el mismo papel, en la crónica de lo que sucedió en el campo el día de la Juventus, cuando Lemar llegó en patinete y se fue en tirolesa, Morata logró su tercer gol absolutamente legal, el primero del VAR, Godín y Giménez jugaron con las entrañas del sentimiento como si fueran charrúas del Paseo de los Melancólicos de toda la vida, o Diego Costa le hizo la competencia al huracán Katrina.
Belleza porque el fútbol es pasión, lo fortuito y sorprendente, eso que deserta de los pronósticos y va por libre en estos tiempos de tiranía del CIS y las bases de datos. Y belleza porque el Atleti está de cine, de neorrealismo. O de poesía italiana. El Atlético vive enamorado de sí mismo, delira, apenas se lamenta, suspira y no habla sino de morir ganando. Ya no despierta con infames resacas en moteles de Albacete o Pamplona. El Atleti tiene mariposas en el estómago. El Atleti es Cyndi Lauper, las chicas y los chicos quieren diversión.
Por ahí viene Joselito con los ojos brillantitos. No, es el Atleti elevándose en un cuelgue épico, que se alza al cielo como una bailarina rusa y aterriza como Spiderman. La puñetera pasión y vivir la vida. Y el primer reto lo tuvo Griezmann hablando con un antiguo amor, Donostia: no eres tú, ni siquiera soy yo, es el Atleti.
Más tarde ,el acto de amor, salvando el saque de honor del gran Jesús Vidal, fue de Jan Oblak blocando una falta de relativo peligro. El primero y segundo tras una internada de la Real por la banda derecha. En el 17 y el 18 el Atleti pudo matar el partido, sacudiéndose la presión alta donostiarram que no rifó un balón, y en el 21 volvió a perdonar la vida el Atleti, como si fuera una novia de Espartaco Santoni disculpándolo todo. La Real tuvo la pelota con la intención de sacarla desde atrás, y entonces Simeone lo vio claro y adelantó varios metros la línea de presión con la intención de causar ansiedades en la vanguardia vasca y posibilitar los movimientos de Morata. El botín del atraco. Y el tesoro, un Koke liberado, fugado y maravilloso jugando al fútbol con la batuta de Pirlo.
Entonces llegó el 30. El córner lo botó Lemar, el alma la puso Godín, y la cabeza, Morata. Golazo del Atleti. Técnica, corazón y eficacia. A continuación, el 32. La falta la lanzó Koke desde la derecha. No fue una pierna, fue un guante. Picó Morata con la cabeza adelantándose a toda la defensa txuri-urdin, como si de todas las reacciones posibles ante los desprecios del VAR la más hábil fuera el silencio. Exhibición del Atlético de Madrid, lección magistral de Morata, descargando, abriendo, luchando, con confianza en la relación. No existió un solo planto estático de Álvaro Morata en el primer tiempo, que pareció estar fabricando una apología del Niño Torres y Kiko Narváez. Arquero indio incluido en el paquete, y Simeone sonriendo con los dientes apretados, sabiendo que jamás una maldición ha matado a una mosca. Por qué razón no se iba a ganar en Anoeta.
En la segunda parte entró Arias por Filipe y Juanfran se fue a la banda izquierda como quien va al chino a comprar una birra, sin complicaciones. Pero ocurrió que el Atlético desatendió por un período su relación amorosa y la portería de Oblak se convirtió en un after de la calle Campoamor a las 10 de la mañana, lleno de pirados y gente muy pasada. Hasta el punto que Lemar (encomiable en muchas fases) perdió un balón y Simeone le echó a gritos del local. Entró Thomas, el dealer, para tranquilizar los ánimos, pero Koke la lió parda pisando a Zaldua y se marchó a casa tras una primera parte soberbia. Verle sonriendo camino de los vestuarios nos recordó a todos la bula con la que juegan algunos en la Liga y la exigencia estúpida que se aplica a los demás.
Luego todo se comienza a ver oscuro, y caen bombas como racimos de uva sobre las inmediaciones de Oblak, esperando la parada sobrenatural y prodigiosa de toda su vida en el Atleti. Fue Merino quien tuvo la suerte de probar el milagro, y fue el Atleti con la esperanza y el amor, un estimulante vital muy superior a la suerte, el equipo que arregló una noche confusa que empezó preciosa. Cuando hay amor, no hay after que valga. El Atleti sigue enamorado, sí, como en aquel mayo de 2014 en Barcelona. Aquí no se tira nada.
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Autor >
Javier Divisa
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