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Radovan Karadzic durante el juicio en La Haya en 2016.
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El 20 de marzo, el Mecanismo Residual del Tribunal de la Haya encargado de resolver los casos pendientes de la antigua Yugoslavia pronunció su sentencia definitiva sobre la causa de Radovan Karadzic. Fundador y primer presidente de la República Srpska –que funcionaba como paraestado serbio durante la guerra de Bosnia– la trayectoria vital de Karadzic ha pasado por avatares de lo más diversos: aldeano en la sierras de Montenegro, psiquiatra sarajevita, poeta aficionado, autor de cuentos infantiles, caudillo de los serbios de Bosnia, fugitivo de la justicia internacional, gurú de las terapias alternativas, reo de crímenes contra la Humanidad y, a partir del miércoles, quizás preso de por vida.
Karadzic nació en el año 1945 en las faldas de los picos abruptos que coronan Montenegro, lugar emblemático del pueblo serbio. Por resistir durante siglos a los acometidas del turco, en el imaginario nacionalista Montenegro era considerada la Esparta serbia, tierra de montañeses homéricos y belicosos en el combate. Para ensalzar las gestas de los paladines nacionales y rememorar la legendaria Batalla de Kosovo, entre los montenegrinos surgió una recia tradición de cantares de gesta, acompañados por el son hipnótico de un instrumento monocorde llamado gusla.
Vuko, el padre de Karadzic, se ganaba la vida como zapatero, aunque en la comarca era conocido como tañedor de gusla y rapsoda de epopeyas. Durante la Segunda Guerra Mundial, los partisanos fusilaron a ocho miembros de su familia y luego arrojaron sus cadáveres a la hendidura de una roca. Es por eso por lo que Vuko se alistó en los chetniks –guerrilleros monárquicos ultranacionalistas serbios– y combatió contra partisanos y ustachas –extremistas croatas y musulmanes– en la región de Bosnia Oriental. Cuando los partisanos comandados por Tito se alzaron con la victoria, en Yugoslavia se implantó un régimen socialista cuyas autoridades arrestaron a Vuko y le condenaron a varios años de cárcel. Aunque su esposa Jovanka era analfabeta, aprendió a leer y escribir sólo para cartearse con Vuko, además de cultivar los sembrados y criar al pequeño Radovan.
Por la ausencia del padre en su primer lustro de vida, Karadzic desarrolló un carácter firme y maduro para sus años, marcado por la curiosidad intelectual y la extraversión seductora. Gracias a las oportunidades de ascender mediante la educación que abundaban en el sistema socialista, se licenció en Psiquiatría por la Universidad de Sarajevo y comenzó a ejercer en la clínica del mayor hospital de la ciudad. Para completar sus ingresos y ampliar su experiencia, trabajó como psicólogo deportivo para el FC Sarajevo y el Estrella Roja de Belgrado, con la tarea de motivar a los futbolistas y ayudarles a afrontar la presión. En las charlas con los integrantes de la escuadra sarajevita, Karadzic les inculcaba la solidaridad como equipo e insistía en que la victoria carecía de sentido si no la conseguían juntos.
En el marco de su bulliciosa actividad intelectual, Karadzic se aficionó al cultivo de la literatura, que germinó en una nutrida obra poética y un libro de cuentos para niños. También emprendió un proyecto de síntesis entre la psicología grupal y los motivos de la poesía popular serbia, si bien esta aspiración jamás terminó de materializarse. De su obra de letraherido diletante, estremece leer el poema Sarajevo, al que con el tiempo Karadzic atribuiría un carácter oracular. En él se augura la destrucción purificadora de la ciudad, consumada por un ejército ortodoxo que la asedia desde los montes:
Oigo los pasos de la devastación.
La ciudad arde como el olíbano en la iglesia.
En el humo veo nuestra conciencia
entre grupos armados, árboles armados.
Todo lo que veo está armado.
Todo es tropa, combate y guerra.
Con la llegada de los vientos democráticos a Yugoslavia, Karadzic se convirtió en líder del partido nacionalista serbobosnio, que obtuvo una mayoría abrumadora entre sus connacionales. Tras su victoria rotunda en las elecciones, los partidos nacionalistas serbio, croata y musulmán formaron una coalición de gobierno para desalojar del poder a las formaciones izquierdistas y multiétnicas. Sin embargo, pronto surgieron entre ellos desavenencias sobre el futuro de Bosnia que terminarían por provocar un conflicto bélico. Enfurecido por la intención de sus socios de independizarse de Yugoslavia, Karadzic les advirtió desde la tribuna del Parlamento: “No os hagáis ilusiones de que no vais a llevar a Bosnia-Herzegovina al infierno y quizás al pueblo musulmán a la desaparición”. El presidente bosnio Alija Izetbegovic, quien le dio la réplica de inmediato, evocaría ese momento con la guerra ya a todo tren: “Sentí como si se acabasen de abrir las puertas del infierno y nos estuviesen tocando las llamas”.
Tras proclamar la independencia de la República Srpska, Karadzic procedió a cercar Sarajevo para bloquear la viabilidad de Bosnia, porque según argumentaba: “No hay que coger a una serpiente por la cola, sino por el cuello”. En el documental Serbian Epics, filmado durante la guerra por Pawel Pawlikowski, Karadzic se regodea en su papel de nacionalista mesiánico: enciende velas a San Miguel Arcángel, recita cantares de gesta acompañándose con la gusla, perora sobre la Batalla de Kosovo y recorre las posiciones de las tropas serbobosnias mientras, al fondo del valle, en la Sarajevo que le acogió, los bombardeos hacen brotar altas columnas de humo. Tomando café con su madre Jovanka, Karadzic pondera la eventualidad de una intervención internacional en Bosnia. Cuando un interlocutor le pregunta qué madre enviaría a su hijo a luchar en los Balcanes, Jovanka corta la conversación con un seco: “A las madres nadie les pregunta” y da un sorbo apresurado a su taza de café.
Junto a las ostentaciones de nacionalismo devoto y medievalizante, Karadzic manifestaba otras apetencias más prosaicas. Los convoyes cargados de mercancías que partían de Pale –capital de la República Srpska– rumbo a Serbia llegaron a inspirar una coplilla sarcástica entre la población local: “Todos los camiones que vienen y van/llevan pintado el corazón de Radovan”. Aunque, de los miembros de la cúpula serbobosnia, Karadzic era de los menos dados al latrocinio, la corrupción rampante generó un motín en la ciudad de Banja Luka, la más populosa de la República Srpska. Parte de la tropa, indignada por bregar en las trincheras mientras los gerifaltes amasaban fortunas, tomó de madrugada la localidad. Impotente a la hora de reconducir la sublevación, Karadzic se vio obligado a pedirle al general Ratko Mladic, con quien tenía una relación tormentosa, que se desplazase hasta Banja Luka para sofocar la cuartelada.
Después de que el Tribunal de La Haya le declarase en busca y captura, Karadzic dimitió de la presidencia de la República Srpska e inició un largo periplo como prófugo de la justicia. Aunque, en los primeros tiempos tras su desaparición, se rumoreaba que su escondrijo eran los monasterios de la Iglesia Ortodoxa Serbia, la policía terminó por arrestarle en un suburbio de Belgrado. En un giro de los acontecimientos que suscitó el estupor general, Karadzic había camuflado su estampa característica –planta espigada, facciones vampirescas y un pelo cano y alborotado que le daba un aire de patricio– bajo la figura de un alter ego: el doctor Dragan Dabic, terapeuta bioenergético de barba tupida, gafas de montura aparatosa y cabello recogido con coleta de samurái. Experto en pseudociencias como la radiestesia, la armonización del aura y el control de la energía cuántica humana, el doctor Dabic –al que los chiquillos del barrio donde residía llamaban Papá Noel– sólo fue desenmascarado con la llegada al poder de un gobierno moderado en Serbia.
Desmejorado y enflaquecido por los años de clandestinidad, Karadzic compareció al fin ante el Tribunal de La Haya en un proceso que se ha alargado durante más de una década. Sintiéndose condenado de antemano por una corte a la que considera una farsa, optó por asumir su propia defensa y se ha dedicado a moldear, de cara a la Historia, su imagen como mártir del pueblo serbio. El veredicto en primera instancia, emitido en marzo de 2016, lo sentenció a 40 años de cárcel por los siguientes delitos, la mayoría violaciones de las leyes y usos de la guerra o bien crímenes contra la Humanidad: genocidio, persecución, exterminio, asesinato, deportación, actos inhumanos, terror, ataques ilícitos a civiles y toma de rehenes. Después de que las dos partes en el juicio interpusiesen recurso de apelación, el miércoles se emitirá la sentencia definitiva.
En la República Srpska que Karadzic fundó, el dictamen se aguarda con escepticismo, puesto que el tribunal está considerado como una representación amañada para demonizar a los serbios. Aunque Karadzic se sienta en el banquillo por sus actos para consolidar la República Srpska, en los Acuerdos de Paz de Dayton se adoptó una solución pragmática encaminada a poner fin al conflicto bélico: transformar el paraestado en una de las dos entidades que componen la estructura federal de Bosnia. Con unas lindes que, en buena parte, coinciden con los frentes al término de la guerra, las consecuencias de la limpieza étnica por la que Karadzic ha sido procesado se dejan sentir en la demografía y, en escenarios de crímenes a gran escala como la comarca de Prijedor o el valle del río Drina, el porcentaje de retornados no serbios resulta marginal. A la espera de la sentencia que se pronuncie en La Haya, la presumible condena a Karadzic sacará de nuevo a la luz la contradicción que arrastra la República Srpska: tan quimérico resulta desligar su nacimiento de las brutalidades cometidas para alcanzar una hegemonía serbia como disociar al padre de la patria del reo por crímenes contra la Humanidad.
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Autor >
Marc Casals
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