OBITUARIO
En el buen sentido de la palabra bueno
Si la figura de Ferlosio, pese a la nobleza de sus objetivos y la limpieza de sus métodos, sigue intimidando quizás se deba a que jamás se comportó como un intelectual amaestrado
Gonzalo Torné 3/04/2019
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91 años de vida dan para mucho y por lo menos para tres carreras literarias. Rafael Sánchez Ferlosio arrancó escribiendo narrativa, después se sumergió en unos larguísimos y autodidactas estudios lingüísticos, para reaparecer años después como un ensayista insólito, singularísimo, no solo en España sino en el paisaje cultural europeo.
Aturde el propósito de acotar una obra tan extensa a unos pocos temas, pero la veda que abre la muerte para convencer a nuevos lectores se cierra enseguida, de manera que aventuro: me parece que el nervio que recorre y anima el último tramo de la obra de Ferlosio (a mi juicio el mejor) pasa por la expresión casi personal de una disconformidad contra la guerra, la violencia y la coacción, incluida una de sus formas más extendidas y toleradas: la competencia, ya sea ejercida contra otros o contra uno mismo.
A la manera de la lucha de Canetti contra la muerte (quizás su único “pariente” en el santoral del ensayo europeo), el prolongado agón de Ferlosio contra la violencia le llevó a pensar en publico cómo desactivarla en frentes muy diversos: las patrias, las memorias históricas, los patrimonios culturales, el colonialismo (imposible olvidar la implacable tensión moral con la que demolió la Conquista de América), el trabajo subrogado al rendimiento, la destrucción de la naturaleza, el deporte como modelo de instrucción, la sentimentalización de la política o la violencia de Estado...
Pese a su fama de gruñón y a que muchos de sus textos aparecieron en tribunas de periódico (un espacio proclive a la puñalada), Sánchez Ferlosio no ejerció de polemista, resulta casi imposible encontrar en sus textos ataques personales (más allá del desprecio de tintes cómicos que sentía por los detentadores fugaces de la autoridad intelectual o del poder político, inolvidable su repelencia hacia Ortega y Gasset o aquel “cara de gatazo castrado” que le dedicó a Felipe González), nunca cruel o cobarde: Ferlosio afrontaba los problemas como un jurista de impersonalidad severa, con el ánimo de esclarecerlos para sus lectores, casi siempre a la sombra de las noticias del día, que le servían como agente provocador y combustible; de manera que cientos de sus páginas lejos de desarrollarse en los cielos abstractos de la especulación se leen como comentarios, escritos en tiempo real, a la actualidad española, europea e internacional de los últimos veinticinco años. Sánchez Ferlosio fue también un productor de pensamiento crítico en directo.
Su ideal fue el ocio y su tótem: el patinaje, un alegre deslizarse sin reglas por el pensamiento. En sus textos casi siempre fue, como aspiraba su maestro Machado, “en el buen sentido de la palabra bueno”. Si la figura de Ferlosio, pese a la nobleza de sus objetivos y la limpieza de sus métodos, sigue intimidando quizás se deba a que jamás se comportó como un intelectual amaestrado, jamás aspiró a congraciarse con el poder ni a escoltarlo, y a que todo lo intentó pensar por sí mismo: fue un espejo de exigencia. Y constituye un reto y una responsabilidad contribuir a que sigamos leyéndolo.
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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