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Un debate, como un viaje en avión, es de las cosas más seguras que hay. Imagino a los respectivos equipos de campaña calmando con este argumento a los candidatos que esperan nerviosos a que la cosa empiece. Está todo calculado al milímetro, les dirán para relajarlos, todo en el aparataje de esta inmensa nave ha sido revisado minuciosamente desde hace semanas para que nada pase aquí hoy. Los asuntos a discutir, los tiempos de intervención, la ubicación en el plató, las veces que el moderador mirará directamente a los ojos de los concursantes, los gramos de maquillaje que le corresponden a cada candidato según la representación parlamentaria o los turnos de réplica, medidos por árbitros de baloncesto. No hay riesgo de caída para quien no quiera caerse, será la arenga final antes de soltarlos a una arena electoral observada por millones. El poco margen que queda para el desastre o la gloria se decide en los microsegundos, cuando los hay, en los que el factor humano aparece traicioneramente para desesperación de los fabricantes de robots candidatos. Esos “pues usted es un Ruiz” o “qué es un bonobús” del humanísimo Rajoy. Anécdotas que no deciden elecciones, pero que deciden estados de ánimo que condicionan el voto.
Cada uno de los cuatro candidatos sabía anoche a lo que iba. Pedro Sánchez tenía como único objetivo salir de aquel plató con el aspecto de presidente del Gobierno intacto y así fue como salió. Cuando tus rivales te venden públicamente como un traidor a la patria, socio de asesinos y mutilador de naciones, que no llamen a la policía al verte aparecer, sino que debatan contigo, ya te hace ganar la batalla. Pablo Iglesias fue al debate a dos cosas. La primera, a dejar claro que ya no es el gritón antisistema que las caricaturas pretenden seguir pintando de él, sino un líder que, si peca de algo, es de darte la turra Constitución en mano. La segunda, a poner en valor el voto a Podemos, clave para quien quiera que el próximo Gobierno esté formado por una coalición de izquierdas. En lo primero se pasó de sobreactuación por exceso de bajo tono. Lo segundo lo logró después de preguntarle tres veces al presidente Pedro Sánchez si pactaría con Ciudadanos llegado el momento. Tres preguntas que no obtuvieron respuesta.
Pablo Casado y Albert Rivera, gemeliers de la derecha, fueron allí a hacer la misma cosa: gritar “fuego, fuego” con un bidón de gasolina mientras se presentan como bomberos. Pablo y Albert, Albert y Pablo, vestidos igual –coincidieron hasta en color de corbata azul seriedad– y con los mismos argumentos con los que atacar a Sánchez, no se pusieron de acuerdo para presentarse en el debate como pareja de hecho. Por tanto, sin los papeles en regla, el juego del Se Rompe España sólo lo podía ganar uno. Y Rivera le ganó a Casado, que gastó los comodines del golpismo, ETA y el comunismo cuando sólo habían pasado 5 minutos desde el arranque. Si el líder del PP se quedó de pie junto a ese atril el resto de la noche fue por el qué dirán. Rivera supo medir mejor los tiempos que le permitieron salir más en la foto de látigo del Gobierno. Anoche el debate lo ganó la robótica y lo perdió Pablo Casado.
Si el discurso final de un minuto consiste en mirar a la gente a la cara, Iglesias goleó. Aparcó el tono sobreactuado para imponer ritmo de normalidad y pedirle a la gente una oportunidad –sólo una, miraba a cámara– después de los errores cometidos y las zancadillas sufridas: si nos dejáis gobernar 4 años y no cumplimos con vosotros, no nos volváis a votar en la vida. Sonó sincero y poco enlatado en el formato. Tanto, que del minuto de oro le sobraron 20 segundos. El resto de candidatos tenía tan medido el tiempo y los gestos que era imposible no despistarse imaginándolos a cada uno de ellos practicando ante un espejo del baño. Si por el lado de la apariencia de sinceridad destacó Iglesias, por el lado contrario lo hizo Albert Rivera: no sabemos si le dedicó el speech a su coach personal de interpretación, pero desde luego, no se lo dedicó al espectador. “¿Escuchan eso? Es el silencio”, decía mientras sonaba de fondo la música del debate que no sonó en el cuarto de baño las trescientas veces anteriores. Lo escucho, es un intento de premio Goya, respondió alguno desde casa.
El debate y todo lo que lo rodea nos deja una reflexión que puede suponer un cambio de escenario importante. Anoche el árbol del conflicto territorial pareció dejar de dar frutos. O los dio menos abundantes. Es imposible saberlo antes de que lleguen las urnas, pero los “golpistas”, “batasunos” y “comunistas” salían de las bocas de Casado y Rivera y por primera vez en muchos meses sabían a poco, como si hubieran perdido sus propiedades de tanto exprimirlos. Como si desde anoche, tras ver a los salvadores de la patria de la derecha y a los antipatriotas de la izquierda en la misma sala, aquello ya no produjese el mismo efecto. O como si, para que lo produjese, necesitásemos ya una dosis mayor de crispación sólo capaz de ofrecerla la boca del ausente Abascal. Lo veremos en el debate del 23 y, sobre todo, el domingo en las urnas, pero si la gasolina del conflicto territorial comienza a prender con mayor dificultad, el cambio de escenario podría ser de los que se llevan a muchos cadáveres políticos por delante.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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