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Comienza la campaña electoral. Decir esto, decir que empieza la etapa en la que los políticos intentan conseguir nuestro voto, es puro formalismo. Una frase hecha. Desde que murió el bipartidismo -que dios lo tenga en su gloria-, España no ha hecho otra cosa que vivir en una continua campaña electoral que funciona como una conga en la que a cada paso se une un nuevo partido. Allá por 2014 se subió a la conga Pablo Iglesias sin que nadie lo hubiera invitado a la fiesta. A su cintura se agarró un tal Albert que, a su vez, al notar unas manos en su espalda (agarrar culturas es de homosexuales), se giró: “Hombre, Santi, tú también por aquí; qué alegría verte, cuánto tiempo sin conocerle absolutamente de nada, señor”.

En esta fase de la campaña que dura desde 2014, todas las cartas están sobre la mesa. Para Podemos, el PSOE y el PP la misma mierda ya no es. Ni mucho menos. Unos, socios a los que vigilar. Otros, enemigos a los que derrotar. Ya nadie juega a las clásicas mentiras, como el centro político. ¿Recuerdan al Aznar previo a la vigorexia asegurar ser el centrista tipo? Hoy, ni a Rivera le sale decirlo con credibilidad. La nueva política ha traído consigo la definición más marcada de izquierda y derecha que yo recuerdo. Estas elecciones van de eso y sólo de eso. 

Cada una de las formaciones de la conga española tiene un potencial de fuerza suficiente como para decantar formaciones de Gobierno hacia uno u otro lado. Durante los próximos días analizaremos aquí los mensajes, las perspectivas electorales y mejores jugadas de los cinco partidos que se repartirán el 90% de los asientos del Congreso. Tal vez para poner fin a una campaña electoral que dura ya 5 años. Un reparto de asientos que, en el momento más polarizado de la historia reciente, decidirá cómo será la España de los próximos tiempos.