Volodimir Zelensky celebra su victoria en las elecciones.
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“No soy tu oponente, soy tu veredicto”. Estas palabras del vencedor de la segunda vuelta de las presidenciales ucranianas, el actor cómico Volodimir Zelensky, describen de manera prístina y sencilla lo que venían anunciando los estudios demoscópicos y que se ha materializado de manera contundente el domingo 21 de abril: un cambio de ciclo político, sostenido sobre el descontento de los ciudadanos ucranianos con su clase política tradicional.
Efectivamente Zelensky, o Ze como se le ha llamado a lo largo de la campaña electoral, representa en su persona la desafección y el hartazgo de una ciudadanía cansada de la ausencia de reformas y cambios estructurales profundos en lo económico, pero también en cuestiones vinculadas a la regeneración democrática y la lucha contra la corrupción. En las encuestas realizadas antes y durante la campaña electoral, estos eran los temas por los que mayor preocupación sentía la sociedad ucrania. Y han votado en consecuencia, dando un 73% de apoyo a este actor originario del este industrial y rusófono del país, además de “recién llegado” a la política. Zelensky es el político judío que ha alcanzado un puesto de más alto rango en la historia reciente de Ucrania.
A pesar de su nula experiencia política, más allá de su participación en una serie titulada El servidor del pueblo, en la que ejercía el papel de presidente, ha sabido ganarse el apoyo de los detractores del sistema de manera abrumadora. Ha sido el único candidato que no ha jugado con el argumento del miedo en la campaña electoral. Al contrario, ha apelado a un optimismo de corte obamiano del “sí se puede”, que ha resultado ganador incontestable. Por el contrario, su rival, el presidente saliente Petro Poroshenko, ha desarrollado una campaña a la contra, apelando a la inexperiencia política de su adversario y a la más que segura manipulación de éste por parte de Putin. Jugar a la contra, una vez más, no asegura la victoria en las urnas.
En todo caso, quizá lo más sorprendente de estas elecciones haya sido la desconfianza con la que se ha tratado a Zelensky, frente al más que cuestionable valor seguro de Petro Poroshenko. Un alto porcentaje de los medios de comunicación europeos denominaban al primero populista y al segundo independiente, argumentos que escapan a cualquier conceptualización politológica, además de indicar claramente una ausencia de neutralidad más que llamativa. Durante años, se ha estado alentando desde los países europeos a líderes políticos ucranianos que defendían una concepción etnonacional de Ucrania, lo que azuzaba el enfrentamiento tanto con la población rusófona del país como con su vecina, la Federación Rusa. Desde el advenimiento de Tymoshenko, por mor de la Revolución Naranja, hasta la victoria electoral de Poroshenko, el nacionalismo ucraniano más esencialista ha sido el protegido de americanos y europeos, en detrimento de las minorías nacionales del país. Las leyes de autonomía religiosa aprobadas en enero de 2019 o la legislación en materia educativa, por la que se restringía el uso de las lenguas minoritarias, no han sido políticas que carecieran de estrategia, sino todo lo contrario.
A partir de aquí, parece evidente que entramos en una nueva fase política en Ucrania, y que esta comienza sobre tres premisas. La primera es que Zelensky ha conseguido poner fin a la división entre el este y el oeste, que le han apoyado de manera unánime en su carrera presidencial, lo que puede favorecer una mejor integración territorial del país. La segunda es el cambio de enfoque en las relaciones con Moscú y la continuidad de las mismas con la UE, lo que sería positivo de cara a la reducción de las tensiones entre la UE y Rusia. Y la tercera: la victoria de Zelensky es la revolución política más real acontecida en Ucrania desde su independencia de la URSS en 1990; ni la denominada Revolución Naranja (2004), ni la Revolución del Maidan (2014) provocaron un terremoto político de igual calado.
Todavía es pronto para determinar cómo reaccionarán los oligarcas y la clase política que han estado en el poder hasta la fecha, aunque todo hace pensar que no se conformarán con esta derrota. Veremos lo que sucede en otoño en las elecciones legislativas a la Rada, dónde quedará más claro un panorama político que puede reforzar más a Zelensky en función de los resultados electorales de su partido Siervo del Pueblo, lo que le podría valer el título del Macrón ucraniano, en función de la fuerza parlamentaria que obtenga. Por el momento, habrá que esperar el devenir de los acontecimientos para ver cuáles son los primeros movimientos que, a buen seguro, aportarán nuevas pistas sobre el panorama político ucraniano.
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Ruth Ferrero-Turrión es profesora de Política Europea y Política Comparada de la UCM.
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Ruth Ferrero-Turrión
es profesora de Ciencia Política e Investigadora Adscrita al ICEI (Instituto Complutense de Estudios Internacionales).
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