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“Nene, al fútbol se viene llorado de casa” le dice un padre, luciendo orgulloso su parpusa, a su hijo que hace pucheros en el andén. Faltan 4 horas para el comienzo de la jornada, estamos en el metro Oporto, Carabanchel, que está celebrando las fiestas del San Isidro. El niño, desobediente, con la camiseta falsa de Falcao, no achanta el mirlo. “Papá, que las chicas del Atleti anoche se quedaron sin doblete y te vi llorar un poco cuando estabas fumando en el balcón, así que yo lloro si quiero”.
–Qué jodío el niño– apostilla una señora.
Pues al fútbol que nos vamos.
Caerá hoy el telón en nuestro estadio. Otro adiós. Tragaremos saliva, salvaremos el pellejo con la excusa del polen, ocultaremos los lagrimones tras las gafas de sol, pero llorar, lloraremos. Porque llevamos los colchoneros tres desgarradoras despedidas seguidas en las últimas temporadas; la insoportable del Vicente Calderón, luego la emocionantísima del niño Torres y ahora la misteriosa de Diego Godín, “Golín” para los amigos.
388 partidos después sale de najas el Faraón, un defensa superlativo, un capitán intachable y un tío que siempre ha demostrado una inteligencia y un temple dentro y fuera de la cancha como pocos futbolistas que uno recuerde. Él marcó en el Camp Nou, y ganamos la liga, y en Lisboa pero también el mejor gol del cojo de la reciente historia contra el Athletic Club este mismo año, por citar solo tres inmarchitables ejemplos. Se da el piro sin que muchos entiendan por qué lo hace cuando la afición, el entrenador y la plantilla al completo desearían lo contrario.
Bueno, unos 25 millones de euros en 3 años en el Milán interista tal vez expliquen en parte esas razones.
Pero la parroquia, que vuelve esta tarde a ocupar casi todas sus localidades, no parece convencida.
Se escucharon gritos en contra de la presidencia, no alcanzamos a precisar en qué minuto del partido porque ayer no se podía ver el tiempo de juego transcurrido en los videomarcadores. De risa. Ya no se anuncian los resultados de otros partidos en los estadios, qué sinsentido, con las ovaciones estruendosas que hemos escuchado en la caldera cuando perdían nuestros rivales más directos, pudiendo ser estos el Burgos F.C. o el Real Murcia. Ni que decir tiene cuando palmaba el Madrí, si aquel milagroso prodigio balompédico se producía. Vaya si temblaban la gradas, con y sin aluminosis.
El caso es que del zarandeo donostiarra al equipo de Zidane se enteraba el personal puntualmente mientras sobre el verde metropolitano, donde previamente se había homenajeado a las campeonas de Liga, se desarrolla un intensísimo partido amistoso. Nuestros muchachos buscan el puntito que nos deje por encima de las huestes de Florentino, a cuyos seguidores podremos seguir preguntando durante unos meses, con musiquilla de verbena, ¿quién manda en la capital?. Enfrente el Sevilla F.C., escuadra con horrible cartel, uno de los equipos que resultan más antipáticos a la colchonería. Viene con la obligación de ganar, se juegan la Champions del año que viene, pero no lo parece. El encuentro resulta aburridísimo aunque Caparrós se coma doce paquetes de chicles de hierbabuena.
Marcó un golito el infatigable Koke, con su desvío y su canesú en la primera parte, empató Sarabia en la segunda con otro gol de rebote, Jan Oblak se hizo otra vez enorme en el descuento siguiendo las buenas costumbres y entonces sí, certificamos la segunda plaza.
Al final protestaron por el tedio los más exquisitos, los sabios veteranos, cargados de razones futbolísticas.
–Aquí hoy se ha venido a cantar –proclama Agustín que ha traído la maleta para salir pitando. –Mañana curro fuera, se explica.
–No curres tanto Agus –le despide Dani el Pesca–, que trabajas más que todos los lectores de La Razón juntos.
Luego llegaron los banderazos y las vueltas al ruedo, las palabras de Koke y de Godín, el traspaso de brazalete, el océano mar de lágrimas. Y el consabido:
Diego Godín
Diego Godín
Diego Godín
Diego Godín.
Renovaremos felices nuestro abono para la temporada que viene. Que será la nuestra, seguro, dan ganas de decirle al pequeño. Pero él sigue comiendo chucherías a dos carrillos, haciendo plástica y azucarada su cosmovisión atlética del mundo entre sus brackets.
O sencillamente comiendo chucherías.
Su padre quiere fumar.
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Luis Mengs
Luis Mengs es realizador. Algunos de sus trabajos se han proyectado en museos como el Thyssen-Bornemisza de Madrid, Bellas Artes de Bilbao, Fundación Telefónica, Reina Sofía, Nagasaki Prefectural Art Museum, Public Library de Nueva York y el Palacio de Carlos V en Granada. Desde 2015 dirige con mano de hierro una empresa de un solo empleado.
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