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Íñigo Errejón.
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Este lunes amanecimos con una encuesta de 40dB. para El País en la que quedaba aparentemente confirmada la tendencia que anunciaban casi todas las encuestas previas: el bloque progresista puede ganar la Comunidad de Madrid y, de hacerlo, será gracias a que Más Madrid, la formación que lidera Íñigo Errejón en la Comunidad, no solo obtendrá por sí misma mejores resultados que Podemos hace cuatro años, y no solo movilizará a parte importante del electorado que venía de votar Podemos y PSOE en anteriores comicios, sino que conseguirá ampliar el espacio electoral progresista con un buen porcentaje de antiguos abstencionistas y otro, menor pero significativo, de votantes extraparlamentarios o, incluso, de algún votante antes atrapado en el coaching neoespañol y desnortado de Ciudadanos.
Quedan todavía varios días de campaña y nada está grabado en piedra, hace falta que todas esas intenciones de voto expresadas en encuestas y balcones se materialicen en papeletas dentro de urnas, queda campaña y queda juego, pero disponemos de indicios sólidos para intuir que aquella apuesta de sumar con Carmena, esa que algunos vieron como una resta o división imperdonable que había que negar o censurar, está no solo sumando, sino multiplicando. Y, por tanto, ampliando el espacio del voto progresista, sumando más electorado y no solo disputándose entre partidos vecinos el existente. Todo indica, pues, que Más Madrid está consiguiendo competir con el resto de actores políticos progresistas de forma (sí, lo diré) virtuosa, ya saben: no atacando al partido con el que luego tienes que pactar gobiernos y presupuestos, ni codiciando su sola porción de tarta electoral, sino compitiendo desde la asunción de la diferencia con el objetivo de ampliar la tarta entera, esto es, la base socio electoral del conjunto progresista. Conviene quizá recordar que venimos de unas elecciones generales en las que la derecha ganó en la Comunidad de Madrid y que todo pintaba reacción en estas autonómicas.
Pero por crucial que sea –¡y será si se confirma!– la derrota del bloque reaccionario en la Comunidad, por sustantivo que sea, además, recuperar una Comunidad en la que solo los mayores de 40 recordamos vagamente otra forma de gobierno, me parece hoy fundamental tener presente que nos jugamos algo todavía más importante en estas elecciones: mantener abierta la posibilidad del cambio político que se iniciara de forma evidente con el 15M o, por el contrario, que la crisis del régimen del 78 quede superada merced a una vuelta a los consensos que lo sostenían. Atendamos si no a los resultados de las elecciones generales del 28 de abril: un PSOE victorioso como fuerza hegemónica de las clases populares y medias que, como en los últimos 40 años, cuenta con una fuerza subalterna a su izquierda (el 14% de Podemos en las generales no da para mucho más que la subalternidad) y que sirve ora de muleta para gobernar (¡de querer asaltar los cielos a codiciar un ministerio!), ora de altavoz de una verdad que no puede conquistar el poder y queda así atrapada en la imposibilidad de la sola denuncia.
Sí, el 28 de abril el electorado paró la posibilidad inminente de la reacción autoritaria, y menos mal que lo hizo. Pero igual conviene no obviar u olvidar que esa victoria tuvo un precio: reactivar y reforzar los dos ejes en crisis que sostienen el régimen del 78; uno a izquierda y derecha, otro entre el centro y la periferia. Esos ejes que definían el lugar posible, e impotente, de las fuerzas políticas emancipadoras o transformadoras en los últimos 40 años de democracia española: a la izquierda del PSOE (como fuerzas siempre subalternas), además de atrapadas y asfixiadas entre el centro nacional y la periferia nacionalista (es decir, sin proyecto posible de país).
La conjunción de la crisis de 2007 y de la grieta política, económica y cultural que se abre en los países del sur, el consiguiente ciclo de protestas que se da cita en torno al 15M y las mareas, la irrupción de ese primer Podemos transversal o nacional popular, todo ello permitió que nos zafáramos de ese doble encierro impotente que siempre nos prometió el régimen del 78: en la esquina izquierda del tablero y atrapados en un lugar imposible entre el centro y la periferia. Más de cinco de millones de votos el 20 de diciembre de 2015 no permitieron ganar, pero mostraron sin duda el camino. La pérdida de ese millón de votos esperados el 26 de junio de 2016 dejaron las cosas en stand by: había juego pero había que saber jugarlo. Los más de dos millones de votos que se pierden el 28 de abril de 2019 son ilustrativos de que no se supo jugar.
Muchas y complejas son las interpretaciones de esa dificultad en jugar una partida decisiva, incluso de si se podía o no ganar; muchos los errores internos y externos, de unos y otros, que no querría pasar por alto o simplificar. Pero creo que a estas alturas de la partida no podemos ignorar la importancia crucial que en esa derrota ha tenido la vuelta traumática y del todo sintomática a las lógicas y las prácticas más clásicas de la izquierda que el 15M y el primer Podemos vinieron precisamente a intentar superar. Esa vuelta a las esencias que ya se operara en la campaña de junio de 2016 a las generales con la llamada a reconstruir el hilo rojo de la historia y, luego de las elecciones, la apelación a esas trincheras que había que cavar siempre más hondo y más hondo, igual hasta desaparecer de la vista pública. La vuelta, también, a la denuncia por la denuncia mientras se volvían del todo excesivas las incoherencias entre el discurso público y la práctica tanto interna (un partido sin diferencia en su seno) como directamente privada…
En fin, toda esta vuelta sintomática al lugar que había reservado el régimen del 78 para las fuerzas emancipadoras se ha materializado en ese meritorio y a la vez impotente 14,4% de Podemos en las generales. Y no, desde ahí no hay cambio político posible, ese resultado es la confirmación misma de la cultura de la transición y del régimen político que veníamos a transformar en 2014.
Contra ese destino trágico había que reaccionar y se ha reaccionado. Con luces y con sombras, con deudas y retos pendientes que estoy lejos de ignorar y de los que habrá oportunamente que hablar, pero se ha reaccionado en el momento necesario, y se ha hecho gracias a una fuerza política que recuerda felizmente a esa primera ola de cambio que nos puso las cosas tan cerca en 2015. Una fuerza política y electoral que saca apoyos, votos, movimiento e ilusión más allá de las culturas políticas militantes, pero también con muchas de ellas dentro. Que lo hace entendiendo que el neoliberalismo ha destruido los lazos sociales y las formas de identidad colectivas hasta tal punto que las apelaciones a la clase o la simbología de las izquierdas forman parte de los sentimientos e idearios de minorías militantes y de grupos sociales fundamentales pero del todo insuficientes para la construcción de mayorías sociales y electorales. Que comprende, también, que esa construcción de mayorías es la unidad a la que la política emancipadora debe aspirar, no la de todas las siglas que ya sienten igual pero no son capaces de movilizar más que a los ya movilizados. Que intuye que la verdad en política tiene poco que ver con darse la razón sino con que te la den mayorías populares amplias, que tener razón en política es conquistar espacios de poder institucionales y sociales. Que considera a los medios de comunicación tan ajenos o enemigos de su discurso como instrumentos decisivos que hay que saber utilizar desde estrategias de visibilidad política siempre imprescindibles. Que entiende que uno se presenta a las campañas electorales para intentar ganarlas, no por dignidad (y que si no se van a poder ganar, o al menos rentabilizar con los porcentajes mínimos exigidos para obtener representación, igual es más digno hacer política desde otros frentes, absolutamente necesarios). Que, en fin, este domingo podemos revalidar el Ayuntamiento de Madrid y sacar un resultado en la Comunidad que mantenga abierto el espacio del cambio político, vale decir, que no se conforma con el lugar subalterno e impotente que la cultura política de la transición ha reservado para las izquierdas transformadoras en este país.
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Autor >
Jorge Lago
Editor y miembro de Más Madrid.
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