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Hace 4 años mi trabajo me proporcionó una de las esporádicas alegrías que da mi trabajo. Asistir a algo no previsto y, sin embargo, hermoso. Estaba cubriendo la noche electoral de las elecciones municipales en la sede de CDC, o como se llamara entonces. Los resultados iban llegando inapelables y con precisión, como la lluvia. En eso llegó un cuadro medio y empezó a hablar con una cuadra media que tenía a mi vera. “¿Com anem?”, preguntó. “Fatal, ha votat tota la xarnegada”, fue la respuesta. Y me temo que ese fue el mejor análisis electoral de la noche.
En efecto, votó y ganó la xarnegada. Personas que, usualmente, y con toda la razón del mundo, no votan. No votan porque no juegan en la misma liga en la que se vota. Jugar en esa liga te obliga a leer determinada prensa, o a ver determinados canales. Y hablar de lo que ves y lees como si fuera la realidad. No están dentro de la realidad, están en un afuera, con otras reglas. Todo es diferente y todo tiene otras reglas en ese país del que no se habla. No salen en la tele llorando porque no les compraron un poni de pequeños con muchos lacitos. La precariedad lo impregna todo en ese mundo, hasta hacer diferente incluso el amor. No hay igualdad, por lo que la construyes en casa. En ocasiones, en torno de una mesa o en el dormitorio, riéndote de las heridas. Como marines divertidos y de colores, no dejan nadie atrás, porque varios días a la semana tú eres ese alguien. Carecen de bandera, salvo, en ocasiones, la del Barça –el IRA desarmado de Cat, que decía MVM–, y el delantal de mamá, sucio de cosas cutres y buenas. No tener bandera ya te explica que son medio tontos. Tanto que no sabrían que hacer si entraran en una institución. Si entraran en una institución harían chorradas, como devolver el sobre con pasta que te ponen en la mesa, cuando vas a una reunión de un patronato municipal. Harían estupideces, como una funeraria municipal, que evitara que la muerte de los tuyos supusiera tu muerte. O un dentista municipal –la pobreza empieza por el cabello, cuando no puedes ir a la pelu, pero sigue directa hasta los dientes, donde se queda–. Harían una ley que obligara a edificar vivienda pública. Comprarían varios edificios con vecinos dentro, como tú, a los que el propietario del edificio daba para el pelo. Pugnarían contra los apartamentos turísticos, que tanta riqueza dan a la ciudad, y que tienen tan pocas cosas malas, como el aumento desmesurado de los alquileres y el exilio de los habitantes de la ciudad. Presionarían por utopías idiotas que sólo existen en Francia, UK, Alemania, Holanda... Europa, como regular el precio de los alquileres. Harían una pelea judicial desmesurada, de tontos, contra la multinacional propietaria del agua de todos. La ganarían y, en el trance, descubrirían que los anteriores ayuntamientos eran aún más tontos que ellos, pues de hecho no habían firmado ningún documento que estableciera que habían vendido el agua por cuatro euros, por lo que era muy fácil volver a recuperar ese bien común.
Hace cuatro años que los tontos llegamos al Ajuntament. Los que ocuparon cargos descubrieron el tempo institucional –los problemas, en una institución se solucionan de forma mucho más lenta y aburrida que en la cocina o el dormitorio–, descubrieron la política –esa cosa que pasa en la tele; generalmente, son palabras; mágicas; si no las dices, los listos te pegan hasta en los párpados–, descubrieron que es difícil gestionar una huelga de otros tontos, como tú. No obstante, como tonto que soy, creo que siguen siendo tontos. Huelo, en fin, a los tontos. Y creo pueden serlo aún más, ahora que saben, tras cuatro años entre listos, que nuestro único valor es que somos tontos, que no somos una mercancía, que somos frágiles, que solo vivimos una vez. Y que la vida es lo único que tenemos. Todo eso, que igual es la xarnegada aludida por la comentarista política aquella en aquella noche electoral, es lo que ganó aquella noche. Siguió ganando, cada noche, en los siguientes cuatro años. Debe de ganar el domingo, o volveremos a tener nada, salvo la risa de nuestra cocina y dormitorio. Sí, no está mal. Pero queremos más. Mi voto será para Ada y todos esos tontos del bote con los que te cruzas por la calle, y que no entendemos la brutalidad del capitalismo. Nos reconocemos por esa sonrisa llena de dientes que tenemos los tontos.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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