LECTURA
Mujer y locura
Fragmento del clásico de los 70 recientemente publicado con ese título en Editorial Continta Me Tienes
Phyllis Chesler 5/06/2019
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¿Qué han pensado y qué han sentido los psicólogos y psiquiatras estadounidenses contemporáneos acerca del feminismo? ¿Cuál ha sido su comportamiento con respecto a él, como ideología, como movimiento y como algo que ha ejercido una influencia en las mujeres que son sus pacientes? En público, su comportamiento ha sido idéntico al de cualquier otro colectivo: risas nerviosas, confusión deliberada, sutileza, crueldad maliciosa, solidaridad mal entendida, aburrimiento, hostilidad, condescendencia y capitalismo comercial y académico.
En 1969, algunas de nosotras constituimos la Association for Women in Psychology. En 1970, tomé la palabra en un multitudinario congreso de la Asociación Estadounidense de Psicología. Exigí indemnizaciones simbólicas para las pacientes psiquiátricas (para tasas judiciales, educación, vivienda, etc.). La cantidad de dinero exigida equivalía al dinero que las psicólogas habían abonado en cuotas de asociadas durante un periodo de cinco años, un dinero que nunca se destinó a mejorar la estabilidad laboral ni a crear oportunidades de ascenso para esas profesionales relativamente privilegiadas. Mi demanda fue recibida con una carcajada sonora y hostil, a la que siguió después la diplomacia hostil del “procedimentalismo” burocrático. Huelga decir que nunca recibimos ningún dinero para tal fin, pero la mayoría de las mujeres que participaron en esa demanda fueron ponentes invitadas en la convención de 1971.
Algunos especialistas han mostrado un interés, una comprensión y un apoyo genuinos y una minoría se ha unido al movimiento de las mujeres. Varias revistas profesionales han dedicado “números especiales” a las mujeres, como si se tratase de un exótico grupo de mayorías-minorías recientemente descubierto. The Radial Therapist, una publicación colectiva “clandestina”, ha incluido artículos sobre las mujeres y el sexismo en todos sus números. Por otra parte, colectivos de mujeres psicólogas, terapeutas y pacientes o usuarias han creado listados de referencia de terapeutas feministas. Sin embargo, hasta el momento, nadie ha presentado aún una nueva teoría de la personalidad humana basada en las ideologías feministas, como tampoco ha psicoanalizado nadie al feminismo.
Muchos psicólogos varones que muestran verbalmente cierta “solidaridad” con el feminismo siguen llamando “chicas” a sus pacientes de mediana edad, siguen describiéndolas según lo “atractivas” que sean y, por supuesto, siguen manteniendo relaciones de dependencia no recíproca con sus esposas o novias. Muchos simpatizan con el feminismo porque sienten “atracción” sexual por las feministas, ya que las consideran más “interesantes” que sus mujeres.
La mayoría de los psiquiatras niegan en público que existan trabajos forzados por género en los hospitales estatales o comarcales, minimizan el efecto que tienen los “experimentos” médicos y psicológicos en sus pacientes, cuentan “chistes verdes” en las reuniones de personal y se burlan de las reivindicaciones feministas. Están más dispuestos a compadecerse de las mujeres que a respetarlas y se sienten más cómodos con mujeres infelices que con mujeres enfadadas.
La mayoría de los especialistas, de ambos sexos, están dominados emocional y económicamente por el romance de la familia burguesa. Son pocos los especialistas de mediana edad, de cualquiera de los dos sexos, que tienen conciencia de clase. En un reciente encuentro profesional, una especialista, en una descripción nostálgica de la Viena anterior a la Segunda Guerra Mundial, evocó lo “verdaderamente liberadas” que estaban todas las mujeres vienesas. Yo le pregunté si las mujeres pobres y analfabetas de Viena también lo estaban (personalmente, no definiría como “liberadas” a las Hijas Responsables de Freud, sino como “privilegiadas”). Me respondió que, en realidad, no lo había pensado “desde ese punto de vista”. Aparentemente, los especialistas sienten aversión y pena por la paranoia y la indignación de las feministas: furtivamente, en confianza, quieren saber por qué les “enerva” tanto que los “pobres” de Tom, Dick o Harry las encuentren sexualmente atractivas… ¿Por qué les causa semejante enfado el acoso verbal callejero? (Las clases más bajas siempre han sido escandalosas, de una manera excitante, así que, pensemos en ello… en cualquier caso, si los pobres se desmadran demasiado, la policía siempre podrá controlarlos). ¿Acaso estas mujeres que de repente alzan la voz no invitan “sin querer” al acoso o a la violación? ¿Y acaso, “sin querer”, no lo disfrutan? Es más, ¿la clave de la liberación de la mujer no es también la liberación de los hombres y no, Dios no lo quiera, el poder de las mujeres? ¿No es el capitalismo el verdadero enemigo? ¿Y no provoca el feminismo divisiones y/o es la “rabieta” de las mujeres mimadas blancas de clase media? Con respecto a esta cuestión, mi sensación es la siguiente: en primer lugar, que se suele formular la pregunta sin información, sin rigor y sin respeto; en segundo lugar, que el sexismo es anterior al capitalismo y al colonialismo y es posible que haya conducido a estos; y en tercer lugar, que el menosprecio y la tergiversación son formas de violencia que se deben evitar en la medida de lo posible, especialmente por parte de los sanadores y padres seglares.
La mayoría de los especialistas contemporáneos sienten tanta confusión y hostilidad hacia el feminismo como la mayoría de la gente, y me refiero exclusivamente a los especialistas que muestran el interés suficiente como para asistir a debates sobre psicología femenina y feminismo o para hacer publicaciones sobre la materia. Durante los primeros años de la década de 1970, la mayoría de las especialistas emitían apasionados discursos sobre lo necesario y lo deseable que era combinar la maternidad y la carrera profesional y lo hacían incluso si el tema específico a debate era otro. Sus colegas varones normalmente guardaban un prudente silencio durante estas afectadas trifulcas de sábado noche. Las profesionales insistían primero en que no tenían ningún interés político particular y, a continuación, pasaban a presentar sin dilación sus credenciales políticas: la existencia de dos o tres hijos propios. Consideraría aceptables dichas demostraciones si viviéramos en una cultura dominada por las mujeres o en una cultura que no “recompensara” sospechosamente a las mujeres por dedicarse a la crianza más que por otro tipo de actividades.
Después de defender la fe en la maternidad, las especialistas de la convención solían tomar aliento y se metían de lleno en una diatriba contra “las madres terribles y dañinas” que habían tenido sus pacientes, ¡las mismas “madres” a las cuales las feministas parecen intentar liberar del anzuelo de la responsabilidad maternal! Normalmente, terminaban sus discursos con una descripción de sus pacientes varones con tono piadoso, para beneplácito de sus colegas del sexo opuesto que, a cambio, no las echarían de sus puestos de trabajo ni las excluirían de sus redes de comunicación. No había ninguna necesidad: esas mujeres eran maternales y femeninas, no misándricas iracundas como “las otras”.
Las especialistas muestran, por lo general, la misma ambivalencia con respecto a las mujeres que las demás. El precio particularmente doloroso que han tenido que pagar incluso por alcanzar un “éxito” limitado fuera del hogar no les va a permitir concebir fácilmente definiciones radicales del yo. Una académica de éxito me dijo, sotto voce: “Claro que condiciona, Phyllis, pero el condicionamiento funciona, y después de uno tan brutal, la mayoría de las mujeres están en una situación horrible. ¿Tú querrías trabajar con ellas? Te deseo suerte en el intento, pero yo, sencillamente, no puedo”.
En los encuentros profesionales, algunos especialistas han llegado a dirigirse a las participantes feministas a gritos, a menudo de manera histérica y cruel. Las han llamado de todo, desde neuróticas y delincuentes hasta egoístas. Con frecuencia, quieren que las feministas presentes hablen más acerca del daño que el sexismo ha producido a los hombres que del daño que ha hecho a las mujeres. En una de estas reuniones le pregunté a un psicólogo negro si él creía que un encuentro sobre el poder, la igualdad y la autodeterminación de los negros debía detenerse mucho, con gran solidaridad y sobreprotección, en cómo ha perjudicado el racismo a los racistas blancos. Se echó a reír.
Lo que intento decir es que hasta los profesionales varones más solidarios tienen comportamientos patriarcales.
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