“Ella es Valter”: la mitología antifascista de Sarajevo
Vladimir Peric, alias Valter, comandante partisano en la Segunda Guerra Mundial, dio la vida por liberar Sarajevo de la ocupación nazi e inspiró la película extranjera más vista en China
Marc Casals 5/06/2019
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En los briosos conciertos de Dubioza Kolektiv, el grupo reivindicativo más popular de Bosnia, uno de los estribillos más coreados lanza una amenaza grosera: “Volverá Valter y se follará a vuestras madres”. El exabrupto va dirigido a la clase política bosnia y, más en concreto, a los partidos nacionalistas que tienen sumido al país en un lodazal de corrupción. En su llamamiento a enfrentarse al poder, Dubioza Kolektiv ni siquiera necesitan aclarar quién es ese Valter, ya que se trata de un personaje tan conocido que el 6 de abril se inauguró en Sarajevo un museo dedicado a su figura. Vladimir Peric, alias Valter, se ha convertido en el símbolo de la tradición antifascista en la ciudad: comandante partisano en la Segunda Guerra Mundial, dio la vida por liberar Sarajevo de la ocupación nazi e inspiró la película extranjera más vista en China tras la muerte de Mao Zedong. Para la menguante izquierda local, la sola mención de Valter evoca no sólo un pasado heroico, sino también una Sarajevo que desde hace años sufre un decaimiento paulatino.
En la Sarajevo ocupada por la Alemania nazi y administrada por los colaboracionistas croatas denominados “ustachas”, pronto resonaron los ecos de la insurrección partisana encabezada por Tito. La población sobre todo serbia y judía, que estaba pereciendo víctima de las tropelías ustachas o siendo deportada a campos de concentración, se echó al monte rifle en mano para liberar Yugoslavia. Además de los guerrilleros emboscados en las colinas, en Sarajevo el movimiento partisano contaba con una red clandestina que abastecía a los insurrectos, interceptaba las comunicaciones del ocupante, espiaba sus desplazamientos de tropas e imprimía pasquines subversivos. Tras una redada de la policía ustacha y la Gestapo, Valter, antiguo empleado de banca, quedó como líder de la resistencia en la ciudad.
Cuando los partisanos se lanzaron a la conquista de Sarajevo, apenas hallaron una endeble oposición alemana gracias a la red de espionaje urdida por Valter: un agente infiltrado robó de la caja fuerte del alto mando nazi el plan de defensa de la ciudad, tras lo cual las tropas de la Wehrmacht emprendieron la retirada. Para facilitar la liberación de Sarajevo por los partisanos, Valter había movilizado hasta a 1.500 resistentes encargados de atajar las represalias nazis contra la población civil y prevenir los sabotajes de infraestructuras. Pese a cumplir la misión que se le había encomendado, Valter pereció por el estallido de un mortero durante las últimas escaramuzas, apenas horas antes de que sus camaradas de lucha consumasen la liberación de la ciudad. En el lugar donde murió, aún hoy se alza un busto en su memoria sobre una columna de mármol veteado con la inscripción “Héroe del Pueblo”.
Como ocurrió en el resto de Yugoslavia, los sarajevitas reaccionaron de formas diversas ante la ocupación: algunos se alistaron en el movimiento partisano, otros optaron por el colaboracionismo ustacha y unos terceros intentaron ayudar a sus conciudadanos serbios y judíos, si bien el grueso de la población se centró en salvar el pellejo. Tras un conflicto que en Yugoslavia había tenido visos de guerra civil –con milicias ultranacionalistas perpetrando masacres atroces– en paralelo a la instauración del socialismo era necesario restañar la convivencia. Dado que Sarajevo era particularmente volátil por su complejidad nacional y religiosa, en la reescritura de la Historia para forjar un relato unificador se adoptó como protagonista a la figura de Valter, ensalzada por la propaganda oficial como símbolo del antifascismo.
Uno de los medios de los que el régimen yugoslavo se valió para mitificar la lucha contra el invasor fue el cine, que el comunismo venía empleando desde Lenin por su inmediatez y difusión masiva. Dentro del género de superproducciones partisanas que el Estado financiaba con prodigalidad, se rodó la película Valter defiende Sarajevo, inspirada en el mártir de la resistencia clandestina. Su director, Hajrudin Krvavac, había ejercido como correo partisano a las órdenes de Valter en su juventud: en su misión más notoria, pasó una noche pegando carteles por toda Sarajevo para que la ciudad amaneciese empapelada con el semblante de Tito. La película, en la que la audacia de Valter frustra una y otra vez los planes nazis, concluye con una secuencia que forma parte de la leyenda sarajevita. Tras el fracaso a la hora de capturar al escurridizo insurgente, dos oficiales nazis contemplan desde lo alto la extensión de Sarajevo y uno de ellos enuncia la moraleja final: “¿Ves esa ciudad? Ella es Valter”.
La película alcanzó un gran éxito en la Yugoslavia de la época e incluso permeó la cultura popular. Por la mortandad inverosímil que Valter causaba entre los nazis, empezó a circular un chascarrillo según el cual, antes de suicidarse en su búnker de Berlín, Hitler habría dado a sus subordinados una última orden: “¡Matad a Bata Zivojinovic!”, el actor protagonista de la película. Sin embargo, el mayor triunfo de Valter defiende Sarajevo tuvo lugar en la remota China, que iniciaba un periodo de apertura tras la muerte de Mao Zedong y la caída de la Banda de los Cuatro. En contraste con el cine nacional de la época, Valter defiende Sarajevo no se centraba tanto en el dogma propagandístico como en la intriga sobre si los resistentes llegarían a cumplir su misión, por lo cual despertó una auténtica fiebre entre el público: en la China que dejaba atrás la Revolución Cultural, Valter se convirtió en un ídolo de masas y la película fue vista por más de 300 millones de espectadores sólo en su primer año de exhibición.
El éxito arrollador de Valter defiende Sarajevo consolidó el mito de la ciudad como meca antifascista, el cual resurgió en la aciaga década de los 90. El mismo día en que Bosnia votaba en un referéndum de independencia, el asesinato del padre de la novia en una boda serbia fue aprovechado por los paramilitares controlados por Radovan Karadzic como pretexto para erigir barricadas en las calles. De forma espontánea, los sarajevitas de mentalidad progresista se dirigieron hacia ellas portando velas encendidas mientras coreaban lemas y canciones por la paz. Fue el inicio del denominado Movimiento Valter, que durante un mes entero se manifestó por la ciudad en protesta contra la escalada nacionalista. Sin embargo, esta resurrección del espíritu de Valter resultó efímera: cuando los manifestantes se dirigieron al hotel Holiday Inn, cuartel general de Karadzic, la escolta del líder serbobosnio les tiroteó desde las últimas plantas y causó la muerte de seis personas. Como por un sarcasmo del destino, la matanza se produjo a un centenar de metros del lugar donde cayó Valter y justo en el 47º aniversario de su fallecimiento.
Tras esta segunda muerte de Valter, el liderazgo de la causa bosnia quedó monopolizado por el presidente del país, Alija Izetbegovic, quien provenía de una tradición diametralmente opuesta la izquierdista. Encarcelado en dos ocasiones por actividades subversivas ligadas al radicalismo islámico, Izetbegovic era un conservador nacional-religioso que mantenía una ambigüedad calculada respecto a la idea de una Bosnia multiétnica y secular. Bajo su caudillaje, la formación nacionalista bosniaco-musulmana Partido de Acción Democrática (SDA) fue acaparando el poder en Sarajevo, mientras muchos de sus cargos amasaban fortunas gracias al contrabando durante el sitio. Desde entonces, el SDA ha ido extendiendo sus redes clientelares hasta despojar a la tradición antifascista simbolizada por Valter de su hegemonía política y cultural. La única ventana abierta en la última década que permitía atisbar una transformación drástica en Sarajevo –unas protestas que estallaron en 2014 y en las que los manifestantes prendieron fuego al edificio del cantón local– se cerró en apenas cuestión de meses, entre asambleas populares tan vocingleras como improductivas.
Aunque Sarajevo es una ciudad propensa a la automitificación, su leyenda como trasunto de Valter se encuentra en franco retroceso y ha quedado como un hito nostálgico para la izquierda urbanita. En el museo que abrió sus puertas el pasado 6 de abril, coincidiendo con el aniversario de la muerte de Valter, se reproducen los escenarios de la película que le inmortalizó, entre figuras de cera de los protagonistas y del director Hajrudin Krvavac con la cámara original del rodaje. Sin embargo, una vez apaciguado el cacareo mediático de la inauguración, hasta la fecha la afluencia resulta más bien escasa, a la espera de si en verano acude el turismo internacional, sobre todo procedente de China. Pese a las bravatas con las madres de la clase política que profiere el grupo Dubioza Kolektiv, el mito de Valter, antes la gloria de la ciudad, representa una Sarajevo idealizada y en vías de extinguirse, la lumbre de un fuego fatuo cada vez más mortecino.
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Marc Casals
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