ANÁLISIS
Ser alma o capital
Barcelona ha elegido, por la mínima eso sí, ser capital de la república de los lazos amarillos. No habrá en el futuro próximo ni Bernie Sanders, ni Noam Chomsky, ni Dilma Rousseff, ni Naomi Klein...
Steven Forti 27/05/2019
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Juan García Oliver, fundador de Los Solidarios con Buenaventura Durruti y posteriormente ministro de Justicia de la República durante la Guerra Civil, dejó escrito por algún lado que Barcelona pudo elegir ser el alma del mundo o la capital de Cataluña y decidió ser lo segundo. García Oliver, como todo buen revolucionario libertario, era un romántico y lo dijo con bellas palabras, pero lo que quiso transmitirnos era que cuando todo parecía posible, la Ciudad Condal acabó mirándose al ombligo. O algo por el estilo. La historia no se repite, pero rima, dijo una vez Mark Twain. Y eso mismo, efectivamente, es lo que pasó este 26-M. Barcelona podía elegir ser –o mejor dicho, seguir siendo– un experimento de municipalismo democrático alabado en todo el mundo o la capital de una República imaginaria. Y escogió lo segundo. Las banderas han ganado una vez más. Y eso tendrá consecuencias. Sobre Barcelona y más allá.
Que la batalla por Barcelona iba a ser crucial y, sobre todo, muy reñida se venía diciendo. Todos afilaban los cuchillos hace tiempo. Los sondeos, además, lo venían confirmando en las últimas semanas: dependería de un puñado de votos. Así fue. Jamás la distancia había sido tan reducida entre el primer partido y el segundo. En 2015 Ada Colau ganó a Xavier Trias por unas 17.000 papeletas. Este 26-M Ernest Maragall ha ganado las elecciones en la Ciudad Condal por tan sólo 4.774 votos. Con el 21,3% y 10 concejales (en 2015 obtuvo 5 y el 11%) ERC adelanta por los pelos a Barcelona en Comú que se queda con el 20,7% y el mismo número de concejales (en 2015 obtuvo 11 y el 25,2%). Se trata de una victoria histórica para Esquerra –la última vez que gobernó Barcelona fue durante la Guerra Civil– y, obviamente, para el independentismo, que jamás se había impuesto en la plaça de Sant Jaume. Ahora bien, las formaciones independentistas no han mejorado sus resultados en Barcelona respecto a hace cuatro años. Al contrario: pasan de 18 a 15 concejales (la CUP se queda fuera al no llegar al 5%, así como Barcelona és Capital, la lista apoyada por la ANC y liderada por Jordi Graupera) y del 41,15% al 39,5% de los votos. Es decir, un partido independentista se convierte en primera fuerza y, casi seguramente, se hará con la alcaldía, pero los independentistas se quedan lejos de la mayoría.
En el nuevo consistorio entran con fuerza también los socialistas (18,4% y 8 concejales: en 2015 tenían 4 y el 9,6%), mientras que el exprimer ministro francés Manuel Valls, apoyado por Ciudadanos, pincha (13,2% y 6 concejales), y suma sólo un concejal y 22.000 votos más a los obtenidos por el partido naranja hace cuatro años. La de la post-Convergència, en cambio, es una debacle en toda regla. Aunque presentaba como cabeza de lista a Joaquim Forn, en prisión provisional en Soto del Real, para agarrar votos, de ganar en 2011 ha pasado en tan sólo ocho años a ser la quinta fuerza (10,5% y 5 concejales); por el camino ha perdido a la mitad de los votantes. Finalmente, el PP se salva de la desaparición gracias a 50 votos –sí, 50 papeletas, tal y como lo oyen– que le permiten entrar con el 5% y 2 concejales, entre ellos el estrafalario cabeza de lista, Josep Bou, que seguirá regalándonos algún que otro titular. Vox, en cambio, se queda fuera, con tan sólo el 1,1%.
El procés, trituradora de las izquierdas no nacionalistas
¿Cómo se explican estos resultados? Por un lado, la participación ha aumentado, del 60,6% al 66,2% siguiendo, en cierta manera, la estela de las generales del 28-A. A pesar del intenso ciclo electoral, la gente no se cansa de votar. Al contrario. Y esto, aquí y ahora, ha favorecido a ERC, una marca al alza en los últimos tiempos. Por otro lado, la campaña, y también los cuatro años de gobierno de BComú, han estado marcados por un “todos contra Colau”, vista desde el primer hasta el último día como una intrusa en las salas de mando de la Ciudad Condal. Esto ha desgastado a los Comuns, así como lo de gobernar en minoría en un contexto extremadamente difícil. Los medios de comunicación han hecho el resto, con una campaña de prensa muchas veces esperpéntica: que si los manteros, que si la seguridad, que si el procés, que si las supermanzanas. Y así, días tras días, ad eternum. Dicho lo cual, la resiliencia de BComú ha sido notable, en comparación con otras confluencias municipalistas en el Estado o con el mismo Podemos: ha ganado en seis de los diez distritos de Barcelona, consiguiendo 156.000 votos, unos 20.000 menos que en 2015. A Ada Colau hay quien la odia, sí, pero también, y no son pocos, los que la ama: la prueba la hemos tenido una vez más durante la campaña electoral –realmente espectacular– por parte de BComú con un acto central en Plaça Catalunya que reunió unas 3.000 personas y contó con la participación de Nacho Vegas, Maria Arnal, BobPop, El Niño de la Hipoteca, Viky Peña o el fantástico Cor Rebel de Barcelona. O véase cómo la gente ha acogido a la alcaldessa la noche electoral. Pelos de punta.
Pero nada ha desgastado tanto como el procés: la polarización ha penalizado a los Comuns, que han intentado preservar un espacio transversal y defender el diálogo en Cataluña. Entre los que ponen lazos y los que los quitan, se convirtió en una misión casi imposible. Además, la campaña electoral que el TS le ha hecho a ERC ha sido un regalo, con la guinda final de la imagen de Junqueras llevado en furgoneta policial hasta el Congreso y la suspensión 48 horas antes del voto de los cuatro diputados independentistas presos. Hay que añadir un último elemento: el efecto Pedro Sánchez que le ha permitido al PSC resurgir de sus cenizas y a Collboni recuperar la friolera de 70.000 votos. No es moco de pavo. Sobre todo si los ha recuperado en barrios que en 2015 habían votado en masa a Colau. Un ejemplo: en el distrito de Nou Barris, donde las desigualdades son las mayores de Barcelona, BComú ha bajado del 33,6% al 22,9%, mientras que el PSC ha subido del 16,2% al 28%. Esos 7.200 votos perdidos por el camino por Colau en Nou Barris han pesado mucho. Se dirá: si Colau no hubiese roto el pacto de gobierno con el PSC tras octubre de 2017 y hubiese sido más dura con el independentismo, en Nou Barris BComú seguiría siendo el primer partido. Posiblemente. Sin embargo, podría ser que en ese supuesto Colau hubiera perdido otros tantos votos en otros barrios a favor de ERC. El procés es la trituradora de las izquierdas no nacionalistas y de quien intenta anteponer lo social a lo nacional. Sumen todo esto y, en gran medida, tendrán la explicación de por qué Ada Colau no ha ganado las elecciones.
Capital de la República, así dicen
¿Y Esquerra? Desde hace años, la estrategia de Oriol Junqueras es la de penetrar y asentarse en la Gran Barcelona, territorio comanche desde la noche de los tiempos para los partidos nacionalistas/independentistas. Poner a Gabriel Rufián en el Congreso era parte de esa estrategia: el orgullo de ser charnego e indepe. Gracias al cortoplacismo del Gobierno de Rajoy la jugada le ha salido bien, al menos parcialmente. Y la victoria en Barcelona es un claro ejemplo de ello. Así como el buen resultado en los municipios del área metropolitana (Santa Coloma de Gramenet, L’Hospitalet de Llobregat, Cornellá…), en los que ERC se convierte en el segundo o en el peor de los casos el tercer partido, aunque el PSC arrasa casi como antaño y consigue algunas mayorías absolutas. Junqueras quiere que Esquerra sea la nueva Convergència: un partido transversal, pero que cuente con un caladero de voto también donde Pujol no se atrevía a pasear.
Lo de Maragall le vino como miel sobre hojuelas. Un exsocialista, y para más inri el hermano de Pasqual, pasando armas y bagajes a ERC tras el inicio del procés, como candidato para Barcelona. El apellido cuenta. Siempre. Aún más si este apellido es Maragall. Con Alfred Bosch, líder del partido en la Ciudad Condal hasta el pasado otoño, Esquerra difícilmente habría ganado. Júntense a todo esto, el haber construido una lista-popurrí con un poco de esto y un poco de lo otro, y como número dos la tránsfuga Elisenda Alamany que hasta hace seis meses era diputada autonómica con los Comuns y defendía a Colau como la mejor alcaldesa del mundo. Por lo demás, ha habido poca cosa: ningún proyecto de ciudad, más allá de copiar algunas cosas ya propuestas por BComú, criticada aunque se defendiese lo mismo (véase el tranvía por la Diagonal). Y eso sí, dosis abultadas de retórica indepe: Barcelona será la capital de la República, Llibertat Presos Polítics, fem República, etc. Significantes vacíos, como decía Laclau, útiles solo para una política hecha de victimismo y emociones baratas. En este contexto, esto le fue suficiente al partido de Junqueras para hacerse con la joya de la corona.
¿Y ahora qué?
Hay dos “ahora qué” sobre los cuales reflexionar. Y están entrelazados. El primero, y más urgente, es quién gobernará Barcelona. Casi todos dan por descontado que Maragall será el próximo alcalde, aunque hay quien no descarta un pacto entre Colau y Collboni con el apoyo o abstención de Valls (para evitar que la ciudad caiga en manos de los independentistas). Muy difícil. Además, la noche electoral Colau ha dado prácticamente por descontado que el alcalde será Maragall, ofreciéndose a hablar para llevar adelante políticas de ciudad, también junto al PSC. Maragall no quiere a los socialistas y el PSC tampoco quiere embarcarse en una aventura cuyo desenlace es más incierto. No hay nuevos Tripartits a la vista, al menos de momento. ¿Entonces? ¿Un pacto Maragall-Colau? Le faltaría un solo concejal para la mayoría absoluta. ¿Un gobierno en solitario de Maragall con tan sólo 10 concejales? ¿Un gobierno indepe, estilo Generalitat, con JxCAT? La aritmética no es un opinión y las posibilidades son las que son.
Y aquí entra el segundo “ahora qué”: ¿qué harán los Comuns? No solo, o no tanto, en lo de una posible alianza/apoyo a Maragall, sino en el futuro. El proyecto sale con los huesos rotos de la jornada electoral a nivel catalán, más allá de Barcelona ciudad, que es donde ha demostrado aún una fuerza importante: en las europeas obtiene menos del 9% y en los municipios pierden más de 50.000 votos respecto a 2015 y alrededor de la mitad de concejales en toda la Comunidad. Y, respecto a Barcelona, ¿qué será de BComú? ¿Se intentará reforzar desde la oposición, volviendo más a las calles, o intentará pesar en un gobierno de coalición para seguir manteniendo un pie en las instituciones? Tras ser alcaldesa, ¿Colau se adaptará a ser una de las regidoras de Maragall o a liderar la oposición? Ninguna de estas preguntas es baladí. Y pesará mucho sobre el futuro de un proyecto colectivo que ha nacido desde abajo.
Chicken-game all day long
En todo esto, jugará un papel crucial el contexto catalán. Es cierto que ERC ha ganado en Barcelona, invisibilizando casi a JxCAT, y, tras haber sido la primera formación en Cataluña el 28-A, lo ha sido también en las municipales en el conjunto de la comunidad (23,5% de los votos), relevando a los post-convergentes (15,1%: pierden 600 concejales y conservan solo las alcaldías de Girona, Reus, Vic e Igualada entre las grandes y medias ciudades), y convirtiéndose así en el partido con el mayor número de concejales. Pero también es cierto que Puigdemont ha arrasado en las europeas en Cataluña: casi un millón de votos y el 28,5%. ERC, con Junqueras como candidato al Europarlamento, se ha quedado con el 21,2%, superada también por los socialistas (22,1%), que doblan el voto de las europeas de 2014. La de Puigdemont ha sido sobre todo una victoria fruto de un voto protesta y simbólico, pero tendrá consecuencias en la interminable lucha por la hegemonía en el espacio nacionalista/independentista. Hasta ahora ERC ha demostrado no tener valentía para romper el abrazo de oso de Puigdemont. ¿La tendrá ahora? Y, ¿empezará por Barcelona, para luego hacer caer el gobierno de Torra e ir a nuevas elecciones autonómicas y hacerse con la Generalitat? Es posible, pero, vistos los precedentes, es también difícil. El chicken-game seguirá un rato largo.
Y, ¿mientras tanto? Lo único cierto es que Barcelona ha elegido, por la mínima eso sí, ser capital de la República de los lazos amarillos. No habrá en el futuro próximo ni Bernie Sanders, ni Noam Chomsky, ni Dilma Rousseff, ni Bill de Blasio, ni Naomi Klein, ni Mimmo Lucano que hablen del experimento de Barcelona y que lo defiendan por el mundo. No habrá otra Brigada Internacional como la formada por municipalistas de todo el mundo en apoyo a Ada Colau, como la que vimos durante la campaña electoral. Habrá, eso sí, algún nacionalista flamenco o de otras latitudes que se paseará por aquí. Y que hablará de Europa de las pequeñas patrias o de pueblos oprimidos comparando a Cataluña con Palestina y a Puigdemont con Rosa Parks. Y, cuando eso pase, Joan García Oliver suspirará una vez más desde el más allá, se le caerá, quizás, una lágrima y escribirá que Barcelona habrá perdido la posibilidad de ser el alma del mundo.
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Steven Forti es profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.
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Steven Forti
Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de 'Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla' (Siglo XXI de España, 2021).
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