1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.335 Conseguido 91% Faltan 16.440€

Imperios combatientes

Chernóbil, la advertencia incomprendida

Si un país realiza pruebas nucleares o registra un accidente en una central nuclear, toda la humanidad paga por ello. La serie de HBO ignora el carácter universal de este riesgo

Rafael Poch 12/06/2019

<p>Máscaras antigás en una escuela de la ciudad abandonada de Prypiat (Ucrania).</p>

Máscaras antigás en una escuela de la ciudad abandonada de Prypiat (Ucrania).

Jorge Franganillo (CC BY 2.0)

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.

La serie Chernobyl del estadounidense Craig Mazin y los canales HBO y Sky ha fascinado a mucha gente. Aquel terrible accidente y la URSS quedan lo suficientemente lejos como para resultar desconocidos a toda una generación. Los escenarios están muy bien recreados, las psicologías no tanto. Algunas escenas y detalles son vulgares concesiones a la denigración del enemigo histórico. Los personajes centrales, el académico Valeri Legásov o el vicepresidente Boris Sherbina, han sido caricaturizados para que encajen en la habitual estructura maniquea de la industria del entretenimiento gringa, alérgica por definición a las realidades de tonos grises, precisamente las que dominaban en la URSS y en la humanidad en general. Pero todo eso son detalles sin importancia, al lado de su peor defecto: la serie ignora por completo el carácter universal de aquel accidente.

Chernóbil no es un caso aislado. Tampoco la estupidez del sistema soviético, ni la mentira, ni el secretismo, ni la irresponsabilidad técnica. Al dar la vuelta al mundo, las nubes radiactivas de la central ucraniana fueron una advertencia para toda una civilización. El peor defecto de la serie es, precisamente, su ignorancia de todo eso.

Desbarajuste

Viví aquel accidente en la redacción de la agencia alemana de prensa en Hamburgo, la DPA, seguramente la peor agencia de prensa del mundo occidental. Cuando acababa mi turno de guardia llegó un teletipo extraño fechado en Estocolmo en el que se daba cuenta de una anormal radiación junto a una central nuclear sueca, en la que, extrañamente, no se encontraba fuga alguna. Cuando volví al trabajo al día siguiente ya se había declarado el incendio informativo. La agencia Tass no emitió su primera nota hasta dos días después y el gobierno soviético no divulgó su primera información oficial hasta pasados cuatro días. En occidente se interpretó como ocultación de datos y mala fe lo que en gran parte era pura desorganización y chapuza. Al secretismo y la irresponsabilidad se sumaba el desconocimiento al más alto nivel.

“No sabíamos qué demonios estaba pasando allí. Aquella misma mañana decidimos en el Politburó concentrar directamente toda la información disponible, nuestra máxima preocupación era que reventara el reactor y que su contenido llegara a los ríos Prypiat y Dnieper poniendo en peligro la vida de millones de personas, sobre todo en Kiev”, me dijo años después Mijail Gorbachov recordando aquellos días.

En occidente se interpretó como ocultación de datos y mala fe lo que en gran parte era pura desorganización y chapuza

Pero el peligro no estaba en el sur, donde se encontraba Kiev con sus tres millones y medio de habitantes, sino que venía determinado por la dirección del viento que empujó la nube radiactiva, primero hacia el oeste y luego hacia el norte, en dirección a las ciudades de Gomel y Mogiliov, en Bielorrusia.

Aquel abril, en Alemania el desbarajuste era total. Cada región improvisaba sus medidas preventivas, cuyo catálogo era más abultado allí donde había gobiernos de coalición verdes-socialdemócratas, con lo que la peligrosidad o no de la radiación dependía de quien gobernara la región. El resultado era que los camiones que venían del este eran rociados con agua en algunos puntos y en otros no. En Hamburgo, de repente, la lluvia se convirtió en algo peligroso. Se procuraba no salir de casa, se lavaban impermeables, y letreros colocados en los parques infantiles desaconsejaban que los niños jugaran con la arena. En otras ciudades y “länder” todo eso se ignoraba. En Francia, el país más nuclearizado del continente, las consecuencias de Chernóbil no eran noticia y las autoridades no tomaban ninguna medida ante los mismos parámetros de radiación que en Alemania provocaban pánico.

Al este del edén

En todo el bloque del este el accidente se vivió, sobre todo, como una calamidad más provocada por el “hermano mayor”, dominante pero política y tecnológicamente retrasado. Esa común sensación no impedía una gran diversidad de percepciones y actitudes. Si en la politizada Polonia había restricciones de lácteos y manifestaciones antisoviéticas, en Hungría, Chernóbil no parecía quitar el sueño a la opinión pública.

Aquel julio de 1986 atravesé en bicicleta la Rumanía de Ceaucescu para hacer un reportaje. En una aldea sajona de Transilvania, la minoría alemana procuraba alimentar a algunas de sus vacas con forraje del año anterior y sólo consumía leche de ellas. La producción del ganado alimentado con el forraje del año corriente, “contaminado” por Chernóbil según la opinión general, se vendía a lo rumanos, me explicó un pastor protestante de Brasov, que hablaba en voz baja de política en su propia casa y se refería a Ceaucescu como “él”. En las oficinas de turismo de Cluj, grandes carteles informaban de que la costa del Mar Negro reunía óptimas condiciones sanitarias para pasar las vacaciones. Se intentaba desmentir el pánico soterrado sin ni siquiera mencionar el accidente.

Justo un año después, en 1987, estuve en Bielorrusia estudiando ruso. Minsk, la capital, se parecía a la actual Pyongyang. Los domingos se cortaba el tráfico en la principal avenida de la ciudad, la Avenida Lenin, y la gente paseaba por ella en silencio mientras por megafonía se retransmitía la radio local. Mi petición de entrevistarme con un académico para hablar de ecología provocó un pequeño seísmo en la universidad. Todas las relaciones de los estudiantes extranjeros, incluidas las sexuales, estaban organizadas por el KGB a través de las juventudes comunistas. Unos jóvenes me contaron que el 26 de abril del año anterior habían estado todo el día en el parque tomando el sol y que luego tuvieron problemas de impotencia con sus parejas a causa de la radiación recibida. Si en Rumanía casi todas las fuentes disidentes de mi reportaje resultaron ser confidentes de la Securitate (de eso me enteré luego, cuando mi nombre apareció en los archivos policiales abiertos por el poscomunismo rumano), el de la impotencia de los jóvenes de Minsk fue el máximo secreto que logré desvelar aquel verano bielorruso.

Los accidentes soviéticos

La URSS disponía de una dramática experiencia en materia de accidentes y desastres nucleares. Antes de Chernóbil, cerca de un millón de soviéticos habían sido afectados por radiación en diversos accidentes, pruebas y trabajos, vinculados al estatus de superpotencia nuclear. Sólo en la flota submarina nuclear se habían producido quinientos casos de “enfermedades por radiación aguda”, 433 de ellos mortales, pero los tres grandes accidentes anteriores a Chernóbil habían tenido por protagonista a la gran fábrica secreta de reprocesamiento Mayak, en la región de los Urales. El primero de ellos consistió en el vertido continuado de sustancias radiactivas, entre 1949 y 1952, a los ríos Techa e Iset, contaminando a un colectivo de 124.000 personas. El segundo, el llamado “accidente de Kyshtum”, en 1957, fue la explosión termal de uno de los contenedores en la misma factoría. Su resultado fue la contaminación de una superficie de 23 kilómetros cuadrados poblada por 270.000 personas. El tercero se registró en 1967, cuando el viento dispersó el polvo radiactivo deficientemente almacenado, a 75 kilómetros de distancia, en el lago Karachai, un área poblada por 40.000 personas.

Antes de Chernóbil, cerca de un millón de soviéticos habían sido afectados por radiación en diversos accidentes, pruebas y trabajos

Esta experiencia dio lugar a estudios y conclusiones médico-biológicos, pero era desconocida por la mayoría de los científicos que trabajaron en el accidente de Chernóbil, en parte a causa del secretismo que rodeaba a todo lo nuclear, y en parte también por la estupidez administrativa característica del régimen soviético, enraizada en los mismos fundamentos del sistema desde antaño. En las situaciones de emergencia como la de Chernóbil, la improvisación, el voluntarismo y el sacrificio personal compensaban aquella realidad.

Aunque la propaganda de la guerra fría se encargó de ventilarla con particular ahínco, la serie nuclear soviética tenía claros paralelismos con las pruebas nucleares estadounidenses en Nevada o las islas Marshall, o con las francesas en África, porque el problema no es el régimen político sino la tecnología nuclear.

70 años de radiación sin fronteras

En 1998, un estudio encargado por el Congreso de Estados Unidos (accesible aquí) reveló el precio humano que los propios americanos han tenido que pagar por las pruebas nucleares. Se trata de 33.000 casos de cáncer, 11.000 de ellos mortales, que, según el Center for Disease Control and Prevention (CDC), se produjeron en Estados Unidos como consecuencia de once años de pruebas nucleares, entre 1951 y 1962. Según Robert Álvarez, un funcionario del Departamento de Energía de la administración Clinton, 19 pruebas nucleares estadounidenses lanzaron cada una de ellas a la atmósfera niveles de radiación de una escala comparable al accidente registrado en abril de 1986 en Chernóbil. El estudio del CDC no es completo –las pruebas continuaron hasta mucho más allá de 1962– pero demuestra que los efectos de la lluvia nuclear y los casos de cáncer se registraron por toda la geografía de Estados Unidos.

“Desde 1951, cualquier persona que vivió en Estados Unidos estuvo expuesta a lluvia radiactiva y todos sus órganos recibieron alguna exposición a la radiación”, señala el informe oficial. El estudio no contabiliza las pruebas atmosféricas chinas realizadas en Lob Nohr (provincia de Xinjiang) desde 1964 hasta 1980, ni las francesas, de 1963 a 1974, ni las explosiones anteriores a 1951 (estadounidenses en las islas Marshall, y soviéticas en Kazajstán), ni las tres explosiones pioneras de 1945 en Nuevo Méjico, Hiroshima y Nagasaki, ni la contaminación de Hawai por las pruebas americanas del Pacífico, ni la de Alaska por las soviéticas en Nóvaya Zemlya. La radiación no conoce fronteras y si un país realiza pruebas nucleares o registra un accidente en una central nuclear, toda la humanidad paga por ello.

En 2011, poco después del accidente de Fukushima, entrevisté en Viena a Yuli Andreyev, el ex vicedirector del Spetsatom, el organismo soviético de lucha contra accidentes nucleares. Andreyev fue asesor del ministerio de Medio Ambiente austriaco y de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), un organismo del sistema de la ONU que es la principal agencia de cooperación internacional en materia de energía nuclear. Me dijo que Chernóbil continuaba rodeado de mentiras, que el accidente no fue responsabilidad de los operadores de la central, como se dijo, sino de un claro defecto de diseño de los reactores RMBK resultado de la economía de costes. Un diseño apropiado de aquellos reactores soviéticos exigía una gran cantidad de circonio, un metal raro, así como todo un laberinto de tubos, técnicas especiales para la soldadura de circonio. Acero inoxidable y enormes cantidades de hormigón. Era un dineral, así que se decidió economizar, explicaba Andreyev, que me puso a caldo al académico Legásov, el héroe de la serie de marras. “Responsabilizó a los operadores de la central, que fueron encarcelados, mientras él continuó libre y aún pretendía que le condecoraran”.

Sin control independiente

Hoy, en el mundo hay unos 570 reactores –sin contar los construidos por los chinos en los últimos años–, de los que cinco (Harrisburg, Chernóbil y los tres de Fukushima) se fundieron accidentalmente. Eso arroja una probabilidad de accidente nuclear grave cercana al 1%. Además está el problema de los residuos y muchos imponderables sanitarios.

Sin KGB y siendo una superpotencia tecnológica, Japón se comportó con Fukushima de forma semejante a los soviéticos con Chernóbil

Sin KGB y siendo una superpotencia tecnológica, Japón se comportó de forma semejante a los soviéticos con Chernóbil, o a los estadounidenses con sus pruebas. Cinco años antes de Chernóbil, entre el 10 de enero y el 8 de marzo de 1981, hubo un grave accidente en la central nipona de Tsuruga. Se vertieron 40.000 litros de material radiactivo desde los depósitos de residuos de la central a las cloacas de la ciudad de Tsuruga, donde vivían 100.000 personas. La empresa silenció lo ocurrido y el público no se enteró hasta el 20 de abril.

La mítica “seguridad” se sacrifica a cuestiones egoístas, decía Andreyev. “En la URSS por razones de prestigio y por el coste del enriquecimiento del uranio, en Japón pura y simplemente por dinero. La localización de las centrales de Japón junto al mar es la más barata. Los generadores de emergencia no los enterraron en Fukushima y, claro, se inundaron enseguida. Detrás de todo esto hay corrupción: ¿cómo puede diseñarse una central nuclear en una zona de alto riesgo sísmico, al lado del océano, con los generadores de emergencia en superficie? Llegó la ola y todo quedó fuera de servicio. Fukushima no fue un error, fue un delito”.

En la URSS, el abaratamiento de costes y el diseño de los reactores RMBK incrementaron los riesgos. “Todo eso era contrario a las normas de seguridad, pero la supervisión nuclear en la URSS formaba parte del ministerio de Energía Atómica. Algo parecido ocurre hoy con la AIEA”, decía Andreyev, pues la agencia de la ONU depende de la industria nuclear. La ausencia de instancias de control independientes es un problema añadido a una tecnología peligrosa e inhumana por su escala.

“La misión de la AIEA es contribuir a la extensión de la energía nuclear y todo lo que vaya en contra de ella no lo va a divulgar”, explicó Andreyev. “No es una conjura, sino la conducta estándar que cabe esperar cuando se pone a la cabra de hortelano”.

La historia sugiere que la humanidad solo aprende a fuerza de batacazos. El problema de la energía nuclear, y de las tecnologías y armas de destrucción masiva, es que su escala temporal y destructiva es definitiva. Apenas hay margen para un batacazo didáctico-instructivo. Por eso Einstein ya dijo en los años cincuenta que lo nuclear lo había cambiado todo, “menos la mentalidad del hombre”. En ese retraso temporal entre la mentalidad y la tecnología reside el peligro. Con su fundamental defecto de ignorar la perspectiva universal del asunto, la serie Chernobyl, tan bien realizada, confirma modestamente el problema.

 

CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Rafael Poch

Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania  de la eurocrisis.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

14 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. Vitriolo

    Enrique, si tanto te atemorizan las dosis de radiación, deja de comer plátanos, entre otros alimentos con elementos radiactivos como el potasio. Ni se te ocurra pisar la sierra, no sea que te vaya a dar un jamacuco con el radón del granito. Ya no te digo pasar por la planta de rayos X de un hospital...

    Hace 5 años 4 meses

  2. Enrique

    Chapeau por el comentarista Vitriolo: "Precisamente cuando la radiación se disipa en el ambiente pierde su potencial ionizante, como si de una solución homeopática se tratara". Una emisión de, pongamos por caso, americio radiactivo, se "disipa" (es decir, se dispersa) en el aire, llueve, cae sobre un huerto de lechugas, el señor Vitriolo se come una ensalada de esas lechugas, con su correspondiente dosis de americio, y no le pasa nada porque todo eso es muy homeopático. El americio ingerido no emitirá partículas alfa, y por tanto no sufrirá ninguna mutación inducida por radiación ionizante. Pues que suerte.

    Hace 5 años 4 meses

  3. jose

    Es que aquí no estamos hablando de Chernobil, aquí estamos hablando de las permanentes y sistemáticas campañas rusófobas, (es decir, delito de xenofobia cuando conviene) que muestran muchísimas cosas malas que no existen y ocultan otras tantas extraordinarias que sí existen. Un ejemplo: ahora descubrimos las bellas ciudades de Lituania, Letonia, Estonia, Checoslovaqia, Hungría, etc. ¿Cuándo se conmemorarán Harrisburg, Bopal y otras tantas? Pasó con el Kurks. Para la prensa fue prácticamente el único accidente de un submarino, cuando hubo un montón de accidentes, más en norteamericanos que en rusos. Es vergonzoso que un país inmenso, con su cultura, avance científico, técnico, monumentos, con medidas totalmente innovadoras y geniales sea mostrado a los occidentales ( que creen saber algo y padecen de mucha desinformacion) como un trozo de barro con nieve. Ahora están con Normandía, tributo al Cesar, cuando eso ocurrió 4 meses antes de terminar la guerra, y cuando de cada 10 bajas alemanas 8 fueron en Rusia.

    Hace 5 años 4 meses

  4. Pep

    Todas las series basadas "En hechos reales" se toman sus licencias, y muchas veces se toman licencias absurdas que no aportan nada o incluso le restan credibilidad..., máxime cuando muchas veces la realidad era igualmente bien o más jugosa que la licencia que se tomaron. Dicho esto, me pregunto si el señor este del artículo ha visto la serie, o lo ha hecho de oídas.., porque no ver que lo que aparece en la serie es una auténtica catástrofe mundial, en forma de amenaza, es de ciegos. En fin...

    Hace 5 años 5 meses

  5. Vitriolo

    Poch acaba pecando de lo mismo que denuncia: de peliculero y maniqueísta. Elude importantes matices en aras de vender una narración que, por muy equidistante que se intente presentar, revela las filias y fobias personales del autor. Es tremendamente alarmista afirmar que “la radiación no conoce fronteras y si un país realiza pruebas nucleares o registra un accidente en una central nuclear, toda la humanidad paga por ello”. Precisamente cuando la radiación se disipa en el ambiente pierde su potencial ionizante, como si de una solución homeopática se tratara. Hay además grandes diferencias entre los distintos isótopos liberados a la atmósfera: cada uno tiene su vida media y produce unos efectos concretos sobre la salud humana. El yodo 131, responsable del cáncer de tiroides, tiene por ejemplo una vida media de solo 8 días. El Cesio-137, otro de los preocupantes para la vida humana, tiene un periodo de semidesintegración de 30 años. Todo depende, claro, de las dosis, del tiempo de exposición, y de las precauciones adoptadas. El área de exclusión de Chernobil, por cierto, se concretó en un radio de 30 km, algo que dista mucho de ser “el conjunto de la humanidad”. Por otro lado, decir que “el problema no es el régimen político sino la tecnología nuclear” es jugar un poco al trilero y desviar la atención. Un accidente como el de Chernobil no se puede sacar de su contexto político para concluir que la “energía nuclear es mala” y “los arrogantes occidentales también meten la pata”. Tanto el antes como el después del accidente de Chernobil fueron consecuencia de una hoy inconcebible cadena de errores humanos, tanto de los diseñadores del reactor, como de los operarios e incluso de los subsanadores. El reactor de Fukushima, de General Electric, también tenía fallos de diseño como no contar con un muro de contención en caso de tsunami pero ni las consecuencias ni la gestión del desastre son comparables a las de Chernobil. Poch olvida por cierto un desastre industrial mucho menos esotérico y cinematográfico pero mucho más devastador que cualquier otro causado por la energía atómica: la fuga de isocianato de metilo en una fábrica de Bhopal, India, en 1984. Dejó entre 3800 (confirmados) y 16.000 (denunciados) muertos, frente a los 31 (confirmados) y 4000-9000 (denunciados) de Chernobil. Era propiedad de la estadounidense Union Carbide, hoy Dow Chemical, así que da mucho juego para las habituales generalizaciones y teorías de la conspiración que, irónicamente, tantos ingresos reportan a la prensa y el cine occidental.

    Hace 5 años 5 meses

  6. Vitriolo

    Poch acaba pecando de lo mismo que denuncia: de peliculero y maniqueísta. Elude importantes matices en aras de vender una narración que, por muy equidistante que se intente presentar, revela las filias y fobias personales del autor. Es tremendamente alarmista afirmar que “la radiación no conoce fronteras y si un país realiza pruebas nucleares o registra un accidente en una central nuclear, toda la humanidad paga por ello”. Precisamente cuando la radiación se disipa en el ambiente pierde su potencial ionizante, como si de una solución homeopática se tratara. Hay además grandes diferencias entre los distintos isótopos liberados a la atmósfera: cada uno tiene su vida media y produce unos efectos concretos sobre la salud humana. El yodo 131, responsable del cáncer de tiroides, tiene por ejemplo una vida media de solo 8 días. El Cesio-137, otro de los preocupantes para la vida humana, tiene un periodo de semidesintegración de 30 años. Todo depende, claro, de las dosis, del tiempo de exposición, y de las precauciones adoptadas. El área de exclusión de Chernobil, por cierto, se concretó en un radio de 30 km, algo que dista mucho de

    Hace 5 años 5 meses

  7. Herodoto

    Precisamente el articulo es interesante porque presenta el caracter universal de esa mentira que la serie presenta a proposito de Chernobyl. Si por lo menos concluyera citando los datos sobre pruebas y accidentes nucleares en ee.uu, japon, etc. Seria mas honesta. Tambien habria sido correcto mencionar a la nobel Alexeievich de cuyo libro estan sacados muchos testimonios. Que se la califique como lo que es, un tipico producto americano, no esta de mas.

    Hace 5 años 5 meses

  8. Johnnie

    Este artículo parece escrito usando la serie como excusa, visto el nivel de documentación. La agencia de la ONU para la energía nuclear se llama en español Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA, simplemente por empezar apuntando un dato que es absurdo que esté mal. Legasov, efectivamente, no fue el que declaró en el juicio, pero sí fue el autor de las cintas que se difundieron entre los científicos, llegaron a Pravda y formaron la base de un artículo con el que se iniciaron las protestas que acabaron reformando los reactores RBMK para que dejaran de ser bombas en potencia. Sobre su conciencia pesaba que varios de los compañeros del equipo que lideró ya habían sido convenientemente ostracizados debido a sus ganas de decir la verdad. En la serie todo eso se fuerza, conviertiéndolo a él en el que sufre las consecuencias de decir la verdad, si bien es el personaje de Ulana Khomyuk la que la descrubre. También acusa el autor a la serie de presentarnos a unos personajes maniqueos "porque la industria del entretenimiento gringa". Gringa. Una descripción nada maniquea que pretende convencernos de que esto es así, que sólo hay que verlo. Los lectores, además, no tenemos ninguna experiencia de Rusia ni del bloque soviético, así que vista la experiencia del autor (extensa, pero que el mismo admite que en muchos casos fue poco fructífera), nos tendremos que fiar de él. Pero hoy no es difícil encontrar por ahí hilos de twitter en los que rusos relatan con profusión lo cerca que llegua Chernobyl a revelar el "espíritu ruso" (sus palabras, no las mías) y como quizás llegue más cerca que las propias obras cinematográficas rusas. Y no me malinterpretéis, quizás es sólo un ruso loco, pero en cualquier caso la opinión de Rafael Poch parece no ser unánime, algo que él parece ignorar. Por último, el fondo del artículo va sobre el caracter universal de los desastres nucleares y el fallo de la serie en presentarlos como tales. Pero es que la serie no va sobre los desastres nucleares. Va sobre las mentiras y su coste, porque se escribió con la campaña de las presidenciales de Donald Trump de fondo. No va sobre el caracter universal de los desastres de las centrales nucleares porque va sobre algo mucho más universal, sobre los desastres que causan los intereses cruzados de hombres y mujeres y compañías muy poderosos cuando el resto decidimos que el coste de la verdad, que fue el que pagó Legasov, nos importa tanto que miramos hacia otro lado. Rafael Poch no ha entendido la serie, o no ha querido entenderla. Lo siento mucho por él, porque hay un montón de lecciones valiosas en sus cinco capítulos, y no todas son de cinematografía.

    Hace 5 años 5 meses

  9. Claudio Forján

    Muy interesante lo que revela Rafael Poch: el criterio "capitalista" del ahorro de costes como causa última del accidente de Chernóbil. Teniendo en cuenta que la planta comienza su construcción en 1970 y que probablemente su diseño fuera de algunos años antes (quizá entre 1965 y 1970), no es nada descabellado pensar que fuera un producto de la reforma de Kosygin de 1965. ¿Qué perseguía esta reforma? Pues precisamente eso: introducir la rentabilidad financiera como criterio directivo en la gestión de las empresas soviéticas. La reforma fue revertida finalmente en 1971, pero quizá el daño ya estaba hecho. Sobre lo de Unión Soviética=Imperio ruso simplemente señalar que en la época en que la planta nuclear de Chernóbil se construye el máximo líder de la URSS era un ucraniano: Leonid Brézhnev.

    Hace 5 años 5 meses

  10. Jesús

    Rafael Poch sabe de lo que habla, ojalá hubiera unos cuanto como él para hacer visible aquello que nos afecta y que la mayoría de los medios no publican. Probablemente lo que describe sea solo la punta de un iceberg. La radiación siga pasando fronteras y ocasionando numerosos cánceres, porque no desaparece en unos cuantos años. Luego la culpa la tiene el sol.

    Hace 5 años 5 meses

  11. amaia

    Efectivamente, el riesgo de un accidente nuclear es universal. Muy de acuerdo con el artículo. Tuve conocimiento del accidente de Chernóbil siendo adolescente y tengo la sufieciente información al respecto. Sólo puedo decir que el 11 de Marzo de 2.011 lloré desconsoladamente de impotencia al ver el desastre de Fukushima Dai-ichi en Japón, cuyas consecuencias son y serán universales.

    Hace 5 años 5 meses

  12. Khui

    Por que tratas de culpar a Legasov? el fue llamado para resolver un accidente. No lo ha creado. Y lo llamaron a el porque no habia otro. El que estaba al frente de la sala de control haciendo lo que no debia era Diatlov. Como reconocen todos los expertos. Añadido al problema de diseño de la central "RUSA" o "SOVIETICA". Por que la llamas ucraniana? los periodistas españoles llaman ucraniano a todo lo malo y callan cuando es ruso. Era sovietica. y sovietica SIGNIFICA IMPERIO RUSO. Conozco una ucraniana que te mataria a ostias por decir que no trataron de ocultar lo que pasaba. En un estado totalitario, ellos saben todo. Y sabian desde el primer dia. Gorbachov no es una abuelita que no se enteraba de nada. Fue el, el que permitio que la gente en Kiev salieran el 1 de mayo a las calles en masa para celebrar el dia del trabajo. EL era el maximo responsable de un estado totalitario donde el KGB sabia el numero de calzado de cada miembro de la central nuclear. Y SI, Kiev se vio afectada por la radiaciion. Como aun lo esta ahora, unas partes de la ciudad mas, otras menos. EN Baviera cada año se hacen analises a los jabalies. Ellos comen setas. Y hay años en que se prohibe comerlos. Por que si un año hay demasiadas setas, ellos las comen y se nota en la radiacion del animal. Por que aun ahora Alemania no produce leche en Baviera? Bien. La serie ignora lo que? no ignora el caracter universal del problema. Lo que hay aqui es el tipico español negativo con ganas de protagonismo sin saber que escribir, y buscando algo que criticar sin tener. Por que el nivel de los periodistas españoles en Europa suele ser tan bajo? salen afuera y siguen viviendo en su mundo. Siempre tan negativos y pateticos. Poca seriedad.

    Hace 5 años 5 meses

  13. Sergio B

    Toda tecnologia tiene efectos secundarios, podemos quedarnos en la edad de piedra y morir de gripe o avanzar. Mas control y mas sentido etico, si, no solo en la energia nuclear, en todas, la energia de hidrocarburos han matado y van a matar a muchas mas personas que la energia nuclear, aborrecer tecnologias y limitar nuestro desarrollo no. Por cierto no entiendo que pinta aqui Einstein, que sabia de energia nuclear lo que tu y de centrales nucleares probablemente bastante menos.

    Hace 5 años 5 meses

  14. Pilar L.

    Magnífico !... La clave: El carácter/perspectiva universal del riesgo de la energía nuclear.

    Hace 5 años 5 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí