Joao Félix, que empiece la fiesta
El chaval emociona como el buen cine. He llegado a pronunciar hacia mis adentros, viendo sus jugadas, que tiene electricidad y poesía
Javier Divisa 30/06/2019
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A veces es complicado predeterminar cómo llegas a conocer a un futbolista. A Joao Félix lo conocí una tarde de domingo en invierno, viendo vídeos de fútbol de jóvenes estrellas europeas. Me divertí mucho. Ese crío era una máquina del regate, la visión de juego, el desborde, la acrobacia, el resurgir continuo de la acometida del defensa. Flipé. A su vez me sentí suspicaz, sin saber absolutamente nada de su futuro en el Atleti, pero pensé que cuando un niño tocaba el balón de tan arrebatadora y deliciosa manera, algo tendría que ocultar. Años atrás estuve todo el verano viendo los diecisiete millones de registros goleadores de Jackson Martínez y augurándole una temporada maravillosa cuando fichó por el Atleti. Y ustedes ya conocen de sobra el batacazo que nos dimos con el colombiano y cómo se ha ido desarrollando su carrera en los últimos años. En fin, que incluso la camiseta del Tenerife (con todos mis respetos) le quedaría grande.
Por tanto, no me quería emocionar con Joao Félix, porque al futuro hay que tenerle miedo, pues ahí reside la decadencia y el ocaso, pero sí, sí que me he emocionado con Joao Félix. Qué demonios. Una criatura de 19 años ni siquiera tiene futuro, o en cualquier caso, un niño que juega al fútbol como los ángeles no ha de describir el futuro, sino tratar de prevenirlo.
Joao Félix ha irrumpido como un tifón en Europa, y tiene esa característica tan moderna (adiós años 80) de tener mayor relevancia ofensiva cuando juega entre líneas, como segundo punta. En aquellos vídeos, en mis últimos vídeos (porque este verano solo veo Joao Félix), alucino con su capacidad y eficacia para el regate y para salir airoso de las embestidas, soltando la bola como un gentleman cuando ya es la única posibilidad, y además convierte la asistencia en medio gol. A su vez, no parece destacar en el drible por su fortaleza física, sino por algo mucho más genial y emocionante: la clase, la técnica, justo en el momento en que el defensa lo quiere cazar y lo tiene a diez centímetros, él ya no está. No me pregunten cómo lo hace, Joao Félix tiene vocación pedagógica de regates insondables. Es puro misterio, hasta su dorsal en el Benfica era un enigma indescifrable. El 79. Y también fue un mediocre enigma que en Oporto pasaran olímpicamente de él porque era flacucho y poca cosa. Como Messi. Como Cruyff. Como Maradona antes de que Maradona se hubiera comido a Maradona.
Actualmente es el valor más alto de la Primeira Liga, muy por encima de Militao y Bruno Fernandes, y entendemos que él y la brutalidad financiera del fútbol (sobre todo el segundo factor) han entendido que ya ha llegado el momento de demostrar su habilidad como estrella mundial. Sabido es que el Atlético de Madrid y Simeone suponen un contexto ideal. Ninguna estrella lo suficientemente egocéntrica como para querer eclipsarlo, un equipo trabajador, un club que casi siempre acoge mejor las promesas y las expectativas que los futbolistas contrastados con diecisiete millones de registros de gol.
Joao Félix se mueve con dinamismo, casi bailando, en el alambre del segundo punta, con una juventud y una belleza insolentes. He llegado a pronunciar hacia mis adentros, viendo sus jugadas, que tiene electricidad y poesía. Ya me vale, el chaval emociona como el buen cine. Especialmente apasionante cuando deja rendidos a sus marcadores resbalando antes por la hierba, casi tapándose la cara por vergüenza y con un escalofrío recorriéndoles todo el cuerpo, como cuando echas una pachanga de fútbol con los críos de doce años en la playa y te torean, y te pegas un batacazo como el de Jackson, y lo único que te ocultan los niños es la pelota, y llegado el momento, que se piran al Barça.
Que empiece la fiesta. Nos vamos a divertir. Mientras dure.
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Javier Divisa
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