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Constelación Innuendo

16 voces para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la revuelta de Stonewall

Carlos García de la Vega 26/06/2019

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Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, evangelio según Juan, capítulo 8, versículo 7. Y cuenta la leyenda que la primera piedra la tiró Marsha P. Johnson desde Christopher Street hacia la Stonewall Inn. No es exacto. Según la muy documentada y maravillosamente escrita reconstrucción que publicó en 2010 David Carter (Stonewall: the riots that sparked the gay revolution) el primer adoquín lo lanzó Gino en la madrugada del 28 de junio. Era un obrero de la construcción portorriqueño cis homosexual, liberado sin problema de la redada, como reacción a la violencia con que la policía estaba tratando a una lesbiana esposada para meterla en el furgón y trasladarla detenida por no llevar al menos tres prendas de ropa acorde con su género biológico. 

Seymour Pine, subinspector de la policía de Nueva York, pretendía cerrar definitivamente la Stonewall Inn, propiedad de la Mafia, amparándose en el hecho de que vendían licores ilegales. No se ha demostrado que tuviese ninguna motivación moral por el tipo de clientela del bar, aunque no deja de ser sospechoso que tuviese especial fijación con este y no cualquier otro bar de público hetero de la organización criminal. De hecho, las redadas en Stonewall eran más que habituales. Esa misma semana había habido dos. El bar siempre reabría a la noche siguiente lleno otra vez de alcohol ilegal.

Quizá ese sentimiento de objetivo injusto caldeó el ambiente entre las doscientas personas que estaban dentro y que consideraban aquel lugar, por más que estuviese en manos de la Mafia, como un lugar seguro para todos. Pine supo en cuanto entró que algo no iba a ser fácil esa noche. Las travestis y dragqueens se negaron a ser reconocidas en el baño por las dos agentes que formaban parte del operativo y un grupo de lesbianas se encaró con la policía en la parte exterior del bar. A los que pudieron acreditar su identidad se les fue dejando salir. Pero al contrario que en otras redadas, se fueron congregando frente al bar en vez de dispersarse. Los ánimos se empezaron a caldear cuando un policía empujó a una travesti en la calle y esta le dio un bolsazo en la cabeza. La multitud enfrente empezó a burlarse del policía, y las primeras monedas y latas de cerveza volaron hacia él. 

Marsha P. Johnson sí estuvo la noche del viernes dentro del bar y en los disturbios posteriores, pero el momento icónico en estas revueltas para ella llegó la noche del sábado, cuando más de mil personas se concentraron en torno a Christopher Park, enfrente de Stonewall, para continuar significando la protesta de la noche anterior. En un momento determinado, en que la policía que estaba allí de retén empezó a cargar contra los manifestantes, Marsha trepó a una farola y arrojó un bolso con un objeto pesado sobre el parabrisas de una patrulla, que se rompió por el impacto. Gracias a ella la mecha acabó de prenderse como la noche anterior.

Vemos por lo tanto que en Stonewall hubo latinos, negros, caucásicos, transexuales, cis homosexuales hombres y mujeres, travestis, dragqueens y chaperos sin hogar que vivían en el parque Christopher y que no tenían nada que perder. Toda una constelación de seres dispares, algunos de ellos marginales, mayoritariamente silenciados por la puritana sociedad del momento, que decidieron que era hora de alzar la voz como grupo. Sin rankings, sin jerarquías y sin importar su proveniencia. Solo juntaron la energía que cada uno desprendía para conseguir hacer historia.

Aunque hoy en día decir “Orgullo Gay” sea incorrecto y poco inclusivo, porque se da por hecho que la acepción gay solo incluye a los hombres cis homosexuales, en aquel entonces en Estados Unidos gay era un antónimo de hetero, y un poco más profundamente de todo lo que implicaba conducta moral apropiada, incluyendo toda la panoplia de orientaciones e identidades sexuales, y acciones performativas destinadas a cuestionar lo binario en cuanto a género. De hecho, el subtítulo del libro de Carter habla de gay revolution y leyéndolo queda bien claro que dentro de esa revolución estaban incluidas todas las sensibilidades. Al final, todo es cuestión de consensuar un código, y sobre todo de no dar por supuesto que todo el mundo maneja el propio. Todo el ruido y agresividad del activismo de hoy en día da por supuesto un léxico que muchas veces, y con mucha paciencia, hay que explicar. Los términos académicos son conceptos, y para trasladarlos al día a día hay que hacer un esfuerzo extra de pedagogía. Sigo esta consigna empezando por el título de este artículo, en el que utilizo una palabra que me gusta y un concepto propio, para no herir ninguna sensibilidad. 

RAE: Constelación. f. Conjunto de estrellas que, mediante trazos imaginarios, forman un dibujo que evoca una figura determinada.

Wikipedia: Innuendo. Del verbo latino innuere, es un término que ha llegado al español través del idioma inglés que significa insinuación de conducta inapropiada o inmoral.

Por lo tanto, solo mientras estemos en este artículo vamos a jugar a llamarnos irónicamente innuendoes, que hasta tiene plural inclusivo. Innuendoes que lanzamos contra la sociedad patriarcal como monedas y adoquines en Stonewall, en tanto que personas que todavía hoy incomodamos con nuestra vida, con nuestra afectividad, con nuestra sexualidad y con nuestro vocabulario. Nos quieren discretos, silenciosos y consumistas. Nos representan solo cuando tenemos éxito profesional. En un tiempo como el nuestro, de continua exposición en redes sociales, la representación importa, y mucho. Vamos a dibujar con trazos imaginarios una constelación de voces que merecen ser escuchadas en tiempos en los que entre políticos atroces, políticos cómplices y políticos cínicos quieren quitarnos el megáfono, los adoquines y los bolsos, apelando a una ideología de género que no es ideología, es simplemente biografía. Ideología es la suya, muy conservadora, muy reaccionaria, muy estrecha de miras. 

No soy periodista y esto no es un trabajo de investigación. Esta constelación está hecha solo de respeto. He invitado a participar a cinco personas de diferentes lugares y sensibilidades dentro del colectivo. A partir de ellas, cada participante ha ido sugiriendo a quién quería dar voz. Unas cadenas han avanzado vertiginosamente. Otras ni siquiera arrancaron. Las cinco personas invitadas no fueron simultáneas, según avanzaban unas y se estancaban otras, traté de evitar la falta de representación por razones de categoría dentro del colectivo o de racialización. Precisamente porque la representación importa y quería lograr un poliedro lo más plural posible. No siempre lo he conseguido. Es por ello que de antemano pido disculpas porque esta constelación no es un ejercicio de cuotas, sino de respeto y de escucha. Para la cadena iniciada por los mayores he de agradecer la colaboración de Laura, de la Fundación 26 de diciembre, por ponerme en contacto con gente maravillosa que por mi experiencia vital no hubiese llegado a conocer nunca. No he sido capaz de incorporar a la constelación las historias de una lesbiana cis gitana y otra negra, un asiático gay cis que se considera disidente sexual, y una ecofeminista no binaria y de género fluido. Su decisión de no participar también es una manera de formar parte de esta constelación. 

Cada año por estas fechas vivimos la dicotomía entre celebración y reivindicación, entre los artículos que nos cuentan la mala situación psíquica y stress del colectivo, y los despliegues de éxito personal y profesional dentro de la discreción y la integración en los mecanismos del sistema patriarcal y de libre mercado. Es por eso que mis preguntas a los participantes han sido sencillas: lo mejor y lo peor que les ha aportado vitalmente ser parte del mismo, porque lo que me interesan son los matices. Y para paliar un poco la sensación de que el activismo –cualquier tipo de activismo en redes de hoy en día– se ha convertido en algo esencialmente antagónico. Y sobre todo porque los que se llenan la boca con la expresión ideología de género nos han declarado la guerra, les he pedido que resalten qué persona o personas cisheteros forman o han formado parte de su red de apoyo emocional. Para evitar injerencias, miradas y clasificaciones externas (etic), la categoría dentro del colectivo la ha nombrado cada persona, así como su foto, en formato selfie. El orden en que presento las historias es en el que sus respuestas me fueron llegando, pero no se corresponde necesariamente por el de los eslabones de la cadena de respetos. Todas las entrevistas menos una se han realizado por whatsapp o email, como los pequeños cyborgs en lo que nos hemos convertido todos, especialmente por nuestra dependencia de las nuevas tecnologías. 

De hecho, el Manifiesto Cyborg de Donna Haraway (1985), aunque pensado por la autora para el feminismo, y mucho antes de vivir este estado tecnológico casi utópico hace treinta años en el que nos manejamos actualmente, teóricamente encajaría a la perfección con el colectivo innuendo. De hecho, feminismo y movimiento innuendo son dos luchas concomitantes, que en muchas ocasiones de dan la espalda sin demasiado sentido. “Este ensayo es un argumento a favor del placer de la confusión en la periferia y la responsabilidad de su construcción. Es también un esfuerzo para contribuir a la cultura y teoría feminista [e innuendo] de una forma postmoderna y no naturalista, en la tradición utópica de imaginar un mundo sin género, que quizá sea un mundo sin génesis, y probablemente sin fin”. Considero que todo el colectivo innuendo es cyborg, porque con nuestro desafío al sistema reproductivo como justificación última del amor estamos dinamitando las bases de la sociedad tal y como la entendían, y estamos aportando unas formas de relacionarnos que han sido cortocircuitos al patriarcado. Somos cyborgs gracias a las comunidades de afinidad que podemos crear a través a las redes sociales e internet, somos cyborgs con las hormonas que tomamos para estar en paz con nuestros cuerpos. Somos cyborgs con la medicación para el VIH que nos suministran. Somos cyborgs porque reprogramamos nuestro sistema operativo para ser felices, ya no nos conformamos con el que viene de serie. Somos cyborgs porque nos maquillamos o dejamos de hacerlo, aunque no esté socialmente relacionado con nuestro género asignado, somos cyborgs porque esta guerra se lucha bailando. Somos cyborgs porque siempre vamos un paso por delante, somos cyborgs porque el resto de la sociedad siempre acaba imitándonos. Acaba así el manifiesto: “esto significa tanto destruir como reconstruir máquinas, identidades, categorías, relaciones, usos del espacio. Aunque ambas están regidas por una danza espiral, yo verdaderamente prefiero ser una cyborg que una diosa”.

María, 24 años, mujer trans

Hace no demasiado que empezó su transición, y ha encontrado dentro del colectivo el soporte que necesitaba. “Me he sentido apoyada y abrazada por personas que han vivido o están viviendo una situación parecida a la mía. Para mí lo mejor que tiene este colectivo es el efecto espejo: sabes que tienes personas en las que poder verte reflejada y comprendida, que te pueden ayudar, acompañar a los médicos, a servicios especializados, como psicosexología y demás. También me ha sorprendido gratamente la fuerza que algunas personas del colectivo destilan pese a las circunstancias que les ha tocado vivir, por ello me doy cuenta de que debo seguir luchando y de que no lucho sola en este mundo. Que somos muchos y muchas y que nadie nos puede parar”. Sin embargo, dentro del colectivo también ha encontrado gente que no se lo ha puesto fácil. “A veces me he sentido juzgada y presionada: hay personas LGTBI que no comprenden que cada persona necesita su tiempo, su adaptación a los cambios que acaecen en sí misma y en su entorno. Y que, obviamente, no se puede arrollar a todo el mundo, que hay que ir abrazándose poco a poco, con el tiempo necesario que se desee, que se necesite”. El mayor apoyo del mundo cis hetero que ha encontrado en este tiempo ha sido la de Noe: “Es madre de un chico trans. En mi ciudad fundó una asociación llamada Dret a Ser (Derecho a Ser), que constituye una red de familias con menores trans y las ayuda con temas sanitarios, legales, etc. En mi caso, con ella conecté muy rápidamente, dado que es una mujer que escucha y analiza todo lo que te pasa sin lanzar un juicio deliberado. Gracias a ella también he podido conocer a más personas trans y del colectivo LGTBI”.

Izan, 21 años, chico trans bisexual, políticamente marika

Gracias a ser trans ha tenido explorar tanto el género como la expresión del mismo. Serlo, además, le ha llevado hacia la masculinidad, pero la forma de vivirla que ha adoptado no es hegemónica sino difusa. “Lo que más me representa dentro del colectivo trans es el sentimiento de identidad colectiva, el apoyo, el tener un lugar de referencia donde yo no me sienta solo, saber que hay más personas que se sienten como yo. Esto me ha hecho darme cuenta de lo que es estar oprimido y lo que es tener un privilegio. Yo ahora soy leído como hombre cis, y eso de cara a la sociedad te aporta muchos más privilegios que ser leído como hombre trans o como mujer, de cara a los demás. Entonces estar en este espacio que me pertenece me ha hecho darme cuenta de los privilegios u opresiones que el mero hecho del género provoca. Para mí ser trans es algo maravilloso”. Pero a pesar de serlo para el crecimiento personal, exteriormente todavía se presenta como una carrera de obstáculos. Lo peor es la transfobia de la sociedad e institucional. Como somos un colectivo tan pequeño no nos tienen en cuenta en investigaciones científicas de cómo pueden cambiar nuestros cuerpos. También hay muchas decisiones paternalistas y patriarcales sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. Es decir, hoy en día son los médicos los que deciden si podemos hormonarnos o no, es la justicia la que decide si podemos cambiarnos el nombre o no. Al final no nos dejan autodeterminarnos de una manera unilateral, sino que tienen que decidir por nosotros como si no fuésemos lo suficientemente racionales para decidir por nosotros mismos”. Considera que si su transición ha sido feliz ha sido gracias a sus padres, que son sus mejores aliados: “Mi madre y mi padre son cis hetero y al principio les costó mucho entender mi situación. Vienen de otra generación donde nadie les había explicado lo que significa ser trans, y lo asociaban con el mundo de la noche, de la droga y del sexo, pero cuando supieron en realidad de qué se trataba tiraron conmigo, me han apoyado mucho, y al ser yo menor cuando empecé todo esto ellos me apoyaron para poder cambiar mi nombre, para poder hormonarme, o para poder hacerme una mastectomía. Pero no solo a nivel burocrático o económico, sino que a nivel emocional siempre han estado a mi lado, se han mantenido cerca de los activismos, y se han dado cuenta de la situación que estoy viviendo, y me han hecho la vida mucho más fácil.  Para una persona trans tu identidad no solo depende de ti, sino de la sociedad también, y de cómo te miran, entonces que una persona te facilite poder desarrollar tu identidad como tú la sientes, o tu manera de vivir tu identidad es muy importante”.

Élan, 26 años, queer, a partir de lo drag y lo travesti 

Se pregunta al principio de la entrevista si la homosexualidad cis entra dentro de lo queer. “Habría que cuestionarse qué lugar ocupa hoy día esta identidad, definida, en este caso, por su sexualidad y si verdaderamente se encuentra fuera del sistema o por el contrario el sistema ha decidido arroparlo bajo su ala de normativización y aceptación. El sistema es una gran mole que avanza lentamente de manera maquiavélica, es por esto que el termino queer es algo que está en constante resignificación y que, cuando quiere significarse, ya ha mutado”. De nuevo la importancia constante de explicar qué se quiere decir cuando se dicen las cosas, para no caer en malentendidos. “Lo mejor que he vivido por ser miembro del colectivo ha sido poder encontrar una identidad que no me enseñaron en casa ni en la escuela. Encontrar un zapato, a ser posible de tacón bien alto, con el que poder hacer camino con mi propio caminar. Esto quizás sea algo que cada persona descubre con la edad, no lo sé. Armarte desde ese nuevo tú hace que seas capaz de cuestionar todo lo que te rodea. Al descubrir esa disidencia y entender lo que en su origen era un error te preguntas si en realidad todo lo que se te había enseñado hasta ahora estaba bien. Incluso me refiero a lo más íntimo como por ejemplo nuestra manera de entendernos en el sexo, ¿realmente follamos como queremos? Seguramente si le preguntas a alguien cómo eran sus primeras pajas se dé cuenta de lo diferentes que eran de las de ahora. Es por esto que la mayor virtud de ese descubrimiento es la capacidad que te da para cuestionar el sistema”. Aunque no siempre se crece como ser humano. “Lo peor ha sido darme cuenta del paso que dan las personas desde el lugar de opresión hacia el lugar de privilegio, saltándose la casilla de la empatiza con otras luchas y/o opresiones. Con esto quiero decir, la meta del pequeño marika del cole es ya la de ser normal, aceptado y a ser posible admirado cual Adonis. Cuando esto ocurre, lo que en realidad se queda por el camino es esa virtud a modo de disidencia que le hizo darse cuenta que había erratas como él, en el sistema a pesar de que ahora la sociedad y el contexto hayan decidido incluirle como sujeto. Hay otras subjetividades que todavía distan de ser incluidas, ya sea jurídicamente, socialmente o, sobre todo, en cuestiones de deseo. Quizás esto no sea exclusivo de un colectivo sino de la condición del animal humano en sí”. Su mejor aliado cis hetero lo es sin saberlo, como una promesa de futuro. “Aunque suene paradójico, sin darse cuenta mi hermano pequeño que apenas es un adolescente me ha hecho darme cuenta que toda represión es pasajera y generacional. Que la marginación que sufríamos antes en las aulas, ahora es menor, y, por ende, quizás en un futuro también lo sea en el contexto social. Sé que el día de mañana las generaciones venideras estarán familiarizadas con lo trans, lo marika o lo bollero”.

Sati, 19, persona trans no binaria 

“Ser parte del colectivo me ha aportado muchísima gente que ahora son mi familia. En un principio me sirvió para aceptarme a mí misma y ver que no estoy sola, al quedar con gente del círculo LGBT puedo ser yo misma sin que nadie me esté diciendo nada ni mirando mal. Sobre todo he encontrado una hermandad en el mundo del drag, participé en un concurso vía Instagram (@drag.reign.race) y son gente que ha vivido experiencias que, aunque no son las mismas, tienen puntos en común y nos han unido. Siempre que alguna necesita apoyo estamos las unas para las otras y es maravilloso. Ahora mismo estoy en un punto en el que mi confianza en mí misma y las cosas que he aprendido, sumadas a que mi personalidad es, por así decirlo, extrovertida, siento que me doy a mí misma un rol de madre con muchxs niñxs queer del ambiente de Madrid. Darles apoyo y cariño sabiendo que les falta en sus casas es algo que me hace sentir increíble, y creo que es una evolución que todas, en algún momento, vivimos. Me parece un ciclo precioso”. Quizá sienta la necesidad de ser madre de los nuevos niños, porque al principio vivió en su casa el rechazo. “Perdí la relación que tenía con mi madre que es la persona más importante de mi vida. Para solucionarlo mi estrategia fue básicamente hacer lo que me dio la gana, maquillarme, quitarme las cejas, hacer drag, etc., pero siempre informando a mi madre, aunque al principio no me escuchaba y decía que eran todo estupideces, siempre intenté hacerla entender que el género no es binario y que ser LGBT no significa darse a la droga y la prostitución. Siempre le conté mis experiencias”. De este primer rechazo, su madre acabó por ser su mejor aliada. “Poco a poco ella fue la que hizo un esfuerzo por entenderme, porque vio que era feliz siendo yo misma, y ahora va contándole a todo el mundo que su hijo ya no es solo hijo sino que también es hija o hije y en las comidas y cenas familiares no permite que se hagan bromas al respecto”. 

Nicolás, 30 años, chico trans bisexual

 “Lo mejor ha sido el autonocimiento profundo fuera de cliché y barreras. El aprender a ver el mundo lejos de las etiquetas. De ver y amar a personas. Creces bajo uno valores determinados, un modelo de vida imperante y lo que te enseñan desde pequeño es que ese es el modo de conseguir la felicidad. Todo ser humano ansiamos encontrar la felicidad, en bienestar. Todo nuestro esfuerzo se dedica a alcanzar ese imaginario que nos forman en la cabeza desde la infancia. Comienzas a dar los pasos pero ¡ups! ¿Dónde está la felicidad? Yo nunca he encajado en ese modelo de vida. Intenté encajar utilizando mi cuerpo femenino, adaptándolo a lo que todos esperan de esa etiqueta. Además, me enamoré de hombres. Así que, para mantener la relación con los hombres que me gustaban me adaptaba a lo que la sociedad pedía, ser una mujer femenina, gustar a mis parejas, acomodarme al modelo heterosexual. Pero nunca me funcionó. Siempre hubo algo que pugnaba por salir, todas mis relaciones fracasaban y yo me sentía más vacío, no me sentía yo. Finalmente abandoné todo y aposté por mí mismo. No soy una mujer heterosexual.  Soy un hombre bisexual. Veo al colectivo cómo gente con vibraciones comunes. No tanto como un modo asociativo o que pertenecen a una agrupación específica. El colectivo para mí es toda persona que decide ser, que decide amar, libremente”. Sin embargo, esta mirada amplia y profunda puede no tener correspondencia en la sociedad. Más bien al contrario. “Lo peor es la discriminación, el continuo encorsetamiento, la facilidad que tiene la sociedad por ponerte etiquetas y meterte en cajitas y cambiarlas según le plazca para encajar en su idea de individuo. La falta de respeto. La insensibilidad. El morbo que suscita una determinada inclinación sexual o tendencia de género”. Sin embargo, y aunque fuera se haya encontrado con todos estos sentimientos tan dispares, en su casa ha encontrado siempre apoyo. “Entre los ejemplos hetero que tengo han sido mis padres. Por la naturalidad y el amor con el que siempre me han tratado. Por apoyarme incondicionalmente e importarle un pimiento lo que digan los demás de mí. Ellos han sido el apoyo más grande que he tenido. Me están acompañando en el proceso de transición, viniendo conmigo al médico, preguntándome y velando por mi salud. Es maravilloso el apoyo que he encontrado en mis padres. No todes pueden decir lo mismo. Soy muy afortunado”. 

Mapi, 41 años, creo en las etiquetas y en su volubilidad, me considero lesbiana

“Con lo de la volubilidad quiero reivindicar lo que al final es una contradicción (o no). Por un lado, creo que las etiquetas son necesarias, que no obligatorias. Para mí, que vivo en un mundo de clasificaciones y palabras clave, creo que etiquetarte te da un lugar en el mundo. Por otro, si esas etiquetas no varían, se adaptan, crecen o cambian según evoluciona el mundo, se quedan obsoletas. Queer no significa hoy lo que significaba en mis tiempos, han surgido términos como pansexual, género fluido… que no hacen sino hacer más inclusivo el colectivo. Y todo lo que sirva para que la gente se sienta más incluida y con su pequeño lugar en el mundo, bienvenido sea”. Tiene claro cuál ha sido para ella lo mejor que le aportado el colectivo. “Obviamente, que me ha permitido enamorarme y compartir la vida con mi mujer. Además, que me ha hecho una persona más empática y más concienciada con y contra la discriminación en cualquiera de sus formas”. Desde que vive acorde con su identidad sexual no ha tenido problemas, en realidad los únicos que localiza fueron antes de esa normalización. “Lo peor para mi fue la época en la que estaba dentro del armario, con todas las paranoias que eso provoca y que fueron, insisto que, en mi caso concreto, totalmente infundadas. Pensaba que mi familia me iba a repudiar, me iba a quedar sin amigos… Cuando el único referente que tienes de que no estás sola es una canción de Mecano es que algo no va bien. Como buena adolescente, el mayor miedo es al rechazo, y yo lo sentía multiplicado por mil. Yo me podía imaginar que no estaba sola en el mundo, pero de ahí a saber qué hacer, cómo conocer a gente como yo, miles de dudas que te surgen y no tienes con quién hablarlas… Internet y sus chats para mi fueron un canal de salvación súper importante, veo a los jóvenes de ahora y me encanta ver cómo todo esto lo tienen mucho más claro”. De ahí que sus mayores aliadas cis hetero fuesen de esa época: “Destacan mi círculo de amigas en la época que salí del armario, que por supuesto siguen siéndolo a día de hoy, porque en su momento lo normalizaron más que yo. Recuerdo por ejemplo cuando para salir del armario le dije a una de mis mejores amigas que me gustaba alguien, y sin más me preguntó: ¿es un chico o una chica?”.

Cristina, 21 años, bisexual 

Lo mejor de formar parte del colectivo ha sido relacionado con su crecimiento personal: “He aprendido a dejar de juzgar a la gente, lo hacía mucho, por cualquier tontería y ahora ya no soy así. Los prejuicios hacen mucho daño, yo los viví alguna vez y no es agradable sentirte juzgada por gente que no conoces, así que, poco a poco he ido suavizando esa parte cruel y estúpida de mí que me llevaba a criticar a la gente”. Y precisamente dentro del colectivo, ha sentido el mayor rechazo, porque lo bisexual no acaba de entenderse. “Es triste, pero es la realidad, muchas veces se me ha juzgado por ser bisexual, por adaptarme según me convenga, por no ser lo suficiente bollera... He de admitir que los hombres cishetero me han recibido siempre con los brazos abiertos, he tenido muchos amigos y de hecho siempre me he sentido más cómoda entre ellos porque me han aceptado tal y como soy sin preguntas ni juicios. Algunas mujeres han tenido sus reparos, en el instituto una compañera no quería cambiarse en mi mismo vestuario, por ejemplo… fue un episodio lamentable”. A pesar de eso, su mejor aliada cis hetero es una mujer: “Mi mejor amiga es el apoyo más grande en esta vida, es mi hermana. Cuando éramos adolescentes y me enamoré por primera vez de una mujer, no sabía cómo salir del armario, así que mientras esperábamos el autobús miré al infinito y le dije: ‘me gusta X’, ella sabía lo nerviosa que estaba porque me conoce muy bien y solo me dijo ‘sí, vale, pero, ¿cuánto tarda el bus?’. Es una historia que me ha marcado mucho, porque creo que le damos una importancia exagerada a salir del armario, como si fuera algo que tenemos que contar, cuando los heterosexuales no pasan por ese momento. Y en mi caso, al ser bisexual es como salir dos veces, porque se hacen a la idea de que eres gay o hetero y te encasillan y luego te enamoras de alguien de otro género y es como volver a empezar, y te hacen mil preguntas que no les incumben y que jamás le harían a una persona heterosexual”. 

Alberto, 35 años, gay

“Lo mejor que he vivido como miembro del colectivo es la apertura de miras, la cantidad de tipos de vida distinta que logras entender y que valoras. Las posibilidades que tiene el amor, las posibilidades que tienen las personas de encontrarse. Cómo todo es válido desde el respeto y desde el amor y cómo se construyen relaciones hermosas de todo tipo. Cuando yo vivía en mi pueblo pensaba que los hombres con las mujeres era lo normal, los hombres con los hombres, a veces, las mujeres con las mujeres, también a veces, pero todas las posibilidades que hay en el medio no las barajaba. Así que el colectivo me ha dado además de en lo emocional, una apertura de miras en todos los sentidos. Creo que me ha hecho una persona más abierta, más sensible, más empática y creo me ha hecho mejor persona”. Antes de eso, sin embargo, tuvo que esconderse. “Lo peor ha sido tener que aprender a convivir con la mentira desde pequeño. Al pensar que lo que estaba sintiendo era malo, aprendes a esconderlo antes que enamorarte o a vivirlo con libertad. Eso es lo peor que he llevado todo el rato: la mentira, sentir que era algo que tenía que esconder, y que me ha hecho mucho daño y todavía me lo sigue haciendo. He calibrado mucho durante mi vida en qué momentos se podía decir, cuándo decirlo, cuándo no, en relación a mi trabajo, en relación a mi oficio, a mis amistades. Desde luego lo que más duro se me ha hecho ha sido la mentira”. A pesar de su miedo inicial, en casa tenía a la gente que más y mejor le iba a apoyar: “Nunca he tenido que sentar a mis padres y a mis abuelos para decirles 'soy gay'. Recuerdo cuando tenía 21 y estaba fatal por un chico, y mi madre me preguntó, ‘Alberto, qué te pasa’, y le dije ‘es por un chico, mamá’. A mí me costó la vida decirle eso, y ella dice ‘pero si de chicos está el mundo lleno, ¡hay más que peces en el mar!’. Así de tranquilo. Otro día, al cabo de dos años, me pregunta mi abuelo ‘¿Qué tal con tu novio?’ con toda la naturalidad. Mi hermana, mis padres y mis abuelos se han convertido en un pilar fundamental”.

Sarah, 34 años, bisexual 

Se vino a vivir a España desde Inglaterra por su novia actual. “Lo mejor que me ha aportado el colectivo es mi increíble novia. También tener relación con personas del colectivo”. Lo peor para ella ha sido el choque con su familia. “Mi familia no me ha apoyado y no puedo confiar en ellos. Formar parte del colectivo es solo una parte de quien yo soy, pero es precisamente la parte por la que mi familia me ha rechazado. Si tuviesen la mente más abierta, esto se podría solucionar”. Del mismo modo, no tiene red de apoyo cis hetero. “Mis amigos más cercanos, los que saben quién soy de verdad, son parte del colectivo”. 

Eduardo, 62, gay

“El hecho de pertenecer al colectivo ha hecho relevante percibir que la diversidad es inherente a la condición humana, no sólo en lo que respecta a la orientación sexual sino a cualquier aspecto de la cultura. De todas maneras, por ser uruguayo durante mi vida nunca he sufrido discriminación, ni persecución, ni ataques y siempre mi entorno supo de mis preferencias. Por lo tanto, nunca tuve la necesidad de luchar ni de sentir orgullo porque siempre fui visible y sentí normalizada mi condición sexual”. Hace un tiempo las cosas se complicaron y sufrió un desahucio y sintió que su vida se quebraba.  “La Fundación 26 de diciembre se ha convertido en mi nueva familia social, restaurando unos mínimos niveles de vida para recuperar la dignidad. De alguna forma la Fundación ha surgido por las condiciones que ha vivido el colectivo LGTBI y de la toma de conciencia a partir del desplazamiento de la vida social a los mayores de cincuenta años y del problema creciente del edadismo y sus consecuencias”. Lo peor tuvo que ver más con su condición de inmigrante ilegal y favorecido por las formas de relacionarse dentro del colectivo ajenas a la moral cishetero que se permitían ya entonces: “Estando de becario en Casa de América un directivo quería follar con lo que yo creía que era mi pareja. Nos invitó a una casa del Viso porque quería deslumbrar a mi compañero con su riqueza. Cuando volvíamos me pidieron que me bajara del coche y que me marchara, yéndose ellos solos. Pocas veces sentí tanta humillación y desprecio. Más allá de mi orientación, fue el aprovechamiento porque los dos sabían que siendo ilegal no tenía ni la posibilidad de reclamar por estar fuera de la ley”. En sus momentos más difíciles, sin embargo, ha encontrado el apoyo de Gheorghe. “Tengo una muy buena amistad con un tipo de Moldavia. Nos une más que nada la experiencia como inmigrantes, y que ambos estuvimos al lado del otro cuando cada uno hemos pasado por situaciones difíciles. Pero claro, depende de la educación, de las experiencias similares, cuando una relación interpersonal se va afianzando por cuestiones distintas de la orientación sexual. Gheorghe ha estado en mi desahucio y en momentos complicados de salud”. 

Gema, 34 años, lesbiana

Tiene claro lo que implica pertenecer al colectivo. “Lo mejor, la gente del mismo, porque no juzgan a nadie ni por sexo ni raza ni religión sino por el amor que das. Esto es algo que, fuera de él, hoy en día parece casi imposible. Lo peor, la discriminación, la marginalidad y la lucha constante. La homofobia se solucionaría si la gente tomara más conciencia sobre respeto y libertad de cada persona y educando desde pequeños que es algo normal y natural. Cuando salí del armario con más de 18 años, mis padres y amigos me dieron la espalda, porque no lo comprendían al haber estado antes siempre con hombres, aunque yo sabía que algo ahí no funcionaba. Cuando decidí hacerlo, perdí todo durante un tiempo, pero a día de hoy mi gran apoyo son mi madre y padre. Ver que están orgullosos de mí me da la vida”.

Ricardo, 64 años, maricón 

“Lo más relevante es que nadie de mi entorno más directo (amigos y familiares) nunca puso pegas al Ricardo que declaró ser maricón. Los comportamientos fueron iguales que al Ricardo anterior que conocían”. Sin embargo, antes de que eso llegara tuvo momentos de zozobra. “En mi infancia y mi adolescencia es donde se producen mis peores pesadillas, sin ser consciente de por qué, el mundo adulto que me rodeaba entre profesores varones y familiares no me dejaban ser quien era. Cuando salí del colegio de curas y pasé la Escuela de Artes Aplicadas la gente que me rodeó, de todas las edades, fue harto cariñosa y muy educada. Esta nueva norma de socialización me hizo sentir muy, muy, bien”. Y alejándose del núcleo familiar es donde encontró el apoyo definitivo para permitirse ser él mismo. “La persona más importante, la que puso mi salida del armario sobre la mesa fue la madre de mi corresponsal francés con quien hacía intercambio. Fui a su casa regularmente desde los 18 años y a los 21 me hizo una pregunta: ‘Ricardo, yo creo que eres gay’.  Yo le pregunté que por qué decía eso, si yo en ese momento tenía una novia, y me contestó, ‘por cómo miras a los hombres’. En ese momento la situación que yo tenía establecida para mí y para los demás cayó como un castillo de naipes. Fue ella la que con todo su cariño y toda su humildad la que, madre por edad, pero amiga en sentimientos, ha estado cerca de mí. Una mujer maestra de la República Francesa que ha sabido quererme, enseñarme la lengua, y hacer que sea gran parte de lo que soy hoy en día. Esta señora murió hace unos años, le acompañé en su muerte y ha sido una de las personas más importantes de mi educación de joven, y sobre todo de los sentimientos y actitudes que ha aprendido de otro país, que ha servido de puente entre las dos educaciones para darme cuenta de lo importante que es estar con los demás”.

Megane, 23 años, queer 

Parece estar pensando mucho más allá de lo que habla, y al final, aunque habla poco, lanza mensajes muy rotundos. “Lo mejor que me ha traído el colectivo es conocer a toda la gente que se puede identificar mínimamente conmigo o con mi perspectiva de género. En realidad, a lo que me ha ayudado es a no sentirme solo”. Cuando le pregunto por lo peor, no puede evitar resoplar varias veces: “Los insultos… ver cómo la gente te trata diferente... Se dice que se podría solucionar desde el activismo educando a la gente, mediante la visibilización… pero no es tan fácil luchar contra la homofobia o la lgtbfobia. Creo que no siempre resulta”. Su mejor aliado cis hetero también le ayudó a huir de la soledad. “Me mudé un año a Valencia y allí no conocía a nadie. Encontrarme con Elías hizo que todo cambiara durante aquel año, me hizo la vida muy fácil en una ciudad nueva y nunca dejó que me quedara ni sintiera solo”.

Leonor, 30 años, lesbiana y feminista 

“Me han sucedido muchas cosas buenas, una de ellas ha sido reencontrarme conmigo misma y descubrir toda mi fuerza interior. Destaco también el conocer a personas maravillosas del colectivo que me han ayudado a crecer y a abrir la mente”. Sin embargo, una vez más, la familia supuso un escollo primero al desarrollo personal. “Salí del armario con 16 años cuando mi mejor amiga y yo comprendimos que estábamos enamoradas. Ambas cursábamos la ESO en un colegio de monjas y nuestras familias estaban muy vinculadas a la Iglesia y al cristianismo. Los primeros meses ocultamos nuestra relación por miedo. Finalmente, nuestro entorno descubrió nuestra relación… vivimos una temporada muy dura de rechazo por parte de algunes familiares y amigues. Supimos lo que era el odio,  la falta de respeto y de empatía. Lo bueno es que supimos ser valientes y resistir. Hoy en día, con mi pareja actual, todavía vivo con cierto miedo al rechazo y a la violencia. Creo que todo radica en la educación y la cultura... Si criamos a nuestrxs hijxs en el amor, la igualdad y la libertad, el mundo algún día olvidará el miedo”. Aunque incluso dentro de la familia, Leonor encontró apoyo. “Destaco a dos personas clave en mi lucha, dos hombres cis hetero que me han apoyado desde el principio y no han soltado mi mano en ningún momento. Ellos son mi hermano y mi tío Rafa, quien nos dejó hace casi dos años. Ellos son amor y valentía en estado puro. Mi hermano tenía 14 años cuando sucedió todo aquello y me cuidó y trató con muchísimo cariño y amor. Mi tío habló mucho con mi familia y me animaba a contarlo para naturalizar la situación. Ambos acogieron a mi pareja de entonces con todo el cariño”.

Ramsey 39 años, hombre cis gay pro-queer

 

“En un mundo y una vida en que siempre me ha sentido apartado por mi sexualidad, ser miembro de este colectivo me ha facilitado la sensación ser comprendido, de conexión y comunidad, que tanta falta me hacía. Pero precisamente por esa dependencia a veces me he sentido peor tratado que por la gente hetero, como si los gays estuviesen replicando entre ellos sus traumas de exclusión o maltrato que reciben por serlo. Eso a veces me ha dejado con una sensación de aislamiento aún mayor que la anterior”. Lo condensa en una anécdota de no hace mucho tiempo. “El día del primer aniversario de mi negocio llegó muy rápido, trabajando como estaba noventa horas la semana para que saliese adelante. Avisé a mis amigos gays con semanas de antelación para que guardaran la fecha y poder celebrarlo juntos, pero en cuanto llegó ese día nadie se presentó. Me sentía cansado y solo. Pero en cuanto mis amigos heteros, a los que no había visto en meses, se enteraron, compraron unas botellas de cava y cosas para picar, y de repente estábamos todos en mi local, celebrando esa fecha tan importante para mi. Los cis heteros me arropan en mi vida personal cuando el colectivo me falla. Lo que no deja de ser irónico, dado que subconscientemente busco que sea nuestro colectivo el que me arrope a causa de la exclusión del mundo hetero”.

Dori, 68 años, lesbiana 

“Lo mejor ha sido vivir la vida que yo he querido vivir, haber sido libre para ello. Vivir el momento del enamoramiento, que es importantísimo para una persona, y hacer un proyecto de vida con ella, haber ido creciendo y a la vez haber construido una vida llena de satisfacciones, porque hemos caminado por el mismo camino juntas 33 ó 34 años, apoyándonos, queriéndonos, discutiendo a veces. Pero yo creo que he sido tremendamente feliz, porque he sido la persona que he querido ser. Cuando era joven milité en un movimiento de lesbianas, pero después por trabajo y estudios no he estado tan involucrada. Aunque todo lo que le pase al movimiento LGTB me he preocupado siempre”. En pleno franquismo, el momento del descubrimiento personal fue un poco más árido. “La época que me tocó vivir fue dificilísima por el contexto cultural, social y religioso que vivíamos. Era un momento en el que las mujeres se suponía que no teníamos sexualidad. Además, no había referentes a quien seguir, empecé a leer a Oscar Wilde y a gente de ese estilo, porque siempre he tenido mucha inquietud cultural, pero no había forma de conectar con nadie en la vida real, de decir qué sentías. Esto me creó contradicciones y problemas. Cuando llegué a la universidad pensé que todo iba a ser más fácil, porque se suponía que era una institución con libertad de pensamiento. Pero nada de nada, no se podía hablar de sexualidad, y fue muy difícil para chicos y chicas”. Tiene una vida perfectamente armonizada entre su familia y su pareja, aunque nunca se ha hablado del tema. “Si me preguntan, yo respondo, nunca me he ocultado ante nadie, pero a mi familia no se lo he dicho tal cual. Supongo que prefieren no hablar del tema, porque quizá les provoque un cierto escozor, pero no he sentido rechazo. Una vez, cuando ocupaba un puesto de cierta relevancia en mi trabajo, un compañero me advirtió que se iba diciendo que una mujer venía a buscarme siempre a la salida del trabajo. En la siguiente reunión de aquel grupo de señores, en el que yo era la única mujer, zanjé de raíz y les dije que la que venía a buscarme era mi pareja y que en cualquier caso mi vida privada no pertenecía al ámbito laboral”. Dori es una mujer tremendamente concienciada. “Me está preocupando muchísimo la soledad de las parejas mayores, cuando uno o una se deteriora las familias los separan, los meten en residencias distintas y no se preocupan de que necesitan a su compañera o compañero. Me gustaría encontrar la forma de librar a la gente de esta situación y a las familias sacarles los colores por estas actitudes. Otro tema que me obsesiona es el tema de la psiquiatrización de las mujeres. Durante toda la historia cualquier mujer que resultara molesta se la aislaba con el pretexto de que estaba loca. Aún seguimos con esa rémora… El tema de la extrema derecha me está dando mucho miedo. Ya han empezado con medidas simbólicas en el ayuntamiento de Madrid. ¿Hasta dónde se atreverán a llegar? De todas formas, esto no se puede parar, el movimiento LGTB es internacional y está interconectado. Eso sí, ahora tenemos que estar fuertes y unidos para parar a esta avalancha de retrógrados, y tenemos que sacar los colores a la gente del PP, que se han aprovechado de los avances del movimiento”.

Como gritó la lesbiana esposada que se escapó hasta dos veces del furgón policial la madrugada del 28 de junio de 1969 enfrente de la Stonewall Inn, y seguramente las palabras que motivaron que Gino tirara el primer adoquín: Why don’t you guys do something? 

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Autor >

Carlos García de la Vega

Carlos García de la Vega (Málaga, 1977) es gestor cultural y musicólogo. Desde siempre se ha dedicado a hacer posible que la música suceda y a repensar la forma de contar su historia. En CTXT también le interesan los temas LGTBI+ y de la gestión cultural de lo común.

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