El caballo de Troya de la extrema derecha
Sobre Diego Fusaro y la fascinación que produce en cierta izquierda
Steven Forti 3/07/2019
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“Generación Erasmus, rasta en el pelo, odio al pueblo, nihilismo hedonista, neoprogresismo liberal, fucsia y arcoiris. Una juventud sin esperanza”. Este es el tuit que publicó Diego Fusaro tras la detención de Carola Rackete, la capitana del Sea Watch 3 que había salvado a 42 migrantes en el Mediterráneo. No se trata de un tuit escrito por error, ni es simple provocación de mal gusto. En los días siguientes Fusaro seguía atacando a Rackete: “la capitana con rastas hija de papá”, “una explotadora inconsciente”, llegando a tildar de “patético” su llanto. Si se echa un vistazo a su perfil de Twitter, se verá que estas posiciones entroncan perfectamente con el “pensamiento” –permitidme poner unas comillas– de Fusaro.
Además de un sinfín de tuits para promocionar sus libros y de citas filosóficas descontextualizadas, el que se presenta en las redes sociales como “discípulo independiente de Hegel y Marx. Más allá de la derecha y la izquierda, contra el turbocapitalismo” –sí, así como lo leen– ataca al periodista Roberto Saviano, tachándolo de hombre de paja del globalismo mundialista y riéndose de él por estar protegido por una escolta. No está de más recordar que Saviano vive escondido desde hace años por las amenazas de la Camorra, la mafia napolitana. El actual ministro del Interior y vicepresidente del Gobierno italiano, Matteo Salvini, que considera a Saviano su bestia negra, ya le ha amenazado con quitarle la escolta. No faltan tampoco tuits en defensa de la salida de la UE y del euro o en contra del “totalitarismo de la globocracia de los mercados” y del derecho a la adopción de hijos por parte de padres solteros, además de un largo etcétera.
El filósofo de la supercazzola
Pero, más allá de sus tuits, ¿quién es Diego Fusaro? Se trata de un treintañero turinés que se da aires de filósofo marxista y que aparece constantemente en los platós de televisión, encorbatado y estirado. Habla de una forma alambicada y pedante y acuña constantemente neologismos que luego utiliza sin parar. En los últimos quince años ha publicado más de una docena de libros, también con editoriales de renombre, como Bompiani, Feltrinelli o Il Mulino, dedicados esencialmente a la filosofía, con especial atención al pensamiento de Marx, Fichte, Gramsci y Heidegger, además de colaborar con diarios como La Stampa o Il Fatto Quotidiano. Si en un primer momento los textos y los artículos de Fusaro despertaron cierto interés, paulatinamente se entendió que lo que hacía el joven turinés –que se reivindica como discípulo de Gianni Vattimo y Costanzo Preve– no era nada más que un refrito de algunas ideas, en muchos casos descontextualizadas. Ahora bien, cabe preguntarse por qué estas editoriales siguen publicando sus libros, pero ya se sabe que el mercado –tan odiado por Fusaro– manda. Y uno que está día sí y día también en las tertulias televisivas, escribe constantemente en los periódicos y mantiene una actividad intensa en las redes sociales, se convierte rápidamente en una figura pública y sus libros, más allá del contenido y del interés, venden. El periodista Simone Cosimi lo considera “una figura modesta elevada a magistral intérprete de la contemporaneidad”, además de “la plástica representación de la crisis de la cultura contemporánea, especialmente en Italia”.
Sin embargo, si Fusaro fuese solo un cantamañanas –hay quien lo ha definido acertadamente el “filósofo de la supercazzola”. La supercazzola es un término que se debe a Ugo Tognazzi y a la película Amici miei, un juego de palabras que se basa en términos inventados sin sentido para vacilar a los demás –no merecería un artículo. Siempre hubo cantamañanas y siempre los habrá. Lo que pasa es que cierta izquierda lo considera un pensador interesante y que, al mismo tiempo, Fusaro ha tenido una deriva cada vez más marcada hacia el soberanismo, el comunitarismo y la extrema derecha. Quizás el turinés defendía las mismas ideas desde el principio, pero en los primeros años mantuvo una cautelosa ambigüedad que permitía, como mucho, dobles lecturas. En los últimos años ya no.
El “pensamiento” de Fusaro es, en síntesis, una mezcla de antiliberalismo, anticapitalismo de fachada, antimundialismo, antifeminismo, antigender, ultranacionalismo, comunitarismo, neocatecumenismo, marxismo decontextualizado
De hecho, a partir de la primavera de 2018 empezó a colaborar con Il Primato Nazionale, el periódico de CasaPound Italia, los autodenominados “fascistas del Tercer Milenio”. Fusaro lo justifica diciendo que cualquier escaparate es bueno para difundir sus ideas. En España, para explicar su colaboración, ha habido quien lo ha comparado con Pablo Iglesias y su participación en los programas de Intereconomía. Pensar que las cosas son comparables es, como mínimo, hacer trampas. La diferencia es obvia y parece absurdo tener que explicarla: Iglesias se encaraba con los otros tertulianos, defendiendo posiciones políticas opuestas, mientras lo que dice Fusaro casa perfectamente con el ideario de los neofascistas italianos. Los títulos de sus últimos artículos en Il Primato Nazionale son significativos: “Defender a la familia significa luchar contra el capital” o “Una masa post-identitaria. Cuando Pasolini denunció el genocidio cultural de Italia”. El “pensamiento” de Fusaro es, en síntesis, una mezcla de antiliberalismo, anticapitalismo de fachada, antimundialismo, antifeminismo, antigender, ultranacionalismo, comunitarismo, neocatecumenismo, marxismo decontextualizado, teorias de la conspiración y eurasianismo. Sí, Fusaro alaba mucho a Putin al que define como “el único verdadero antifascista y antinazi”, y cita a menudo a Aleksander Dugin, el divulgador de la teoría del eurasianismo y fundador del Partido Nacional-Bolchevique, con quien ha compartido algunos actos. Falta un elemento: Fusaro es también un firme defensor del movimiento anti-vacunas. Con todo esto, se entiende su apoyo al gobierno nacional-populista de Salvini y Di Maio, que promovió aún antes de su formación.
Las amistades neofascistas
La sintonía de Fusaro con CasaPound Italia va mucho más allá de escribir en su periódico. El turinés ha participado en sus actos, como la fiesta del partido organizada en Grosseto en septiembre de 2018, donde compartió escenario con el líder de los neofascistas, Simone Di Stefano, y el ensayista económico Antonio Maria Rinaldi, defensor de la salida del euro, recién elegido en el Europarlamento con la Liga de Salvini. No es casualidad que estas personas estuviesen en el mismo acto. Nos muestra un submundo muy activo en la Italia de hoy: unos ambientes que han ido estrechando relaciones, que tienen cada vez más vínculos y que emplean una notable energía en conquistar la hegemonía cultural, con el apoyo también del poder político y parte de los medios, tras la formación del gobierno Salvini-Di Maio. Hay que recordar también la cercanía de Salvini con CasaPound y las alianzas electorales entre la Liga y los “fascistas del Tercer Milenio”.
De hecho, Fusaro colabora también con la web Affari Italiani, un diario digital soberanista muy cercano al nuevo Gobierno y a la extrema derecha, además de haber escrito un libro con Sebastiano Caputo y Lorenzo Vitelli, Pensiero in rivolta. Dissidenza e spirito di scissione (Barney, 2014). Caputo, director de la revista digital L’intellettuale dissidente y presidente de la asociación SOS Cristiani d’Oriente, es un joven representante del nuevo soberanismo italiano, muy nacionalista, filo-Putin, antimigración y aparentemente heterodoxo. Para Caputo, por ejemplo, lo de Carola Rackete es “rebeldía estética antiburguesa” y las ONG son comparables a los yihadistas o los francotiradores del Maidán, es decir “agentes provocadores” que quieren desestabilizar los gobiernos “no alineados”. Tal cual.
Fusaro está en la misma línea. Según el filósofo turinés, el feminismo es la ganzúa de la “mundialización capitalista post-proletaria”, mientras que la ideología de género difunde “el nuevo mito homosexualista, transgénero y post-familiar”. En cuanto a los migrantes, Fusaro defiende que se trata de “la sustitución programada de la población europea con el nuevo ejército industrial de reserva de los migrantes provenientes de la otra orilla del Mediterráneo”, es decir un plan de “los señores apátridas del capital” que enlazaría con el llamado plan Kalergi, una teoría de la conspiración difundida por los neonazis tras la Segunda Guerra Mundial. Y, por encima de todo, la teoría que tiene Fusaro sobre la Unión Europea, a la que considera un “proyecto criminal” para imponer el “turbocapitalismo” neoliberal y destruir a las clases trabajadoras.
la Nouvelle Droite ha conseguido sus objetivos: ideas que hace treinta o cuarenta años repetían en unos sótanos un grupo de cabezas rapadas que acababan sus reuniones haciendo el saludo romano, ahora se escuchan en los programas de televisión
Las frases alambicadas de Fusaro no son nada más que la repetición de la teoría de la “gran sustitución” del francés Renaud Camus que hace ya una década hablaba de la inmigración como de un gran complot de las élites capitalistas –ahí obviamente aparece George Soros– cuyo objetivo sería convertir en minoría a la población blanca y cristiana de Europa. Camus se vincula a la Nouvelle Droite de Alain de Benoist, que desde los años setenta trabaja para ganar la batalla cultural a las izquierdas, dejando de lado algunos conceptos demasiado identificados con el fascismo y el nacionalsocialismo, y acuñando otros, como el de diferencialismo y etnopluralismo. En buena medida, la Nouvelle Droite ha conseguido sus objetivos: ideas que hace treinta o cuarenta años repetían en unos sótanos un grupo de cabezas rapadas que acababan sus reuniones haciendo el saludo romano, ahora se escuchan en los programas de televisión, se leen en periódicos de renombre y las difunden también vicepresidentes de gobierno, como es el caso de Salvini, o supuestos filósofos marxistas, como Fusaro. De Benoist releyó a Gramsci, utilizando y resignificando algunos conceptos como el de “nacional-popular”, pero, sobre todo, el de hegemonía cultural. Y en eso está Fusaro, dando a estas ideas un barniz de respetabilidad y de supuesto marxismo para quien no conoce el trabajo que ha estado haciendo la extrema derecha en las últimas décadas.
El rojipardismo
¿Es entonces Fusaro un neofascista? Aún no, pero cada vez está más encaminado a convertirse en uno de ellos. En la actualidad, más bien es un miembro de la galaxia rojiparda, ese ambiente, cuyas fronteras son muy lábiles, que defiende una fusión de socialismo y nacionalismo y que encuentra sus referentes políticos en el nacional-bolchevismo de Ernst Niekisch en la Alemania de entreguerras, en los nazi-maoístas italianos del largo 68, o en ese fascismo social o “de izquierdas” que, aunque minoritario, siempre existió, por debajo de los Alpes. En la Italia de la última década, estas ideas se han difundido con cierto éxito, y han conseguido superar los angostos espacios del neofascismo hasta influir en una parte de la izquierda, cada vez más desorientada. Ahí encontramos grupúsculos como Socialismo Nazionale o periódicos como Rinascita. Quotidiano di Sinistra Nazionale. Se juntan Che Guevara, Fidel Castro y Thomas Sankara con Mussolini o Ezra Pound, además de figuras heterodoxas como el excomunista Nicola Bombacci, convertido al fascismo y fusilado por los partisanos junto a Mussolini en abril de 1945. Esos mismos referentes son, por cierto, los que utiliza CasaPound.
Se trata de grupos minoritarios pero influyentes. El renacido soberanismo italiano, que se está convirtiendo en hegemónico también a nivel cultural, bebe de todo esto: desde Salvini y la Liga a buena parte del Movimiento 5 Estrellas, además de los post-fascistas Hermanos de Italia. Y es aquí donde se insertan publicaciones como L’intellettuale dissidente o figuras como la de Fusaro, que es, probablemente, el mejor representante de este nuevo rojipardismo. Tampoco deberían extrañar las ideas de Fusaro teniendo en cuenta dónde acabó su maestro, Costanzo Preve. En los años setenta y ochenta, Preve era un filósofo marxista, miembro del PCI y luego de la izquierda extraparlamentaria. Con el fin de la Guerra Fría empezó un giro que le llevó a superar la dicotomía izquierda-derecha y a abrazar el comunitarismo hasta llegar a publicar en los últimos años –murió en 2013– en editoriales neofascistas como Il Settimo Sigillo. Su discípulo, que no ha militado nunca en formaciones de izquierdas, parece haber seguido sus pasos.
Los fusaristas españoles
Lo que sí extraña, en cambio, es que cierta izquierda considere a Fusaro un pensador interesante cuyas ideas deberían ser conocidas. No solo en Italia, donde al turinés se le considera –al menos en los ambientes de izquierdas– un cantamañanas egocéntrico y poco más (el autor satírico Alessio Spataro, por ejemplo, le ha dedicado un cómic titulado Le avventure rossobrune di Ego Fuffaro), sino también en España. Esta tesis es la que sostiene, por ejemplo, Manolo Monereo al comentar una reciente entrevista realizada a Fusaro por Esteban Hernández en El Confidencial.
Es cierto que algunos libros del italiano han sido traducidos al castellano por editoriales de izquierdas como El Viejo Topo o Akal, pero su última obra ha sido publicada por Fides, editorial de referencia del neofascismo español, una circunstancia que no se explicaba en la entrevista (aunque se citase la editorial).
La entrevista, más que legítima y bienvenida lógicamente, es más interesante por lo que no dice –que Fusaro colabora con CasaPound, que ataca a Rackete el mismo día de su detención, que defiende la teoría de la gran sustitución de Camus, etc.– que por lo que dice: al final se acaba por blanquear a un personaje oscuro que no es nada más que un caballo de Troya de la nueva extrema derecha. Descontextualizar, porque de esto se trata, es un flaco favor que se hace al periodismo y a la información: el lector necesita saber quién es el entrevistado. No sería necesario decirlo al ser una cosa obvia, sobre todo entre los profesionales, pero a la vista de las airadas reacciones de algunos, incluido el mismo Hernández, que ha tildado de “calvinistas” y moralistas puritanos a quienes han criticado la manera en que se hizo la entrevista, no está de más recordarlo. Por cierto, lo de hacerse las víctimas por las críticas recibidas es lo mismo que hace Abascal cuando habla de “dictadura progre” o la Alt-Right estadounidense, estilo Milo Yiannopoulos, cuando intentan boicotear una conferencia de extrema derecha en un campus universitario.
La izquierda debe reflexionar y tiene que saber reformularse, en España y por doquier, pero lo que no puede ni debe hacer es comprar el discurso de la extrema derecha, aunque esté disfrazado con citas de Marx
Lo que ocurre, y aquí está el quid de la cuestión y lo más preocupante, es que hay un sector, de momento muy minoritario, de la izquierda española que intenta desde hace un tiempo poner en cuestión ciertos temas que parecían ya aceptados por todos: el feminismo, la defensa de la acogida de migrantes y el europeísmo. Mientras Podemos subía en las encuestas, este sector se mantuvo callado. Ahora que las cosas han cambiado, la formación morada se encuentra en apuros y el ciclo del post-15M ha terminado, están intentando sacar esos temas a debates. Consideran que la que es hegemónica actualmente es una izquierda posmoderna que ha olvidado a las clases trabajadoras y que está destinada a la irrelevancia, mientras la nueva extrema derecha, que se opone firmemente a todo aquello, está avanzando. No se trata de rojipardos, no, o al menos ahora no lo son aún. Creo que lo hacen con buena fe: piensan que para frenar a la extrema derecha se debe comprar parte de su discurso. Es lo mismo que pasó en Alemania con la ruptura de Die Linke y la creación de Aufstehen.Por un lado, hay un notable tacticismo. Por otro, hay también unas convicciones de fondo, cuestiones personales y también viejas batallitas que algunos perdieron en su momento –véase lo del europeísmo–.
Ahora bien, de ideas se puede y se debe hablar siempre. No cabe duda de ello. Lo que no se debe hacer es marcar las cartas, blanquear a personajes como Fusaro y jugar sucio. Es lo mismo que ocurrió el pasado mes de septiembre con el “famoso” artículo de Monereo, Anguita e Illueca sobre el decreto Dignidad del Gobierno italiano, cuando se alababa la medida sin siquiera mencionar las otras políticas que el ejecutivo liderado por Salvini y Di Maio estaba aprobando, como el cierre de los puertos para los migrantes o la criminalización de las ONG. La táctica, parece ser, es la de lanzar una bomba y ver si la provocación surge efecto. En parte lo han conseguido, pero, por otro lado, se pegan un tiro en el pie por hacerlo de una forma tan chabacana. Es decir, podrían sacar estos debates de una forma distinta. Falta finezza, sinceramente. Mucha.
Dicho todo esto, no cabe duda de que se hablará de muchos de estos temas, y está muy bien que se haga, entre otras cosas para fijar una posición y evitar que la izquierda se suicide. Pero dar crédito a cantamañanas rojipardos como Fusaro, que no son ni más ni menos que caballos de Troya de la extrema derecha, es sencillamente un suicidio, más allá de una operación política que muestra la desorientación o la mala fe de algunos. La izquierda debe reflexionar y tiene que saber reformularse, en España y por doquier, pero lo que no puede ni debe hacer es comprar el discurso de la extrema derecha, aunque esté disfrazado con citas de Marx y Gramsci.
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Steven Forti es profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.
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Steven Forti
Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de 'Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla' (Siglo XXI de España, 2021).
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