Señales de humo
Isla chica, infierno grande
Ana Sharife 10/07/2019
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Desde el mismo instante en que te acomodas para ver Hierro, se vuelve imposible despegar la mirada de la pantalla. En la construcción de la atmósfera los paisajes te envuelven, los acantilados de basalto negro –tan negro como la más oscura de las noches– anuncian el peligro que se avecina. El viento de las cumbres y las verticales volcánicas están tan presentes que abunda más el plano inclinado que el horizontal, las tomas desde el cielo y sus costas indomables reflejan el aislamiento en el que se encuentran los isleños, clave fundamental a lo largo de la trama. La serie presenta sin duda una imagen de la cinematográficamente desconocida isla canaria, que ya de por sí exige altura de belleza (director de fotografía, José Luis Bernal).
Bajo la dirección del gallego Jorge Coria (ganador del Goya al Mejor Montaje por El Desconocido, en 2016), y guion a varias manos (Alfonso Blanco, Pepe Coira, Coral Cruz, Araceli Gonda) estamos ante un thriller dramático que profundiza en la compleja idiosincrasia de los herreños. En Hierro todos sus habitantes parecen estar desterrados en su propia isla. Una isla remota que todo lo sabe, todo lo ve, que parece apropiarse de las almas y voluntades de unas gentes que no eligen su amor, su odio, sus miedos.
La trama va así. Candela Montes (Candela Peña) es una jueza que ha sido desterrada como “castigo” al lugar más remoto del país, El Hierro, por su comportamiento “poco ortodoxo”, y son los propios habitantes de la isla los que parecen vigilar sus movimientos, como ya lo hacían en los siglos XIX y XX con los políticos, militares y liberales caídos en desgracia, aislados en una isla remota. Nada más llegar, la jueza tiene que lidiar con un oscuro caso: un joven, Fran (Alex Zacharias), ha sido asesinado y el primer sospechoso es un exconvicto y turbio empresario (Darío Grandinetti) y padre de la novia.
Candela Montes, madre soltera con un hijo con parálisis cerebral, lleva todo el peso de la película (y del mundo, en general). Ella es Hierro. La rectitud del personaje se alterna con la fragilidad de una madre sola con sus miedos naturales, a la que todo resulta el doble de duro. La jueza ejerce en una isla que le es hostil, cuyas costumbres desconoce y escapan a su comprensión. Sin embargo, desde el comienzo, se forja un paralelismo, un tira y afloja entre los dos personajes centrales y, aunque antagónicos, tan parecidos. Por un lado, el gran Darío Grandinetti (un Emmy) está soberbio cada vez que aparece en un plano, y la cautivadora Candela Peña, ganadora de tres premios Goya, la nueva reina midas del cine, debería saber que la isla sí la quiere. El trabajo interpretativo de ambos, expuestos y naturales, resulta asombroso, hipnotizador. [En Canarias no se habla de otra cosa].
La serie, dividida en ocho capítulos de 50 minutos de duración, lleva una progresión admirable. Posee una buena estructura y un buen argumento, pero la intriga y la complejidad de los personajes, así como sus intervenciones cuidadosamente medidas para dosificar el suspense son los ingredientes que mantienen que el interés por la serie no se pierda en ningún momento. Los mínimos sonidos del film (banda sonora creada por Mordem de Elba Fernández) estremecen y alternan con el silencio de la naturaleza y el mutismo natural de los personajes.
Un llanto desgarrador rompe la caída de la tarde. Son pardelas cenicientas que vienen del mar, volando a ciegas. Las conoce Mónica López (Reyes), un personaje al que se ama nada más aparece en pantalla. Sobresale en el papel de policía local de la isla. La jueza observa que tiene empatía con los habitantes, así que la incorpora a la investigación para que la ayude de enlace. La complicidad entre ambas adquiere momentos mágicos. Juan Carlos Vellido (sargento Morata) es un actor sólido vocal y físicamente superdotado que eleva el nivel interpretativo de la serie. En su papel como responsable de la policía judicial en la isla es el tercer gran soporte de la película junto con Peña y Grandinetti.
El resto del reparto son actores de origen canario, a los que se les respeta su dulce acento, sus modismos en el habla, sus peculiares giros. Las breves apariciones de Antonia San Juan, la controladora y mala malísima Samir, agitan la trama. Excelente interpretación como viuda de un narcotraficante libanés asesinado por un ajuste de cuentas, que continúa con el oficio en acuerdo con Grandinetti para la distribución de la mercancía.
En Mari Carmen Sánchez (Asunción), la abuela del fallecido, confluyen todos los misterios de la ínsula. Su silencio, la visión de su rostro, el cuerpo cansado y dolorido representa a la sabina de El Hierro, postrada ante el suelo por la acción de los vientos alisios como alegoría de la existencia. Su presencia amansa, al igual que por la mirada de Marga Arnau (la altiva secretaría judicial Ángela) pasa el cielo entero. Una condena que ambas aceptan con amor y resignación.
Luifer Rodríguez (Bernardo) da vida al abogado del principal sospechoso, en una interpretación de letrado “zorrocloco”, prudente y honesto, cuya naturalidad actoral, junto a su inteligencia y astuto sentido del humor isleño hacen que su trabajo sea tan fresco. Su personaje resume sobre sus hombros esa frase popular “isla pequeña, infierno grande”. Cristóbal Pinto (Tomás) es un buen actor. Interpreta a un tipo hombre duro que cuando se desnuda emocionalmente revela todo su enorme potencial. Yaiza Guimaré vuelca de forma controlada de dentro hacia fuera su sufrimiento, y está extraordinaria en el papel de la madre de la novia y esposa infeliz de Grandinetti.
La serie refleja cómo todo aquel personaje cercano a la víctima se siente culpable de algo, lo que le proporciona a la película una carga mayor de drama y desesperación. Jóvenes que, además, se mueven por los abismos con la misma soltura que el ganado y los pastores. La bella Kimberley Tell (la novia) hace un buen trabajo en la serie al soportar gran parte de todo el peso emocional. Saulo Trujillo (el hijo del panadero) borda su primer trabajo en la pantalla. Pasa por varios registros a lo largo de la serie y los defiende muy bien. Su personaje es ejemplo de un mundo en el que incluso los seres más desgraciados pueden considerarse afortunados si no se meten en problemas.
Tania Santana (cuidadora del hijo de la jueza) se come la pantalla, su interpretación es muy buena. Una actriz con una gran proyección de futuro. Maykol Hernández demuestra de nuevo que es un actor creíble tanto sobre el escenario como ante una pantalla. Isaac B. Dos Santos (Yeray) interpreta a un personaje difícil, un joven atormentado. El actor se desarrolla, crece y evoluciona a lo largo de la serie, tiene momentos de rencor y de piedad. Su papel refleja la peculiar personalidad del isleño que huye de los problemas, que desconfía por naturaleza y desaparece en mitad de una conversación (su naturaleza volcánica), pero es amable y acogedor como como el mar.
Chicho Castillo (el panadero malhumorado) apenas aparece en escena, pero cuando lo hace escupe su amarga existencia. Como él, hay una serie de actores secundarios (los matones, los policías o los testigos) cuyas intervenciones son puntuales y buenas. Mención especial al pequeño de la serie, Ángel Casanova (Nico), el hijo de la jueza. A pesar de su parálisis el jovencísimo actor interactúa, sonríe, muestra seriedad, diversión o serenidad cada vez que la toma lo requiere.
Sentado una noche de cielo estrellado mientras el runrún del oleaje amansaba el espíritu, al productor ejecutivo, Alfonso Blanco (Fosco) le advirtieron de la Bajada en honor a la Virgen de los Reyes y decidió incluirla al descubrir cómo se paralizaba toda la isla y que los emigrados regresaban para formar parte del evento de extraña y mistérica belleza. (Mínimo spoiler: durante la romería no trabaja ni Dios, para sorpresa de la jueza peninsular).
Nadie sabe qué pasará con ellos y ese será el suspense que mantenga sujeto al espectador en la historia, motivo para consumir su anunciada segunda parte. Porque habrá segunda parte, ¿verdad?
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Ana Sharife
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