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La frustrada sesión de investidura de Pedro Sánchez todavía colea y seguirá dando castigo durante mucho tiempo, porque puede calificarse de histórica, por las vergüenzas que ha destapado. Porque ha servido, entre otras múltiples revelaciones, para conocer mejor, o confirmar, las insuficiencias de nuestros partidos políticos, sus limitaciones y su indiferencia por el bien de los españoles, envueltos en sus rencores personales, en sus odios tribales y en los estrechos límites de sus ambiciones electorales, cultivando sus gentes. Nuestros políticos han ofrecido un espectáculo de estriptis, involuntario y aleccionador. El PP, como siempre, intransigente y cerrado, esperando a ver pasar el cadáver de su enemigo, negándose a colaborar con nadie, poseedor de la verdad absoluta de su tradición espuria y de la injusticia social, sin redención, año tras año, quitándole los derechos laborales a los trabajadores. Su colaborador Vox, repitiendo los peores discursos del pasado del odio y de la violencia, es una gran ayuda a los propósitos del PP, con identidades programáticas compartidas, que se ha mostrado más contemporizador y menos fiero que en otras ocasiones, ensayando la piel de cordero, con su habitual coartada de España, con olvido de los españoles. “Ciudadanos”, el tercer pincho del tridente, ya sin complejos ni retóricas ambiguas, con una dialéctica de insultos (“Sánchez y su banda”) de mal gusto, impropia de su confesada posición de mesura y apertura ideológica, aspirante a dirigir la oposición y cerrarle el camino a la izquierda, ha demostrado sobradamente su vocación de derechas, de bisagra nada, con todas sus consecuencias. En el otro lado, la izquierda oficial, el PSOE, ha demostrado su fidelidad a sus antepasados, ofreciendo un tenue reformismo, sin derramamiento de sangre, lejos de cualquier extremismo, haciendo buena la profecía de Lenin, aunque no nos guste el personaje, de que “la socialdemocracia es la rueda de repuesto del capitalismo”, preocupado de los españoles y de mantener vigentes las leyes de la democracia, aunque no está el patio para muchas alegrías. Y, finalmente, “Podemos” o, mejor dicho el Pablo Iglesias de “Podemos”, ha constituido la base del espectáculo, el número fuerte, con un estriptis, en exclusiva, que, como gag, ha logrado su efecto espectacular. Ha perdido los papeles. No se puede estar más equivocado, menos políticamente correcto, más emocional y menos racional. Todo el buen nombre que había adquirido, lo ha perdido con un solo gesto. Todo lo ha tirado por la borda. Irresponsable, encastillado, ciego, ha protagonizado lo que pudiera llamarse un “crimen histórico”, que favorece a la derecha, castiga a los españoles y merma la confianza en la izquierda. Debería haber dejado, en el perchero de la entrada, sus pasiones personales.
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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