
Condenados por la Inquisicion, de Eugenio Lucas.
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Recientemente se ha publicado la más importante y extensa réplica al libro de Roca Barea. Me refiero a Imperiofilia y el populismo nacional-católico (2019)[1] del profesor José Luis Villacañas, obra que además ha servido para entablar una necesaria discusión histórica que, al menos por el momento, Roca Barea ha declinado continuar, pero que seguramente atraerá a nuevos interlocutores. [Después de la publicación de este texto, Roca Barea acaba de publicar en El País “Caza de brujas”]. En estas páginas no me centraré en el tono beligerante del autor con Roca Barea, lo que ha facilitado que se desplace el debate y se censure Imperiofilia exclusivamente desde ese lado, como aquí y aquí. Por el contrario, prefiero concentrarme en su crítica histórica, pues el libro no solo resulta de provecho para problematizar o refutar muchas de las tesis expuestas en Imperiofobia, sino también para repensar la misma Leyenda Negra en sí. De ahí que el subtítulo de la obra de Villacañas no sea otro que el de Otra historia del imperio español, algo que enlaza con otro libro suyo: ¿Qué imperio? Un ensayo polémico sobre Carlos V y la España imperial.
No obstante, cabe decir que además de las reseñas críticas que había recibido, desde las de Miguel Martínez, Juan Eloy Gelabert o Esteban Mira, quien ha distinguido entre la historia negra y la Leyenda Negra de España, hasta la muy lateral de Richard L. Kagan, en rigor no se trata de la primera respuesta a Imperiofobia y leyenda negra. En El demonio del sur, cuyo subtítulo es La leyenda negra de Felipe II, Ricardo García Cárcel también ha revisitado el tema que nos ocupa y sobre el cual había publicado hace más de veinte años un texto muy importante como Leyenda negra: historia y opinión, obra que sigue siendo de gran interés gracias a problematizar una visión simple y unilateral de la Leyenda Negra.
García Cárcel, en El demonio del sur manifiesta apreciar el libro de Roca Barea, pero al mismo tiempo proporciona una visión de los hechos antagónica en no pocos puntos a la defendida por esta autora. Para empezar, critica la creencia actual en la Leyenda Negra y afirma no estar de acuerdo “con la hipersensibilidad ante cualquier crítica de nuestro pasado estableciendo un correlato mecánico pasado-presente que nos obliga a ejercer de permanentes vigilantes de la opinión ajena” (p. 14), aunque también se manifiesta en contra de “la apatía indolente de una determinada conciencia masoquista hispana que parece regodearse en la crítica que viene desde fuera como la única posible y merecida” (p. 14). Además, tilda la tesis del excepcionalismo español como inadmisible y victimista (ya en La herencia del pasado había dicho algo semejante), rechaza la conexión entre Leyenda Negra e imperiofobia y asimismo la afirmación, sostenida por Roca Barea, de que la monarquía española de Felipe II no se defendiera de las difamaciones que recibió. Al respecto asevera que “nadie puede negar que el esfuerzo de defensa publicitaria existió” (p. 369) y como ejemplo hace referencia a Pedro Cornejo y a su Antiapología escrita como respuesta a la Apología de Guillermo de Orange, tradicionalmente considerada como una de las obras fundacionales de la Leyenda Negra. Por todo ello, la opinión de García Cárcel no se concentra tanto en afirmarla o negarla sino en desdramatizar la carga fatalista del término. Al respecto, también lanza un aviso importante:
Es increíble, pero a estas alturas y después de haberse escrito tanto sobre la Leyenda Negra, no se ha editado hasta el momento presente en nuestra lengua ninguna de las fuentes referenciales básicas de la llamada Leyenda Negra, empezando por la Apología de Orange(p. 16).
Apología del Príncipe de Orange (1580)
Por su parte, Imperiofilia y el populismo nacional-católico es un libro cuyo propósito no es otro que rebatir en detalle las tesis de Roca Barea y que nos sitúa ante lo que puede ser un Historikerstreit español. Si Imperiofobia tenía el indudable mérito de hacer acopio de un gran volumen de información y podía deslumbrar por su cantidad de datos, datos que además tocaban temas bastante diversos de la historia de España y dificultaban una réplica de carácter global, el libro de Villacañas sorprende por atreverse a hacerlo en prácticamente cada uno de esos temas y aportar una especie de contrarrelato general y consistente de la historia de España.
En verdad, empero, la polémica entre ambos se había iniciado antes, a raíz de un artículo de Roca Barea sobre Lutero (Martín Lutero: mitos y realidades) publicado el 23 de julio de 2017, el cual fue respondido dos días más tarde por Villacañas en 500 años de Lutero y fue a su vez replicado por Roca Barea en Más sobre los 500 años de Lutero. Ahora bien, lo importante en esta polémica no era solo el juicio histórico sobre la figura de Lutero sino de qué manera abordar la misma historia, algo que Villacañas retoma al final de Imperiofilia con su alegato en favor de una historia escéptica. Su pretensión, por eso, pienso que no se agota en el hecho de proporcionar un contrarrelato contrario al confeccionado por Roca Barea, algo que ya ha realizado y sigue realizando en su abundante obra, sino que sobre todo sirve en este caso para denunciar y cuestionar la sesgada versión de la Leyenda Negra que se explica en Imperiofobiay así intentar que la historia vuelva a ser un espacio plural de discusión y debate, algo en lo que ha insistido en una de sus entrevistas:
Este libro [Imperiofobia] es una amenaza contra ella porque impone una única visión de la Historia de España. Es algo inédito desde los años 50. Obliga a posicionarte alrededor de determinadas consignas que ocultan completamente la realidad y te declaran como antiespañol y como esbirro traidor si no las compartes. Esto es contrario a la Historia, porque la Historia es pluralidad, y es contrario a la democracia, porque la democracia es una conversación de diversos relatos. Quizá antagónicos, quizá diversos, pero en los que se encuentra la propia estructura de la sociedad y de su heterogeneidad básica. Y ese es el motivo por el que he escrito esto.
Lutero y Melanchton retratados por Lucas Cranach el Viejo
Teniendo en cuenta la gran cantidad de temas que toca en poco más de 250 páginas, es lógico que sus lecturas de la historia (como las que hace de la Reforma y la de la Inquisición o su valoración, no muy generosa, del Imperio español) puedan ser discutidas. En su opinión, incluso deben serlo, pues su deseo es que el estudio de la historia lo pueda ser realmente, y serlo de una manera democrática, abierta a un sereno debate historiográfico sobre nuestro pasado, uno en que no se corra el riesgo de confinar al terreno de la hispanofobia a quienes se muestren críticos con el pasado español. Villacañas insiste en que el significado que le podemos atribuir a procesos de hace 500 años “puede ser diverso y en una sociedad democrática debe serlo” (p. 89), ya que la historia permite mirar fenómenos pasados desde una pluralidad de ángulos distintos. El problema, añade, es que en Roca Barea “ese significado concierne de forma unívoca al presente, y nos afecta en la esencia básica de nuestro ser” (p. 90), algo que impregna la discusión de demasiadas emociones y nos aleja del campo de la historia. Además, lo que teme Villacañas de Imperiofobia es que forma parte de “la ofensiva de un pensamiento reaccionario cuyos efectos estamos observando ahora con nitidez” (p. 13) y añade que “del sentido de esa batalla depende en cierto modo el futuro que podemos proyectar para este país” (p. 13).
Por otro lado, Villacañas sostiene que Imperiofobia es una obra que se caracteriza por “mezclarlo todo, confundirlo todo, y en ese maremágnum no ofrecer una razón atendible, sino solo un tu quoque infinito” (p. 14). Acto seguido apunta que la imagen negativa que se brinda de Europa y del protestantismo, frente al cual Imperiofobia exhibe una hostilidad esencial y que va desde Lutero hasta la crisis de 2008, funciona como un exterior constituyente, donde se construye un enemigo con el propósito de cohesionar a los propios. Por eso, Villacañas propone como alternativa una interpretación de la historia de España que la ayude a apuntar hacia un horizonte distinto, uno más abierto a Europa y a las otras culturas. Como ha puntualizado en un artículo en El Mundo, España “no puede ganar ningún combate de presente ni de futuro con la mentalidad, la subjetividad y la falta de comprensión hacia el otro (sea amigo o enemigo), que desde mi punto de vista pretende forjar el libro de la Sra. Roca Barea”.
En primer lugar, Villacañas denuncia la idealización del imperio expuesta por Roca Barea, del cual no presenta ningún rasgo negativo ni explica esa pura hegemonía con la que asocia su poder, pero también critica que Imperiofobia se asiente en una especie de nietzscheanismo. Villacañas destaca que la exposición de Roca Barea se apoya en la creencia de la existencia de pueblos inferiores y superiores, donde España formaría parte de estos y donde su Leyenda Negra sería poco más que el resentido producto de quienes padecen un complejo de inferioridad. Según ella, “molesta sobremanera saberse en la segunda división de la historia y, en cierto modo, subsidiarios y dependientes” (Roca Barea, p. 120) y, paradójicamente, apunta Villacañas, “sorprende que el racismo, que por lo general considera inferiores a determinadas poblaciones, sea un complejo que crean… los subalternos” (p. 34). La pirueta de Roca Barea consistiría en presentar como débiles a unos imperios que son quienes sufren la injusta y resentida ira de los pueblos inferiores. Añade irónicamente Villacañas: “La culpa es del inferior, desde luego, que ha puesto en marcha el prejuicio. El pueblo imperial no hace sino defenderse” (p. 35). En la misma línea, él denuncia que se haga una afirmación como la de “no hay en esencia diferencia apreciable entre la imperiofobia y el antisemitismo o cualquier otra forma de racismo” (Roca Barea, p. 120). La estrategia victimista estaría clara: compararse con el pueblo perseguido por antonomasia.
Bartolomé de Las Casas representado por el pintor mexicano Félix Parra (1875)
Villacañas también critica lo que a partir de la exposición de Roca Barea llama el mysterium mysteriorum: por qué, según ella, los pueblos imperiales suelen asumir la propaganda antiimperial e incluso contribuyen a su difusión. En otras palabras, por qué hay súbditos o ciudadanos del imperio que pese a serlo lo critican. Las principales dianas de Roca Barea son Fray Bartolomé de las Casas para el caso español y Noam Chomsky para el estadounidense, quienes formarían parte de una quinta columna intelectual. De nuevo, Villacañas acude a Nietzsche y su noción de mala conciencia o conciencia de culpa. Desde esta perspectiva, lo que colige del texto de Roca Barea es la creencia de que “los pueblos superiores serían mucho más fuertes si no brotara en ellos la conciencia de culpa y si eliminaran a los intelectuales que la generan con sus críticas” (p. 52). Uno de los problemas de los imperios, así como un síntoma de su “superioridad”, sería hacer gala de una excesiva autocrítica que no haría sino favorecer el éxito y la credibilidad del resentido discurso de sus enemigos.
Como subraya Villacañas, Roca Barea también apunta que la Leyenda Negra se ha construido fundamentalmente sobre prejuicios. “El proceso es siempre el mismo: una pequeña parte de verdad sirve para levantar una gran mentira que justifica un prejuicio de etiología racista que hasta ahora se niega a reconocer que lo es. Insistimos en que el prejuicio precede a su justificación y la fabrica” (Roca Barea, p. 269). Lo más curioso, añadimos, es que eso deriva en una postura que algunos calificarían de un arrebato posmoderno en el que ella no profundiza: “Ya sabemos que el lenguaje crea la realidad (…). No importa cuál sea la realidad, sino qué palabras se usan para referirse a ella. Luego el lenguaje hace el resto del trabajo. No hay forma de entender el fenómeno de la leyenda negra más que desde el punto de vista del lenguaje y la manipulación del lenguaje. Esto el mundo católico no ha sido capaz de verlo ni de analizarlo nunca” (Roca Barea, p. 389). Como apunta Villacañas, la propaganda, cuyo invento achaca Roca Barea a los protestantes, parece ser no solo el centro de la cuestión y determinarlo todo, sino también aquello que las sociedades católicas deberían cultivar e imitar de ellos (p. 228).
Noam Chomsky (imagen: Rebeldemule)
Otra de las críticas de Villacañas, y en la que participan muchos elementos, tiene que ver con la particular construcción del relato negrolegendario. Roca Barea, indica, solo está interesada “en el combate de todos esos pueblos europeos contra la católica España, combate del que nos cuenta cosas puntuales, detalles curiosos, lugares comunes, pero sin darnos una noticia de su contexto, lógica, sentido y valor” (p. 57). Imperiofobia juega así con la enumeración descontextualizada de hechos o anécdotas que no solo son analizados desde una lógica presentista, sino que tampoco se nos informa a menudo de su relevancia en su momento o en el actual. Villacañas señala que el libro está hecho “con un método impresionista de acumulación abigarrada de detalles” (p. 60-61), donde se transita de episodio en episodio, de personaje en personaje, de juicio de valor en juicio de valor, a menudo de manera abrupta y muy rápida, sin ahondar en el tema en cuestión (en especial en la tercera parte). Además, también reprocha el tono del libro, cuya escritura “no está destinada a captar la inteligencia del lector, sino su pasión y ante todo su sentimiento de haber sido mal tratado en su condición de español” (p. 59).
Como se ha dicho, Villacañas critica el uso continuo del tu quoque que parece resolverlo todo y cerrar el debate, pero también que lo aborde desde un cuantitativismo aplicado de manera general donde es más culpable quien más muertes haya provocado (y que puede estar basado, como hemos visto, en cifras poco fiables y sin fuentes que las acrediten). Villacañas agrega al respecto que Roca Barea “quiere contar todos los cráneos rotos de los demás, inventariar sus osarios, reunir las cenizas. Pero solo las de ellos, para que no puedan echarnos en cara los nuestros. Sin embargo, ellos no lo hacen desde hace mucho tiempo. ¿Cuál es la necesidad de hacerlo nosotros?” (p. 112). Por ello, observa que el libro de Roca Barea incurre continuamente en lo que denuncia, tanto el victimismo como la fabricación artificial de enemigos, evidenciando así que, pese a vituperar el nacionalismo, no deja de recaer en él. Finalmente, Villacañas denuncia la fobia al intelectualismo (para Roca Barea la Leyenda Negra siempre es obra de intelectuales), asimismo visible en sus críticas generales al Humanismo (del cual ella dice por ejemplo que “es refractario a todo cuanto no sea su mundo”, p. 323), o a una “Santa Ilustración” (así la llama Roca Barea para aproximarla a la “Santa Inquisición”) que retrata como una ficción anticatólica por la que queda desprovista de su pluralidad y, entre otros, también de su vertiente católica (y que identifica globalmente y sin más con posturas como el degeneracionismo).
Es imposible reproducir todas las críticas de Villacañas que conciernen a aspectos concretos de la historia de España, pues muchas atienden a cuestiones específicas o de detalle con el fin de mostrar la endeblez del relato de Roca Barea. Solo sobrevolaré algunos de los puntos más relevantes para la controversia entre los dos autores (y, por ejemplo, no reproduciré los reproches de Villacañas sobre la versión de la Leyenda Negra en la Italia renacentista que se expone en Imperiofobia, porque Roca Barea admite su ambivalencia).
Erasmo de Rotterdam retratado por Hans Holbein el Joven (1523)
1. Villacañas critica la afirmación de Roca Barea de que “la idea de un imperio europeo concebido como una Universitas Christiana es fundamentalmente erasmista” (p. 161) frente a la cual responde que esa idea es originalmente italiana y gibelina (y que pasa por Dante, Marsilio de Padua o Gattinara), pero que en Erasmo o en Vives el ideal de Universitas Christiana no reposa sobre un imperio. Con ello, sostiene que el humanismo del norte, frente a lo pretendido por Roca Barea, no defiende en absoluto el ideal imperial (un ideal al que ella apela sin cesar en su obra para realizar empresas políticas como las de Carlos V y su proyecto de unidad europea o también para la conquista de América).
2. Villacañas denuncia que el luteranismo, además de ser expuesto como la “carga principal de dinamita con que se voló este proyecto prematuro de unidad europea” (Roca Barea, p. 163), es entendido únicamente en una clave política, sin dar importancia al trasfondo religioso. Como apunta Villacañas, “la religión no es para ella sino una mera excusa, una pantalla ficticia en la lucha por el poder” (p. 88). En opinión del autor de Imperiofilia, en cambio, que hubiera un condicionamiento político no excluye que también hubiese una dimensión religiosa digna de ser tenida en cuenta y que Roca Barea desprecia por completo. Además, al describirlos meramente como reactivos y protestantes, Villacañas apunta que Roca Barea olvida que “Lutero y muchos otros como Bucero, Melanchthon y Calvino, siempre pensaron que ellos eran los auténticos católicos y por eso mantuvieron aspiraciones a restaurar por doquier la catolicidad cristiana” (p. 89). Finalmente, Villacañas reprocha las afirmaciones sobre la libertad de culto entre los protestantes o la supuesta hispanofobia de Lutero, quien sobre todo había dirigido sus críticas contra el Papa. Este autor indica al respecto que en muchos momentos Roca Barea confunde el anticatolicismo con la hispanofobia, algo que también sucede en su sesgado retrato de Calvino y a quien, más allá de la conocida y reprobable condena a la muerte de Servet, le achaca muchas ejecuciones que no le corresponden.
Visita de Calvino a Servet en prisión, por Theodor Pixis
3. Villacañas también denuncia múltiples errores en cómo Roca Barea explica la Guerra de Flandes o la de los 80 años. Entre otros, que ella apunte que Carlos V tenía un proyecto federal (y eso pese que ella había dicho en otro momento del libro que hablar del federalismo antes del siglo XVIII era un despropósito, p. 36) o que se limite a considerar que Egmont y Horn fueron ejecutados conforme a las leyes vigentes (y sin mencionar, por ejemplo, que incluso el emperador Maximiliano II de Habsburgo, primo de Felipe II, solicitó clemencia para ambos). También le reprocha que ella hable de persecuciones masivas de católicos en los Países Bajos con el objeto de dar a entender que los otros países europeos eran más intolerantes que España.
Ejecución de Egmont y Horn en Bruselas (1568), grabado de Frans Hogenberg
4. Otro de los puntos que analiza Villacañas atañe a la Inquisición, donde destaca su histórica utilización política, contradice a Roca Barea cuando afirma que las denuncias no eran anónimas (sí lo eran para los procesados) y refuta que su Leyenda Negra haya sido un invento luterano. Al respecto recuerda que desde un principio tuvo una pésima fama en la misma España (¿acaso podemos olvidar todo lo que rodeó al asesinato del luego canonizado Pedro de Arbués cuando se quiso introducir la Inquisición en la Corona de Aragón?) o que el mismo Papa Sixto IV se opuso a su funcionamiento. Frente a Roca Barea, Villacañas llega a afirmar que la Inquisición supuso “la destrucción de todo el derecho patrio, que pasó a ser letra muerta ante esta institución regida por un derecho excepcional, sin otra ley que su propia voluntad discrecional” (p. 143). Además, añade que Roca Barea prefiere omitir la primera etapa de la Inquisición, la más dura y en la que se perseguía a los judeoconversos, quienes fueron la razón de ser de su fundación. En cambio, ella se centra en la persecución de reformados, entre los cuales se condenaron muchos menos (y no pocos de ellos extranjeros, porque fuese por la eficacia de la Inquisición o por razones culturales las ideas de la Reforma no cuajaron en España). “De este modo, escribe Villacañas, puede decir que fue un invento de los protestantes, sepultando en el olvido la época constituyente, la que sembró el terror en la población, la que forjó su siniestro poder, la época que determinó la forma de percibirla y temerla” (p. 144).
Martirio de Pedro de Arbués, por Murillo (colección BBVA)
5. Respecto a la conquista de América, Villacañas denuncia muchos errores que van desde las maledicencias de Roca Barea sobre Fray Bartolomé de Las Casas hasta que hable de “la libre circulación de personas” entre el continente y las Indias, con el fin de encajar la realidad histórica con su ideal imperial, u omisiones como una institución bien conocida y con mala fama como las encomiendas. Además, que técnicamente los territorios americanos no fueran colonias, añade, no significa que la realidad no fuera una bastante próxima a la colonial (p. 174), con lo que se producía un desajuste entre la teoría y la práctica que ha sido señalado incluso por Philip Powell. Para profundizar en los problemas del libro de Roca Barea sobre la relación con el continente americano, también puede ser interesante consultar la reseña de Esteban Mira.
Villacañas deja claro que no rechaza la existencia de la Leyenda Negra pasada (p. 258), pero lo que le preocupa es la versión actual que se quiere hacer de ella, como en Imperiofobia. En su opinión, esta versión es “estéril no porque invoque hechos más o menos verídicos, sino porque no ofrece una interpretación útil de lo que ha significado en nuestra historia. Centrada en detalles, no tiene una mirada orgánica de nuestra evolución ni una interpretación profunda ni una valoración en el largo plazo de nuestra historia” (p. 143). Por ello, y este aspecto es fundamental, lo que recomienda no es responder afirmativa o negativamente a la Leyenda Negra, un simple sí o no. Como dirá más adelante, “en el ámbito de la historia (…) lo contrario de una falsedad es una falsedad, no la verdad” (p. 256). De ahí que arguya que lo necesario es que los españoles “logremos un relato de la manera en que nos afectó esta institución y apreciemos lo específico de la misma, no que nos enrolemos en una guerra de cifras y de muertes, de pequeños detalles sin densidad significativa” (p. 143). Lo importante, añade, es lo que significó para nosotros como pueblo.
El objetivo, en suma, es analizar la Leyenda Negra desde una distancia histórica que, al mismo tiempo, nos permita extraer enseñanzas para encarar el presente. Entre otras cosas, Villacañas destaca que la Leyenda Negra fue una de las armas de los enemigos de la Monarquía hispánica en los siglos XVI y XVII y que su existencia nos muestra “la experiencia moderna de que la guerra también se gana con los intelectuales y las ideas” (p. 259). Unos intelectuales, por cierto, cuyas obras y afirmaciones no deben ser exclusivamente analizadas desde la perspectiva del poder, del nacionalismo o desde una lógica como la del amigo/enemigo, tal y como tiende a hacer Roca Barea. Despreciarlos no sería por ello más que ser, aquí sí, víctimas de la Leyenda Negra y nos podría condenar a ser incapaces de sacar las lecciones que ofrece la historia.
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Edgar Straehle es licenciado en historia, filosofía y antropología (Universidad de Barcelona). Doctorado con una tesis sobre el pensamiento de Hannah Arendt. Autor de Claude Lefort.La inquietud de la política (2017)
Esta crítica se publicó en el blog De Re Historiographica. Conversaciones sobre la historia.
(1) José Luis Villacañas. Imperiofilia y el populismo nacional-católico. Madrid, Editorial Lengua de Trapo, 2019, 264 páginas.
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Edgar Straehle
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