RETRATOS SONOROS / LAS SIN SOMBRERO (III)
Me llamo Margarita Gil y me enamoré fatal, desbordante, desesperadamente de Juan Ramón Jiménez
Susana Hernández 14/08/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.
Margarita Gil Roësset (La Rozas, Madrid, 1908-1932)
Me cuesta mucho decir quién soy porque todo ocurrió muy rápido. Crecí en las afueras de Madrid, en Las Rozas, que entonces no era mucho más que un puñado de casas. Mis padres tenían ese aire moderno de principios de siglo, que les hizo a tantos creer que era posible inventarse un mundo nuevo, donde todos nos formáramos empapados de belleza y empujados a ser también creativos, a explorar lo más hondo y lo más íntimo y lo más secreto. Aprendí en casa, me enseñó mi madre. En las enciclopedias han apuntado que Margarita Gil Roësset fue una niña prodigio, y dicen incluso que mis dibujos inspiraron los de ‘El principito’, de Saint-Exupéry. ¡Qué cosas! No dicen nada y no me reconozco. Lo que importa es que, ya fuera primero a través de unas palabras torpes o de unos garabatos que hice para mis padres y mis hermanos, yo me propuse agarrarle el pulso a la vida y la muerte, y transformarlo en arte. Por eso me puse a esculpir. No sé, tal vez creía que armando un mundo autónomo que se tuviera de pie, una cabeza que pudieras tocar como cabeza, un cuerpo al que acariciarle sus curvas, tal vez si hacía algo que se pudiera de alguna agarrar, yo iba a conquistar el secreto del tiempo. Me contaron que casi muero al nacer, por eso me empeñé en trabajar con la madera y la escayola y el granito, para que me protegieran. Pero no supieron hacerlo. Mi madre me llevó al escultor Victorio Macho para que me enseñara, pero él se negó: dijo que no quería estropear mi talento. Así que me quedé sola, y yo siempre fui demasiado frágil porque la belleza me tocaba hasta la fibra más remota, y perdía cualquier hilo con el mundo. Por eso me enamoré de una manera fatal, loca, desbordante, absurda, desesperada de Juan Ramón Jiménez, el poeta. Y eso que adoraba a Zenobia, su mujer. Tenía 24 años cuando tomé la decisión y, a eso de la seis de tarde, cargué la pistola y me pegué un tiro. Antes le llevé unos papeles a Juan Ramón en una carpeta amarilla. Estaban las últimas anotaciones de mi diario. Decían simplemente, con la prosa nerviosa de una joven asustada: “Ya no quiero vivir sin ti... no... ya no quiero vivir sin ti... tú, como sí puedes vivir sin mí... debes vivir sin mí...”. “Mi amor es ¡infinito....! La muerte es... infinita... el mar... es infinito... la soledad infinita... ... ... yo con ellos... ¡contigo!”. “Pero en la muerte, ya nada me separa de ti... solo la muerte... solo la muerte, sola... y, es ya... vida ¡tanto más cerca así... ... muerte... como te quiero”.
--------
La siguiente entrega, Maruja Mallo, se publicará el 18 de agosto.
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...
Autora >
Susana Hernández
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí