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Jon Paul Rodríguez / Ecólogo y Premio Whitley Gold 2019

“El hombre ha demostrado ser un especialista consumado en extinguir especies”

Gorka Castillo 24/09/2019

<p>Jon Paul Rodríguez. </p>

Jon Paul Rodríguez. 

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“Nos enfrentamos a problemas de políticas públicas muy serios pero también a un conflicto de cambio global muy grave”. Al ecólogo Jon Paul Rodríguez (Caracas, 1967) le gusta meterse hasta la cintura en las turbulentas aguas medioambientales porque “los ritmos que se manejan en economía para acometer las transformaciones son demasiado lentos para la naturaleza. No tenemos tiempo que perder”. Rodríguez, premio Whitley Gold en 2019, algo así como el Nobel de ecología, es un reputado conservacionista que preside la Comisión de Supervivencia de Especies de la Unión para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la organización internacional dedicada a la defensa de los recursos naturales más grande del mundo. Autor de numerosas investigaciones y trabajos de campo, logró uno de sus más sonados éxitos al salvar de la desaparición a un singular loro que habita en Isla Margarita. Desde 2016 coordina el libro rojo de las especies, la herramienta imprescindible que utilizan organismos y gobiernos para evaluar la extinción en la Tierra. “Un millón de plantas, animales y hongos se encuentran al borde de la desaparición como consecuencia de la actividad humana”, añade. La entrevista se realiza por skype en vísperas del arranque de las protestas contra el cambio climático convocadas por movimientos juveniles en todo el mundo. Rodríguez, a quien no le importaría estar presente en los actos convocados el día 27 en España “ya que tengo ascendencia vasca”, se encuentra en Nueva York. Y aunque reconoce su inclinación a destacar el lado positivo de las cosas, no oculta un tono sombrío cuando habla del planeta azul. “Hay regiones en el mundo donde el desastre es igual o mayor al del Amazonas pero como no son un objetivo político atractivo la atención del público es mucho menor.”, concluye.

Dirige desde 2009 el grupo de trabajo que cada año actualiza la lista roja de ecosistemas del planeta. ¿Cuál ha sido la evolución durante la última década? 

En primer lugar, me gustaría añadir que este inventario se elabora con la información aportada por más de 8.000 especialistas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ubicados en casi todos los países del mundo y que nuestro objetivo es resumir conocimientos e identificar síntomas de riesgo de extinción. No promovemos acciones explícitamente aunque las instituciones internacionales y la mayoría de los gobiernos toman los resultados como referencia para guiar sus políticas de conservación. Y lo que les decimos es que el número de especies amenazadas crece año tras año. Las razones son múltiples pero hay dos principales. La primera es que la exploración de grupos no conocidos o no documentados con anterioridad nos obliga a agregar nuevas especies en las dos actualizaciones anuales que realizamos. La otra conclusión es que la situación de todas ellas ha empeorado pero los más afectados son los anfibios.

Ante esa evidencia, ¿sigue utilizando la expresión “cambio climático” o prefiere hablar ya de “emergencia climática”?

La limitación que tenemos es que el lapso de tiempo que utilizamos para determinar los riesgos de extinción de especies es más corto que el aplicado al cambio climático. Por eso mucha gente, a veces, se siente decepcionada al ver que el inventario no refleja suficientemente bien los síntomas del cambio global, que son muy evidentes. Ante esta emergencia hemos decidido incorporar indicadores del riesgo climático como un factor esencial, no sólo en la desaparición de especies sino también en la modificación de los patrones del comportamiento atmosférico que se están produciendo a una velocidad mucho mayor de lo que ocurrió en cualquier tiempo pasado. Pronto tendremos los primeros resultados.

¿Qué sensación le produce ver, por ejemplo, la inacción del Gobierno brasileño en la protección de la Amazonía? 

hay regiones en el mundo donde el desastre es igual o mayor al del Amazonas, como sucede con las zonas selváticas de África,

Nuestra misión es generar información basada en evidencias porque creemos que es la única manera de que la ciudadanía pueda opinar y tome decisiones. En el caso de Brasil venimos constatando desde hace tiempo graves problemas de conversión en toda la cuenca amazónica y en sus ecosistemas cercanos debido a la presión humana. A esto se une que la actitud mostrada por el Gobierno es fomentar la deforestación y la acción y expansión de la actividad agrícola y ganadera. Ante esta evidencia decidimos hacer un llamamiento a todos los gobiernos de la región para que pongan medidas inmediatas de protección. Pero no nos quedamos ahí. También alertamos de que hay otros muchos ecosistemas amenazados por el fuego y la devastación, algunos incluso más que la Amazonía. Es el caso del Bosque Chiquito en Bolivia o del Mato Grosso en Brasil, zonas más secas que la cuenca amazónica y, por lo tanto, más sensibles a los incendios. Lo que está claro es que nos enfrentamos a problemas de políticas públicas muy serios pero también a un conflicto de cambio global muy grave. Y encarar ambos al mismo tiempo es más difícil que cuando se producen por separado.

Una foto satelital mostraba hace unas semanas que la extensión de selva destruida en el centro de África es mucho mayor que la del Amazonas.

A veces se tiende a mezclar los temas políticos con los científicos pese a que la evidencia apunta a que en Sudamérica están ocurriendo cosas serias desde el punto de vista de transformación ambiental. Como bien dices, hay otras regiones en el mundo donde el desastre es igual o mayor al del Amazonas, como sucede con las zonas selváticas de África, pero como no son un objetivo político atractivo la atención del público es mucho menor. 

Sus informes sobre la biodiversidad señalan que el ritmo de desaparición de especies ha crecido de manera dramática. ¿Dónde está el punto de no retorno frente al cambio climático?

La cifra actual que manejamos en la UICN es que un millón de especies se encuentran al borde de la extinción como consecuencia de la actividad humana. Pero esa cifra es una extrapolación de los datos que conocemos porque estimamos que hay varios millones más que ni siquiera conocemos su existencia y que es posible que se extingan antes de verlas. Pensar en eso me resulta trágico. Respecto al punto de no retorno hay muchos expertos que consideran que ya hemos llegado. En algunos ecosistemas, sobre todo en los ambientes muy fríos, hay imágenes dramáticas. Si desaparecen los glaciares o las nieves de las grandes montañas significa que la base sufre una gran transformación y la vida reduce su espacio hasta desaparecer. Todo está encadenado. Los límites de distribución de la flora en el hemisferio norte se están trasladando hacia el polo a mucha velocidad, muchas aves migratorias llegan a su punto de destino estival al poco de concluir el invierno… Hay muchísimos ejemplos más causados por este fenómeno. Tengo un amigo que me dice que, pese a todo, la Tierra seguirá existiendo en los próximos 100 o 200 años pero ¿cuál será el coste? La pregunta pertinente es ¿en qué planeta queremos vivir? Está demostrado que somos una especie extremadamente adaptable pero hay muchísimas personas en el mundo que carecen de recursos para adaptarse a esa nueva situación. La desigualdad que presentan muchos países para enfrentarse a esta transformación es otra de las amenazas que debemos empezar a tener muy en cuenta. 

Y a usted, ¿en qué planeta le gustaría vivir?

En una Tierra que permita a todas las especies coexistir de manera más o menos armónica. No me resigno a conseguirlo. Creo que todos juntos, cada uno desde su ámbito, pequeño o grande, tenemos la obligación de seguir avanzando para conservar la vida. A menudo me preguntan cómo es posible que se invierta dinero para salvar un animal cuando podríamos utilizarlo en rescatar a las personas de la miseria. Y quizá la cuestión sea pertinente pero mi respuesta siempre es la misma: el hombre ha demostrado a lo largo del tiempo ser un especialista consumado en extinguir especies, ¿por qué no demostrar ahora que también podemos rescatarlas de la desaparición? La responsabilidad está en nuestras manos. No tenemos ningún derecho a continuar reduciendo la diversidad del planeta y no hay tiempo que perder.

Pero, ¿cómo hacerlo en unas circunstancias donde el clima sigue estando a la cola de otros problemas globales?

la Tierra seguirá existiendo en los próximos 100 o 200 años pero ¿cuál será el coste? La pregunta pertinente es ¿en qué planeta queremos vivir?

El problema es que uno se acostumbra a las cosas que se transforman lentamente porque no percibe el drama de un cambio drástico. Yo fui pescador cuando era niño y no tenía que esperar ni un minuto para coger algo con mi caña. Hoy es imposible pero la gente cree que es lo normal. Ahí entra en juego la habilidad científica para comunicar la importancia de esos cambios lentos en la vida colectiva. Recuerdo que mi abuelo no entendía por qué dejaba el chorro del agua abierto cuando me cepillaba los dientes. Eso me marcó. ¿Por qué utilizar dos litros de agua cuando te vale con un tercio o menos? Ahora me sirve con un vaso. Imagínate si hicieran lo mismo 10 o 20 millones de personas cada día. El impacto sería enorme. Y lo mismo te diría sobre el uso de bolsas plásticas. Con esto quiero decir que tenemos información pero el reto es saber transmitirlas para crear conciencia porque hay medidas sencillas, al alcance de cualquiera de nosotros, que mejoran el bienestar colectivo. Y, por supuesto, hay que seguir exigiendo a los gobiernos y a las empresas que actúen de forma activa y comprometida a favor del medio ambiente.

Con su trabajo, ¿intenta cambiar la conciencia del mundo?

Por supuesto. Tengo claro que si diéramos la oportunidad a la naturaleza para recuperarse, se recuperaría. Hay muchos ejemplos exitosos en el mundo. Por ejemplo, en las zonas de exclusión pesquera que se han implementado en muchos países. O en los bosques a los que el hombre ha dejado tranquilos unos años y han regresado a la vida. Cuando los españoles llegaron a Centroamérica en 1500 no había casi árboles. Hoy el sur del Panamá es una selva. Yo creo que mientras quede naturaleza debemos mantener la esperanza. Nuestra función como científicos es persuadir a la gente, aunque sea una persona al mes, para que tome decisiones correctas pensando en su posición en el mundo y en la influencia de su acción sobre otras especies.

Una de sus críticas al comportamiento humano es su obsesiva inclinación a explotar los recursos naturales por el simple hecho de que nos asiste el derecho a extraerlos. ¿Considera que la legislación internacional protege los excesos extractivos?

Nuestro impacto, nuestra capacidad de transformación del entorno, es muy superior a la de cualquier otra especie que ha habitado nunca en la Tierra y posiblemente jamás la habite. El papel de los gobiernos es precisamente regular esa interacción y promover una gestión ambiental mucho más sostenible. Y pienso que en muchos casos puede hacerse. Por ejemplo, la agricultura y la pesca son industrias altamente subsidiadas por los gobiernos del mundo en base a su seguridad alimentaria, pero si dejáramos que la propia economía de mercado resolviera el costo real de su producción es posible que el impacto ambiental fuera mucho menor porque la sobreexplotación sin incentivos no resulta rentable. Por eso digo que incluso dentro de nuestras propias herramientas económicas tenemos espacio para mejorar si los gobiernos reconocieran que hay que internalizar el costo ambiental y no simplemente transmitírselo a los consumidores.

¿Cree que el conglomerado que conforma el sistema productivo mundial, es decir, los poderes políticos y corporativos, es consciente de lo que está en juego?

En la reunión Río +20 celebrada en 2012 me llamó la atención que la creatividad y la búsqueda de soluciones en el foro de los gobiernos locales fue muchísimo más rica que las aportaciones de la conferencia global

Es muy difícil responder porque no todas las empresas se comportan de igual manera. Algunas son más susceptibles a la presión ciudadana que los mismos gobiernos y han empezado a cambiar sus métodos de producción. En la reunión Río +20 celebrada en 2012 me llamó la atención que la creatividad y la búsqueda de soluciones en el foro de los gobiernos locales fue muchísimo más rica que las aportaciones de la conferencia global, donde las posturas eran infinitamente más conservadoras e influenciables por los grandes poderes económicos. Como ciudadano opino que debemos ejercer presión a través de las diferentes herramientas que tenemos a nuestro alcance. Si el comportamiento de algunas empresas contaminantes, como las petroleras, está cambiando lentamente no es por el bien de la humanidad precisamente sino por su propia supervivencia. En este sentido, la presión ciudadana es fundamental.

Los objetivos para reducir los gases de efecto invernadero siguen sin ser cumplidos. La producción entre 2017 y 2018 se incrementó un 2,7%. ¿Para qué sirven las grandes cumbres?

La pregunta que nos hacemos los científicos es qué ocurriría si no se celebrasen o no se realizaran estudios sobre la biodiversidad. En la UICN, por ejemplo, hemos tomado la lista de especies amenazadas y la hemos comparado con una hipotética situación en ausencia de todas las medidas de conservación que se han puesto en marcha. Y lo que descubrimos es que, pese a que la tendencia sigue siendo negativa, se han reducido los impactos gracias a los acuerdos suscritos en esas grandes cumbres climáticas. Mi conclusión, por lo tanto, es que sabemos hacer conservación y tenemos tecnología para reducir el impacto contaminante pero hacemos muchísimo menos de lo que haría falta. Si logramos equilibrar mejor la ecuación inversión-conservación se podría revertir el declive que vivimos. 

Por ejemplo, invirtiendo más en educación medioambiental desde la infancia.

Llevo 30 años metido en este mundo y he visto con claridad cambios en la opinión pública mundial respecto al medio ambiente. Cuando comencé en Venezuela en la organización Provita, allá por los años 80, era inconcebible que un medio de comunicación tuviese un periodista dedicado en exclusiva a las noticias ambientales. De vez en cuando alguien cubría un megadesastre ecológico y poco más. Hoy en día, en cambio, periodistas especializados en ecología tratan este asunto a diario. Algo parecido empieza a suceder en los colegios. Los temas ambientales deben formar parte del currículum educativo. Reciclar objetos o incluso aprender a reutilizarlos para bajar el consumo se enseña ya en las escuelas de muchos países del mundo. Estoy convencido de que la presencia del medio ambiente en los sistemas educativos va a incrementarse con el paso de los años. 

La prueba es que son los jóvenes quienes han promovido la protesta mundial contra el cambio climático, ¿qué opina?

Cualquier iniciativa ciudadana pacífica que refleje una preocupación legítima como es ésta merece todo mi apoyo. Y es cierto que me enorgullece mucho que todos estos movimientos de defensa climática que están surgiendo son impulsados por los jóvenes, algunos incluso niños. Me parece fantástico su impacto porque se trata de una reacción espontánea de preocupación por el futuro. Siempre es difícil sentirse plenamente satisfecho con el comportamiento cauteloso de los gobiernos cuando se enfrentan a cambios profundos. Y este es uno de ellos. El reto que tenemos por delante es acelerarlas porque los ritmos que manejan la política y la economía son demasiado lentos para la naturaleza. No tenemos tiempo que perder. 

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