Ourense, el último reducto del viejo caciquismo de boina
Después de humillar a Fraga, a Rajoy y a Feijóo, la saga de los Baltar sigue acumulando denuncias y sentencias en su contra sin que pase nada en el PP gallego
Aníbal Malvar 16/10/2019
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El cacique ya no es lo que era. Ni siquiera en Galicia. La boina, el cayado y los fajos de billetes en talegas de cuero han desaparecido de la iconografía de las aldeas y pueblos de la Tierra Extrema de Valle-Inclán. Ya no hay caciques como los de antes, pero estos pequeños tiranos sin banderas no son, ni mucho menos, una especie en extinción. Sucede que han mutado con los tiempos.
“Es cierto que el perfil del cacique de hoy es distinto. Es un perfil más técnico. Son los hijos y los nietos de los viejos caciques, sí, pero son personas más educadas y con una formación académica más elevada. Ya no van gritando por los despachos lo de que ‘Pepe entra aquí por mis cojones’. Ahora intentan dar un aspecto de legalidad a la cacicada, aunque toda cacicada siempre es una chapuza. Los nuevos caciques vienen rodeados de abogados, de asesores y de asistentes”, explica Xabier Rodríguez Cerdeiro, secretario provincial de la Confederación Intersindical Galega (CIG) en Ourense.
Precisamente este sindicato nacionalista acaba de conseguir, en el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia, la ratificación de una sentencia, tras recurso de casación, que obliga a la Diputación Provincial de Ourense a anular 69 “adjudicaciones de puestos de trabajo” que vulneraban “los preceptos legales y constitucionales [artículo 14 de la Carta Magna], el Estatuto del Empleado Público y la Ley de Empleo público de Galicia”.
“Una cacicada posmoderna, ¿no? Una versión sofisticada de las tradicionales contrataciones a dedo”, pregunta el periodista. “Exactamente eso”, responde el líder sindical. “Ya no se trata de contratar a Pepito por mis cojones. Lo que se hizo aquí fue una convocatoria de plazas a medida. Los requisitos eran tan disparatados como exigir para tal puesto haber nacido en Sevilla de padre gallego y madre inglesa antes de 1980, tener un máster en bordado artístico y poseer, además, conocimientos de swahili, por exagerar las condiciones. Lo que quiero decir es que los requisitos se ajustaban tanto al perfil de una persona determinada, que no era posible para ningún otro concursante cumplirlas. Y eran condiciones que, muchas veces, nada tenían que ver con el desempeño del puesto de trabajo”.
Quizá la Diputación de Ourense se pueda considerar el último museo del caciquismo gallego más clásico y venerable. Desde hace más de 30 años, la DP ha sido presidida por la dinastía de los Baltar, padre e hijo, arquetipos del Partido Popular “de la boina”. Hasta 2012, la presidió Xosé Luis Baltar Pumar (79 años) y, desde entonces, le sucede en el cargo Xosé Manuel Baltar (52 años). El padre se retiró de la política antes de ser condenado por prevaricación continuada. La sentencia acreditaba que había contratado a 104 personas a dedo en 2010 a cambio de garantizarse los votos que afianzarían la sucesión de su hijo, como así sucedió entre acusaciones de nepotismo y pucherazo. Antes ya había conseguido imponer a su heredero al frente del PP ourensano a pesar de los intentos de Alberto Núñez Feijóo por colocar a un candidato menos contaminado y también algo menos feudal.
Nadie tose a los Baltar en el PP gallego. Ni siquiera el fallecido ministro franquista y expresidente de la Xunta, Manuel Fraga
Nadie tose a los Baltar en el PP gallego. Ni siquiera el fallecido ministro franquista y expresidente de la Xunta, Manuel Fraga, logró doblegar a Baltar padre cuando la unidad del PP gallego fue puesta en peligro por la encarnizada lucha entre los populares “de birrete” (como se denominaba a los trajeados universitarios Mariano Rajoy, Romay Beccaría, el propio Feijoó…) y los populares “de la boina” (el citado Baltar; el antiguo señor feudal del partido y la DP de Lugo, Francisco Cacharro Pardo; o el penúltimo delfín de Fraga, Xosé Cuiña, cuya madre Isolina Crespo, en un alarde de emprendimiento industrial inusual para una septuagenaria, compró tres empresas en el año 1990 y consiguió en un solo lustro reunir un patrimonio de 1,2 millones de euros facturando 84 millones al año –para algunos, coincidiendo sospechosamente con la llegada de su hijo a la Consellería de Obras Públicas).
De todas aquellas boinas, los únicos viejos caciques que sobrevivieron con todas sus prebendas, apellidos y poderes omnímodos en sus territorios son los Baltar. El patriarca, Xosé Luis, creador de una de las redes clientelares mejor tejidas de España, es un hombre bajito, de muy rural simpatía y que tocaba el trombón con una charanga en los actos electorales del PP gallego. Cuando tenía que hablar en público, solicitaba inmediata y retranqueiramente su “tenderete”, un cajón que le elevaba la estatura unos centímetros para llegar cómodamente al micrófono. Pero su estatura electoral era gigantesca. Llegó a conseguir para el PP el 57,2% de los votos de la provincia en las elecciones del año 2000 (mayoría absoluta de José María Aznar).
Histórico electoral Provincia Ourense/Generales
Fuente: Ministerio del Interior
“Aquellas redes clientelares perviven hoy como entonces”, asegura el sindicalista Rodríguez Cerdeiro. “Y esta sentencia creo que lo deja suficientemente claro. El método es el mismo: ir de casa en casa prometiendo puestos a cambio de votos”.
Pero así es imposible colectar los casi 130.000 votos que obtuvo el PP en 2000, su año récord en la provincia.
– Esto funciona así. El cacique promete y promete, y luego a lo mejor cumple su promesa para un 5% de la gente con la que ha hablado. Pero todos saben que, aunque esta vez el cacique no cumpla, sí tiene los medios para cumplir. Porque un primo, un vecino o un conocido sí ha resultado afortunado. En un medio de carácter tan rural como el nuestro, estas estrategias siguen funcionando.
Sobre todo en la provincia española que ocupa la última posición en tasa de actividad en la Encuesta de Población Activa, con un índice de empleo del 40,77%. Esto significa que hay más jubilados y parados que trabajadores.
En 2017, el juzgado de instrucción número 3 de Ourense archivaba una causa contra Baltar hijo por delitos de acoso sexual, cohecho y tráfico de influencias. Fue imputado por haberle ofrecido a una mujer un empleo a cambio de sexo
El historiador pontevedrés Rodrigo Cota carga con cierta ironía morriñenta cuando describe en rasgos generales al cacique vieille école : “Nuestro cacique de aldea es un cacique amable que reparte favores o prebendas y sólo pide a cambio eso, un voto. En los municipios rurales basta con que el cacique te ponga un contenedor cerca de tu casa o cuatro farolas para alumbrar el camino. Se trata de acuerdos no escritos pero aceptados por ambas partes. A medida que los municipios aumentan en núcleos de población, lo hacen las cacicadas, pero siempre siguiendo la misma dinámica, que es la de buscar el beneficio de ambas partes. Tú quieres una licencia y el cacique te la da, pero a cambio de que le muevas votos o le ayudes a financiar la campaña”.
Sin embargo, hechos de última generación invitan a intuir que aquel cacique algo bucólico y pastoril de antaño escondía, y esconde, rincones más oscuros, incluso repugnantes. En mayo de 2017, el juzgado de instrucción número 3 de Ourense archivaba una causa contra Baltar hijo por delitos de acoso sexual, cohecho y tráfico de influencias. Fue imputado por haberle ofrecido a una mujer un empleo a cambio de sexo. Aunque lo absuelve, la jueza reconoce en su auto que “el investigado solicita o al menos acepta un favor de naturaleza sexual para realizar en el ejercicio de su cargo una acción u omisión”. Lo acreditan grabaciones aportadas por la demandante.
Asociaciones feministas, como la coordinadora de la Marcha Mundial de las Mujeres en Ourense, exigieron a Núñez Feijóo el cese inmediato del presidente de la DP y del partido en la provincia: “El solo hecho de que sean mencionados amaños en los procesos de selección de personal de la Diputación, en las grabaciones realizadas por la denunciante, son suficiente motivo para que el PP asuma la responsabilidad política de retirar de su cargo a Xosé Manuel Baltar”, demandaban en un comunicado.
Tras conocerse la sentencia, esta organización feminista acusó al fiscal jefe de Ourense “no solo de estar al servicio de la justicia machista, sino del PP y de la saga Baltar, auténticos padrinos de la mafia provincial que extiende sus tentáculos hasta la propia Fiscalía”, según testimonio recogido entonces por la periodista Cristina Huete para El País. El togado del ministerio público ourensano, Florentino Delgado, había solicitado la absolución de Baltar y, tras conocerse el sobreseimiento, pidió la imputación de la demandante a pesar de lo explícito de las grabaciones:
BALTAR: Después de echar a todos estos, vamos a hacer una historia de servicios sociales. Yo te voy a solucionar el problema.
MUJER: La ayuda que me prometiste…
BALTAR: Esa promesa va a misa.
El cacique gallego se movía (se mueve) en toda la transversalidad de la falta de ética. Desde la sordidez del acoso sexual a la recalificación corrupta de terrenos o la compra de medios de comunicación (el Juzgado de lo Contencioso-Administrativo de Ourense anuló, en mayo de este mismo año, la compra, por parte de la DP, del archivo del periódico provincial La Región por 2,7 millones de euros sin tasación legal y exponencialmente sobrevalorada por técnicos no cualificados).
El escritor y periodista ourensano Diego Ameixeiras (1976) relata por experiencia personal cómo el viejo cacique no solo trasiega voluntades en despachos enmoquetados y redacciones de periódicos, sino que se trabaja al electorado en los ámbitos más pedáneos de sus taifas: “Siendo adolescente, recuerdo un final de la Vuelta a España en Ourense. José Ramón De la Morena, que en aquella época estaba en la SER, seguía la carrera y por la noche hacía El Larguero en el Teatro Principal. Me fui con unos amigos para ver el programa y no pudimos entrar porque el aforo estaba completo o no llevábamos invitación. No lo recuerdo exactamente. Pero cuando ya estábamos resignados a perdernos el programa, un señor bajito y nervioso, de pelo blanco y voz aguardentosa, se dirigió a nosotros y nos invitó a acompañarlo. Era el ínclito Xosé Luis Baltar [el padre, entonces presidente del PP provincial y de la diputación]. Se acercó con nosotros hasta la puerta, exigió que nos dejasen pasar (aquello sonó a orden) y pudimos ver el programa desde el gallinero. Tengo grabada la sonrisa de Baltar cuando salimos del teatro. Era una sonrisa a la que le brillaban los dientes, una sonrisa de cacique previsor que ya le va pidiendo el voto a los chavales con sus superpoderes. Pese a su gesto humanitario, nunca tuve tentaciones de votar a Baltar y, pasado el tiempo, dejé de escuchar a De la Morena sin saber muy bien por qué”.
El escritor e historiador pontevedrés Rodrigo Cota se declara apasionado del “material de desecho de los historiadores convencionales”. Con esos materiales de desecho elaboró, hace casi una década, un libro extravagante, muy bien documentado y muy mal distribuido titulado La loca historia de Pontevedra. Rodrigo Cota está de acuerdo en que el cacique gallego evoluciona distinto según la provincia. El cacique de la provincia de Pontevedra se sofisticó más cuando empezó a recibir dinero a espuertas, primero del contrabando de tabaco y, después, del narcotráfico: “En los tiempos en que los narcos paseaban con toda alegría por nuestras calles presumiendo de coches y de pazos, muchos caciques cayeron en sus redes. Se limitaban a aceptar el dinero que tan generosamente les llegaba de los narcos. Como siempre, el intercambio era provechoso: el narco pagaba y no pedía nada a cambio; el cacique, por la cuenta que le tenía, se limitaba a proteger al traficante de persecuciones políticas. Así que tenemos de todo, desde el cacique de pueblo que pone cuatro farolas a cambio de un voto hasta Rafael Louzán, que como presidente de la Diputación llenó la provincia de campos de fútbol de césped artificial y acabó presidiendo la Federación Galega. ¿Por qué los queremos tanto? No sé, pero puede que creamos que son algo tan útil como inevitable, además de que, todo hay que decirlo, son parte de nuestra cultura y de nuestra tradición”. La ironía es la virtud de hacer reír y sufrir al mismo tiempo, como dijo el clásico. Un clásico, por supuesto, muy gallego.
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