Balbino Gutiérrez ha fallecido en Madrid y todos los que le conocimos sabemos que algo nuestro muere también con él. Balbino fue crítico de flamenco, poeta, novelista, bloguero, pero fue sobre todo, morentiano. El genio granadino nos deslumbró a todos lo que  cariñosamente nos denominamos “la secta morentiana”: Verdu, un primer espada, Gamboa, Mora, aquí en Madrid, y muchos más; en Sevilla rodeado de tribus, Ortiz Nuevo, y los mártires granadinos Felipe, Juan Mesa, y otros mucho que omito, que aguantaron estoicamente años de marginación, y de pelea. Pero la verdad nos hizo libres, y Morente al final fue también profeta en su tierra, cómo no, si lo fue en el mundo. A ello contribuyó decisivamente Balbino con la biografía que escribió sobre Morente, y que la humildad natural  del cantaor le impedía mostrar con esa contenida autosatisfacción que muestran los que entienden que son dignos de una biografía en vida. Enrique encubría esa humildad en ironía, y se inquietaba ante los anuncios de Balbino. Pero Balbino, prudente, discreto, tenaz, fue recogiendo de aquí y de allá, testimonios de unos y otros y sentó las bases para que nuevas espadas continúen dando luz y brillo al hombre que nos enseñó todo lo mejor que tiene el flamenco: libertad, anarquía, creatividad, poesía, emoción, riesgo. Con la muerte de Balbino perdemos un eslabón más de esa cadena que nos unía con Morente. Buscaremos nuevos caminos, mientras con el poeta decimos, es algo más que el día lo que muere esta tarde.

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Agapito Pageo es editor del Canon, revista de la artes flamencas