Un magma luminoso y polvoriento
Apuntes de cuaderno, 3
Bruno Montané Krebs 16/11/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Una escritura esencialmente «amniótica» y que, sin embargo, reconozca las virtudes primigenias de la superficie, la vibración telúrica y vibrante de «las formas». Pese a todo, tengo la impresión de que hablo de esto como si se tratara de una suerte de experiencia fantasma, y pienso, ¿qué es lo que revela?
El reparto de la energía, del tiempo y de la economía, ¿rito o dilema o simple protocolo del verdadero luchador? Sin embargo, desde la ficción podrían considerarse como categorías levemente teratológicas.
La subjetividad sin duda existe y, a su modo, genera la base del tratamiento social de todas las relaciones que tienen que ver con lo material y corporal (V.B.).
Sueños y sueños del logos, mientras corrijo lo que han soñado otros.
Una procrastinada y semioculta deriva hacia otros métodos o procesos de escritura. Habría que hacer memoria sobre los procedimientos que creíamos que «no funcionarían», a pesar de que ahora los ves publicados por todas partes.
El silencio y el fragor. Cómo comprender la ignota luz, la posible pedantería del sintagma, sobre todo si se plantea de un modo tan simple.
Comprender «por qué escribimos como lo hacemos», pero precipitarse, sumergirse más allá de tal idea.
Lee lo escrito con ánimo de vivisección, como si buscara una mínima coherencia. Tal cual: seccionar lo vivo, lo escrito, lo pensado.
«La escritura como una dedicación plena, que ocupa todo el tiempo. La utopía del lenguaje y el tiempo. Sin embargo, ahora la escritura es como una estación a la que llegas apresurado, permaneces alerta en la sala de espera entre uno y otro tren.»
Elidir, eludir y aludir (paronomasias implacables, el círculo de las contradicciones).
Escrituras imaginadas, una y otra vez lo mismo, listas mentales irrealizables.
El movimiento de los libros: se repliegan, luego te invaden. Siempre es posible ordenarlos, regalarlos o tirarlos (incluso escribirlos…).
«Libere usted su mala conciencia. Se escribe, no se escribe, luego se vuelve a escribir.»
«Todo aquello que vamos comprendiendo siempre tarde o no suficientemente a tiempo.»
Libros que hemos aceptado creer que debíamos leer. Había que leer otros.
Abandonas cada uno de estos fragmentos justo en el momento en que llega la inminencia de algo que solo la sintaxis (la promesa del discurso) podría resolver.
También debes atender a la velocidad o la frecuencia de la aparición de estas anotaciones. Ahí hay un impulso que admite la existencia de otra cosa, de aquello donde se vislumbra la posibilidad de un desarrollo fluido y, no obstante, complejo (y que requiere una concentración férrea, feroz).
Nosotros y el tiempo (en la brecha apuntada ya hay un equívoco). El horizonte de sucesos requiere una rutina (habitualmente impuesta desde fuera con el apremio laboral), un orden inevitable e incuestionable, puesto que sin ese simulacro está claro que no haríamos nada.
Mantras cariñosamente secretos o rituales de una «peligrosa» conmiseración.
«“Yo”: una ficción de la que a lo sumo somos coautores.» «El escritor debe cuidarse sobre todo de volverse ingenioso cuando ya no tiene nada que decir» (Imre Kertész, Yo, otro. Crónica del cambio).
Escribir un Diario, pero después de escribir la primera entrada (escrita a lápiz) borrarla para escribir la del día siguiente, y la del siguiente, y así sucesivamente. Una vez se hayan borrado todos los días, uno tras otro, escribir una sola frase a modo de destilación, o incluso mejor, solo una palabra.
«La escritura siempre está al otro lado, y se tarda en saberlo.»
Se necesita y desea una perfección inmediata e intuitiva –un conocimiento desde el fondo– y no una fijación aterida y única.
«Cosas escritas.» Los textos –cualquier tipo de textos– como manifestaciones de lo que, a falta de una mejor definición, suele llamarse La Cosa.
Esa cosa «esquizofrénica» del corrector: acabar el libro, vencerlo.
La paciencia de la noche enfrentándose a esa gente que deambula para divertirse. Itinerarios indagantes bajo un frío inesperado.
Esa modulación enfática y supuestamente inevitable. Después de terminar de hablar caen en la cuenta de esos altos y bajos. La duda o el mero no saber les ha hecho levantar la voz o apretar más fuerte el lápiz.
Ahí vimos algo. ¿Qué? La infancia era el órgano futuro; la máquina pura, a ratos bella e incomprensible.
Abrazo y deconstruyo mis proyectos. Solo me atengo a la presión laboral (y ahí también procrastino lo que puedo). Prefiero dejar casi todo en un estado latente, como un magma invisible (ahí sirve esa poética) que poco a poco encuentra su camino.
«Nunca es como lo has imaginado: lo supera o aburre.»
Prístina velocidad mental y gesto manual de la escritura, una estratigrafía aparentemente abstracta, sí, aunque en ocasiones nos esforcemos en hablar sobre precisión.
«No calo nada, la realidad toda me cala hasta los huesos. En realidad, oigo llover en lo más profundo de mi mente. La respiración de las hormigas en La Orilla, en la Frontera definitiva.»
La escritura es tu utopía, un sueño que realizas lentamente en una destilación que suena a kilómetros y años de distancia.
Casi siempre las categorías para calificar la ingenuidad de los otros suelen ser, a su vez, bastante ingenuas.
La velocidad de las diversas lecturas (lentitud ⇔ rapidez). Mientras tanto, hay un retrato que respira, un modo de sostener la mirada sobre la amabilidad (o atrocidad) de los caminos que se bifurcan.
Desasirse de todo (si eso es posible) hasta alcanzar (quizá por un instante) la belleza y extraña humildad de la escritura. (El centinela y logócrata Zen.)
Mi mente aprendió en ese viejo magma luminoso y polvoriento.
Ese desorden que te protege y del que sin embargo huyes. Un desorden necesario y «exponencial». Un desorden que retrata un espacio interior, el «error» de un pulso impráctico.
«Después de un trabajo, otro.» Esa sería la lógica de la Economía.
El modo de situarte «en ninguna parte» para luego dejar que el logos divague y explore el velo que nos negamos a quitar. El velo que lo cubre todo, ya lo recuerda el arquetipo.
En realidad, desde pequeño comprobé la sentencia de Walter Benjamin sobre la cultura como documento de la barbarie. La percibía en los pequeños gestos ominosos, en «la marcha natural del mundo», en las noticias de la radio, en las películas del Oeste que veíamos en La Serena, en la desesperación de Helga por seguir pintando pese a todo... Lo que hace Benjamin es hablar sobre cultura y lucha de clases, la larga mano del colonialismo, el resplandor y la violencia del poder que impone su logos (sometido a sus propias e implacables condiciones históricas).
«No me vengan con rollos y pamplinas, la escritura siempre ha sido un acto melancólico.»
Epicentros solipsistas, esas flores radiantes y autofagocitadoras que perpetran la ofensa radical de no dirigirse a los demás, a la gente, a quienes amas…
Se prodiga en contextos, pero estos son como vórtices, y son caprichosos. «La realidad es caprichosa.» El circo y el infierno de las condiciones materiales.
El imparable remolonear de nuestros pensamientos, pero pese a todo las neuronas hacen su incansable tarea.
Esa rara entereza y asunción de la voz perpetrada por quien sabe que será leído. No te parece que sea tu caso.
Fugaces instantes de extrañamiento físico.
Este cuaderno: un agujero negro, un ejercicio de fría melancolía, la escuela frágil del apego a la duda. Mi «pretenciosa» y dudosa preparación.
Trato todas las cosas como si fueran extrañas y, al mismo tiempo, amables (no veo contradicción en ello).
Me levanto desesperado a escribir diez versos, sentado a la pequeña mesa junto a la ventana; qué malos son, pero de repente cómo los necesito.
Tu umbral sintagmático; tu paciencia y fragilidad: creer o haber aceptado una rara comprensión del enigma (ideológico) de la representación. Haber sido un escritor de novelas de ciencia ficción, un novelista de suspenso, un ensayista científico (formas lúcidas y utilitarias de otras enfáticas o entretenidas formas de representación).
«Nunca un aforismo –esa “rendición” brillante–, solo frases como fugaces agujeros negros.»
Escribir se revela como una constante y alerta melancolía, el cacofónico equilibrio interpretativo, el enigma de la representación y, en fin, también la secreta y cotidiana construcción de la lengua escrita (ese aparente reposo al que por inducción se somete la lengua hablada).
«Ya no saber ni querer escribir de otra manera.» A ver si lo entiendo de una vez: la escritura encierra (contiene, salvaje) su propia paradoja, una paradoja múltiple, inherente a su propio hacer, a su polifacético-polisémico desliz(arse).
«La literatura, para él, fue haber actuado “en consecuencia”, de acuerdo a su enigma y a sus deseos. Y haberse salvado del pequeño infierno de los canallas que quieren pasearse por la literatura como si esta fuera un amable palacio (esa máquina que todos codician pero que al mismo tiempo quieren incendiar, sin darse cuenta de que encarna la mayor y más incomprensible incandescencia).»
Deseo de llenar páginas, a ver qué pasa. La vieja respiración del lápiz, el modo de su presencia, su hipnótica contemplación (¿un diferido cronista del hipocampo o de los ruidos que oigo tras la ventana?). Hacia la decantación, hacia el poso (junto al brocal del otro pozo), hacia la etérea y suave destilación; seguir el pulso de la mente, las fauces del análisis, el fragor de la interpretación, la lógica de la dificultad, la indagación de las imágenes, el pesar sin peso de las frases fluidas, el raro desafío del hallazgo y la ocurrencia, el itinerario de las propuestas más humildes y frágiles. Una sopa de letras fosforescentes en el centro de la tormenta. Materia, esencia y efecto (una posible y rara efectividad).
Apuntes del autoinduccionista (la lábil poética de la autohipnosis). Me refugié en los apuntes, vine a saber qué hay aquí, qué se da en este modo. Más allá de la propia resonancia de la escritura vibran los gestos insospechados, los métodos de esta frágil clandestinidad neuronal.
Ya está abierto El Taller de CTXT, el local para nuestra comunidad lectora, en el barrio de Chamberí (C/ Juan de Austria, 30). Pásate y disfruta de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y eventos...
Autor >
Bruno Montané Krebs
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí