TRIBUNA
El dilema de Vox
¿Seguir fiel a sus orígenes como “ala derecha del PP” o subirse a la ola social-soberanista?
Nuria Alabao 13/11/2019
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La subida espectacular de Vox en las recientes elecciones ha abierto todo tipo de especulaciones sobre sus causas, incluida la que ellos mismos alientan de que un tercio de sus votos proviene del PSOE. En sus redes además comparten un gráfico con los cinco municipios más pobres de España, todos andaluces, donde han sacado buenos resultados: sobrepasan a los socialistas en cuatro de ellos.
Lo cierto es que en estas elecciones han hecho un ligero viraje discursivo con un tono más “social” y “antielitista” y hay muchas antenas dirigidas a captar estos movimientos y sus resultados sobre el electorado. No es para menos, existe un cierto consenso en que su gran posibilidad de crecimiento reside en el voto de clase trabajadora, que hasta ahora es poco significativo. Si llega a suceder esa fuga de votos, implicaría una vergüenza para la izquierda. Además de la certeza de que el hecho de que se trascienda el eje izquierda-derecha (como hizo el nacionalsocialismo en su época) supondría el definitivo pateo del tablero político español desde la Transición y un camino hacia lo desconocido. Para su relación con el PP, es también determinante si Vox acabará consolidando esa senda “nacional y socialista”. Esto significaría autonomizarse completamente del partido del que nació y del que todavía dependen sus marcos políticos. Un partido que aspira a absorberlo o al menos, a subordinarlo a sus designios.
Sin embargo, como ha escrito José Fernández-Albertos, hay una constante en las elecciones generales españolas, que se verifica en las últimas cuatro: una cierta estabilidad de los bloques de izquierda y derecha –ninguno ha obtenido menos del 42% en esos últimos cuatro comicios– aunque pueda haber algún trasvase puntual de votos. En estas elecciones, como en las de abril, tanto la izquierda como la derecha suman el 43% de los votos. Es decir, no se han producido transferencias de voto entre bloques. La excepcionalidad española en Europa es que aquí prima el eje izquierda-derecha, mientras que en el resto de Europa existen otros, como el vinculado a la relación con Europa o el del cosmopolitismo versus nacionalismo. Fernández-Albertos aventura que esto puede deberse a que la forma más extendida de definir a alguien como de izquierdas o derechas en Europa se configura en relación al papel que conceden al Estado en la economía, y “no ha sido tan determinante” en nuestro país. (Y si no, traten de responder a la famosa pregunta de autoubicación ideológica del CIS en el eje izquierda-derecha. ¿Qué tienen en cuenta? ¿La querencia por el pago de impuestos? ¿La memoria histórica? ¿Los derechos de las personas LGTBI? ¿La relación con los nacionalismos periféricos).
En nuestro país han operado tradicionalmente otros elementos, entre ellos, el de las guerras culturales, que definieron el eje izquierda-derecha en la época en que PSOE-PP no se diferenciaban radicalmente en sus políticas económicas. Solo así se explica por ejemplo el trasvase de votos de Cs, un partido que se dice liberal –y no solo en lo económico– hacia Vox, de valores ultraconservadores, como parece que ha sucedido en estas elecciones. Una anomalía española más.
Por tanto, de momento, no parece que se haya producido un voto de clase trabajadora significativo a Vox, más allá del que ya apoyaba a otras opciones conservadoras. Aunque habrá que estar atentos a las formas en las que se está materializando un apoyo a esta formación en comunidades como Murcia o Almería, lugares del agronegocio. En esos sitios se emplazan los grandes invernaderos cuyos trabajadores son mayoritariamente migrantes y las poblaciones están muy segregadas: el poniente almeriense, Campo de Níjar, Lepe, y otras zonas rurales, lo que sí tendría en común con otras formaciones europeas de extrema derecha, aunque por motivos diferentes. Sin embargo, habría grandes diferencias para equipararse a un partido como la Agrupación Nacional de Marine Le Pen que consigue voto en zonas industriales en decadencia que antes apoyaban al Partido Comunista, o a AfD que también recoge numerosos apoyos en las zonas de colapso industrial de Alemania del Este. Nada parecido asoma en Asturias o Cataluña, por ejemplo, donde se sigue votando sobre todo al PSOE.
De hecho, lo que parece explicar el repunte de Vox es más bien el contexto de la sentencia y el ultranacionalismo español que ha dominado toda la campaña. Javier Ortega Smith, secretario general del partido, representó a la acusación popular en el juicio del procés, lo que le ha dado espacios mediáticos extra y un papel preponderante en esta cuestión, una “batalla cultural” –de consecuencias materiales– que conecta directamente con el franquismo y en la que este partido se mueve más que cómodamente. El otro elemento que les ha dado centralidad en estas elecciones es la exhumación de Franco, la madre de todas las guerras culturales. El PSOE ha querido usarla de manera un tanto irresponsable para movilizar a su electorado, pero ha conseguido aupar a Vox. Si en la etapa estrella de estas batallas, durante los gobiernos de Zapatero –2004-2011– la contraparte del PSOE fue el PP neocon de Aguirre y Aznar, ahora que Vox representa precisamente a ese sector de los populares del que nació, ¿quién tenía más fácil capitalizar la oposición a la exhumación como bastión de la derecha patria?
Pablo Carmona, autor de Spanish Neocon (Traficantes de Sueños), señala que el que Vox quede encuadrado en el plano ideológico de la extrema derecha puede otorgarles una suerte de protección. “La guerra cultural contra el fascismo les da cobertura: les ahorra tener que hablar de política y profundizar, por ejemplo, en su programa económico ultraneoliberal. Dentro de esa guerra cultural, ellos se desenvuelven bien porque se mueven en un discurso plano cuyas referencias no tienen que ver con las de la gestión o las propuestas”, explica Carmona. Lo que es cierto es que parecen crecerse en las guerras culturales, que dominan a la perfección. Gran parte de su estrategia está dirigida ahí y no a explicar un programa netamente antipopular que quiere privatizar las pensiones o la sanidad públicas o imponer medidas fiscales francamente recesivas.
Precisamente, la principal inconsistencia de Vox a la hora de representar a los “perdedores de la globalización”, o los “olvidados por la izquierda”, discurso que han empezado a articular –y que toman de Salvini y otras extremas derechas europeas– es su programa ultraneoliberal. Sus medidas casan poco con las medidas sociales o los alegatos de cierto proteccionismo que enarbolan Le Pen y Salvini para dar forma a su chovinismo del bienestar –una suerte de keynesianismo racista–. Por ahora son posiciones ideológicas: “El modelo de Vox es el que defiende la identidad y la soberanía”, frente a otro que “defiende el multiculturalismo que ha fracasado”, dijo Abascal en el debate.
Sin embargo, tampoco tienen fácil encajar en el discurso antielitista por la propia extracción social y estilo de sus principales representantes. Ahí es donde les ha estado golpeando el PP al atacar a la pareja Monasterio-Espinosa de los Monteros con la información que consiguen desde el Ayuntamiento de Madrid. Con las filtraciones sobre las ilegalidades de su chalé o sus corruptelas profesionales, el mensaje que está dando el PP es claro: son unos pijos caraduras más. Como explica Pablo Carmona, esta pareja representa además al ala más radical de Vox, los ultracatólicos de El Yunque –impulsora de HazteOír, la organización que encabeza la lucha contra la “ideología de género” y se opone a los derechos de las personas LGTBI–. Este es el sector con el que el PP actual, que se ha intentado “recentrar” después de los malos resultados obtenidos con el radicalismo del primer Casado, cree que tendría más dificultades para componerse. Como señala Carmona, para el PP sería lógico intentar recoger otra vez a Vox, un partido que nació para radicalizar a los populares. Esta propuesta se materializó en España Suma: la oferta de concurrir juntos en las pasadas elecciones y que incluía a Cs. En cualquier caso, los populares saben que sin disolver, integrar o subordinar a Vox no habrá gobierno de la derecha bajo su mando.
Si la posible estrategia de Vox de adoptar esquemas más sociales y desligarse de su origen neocon triunfase, sería la oportunidad definitiva de despegarse de las faldas del PP, siempre activo para minorizarlos y devorarlos. No sabemos si serán capaces de mover suficientemente su discurso. Pero es posible que si consiguen profundizar en su experimento por la senda del postfascismo europeo, el de la “alternativa patriótica y social”, obtengan de ahí una vía de crecimiento para su partido, ahora que Rafael Bardají, uno de sus dirigentes, dice que han alcanzado “su nicho natural”. Otras cosas tendrían también que moverse quizás: su discurso netamente antifeminista también supone un tapón en un país como España; ahí tal vez tendrían que evolucionar como lo ha hecho Le Pen. Algunos escarceos hemos visto a este respecto cuando hablan de “proteger a las mujeres frente a los violadores de origen migrante”. En cualquier caso, el peligro fundamental reside sin duda en la nueva fase económica inestable, donde parece que se anuncia una recesión. Ante una nueva crisis, y si se confirma el “frente popular” en el gobierno –así llama Vox al acuerdo PSOE-Podemos–, ese discurso tendría sin duda más espacio para prender la pradera.
La subida espectacular de Vox en las recientes elecciones ha abierto todo tipo de especulaciones sobre sus causas, incluida la que ellos mismos alientan de que un tercio de sus votos proviene del PSOE. En sus redes además
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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