En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Hay un lugar en el mundo que me recuerda a diario que la vida es un milagro frágil. Aquí las vecinas siempre me recuerdan que me iba a morir cuando apenas empezaba a vivir. Tenía un año, la muerte dando vueltas alrededor de la cuna y la flora intestinal destrozada. Lloraba mucho y nadie sabía por qué. Estaba pálida, inflada como un globo pálido y nadie sabía por qué. A mi padre le dijeron en el hospital: “A la niña no te la llevas”. Y desobedeció y me salvó. Pasé tanto tiempo en el segundo hospital que mis padres perdieron su trabajo en Castellón y volvieron al pueblo. Los retuve durante doce años en los que se dedicaron a la venta ambulante, llevando frutos secos, chucherías y embutidos a mercadillos de pueblo y a aldeas que no tenían ni mercadillo ni tienda. Hasta que no pudieron más y nos fuimos. Todos creían en el pueblo que me iba a morir antes de cumplir un año, pero lo que hice fue irme a los trece. Las cartas de mi amiga M. se convirtieron en el manantial al que acudía con la sed de quien tuvo que dejar un lugar en el que le querían por uno en el que le insultaban pero daba de comer a su familia. Y ahora que he vuelto las vecinas han pasado del “ea, sea lo que Dios quiera” al “quién iba a dar que tú estarías viva”.
Vine a Terrinches porque me había perdido tanto que quise entender por qué mi abuelo cavó su tumba para asegurarse de que lo iban a enterrar donde nació
Vine a Terrinches porque me había perdido tanto que quise entender por qué mi abuelo cavó su tumba para asegurarse de que lo iban a enterrar donde nació. Me interesaban sus motivos para dejar mi crisis existencial en un estado de latencia. Así que salí a buscar a los que se quedan solos en sus pueblos cuando todos se van porque a mi abuelo ya no le podía preguntar por qué. Por qué esa necesidad de morir en la tierra que manoseó con sus nueve dedos y medio. Por qué esa necesidad de morirse con sus muertos. Escribí todo eso y, al terminar, no tuve más remedio que enfrentarme a la pregunta que evitaba y volví al pueblo. Una vecina dijo: “¿Eres quien tienes que ser o eres quien eres?” Otra: “Tú antes jugabas en mi calle, pero ya has perdío el control de ser Virginia?”. ¿Quién era yo, además de esa niña que vendía galguerías en el mercadillo, culo de mal asiento, satélite de su abuelo Norberto y que no se llamaba Araceli para disgusto de su abuela paterna? Igual que tuve un abuelo que cavó su tumba para quedarse aquí siempre, tuve otro que contaba chistes en los velatorios. Tuve una abuela que aprendió a reírse de esos chistes cuando él ya había muerto. Y tengo una abuela que lleva toda la vida pensando en morirse. El que no contaba tantos chistes también hacía bromas sobre la casa a la que se iba a mudar y que era su tumba. Ahora sé que eso es lo que soy: eso que utiliza el humor aun sabiendo que no puede salvarnos de la muerte pero sí de sus simulacros. De ellos, de mis abuelos y de mis abuelas, soy también un simulacro que cocina con el laurel que plantaron y que escribe sobre sus tapetes de ganchillo porque mediante el ganchillo se inmortalizan en los pueblos las ancianas que suspiran más de lo que hablan. ¿Quién soy yo? Sigo siendo parte de esta tribu. Soy la planta arrancada y trasplantada. Soy la que vino a pasar las fiestas y se quedó y aún responde a quien le pregunta para cuántos días viene. Soy la que habla como ellos pero apunta expresiones con la sorpresa del que nunca estuvo aquí. Estoy dentro y estoy fuera. Soy la que ahora mismo recuerda el olor de los hierros antes de montar el puesto en el mercadillo, su sonido al chocar contra el suelo; la que recuerda el olor del aceite de la máquina de coser a última hora del día y lo huele como si no hubieran pasado veinte años. Soy la que ha vuelto. Soy La Virgi, La Virginieta si quieren, la de las Panchas, la de las chuches y los frutos secos, la nieta de mis abuelos. Soy la que ha vuelto. Pero, por encima de todo, soy la que se quiere quedar. Porque en toda identidad hay tanta memoria como deseo.
Ya está abierto El Taller de CTXT, el local para nuestra comunidad lectora, en el barrio de Chamberí (C/ Juan de Austria, 30). Pásate y disfruta de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y eventos...
Autor >
Virginia Mendoza Benavente
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí