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El paso de Pancorbo es algo singular y grandioso. Las rocas no dejan sino el espacio indispensable para el camino y se llega a un punto en que las dos enormes moles de granito, inclinadas entre sí, simulan el arco de un puente gigantesco, cortado por el medio para detener el paso de un ejército de titanes. Nunca escenógrafo alguno pudo imaginar una decoración tan armónica y formidable. El hábito de las llanuras monótonas, con sus perspectivas siempre iguales, hacen que estas montañas nos parezcan algo fabuloso y extraordinario.
Desde Pancorbo hasta Burgos pasamos por pueblos medio en ruina, tocados como piedra pómez, tales como Briviesca, Castil de Peones y Quintanapalla. Yo creo que Castilla la Vieja se llama así por las innumerables viejas que en ella viven. Son unas viejas extraordinarias. Las brujas de Macbeth son chicas guapas comparadas con ellas. Las furias espantosas que Goya pintó en sus caprichos, y que a mí me parecían antes de ahora quimeras monstruosas, no son sino retratos de asombroso parecido.
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A fuerza de trepar una montaña, alcanzamos la cumbre y nos sentamos en el plinto del zócalo de un gran león de granito, que marca el límite entre dos vertientes: a un lado Castilla la Vieja y al otro Castilla la Nueva.
Madrid, como Roma, se halla circundado por un campo desierto, seco, árido, del que es muy difícil formarse idea. No hay ni una gota de agua, ni una planta verde, ni un árbol; solo arena amarilla y peñascos de color de hierro. Al alejarse de la montaña ya no se ven rocas, sino pedruscos, y luego de tarde en tarde alguna Venta polvorienta o algún campanario de color parduzco, que recorta su perfil en el horizonte. Pasan bueyes de aire melancólico uncidos a esas carretas de que ya hemos hablado; algún campesino a caballo o en una mula, con su expresión severa; o bien, largas recuas de asnos cargados de paja picada que va dentro de redes de cuerda. El burro que va a la cabeza, llamado el asno coronel, ostenta siempre un plumero o penacho que marca su superioridad entre los personajes de orejas largas que dirige.
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Téophile Gautier, Viaje por España. Publicado en 1843, narra un viaje hecho en 1840, nada más terminar la Primera Guerra Carlista.
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Téophile Gautier
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