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Hace unos días volví de vacaciones. Llevaba ya casi cuatro años sin poder disfrutar de una semana de desconexión. Reto al siguiente Gobierno a aguantar lo mismo.
Me fui a La Habana. Qué viajazo, por un momento me sentí clase media. Mojito en mano, si me apuran, clase media-alta, esa ensoñación con la que se empeñan en retenernos en la eterna posibilidad de alcanzar aspiraciones absurdas y perpetuas. El hombre que nos acompañó en el autobús el primer día decía tener unos 30 años, aunque su perspicacia le hacía parecer mucho mayor, como alguien que sabe más de lo que le corresponde. Nos contó y nos demostró que había estudiado la carrera de Historia, se sabía todo al dedillo.
Por el camino, nos iba interpelando: “¿Ustedes de dónde son? ¿De Ibiza?, mas yo tengo que ir a Ibiza con ustedes, llévenme. ¿Son catalanes o españoles? No se me enojen. ¿De León? ¿del reino?”. Se lo sabía todo y, harto de sorprendernos con su exceso de anécdotas, nos dijo:
—Venga, pregúntenme lo que ustedes quieran.
Yo estaba sentada al principio del autobús pero, a mis espaldas, pude prácticamente escuchar cómo a algunos de mis compañeros de viaje —que en ese momento se creían a sí mismos también clase media— les asomaba un colmillo afilado entre la comisura de los labios.
—¿Cuál es el salario medio de los cubanos?
—¿Les da para vivir?
—¿Por qué no se van de Cuba?
Les juro que he visto entrevistas de Ana Pastor menos incisivas que ese momento en un autobús camino de la Habana vieja. Nuestro guía hace una pausa. Y, acto seguido, esboza una sonrisa, que por cierto es el común denominador de la gente de Cuba:
— Todo depende de con qué lo compares.
Y sigue:
“Yo nunca he estado en un hotel, no he estado en las playas de Ibiza, no tengo móvil. Yo cuando quiero ver a un amigo cojo una botella de ron y llamo a la puerta de su casa y nos vamos al Malecón a beber. Ustedes preguntan: ¿qué vas a hacer hoy? Aquí no hay nada de eso. Si hubiera estado en las playas de Ibiza podría compararlas con las de aquí, pero a mí las de aquí me parecen las mejores playas porque son las únicas en las que he estado”.
Entre mis compañeros de autobús silbaban cuchicheos, palabras sueltas que no se atrevían a verbalizar, análisis superfluos y manidos. “Pobre, no conoce otra cosa porque no puede”. Bueno, realmente para eso lanzaron sus preguntas: para ser condescendientes y sentirse mejor consigo mismos alimentando su autoestima para así conseguir una mayor satisfacción personal. La condición humana en estado puro.
“La verdad que lo de los polígonos era un tema que desconocía. No había estado en mi vida en un desguace. Ni en Parla tampoco”. Esto no lo dice el guía, claro. Lo dice Agatha Ruiz de la Prada, en una entrevista en Vanity Fair presentando a su nuevo novio aunque, cuando se publica la entrevista, resulta que ya no sabemos si es su novio porque le ha puesto los cuernos con la ex de Kiko Rivera. Qué haríamos sin la prensa rosa. Una mujer formada, con dinero… que no conoce una realidad porque no quiere, porque no le apetece, porque no le hace falta comparar.
Nos pasamos la vida comparando y recurriendo a la nostalgia. Las vacaciones de un año y de otro, las luces de Navidad de Madrid y de Vigo, la bola de Sol con el árbol gigante de Colón, el novio actual vs. el amante de antes, el frío de cuando eras pequeña, la música que te ponen ahora o la que escuchabas la primera vez que te fuiste de viaje con tus amigas, este trabajo con el anterior, los nuevos políticos formados en la imagen y la oratoria o los anteriores que eran más torpes, pero quizás más divertidos; el cuerpo de una misma con el de la chica de al lado, el primer disco de Extremoduro con el último.
Lo cierto es que creo que hay veces en las que es necesario comparar y otras que no. Lo importante es ser consciente de ello. Puedes perder la perspectiva de la realidad si eso es lo que quieres o si pretendes sacar algo de ello. Puedes saber que una semana de vacaciones en cuatro años pagadas a plazos no es clase media o puedes creerte que clase media apurada es cobrar 6.000 euros al mes. Ya lo decía Robe Iniesta:
De pequeño me impusieron las costumbres,
me educaron para hombre adinerado.
Pero ahora prefiero ser un indio
que un importante abogado.
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Autora >
Marina Lobo
Periodista, aunque en mi casa siempre me han dicho que soy un poco payasina. Soy de León, escucho trap y dicen que soy guapa para no ser votante de Ciudadanos.
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