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Luces de Navidad en Barcelona.
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Que la Navidad no es igual para todos no es ninguna novedad. No todas las personas tienen la misma capacidad adquisitiva para hacer gastos extras, ni viven la festividad de igual manera. Incluso hay quien no tiene un entorno social próximo con quien sentarse a la mesa. O sí, pero declina ser parte de este engranaje. A pesar de ello, conviene recordarlo año tras año, el impulso consumista nos lleva a hacer gastos sin miramientos y, sobre todo, a no tener en cuenta a quien nos está atendiendo o a quién nos está haciendo más amena la jornada, quizás a costa de un gran esfuerzo físico y psicológico para estar allí. Porque hay quien surfea para superar los obstáculos del sistema y debe aceptar condiciones laborales precarias porque es eso o nada. Porque tiene que pagar un alquiler que se le llevará un 40% de su sueldo, o porque tiene que devolver deudas, o por la razón que sea, pero lo hará. Cataluña se sitúa un año más al frente de las previsiones de la campaña navideña. Es, según el informe de The Adecco Group, la comunidad autónoma donde más contratos se firman en esta época, situándose por encima de los 214.000. Y la segunda que más crece respecto al 2018, un 9,5%. Y sin embargo, el panorama no es ni mucho menos festivo.
Cataluña se sitúa un año más al frente de las previsiones de la campaña navideña. Es la comunidad autónoma donde más contratos se firman en esta época, situándose por encima de los 214.000
¿En qué se traduce este aumento de la demanda profesional en un período de tiempo determinado? Según Ricard Bellera, secretario de Trabajo y Economía de CC.OO. de Cataluña, esta estacionalidad intensiva genera problemas en tres ámbitos: “En el de las personas, a las que no les permite tener un proyecto de vida con una mínima calidad y les genera incertidumbre y precariedad permanente; en el del modelo de bienestar, porque reduce los ingresos a lo largo del año, y por tanto también disminuye las cotizaciones; y finalmente, en el tejido productivo, que se terciariza sin generar la calidad necesaria”. Además, añade Bellera, “con contrataciones esporádicas y de corta duración, no se invierte en las personas y sus capacidades, ni se aprovecha tampoco las competencias que tienen”.
Repartir ilusión
Isaac Rodergas, de 42 años, diplomado en comunicación integral, marketing y relaciones públicas, hace de repartidor de Glovo y es miembro de la Intersindical Alternativa de Catalunya (IAC). Esta es la tercera campaña navideña que trabajará para la startup catalana.
Lo entrevisto entre entrega y entrega. Mientras habla conmigo sabe que se le está acumulando el tiempo de espera del próximo cliente y esto puede repercutir en el algoritmo que mide su rendimiento como trabajador. Aun así, cree que es importante explicar las condiciones en las que los repartidores de estas plataformas deben hacer su trabajo, especialmente en estas fechas. “La empresa no sabe qué pasa en la calle y las implementaciones que se hacen en la aplicación son para controlar más a los trabajadores, no para facilitarles el trabajo”, señala Rodergas, que ya hace años que es autónomo y colabora con Glovo, porque, remarca, la empresa habla de “colaboradores” y no de trabajadores.
Estos días no difieren mucho del resto del año. Según explica, un repartidor puede llegar a hacer 60 horas semanales siendo novato y “con ello se va los 1800 euros brutos. De aquí se le debe restar unos 300 euros de autónomos, un 10% en gasolina, el seguro de la moto, el del teléfono que ya sabes que durará un año, etc. Al final te queda un sueldo de mileurista, pero no tienes vida ni margen para ahorrar. Y esto sin tener en cuenta que te estás jugando la vida por repartir”.
Durante estas fiestas, a excepción del 24 y el 31 por la noche, se podrá seguir pidiendo comida y realizar cualquier tipo de gestión a través de la aplicación. “Ellos nunca cierran la web. ¡Ni el día en que murió un compañero en un accidente cerraron! Ese día podías pedir una hamburguesa tranquilamente, que alguien te la llevaba seguro”, afirma Rodergas.
¿A quién se debe culpar de la precariedad laboral? ¿A los trabajadores/as que la sufren y aceptan las condiciones? ¿O al empresario que calcula la rentabilidad de su negocio sin tener en cuenta los derechos laborales?
Sin embargo, el problema de base es el concepto de este tipo de servicio: “Ellos lo llaman economía colaborativa porque es un término que confunde a la gente. Pero la realidad es que este sistema no pone en contacto gente con necesidades similares ni hay valores éticos detrás. Esto que hacemos ahora es externalizar la pereza a cambio de denigrar a otra persona. Yo no tengo ningún problema en ir a buscar el tabaco a alguien que no quiere bajar al estanco a comprar, pero sí que tengo un problema si esto se hace en detrimento de mis derechos laborales y a un coste bajísimo”.
Nos sorprenderíamos de todo lo que se puede solicitar mediante una aplicación como esta. “Hay quien te pide que le hagas cola para entregar documentación. O que está enferma y quiere que le vayas a buscar su portátil al trabajo. Pero lo más curioso es que antes tener un mayordomo era un lujo, ahora han reventado los precios y están creando precedentes de cara a otras empresas del sector logístico”. Durante la Navidad no se reciben muchas más propinas. De hecho, explica, “muchos se sienten culpables y abren la puerta de casa sin casi asomarse ni abrir boca porque sienten vergüenza de lo que están haciendo”.
No obstante, Rodergas debe seguir trabajando de repartidor. Asegura que la precariedad que vive no es muy diferente de la que tenía cuando trabajaba en hostelería.
Y además no es el único que la padece. Así lo explica Núria Gilgado, secretaria de política sindical de UGT Cataluña: “Desgraciadamente esta Navidad no variará mucho el panorama. Hablaremos seguro de unas condiciones laborales muy precarias, contratos temporales de muy corta duración, de tres o cuatro días; de sueldos ridículos que en muchas ocasiones no llegarán a los 1.000 euros para jornadas maratonianas y con una carga de trabajo desmedida”.
Hacer de maniquí
Sandra, de 28 años, es graduada en periodismo y trabaja como vendedora en una gran multinacional del sector textil. Prefiere no decir su nombre real ni el de la empresa donde trabaja.
“Hoy en día la campaña navideña comienza con el Black Friday y termina el segundo fin de semana de enero, con el inicio de las rebajas. O sea que es un mes y medio en el que trabajamos todos los fines de semana y nos toca pelear con la empresa para que nos pague los festivos. Especialmente el 5 de Enero, porque ese día es víspera de Reyes y, además, preparamos las rebajas de invierno. Esto significa que trabajaremos desde las 7 de la mañana a las 12 de la noche (o cuando sea que acabemos de etiquetar toda la ropa)”, explica Sandra.
Cuando una persona comienza a trabajar para esta multinacional, después de pasar por varias fases de selección muy fundamentadas en el aspecto físico, el primer contrato que le hacen es siempre de un mes. Una vez se le acaba este contrato, pueden renovárselo de forma gradual, hasta que llega a los seis meses de duración. En este punto, o lo despiden o le hacen un contrato indefinido. Por lo tanto, la empresa, basándose en ratios de productividad y objetivos de facturación anual, está contratando y despidiendo gente continuamente. Sandra advierte que “tienen equipos legales muy potentes que pueden justificar muy bien sobre el papel la organización interna de los equipos. Pero lo cierto es que se nota que los cálculos que hacen del tiempo que se tarda en abrir, clasificar y colocar las piezas de ropa están pensados para alguien que no ha hecho nunca este trabajo”.
Dentro del convenio del comercio textil en la provincia de Barcelona hay cinco categorías laborales. “Según las tablas salariales, en la categoría más baja puedes cobrar siete euros brutos la hora y en la más alta, 10 euros brutos. Puedes llegar a hacer una jornada de 9,5 horas y, según el convenio, puedes estar hasta 14 días sin librar”.
“Hablemos de los descansos. Porque solo podemos hacer un descanso de 15 minutos cuando hace seis horas que trabajamos. Cuando hacemos ocho horas, podemos descansar 30 minutos. Pero si hacemos cinco horas, no tenemos derecho a descansar. Durante este tiempo, no podemos sentarnos ni parar. En seis horas yo he llegado a hacer 12 kilómetros. ¡Claro que estamos delgadas! ¡No comemos y no paramos!”.
Sin embargo, ¿a quién se debe culpar de la precariedad laboral? ¿A los trabajadores/as que la sufren y aceptan las condiciones que les proponen? ¿O al empresario que calcula la rentabilidad de su negocio sin tener en cuenta los derechos laborales de los trabajadores? Sandra sabe que son las reglas del juego y, “si dices que no, tienes que asumir que no te renovarán el contrato, porque detrás hay cientos de personas como tú que están dispuestas a aceptar estas condiciones. ¡Cada día aquí se contrata a cincuenta personas!”.
Sí, durante las fiestas navideñas se mantienen las dinámicas habituales pero con la diferencia de que hay más gente que las padece y más rotación. “En general hay mucho clasismo respecto a la gente que trabajamos en esto. Se da por hecho que somos tontas. Y a mí eso me hace reír, porque la mayoría estamos sobrecualificadas”, asegura Sandra.
Pero lo que es preocupante es que el consumidor no se dé cuenta del poder que tiene. “El problema en realidad lo tiene la gente que compra un domingo o festivo, o un sábado a última hora. No es consciente de que, para que esa persona compre los regalos de Navidad, yo debo perder mi vida personal y encima debo ser rápida y sonreír, cuando tal vez hace nueve horas que estoy trabajando a un precio irrisorio”, resume Sandra.
En este sentido, Ramón González, secretario de Acción Sindical de la Federación de Servicios de CC.OO. Cataluña, recuerda que hay que reivindicar el papel central de los consumidores a la hora de condicionar los horarios de apertura de los comercios: “Hay que informar a la ciudadanía del impacto que tienen los hábitos de consumo en el entorno laboral, social y medioambiental en el que vivimos”.
Actuar como si nada
Carles es actor. Tiene 45 años y estas fiestas ha optado por no quemarse tanto como otros años. Ha decidido no actuar a cualquier precio. Trabajará en una cena de empresa en la que interpretará una serie de personajes mientras los comensales comen, y el día 5 participará en un espectáculo de calle durante la cabalgata de Reyes.
Estudió tres años en el Col·legi del Teatre y ha actuado en el Teatre Nacional, la Sala Beckett, en el Teatre Lliure, Tantarantana y muchos otros. Sin embargo, comenta, “el trabajo de actor va por épocas. Hay temporadas que lo coges todo y luego te viene un ataque de dignidad y dices nunca más”.
La Navidad tampoco es una excepción en la dinámica habitual de Carles, porque su profesión, reconoce, ya es precaria de por sí. La única diferencia, dice, “es que en Navidad te ofrecen más cosas. Si aceptas el juego, tienes más trabajo”. “A veces parece que el tema del dinero sea lo de menos. Cuando era más joven me costaba mucho hablar de ello, pero ahora es lo primero que quiero saber: ¿cuánto pagarán? La gente se sorprende de que sea así, porque parece que todo lo que es cultura no merece un sueldo digno”.
En Navidad, empresas y consumidores parecen volverse responsables, altruistas y solidarios. Pero la realidad muestra que hay un trasfondo perverso en este sainete
En cuanto a la retribución, hace diez años se podía cobrar 300 euros por una noche en la que se trabajaba cuatro o cinco horas, sostiene Carles. “A raíz de la crisis, se empezaron a reventar precios y ahora se están pagando unos 120 euros, o sea menos de la mitad”. Otro factor añadido al de la precariedad de la profesión de actor es que se tardan un mínimo de sesenta días para cobrar una factura y “encima nadie te contrata. Todo el mundo te pide factura y no es tan fácil hacerla cuando no eres empresa, porque pagar la cuota de autónomo cuesta más de lo que facturas”.
El problema de esta rueda en la que se ve inmersa la profesión es que cuando no se pagan bien los trabajos, el servicio se degrada. “Si coges un actor barato, puede que el servicio no sea lo que esperabas. Yo nunca he actuado mal por cobrar poco, porque tengo demasiado orgullo por lo que hago, pero puede ocurrir si se siguen pagando estas cantidades”, denuncia Carles.
En Navidad, empresas y consumidores parecen volverse responsables, altruistas y solidarios. Pero la realidad muestra que hay un trasfondo perverso en este sainete y, al menos en lo que se refiere al mundo laboral, los Reyes Magos tienen mucho carbón que repartir.
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Autora >
Dalia Rajmil Bonet
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