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TRIBUNA

La rebelión climática tras la COP25: rumbo 2020

La capacidad de cooperación que han demostrado los movimientos sociales, especialmente los chilenos y los españoles, invita a pensar que cuando la sociedad se une, muchas cosas que parecían imposibles se vuelven posibles

Rubén Gutiérrez 28/12/2019

<p>Marcha por el clima en Madrid, el 6 de diciembre de 2019.</p>

Marcha por el clima en Madrid, el 6 de diciembre de 2019.

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El año 2019 se estudiará como el tiempo que marcó un antes y un después en la historia de la lucha climática. Un año que comenzó con los ecos que llegaban del norte de Europa, donde las huelgas estudiantiles de Fridays For Future y las acciones de desobediencia civil de Extinction Rebellion anunciaban la apertura de un nuevo ciclo de movilizaciones que lo cambiaría todo para siempre. En el Estado español, asistimos durante los meses de enero y febrero al surgimiento espontáneo de los primeros grupos en redes sociales, las primeras asambleas improvisadas, las primeras sentadas frente al Congreso de los Diputados… Arrancaba así un año frenético en el que el crecimiento exponencial de las movilizaciones por el clima pondría las problemáticas ambientales en la agenda política como nunca antes lo habían estado.

2019 ha sido un año lleno de hitos para el ecologismo. Una movilización tras otra, hemos batido cada récord de participación: 15 de marzo (10.000 personas), 27 de septiembre (100.000), 6 de diciembre (500.000)

2019 ha sido un año lleno de hitos para el ecologismo. Una movilización tras otra, hemos batido cada récord de participación: 15 de marzo (10.000 personas), 27 de septiembre (100.000 personas), 6 de diciembre (500.000 personas)… Hemos sido testigo de acciones masivas de desobediencia civil, como el bloqueo de una de las oficinas de Repsol el 15 de abril, o el bloqueo del Paseo de La Castellana el 7 de octubre y la posterior acampada frente al Ministerio de Transición Ecológica durante una semana, donde cientos de activistas demostramos que estábamos dispuestas a jugarnos la piel en defensa de la sostenibilidad de la vida. Y todo ello, mientras hacíamos lo posible para que la crisis climática estuviera presente en cada una de las campañas electorales que durante este año nos ha tocado vivir: elecciones municipales, elecciones autonómicas, elecciones europeas y dos elecciones generales, todas ellas sin la suficiente ambición climática por parte de las distintas opciones políticas.

No ha sido un año cualquiera: 2019 marca un nuevo comienzo. En cuestión de meses, el movimiento Fridays For Future ha logrado una cierta estructura estatal e internacional, convirtiéndose en la punta de lanza de una rebelión climática global que ha conseguido, por ejemplo, que “emergencia climática” sea la palabra del año según el Diccionario de Oxford. Pequeños pasos en la gran batalla cultural y política del siglo XXI: la lucha contra el cambio climático.

Pero tanta esperanza y aliento de la sociedad civil movilizada no es más que la contraparte de la frustración y la impotencia de 25 años de Conferencias de las Partes (COP) ineficaces. Décadas de Cumbres internacionales en las que nuestros gobiernos no han sido capaces de acordar una senda ambiciosa de descarbonización de nuestras economías que permitiera frenar el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero y garantizar que la temperatura global se mantenga por debajo del 1,5 ºC, tal y como exige la comunidad científica internacional.

En este sentido, tampoco la COP25 era una cumbre cualquiera. Era la última cumbre antes de la entrada en vigor del Acuerdo de París el próximo año y se enfrentaba a múltiples retos (véase el Informe previo a la COP25 de Ecologistas en Acción): debía garantizar la integridad climática en el libro de reglas; eliminar los mercados de carbono y los mecanismos de flexibilidad del Protocolo de Kyoto, contemplados en el artículo 6; asegurar la provisión de los recursos financieros necesarios para el Mecanismo de Varsovia para las pérdidas y los daños, así como para el Fondo Verde para el Clima; acometer la reducción de las emisiones de sectores clave como el del transporte marítimo y aéreo; o alinear los flujos financieros con los objetivos del Acuerdo de París.

toda crisis es una oportunidad, y la capacidad de cooperación que han demostrado los movimientos sociales invita a pensar que cuando la sociedad se une muchas cosas que parecían imposibles se vuelven posibles

Sin embargo, la COP25 se ha cerrado sin un acuerdo sólido y ha aplazado importantes decisiones a la siguiente cumbre, que tendrá lugar a finales de 2020 en Glasgow (véase la valoración de la COP25 de Ecologistas en Acción). Esto pone de manifiesto varias cuestiones. En primer lugar, que debemos añadir una cumbre más a la lista de fracasos del paradigma del “desarrollo sostenible”, acuñado en 1987 por el Informe Brundland y adoptado como principio rector de los marcos institucionales de la gobernanza ambiental global bajo la hegemonía neoliberal desde la Cumbre de Río de 1992. Asimismo, el bloqueo de las negociaciones por parte de los países más contaminantes (EEUU, Brasil, China, Arabia Saudí…) ha certificado una vez más el fracaso del multilateralismo, lo cual nos obliga a repensar las actuales instancias internacionales en la lucha contra el cambio climático.

Pero la experiencia de esta COP25 también ha puesto de manifiesto algo de lo que se habla mucho menos y que deja no pocas pistas y señales clave para la construcción futura de proyectos sociales transformadores ante la emergencia climática: toda crisis es una oportunidad, y la capacidad de cooperación que han demostrado los movimientos sociales en los últimos meses, especialmente los chilenos y los españoles, invita a pensar que cuando la sociedad se une muchas cosas que parecían imposibles se vuelven posibles.

De Santiago de Chile a Madrid: tender puentes de solidaridad ecológica global

Miércoles 30 de octubre. El presidente del Gobierno chileno, Sebastián Piñera, renuncia unilateralmente a acoger la COP25 tras semanas de protestas sociales masivas en el país latinoamericano. Queda tan solo un mes para la inauguración de la Cumbre Climática, pero desde que se desatara el estallido social chileno, la represión policial ya se ha cobrado la vida de decenas de personas, cuenta con más de mil personas heridas, más de cuatro mil detenidas y cientos de acciones judiciales, muchas de ellas por homicidios y abuso sexual. La noticia cae como un jarro de agua fría para la sociedad chilena, en especial para plataformas como la Sociedad Civil por la Acción Climática, la Cumbre de los Pueblos o la Minga Indígena, que llevan casi un año preparándose para el evento y que no son consultadas para tomar esa decisión.

Jueves 31 de octubre. Menos de 24 horas después de la renuncia de Piñera, el Gobierno español presidido por Pedro Sánchez, en plena campaña electoral, ofrece la capital madrileña como sede para la COP25. Con este cambio, el PSOE salva los muebles a un Piñera que cree que manteniendo la presidencia de la COP lejos de Chile logrará desviar la atención de las innumerables violaciones a los derechos humanos que continúa cometiendo en su territorio. La noticia cae como una bomba de relojería para la sociedad española, que cuenta solo con un mes para organizar una contestación social a la altura de las circunstancias.

El pueblo chileno había dicho en las calles que “Chile despertó”. Y el pueblo español tomó el testigo para decir que el mundo también había despertado. Porque la batalla contra Piñera no era, es, ni será una batalla solamente del pueblo chileno

España no era una opción cualquiera de entre las que había sobre la mesa (también Alemania, Polonia y Canadá se propusieron como candidatos). El Gobierno español aprovechó esta oportunidad para presentarse a sí mismo como el país que aspiraba a encarnar el liderazgo global de la transición ecológica, idea que contaba con el respaldo de sus históricas relaciones internacionales con el continente latinoamericano y su papel como puente entre Hispanoamérica y Europa. Los movimientos sociales, por su parte, incluyeron dos elementos fundamentales más a esta lectura: 1) la naturaleza y la visión fuertemente antisistémica de los principales movimientos de carácter ecosocial en nuestro país y 2) la responsabilidad histórica de los poderes corporativos occidentales, y en particular de los españoles, como causantes del expolio de los países del Sur global y de la abismal deuda ecológica Norte-Sur.

El pueblo chileno había dicho en las calles que “Chile despertó”. Y el pueblo español tomó el testigo para decir que el mundo también había despertado. Porque la batalla contra Piñera no era, es, ni será una batalla solamente del pueblo chileno: es la batalla de los pueblos que luchan por la justicia social y la justicia climática contra un gobierno que representa la más flagrante expresión de las políticas neoliberales. El país que sirvió de ensayo para las terapias de shock económico y las políticas de libre mercado, el país que iba a acoger la más importante Cumbre del Clima como una forma de presentar ante el mundo sus insuficientes políticas climáticas como "ejemplares", hoy simboliza el fracaso del sistema y se encamina, gracias a la presión de la sociedad civil chilena, a un proceso constituyente que se revela como una inspiradora oportunidad de ensayo social en tiempos de emergencia climática.

Todo esto sin perder de vista que, si tiramos del hilo del conflicto social chileno veremos, como con los chalecos amarillos, que estas protestas se enmarcan en un contexto aún mayor de crisis civilizatoria. No por casualidad, el alza en el precio del abono del transporte público en Santiago de Chile, detonante inmediato del estallido social, no se entiende al margen del declive de los recursos energéticos, la crisis ecológica y climática, y su desigual impacto según la clase social, el género, la pertenencia territorial... Si el modelo chileno era la referencia a seguir por el Brasil de Bolsonaro o la Argentina de Macri, su actual crisis de legitimidad podría estar a punto de inclinar el equilibrio geopolítico de la región en favor de nuevos proyectos políticos y sociales populares de transformación. Chile era el símbolo del neoliberalismo: si este nació en Chile, será también en Chile donde comenzará su defunción.

Así pues, desde que se tuvo noticia del repentino traslado de la COP25 de Chile a Madrid, fue la plataforma 2020 Rebelión por el Clima la que asumió un reto logístico y organizativo sin precedentes como era el de preparar a contrarreloj una Cumbre Social por el Clima (CSxC) paralela a la COP25 y traer la voz chilena a suelo ibérico. Con un llamamiento al que se adhirieron más de 850 organizaciones del ámbito estatal e internacional y una convocatoria abierta a organizaciones y colectivos de la sociedad civil, se dio el pistoletazo de salida a un proceso que tenía por objetivo contribuir a generar una narrativa de contrapoder, compartir experiencias de lucha y crear alianzas sociales, entre otros muchos. Un proceso que para muchas personas ha significado la experiencia más enriquecedora, emocionante y extenuante de la que jamás habíamos formado parte. Una experiencia que nos ha cambiado de pies a cabeza, nos ha moldeado, ha ampliado enormemente nuestra comprensión del mundo y nos ha reforzado para continuar impulsando un cambio global.

La CSxC arrancó con la Marcha por el Clima del 6 de diciembre, una Marcha que sacó a la calle a más de medio millón de personas en la mayor movilización climática de la historia de nuestro país. Una manifestación en la que confluyeron la frescura de una juventud recién llegada a la lucha por la sostenibilidad de la vida, representada por la figura de Greta Thunberg, y los saberes de quienes llevan milenios cuidando de nuestro planeta: las comunidades indígenas y los pueblos originarios. Posteriormente, del 7 al 13 de diciembre en la Universidad Complutense de Madrid y en la sede de UGT, se desarrollaría un programa de más de 350 actividades (talleres, charlas, debates, performances…) sobre todo tipo de temáticas ecosociales, por las que pasarían más de 15.000 personas. En la inauguración de la CSxC, el colectivo Complutenses por el Clima no perdió la oportunidad para recordar que necesitamos disputar todos y cada uno de los espacios, incluido el que acogía la propia CSxC: denunciaba el lavado de cara verde que este evento supone para la Universidad Complutense en la medida en que, hasta el momento, esta no se ha comprometido a incorporar en su agenda una hoja de ruta de transición ecológica para la universidad.

Cabe poner en valor además que, mientras la organización de las COP cuenta con una gran infraestructura, un numeroso cuerpo de funcionariado a sueldo, un gran presupuesto público y por supuesto, la participación de poderosas empresas que hacen generosas aportaciones a cambio de un lavado verde de su imagen corporativa, la CSxC solo fue posible gracias al trabajo voluntario de cerca de mil personas, la cesión solidaria de espacios para alojamiento, la provisión autogestionada de alimentos sostenibles, equipos voluntarios de traductoras, artistas… El tiempo dará la razón a un compañero activista que afirmaba que el compromiso y la capacidad de autoorganización demostrada por la sociedad civil “valía mucho más que todo el PIB mundial”.

Articular desde abajo una rebelión climática global imparable

Los aprendizajes, los lazos, los vínculos, la huella que una experiencia como la de la CSxC deja en la conciencia colectiva no pueden describirse con palabras. La escucha activa y humilde, la solidaridad, la unión entre los pueblos, ha comenzado a fraguar una rebelión climática sin fronteras que ya es imparable. Una globalización alternativa está emergiendo desde las redes y alianzas transfronterizas entre movimientos, luchas y organizaciones de todo el mundo con el objetivo común de superar el actual modelo de desarrollo capitalista causante de la insostenible depredación ecológica y las desigualdades sociales. Ante la ineficacia de las COP y la urgencia de actuar ante la emergencia climática y social, expandir esta rebelión es hoy más necesario que nunca.

El intento fallido por parte de los medios de comunicación durante el último año de construir la imagen de una “Greta española” contrasta con la naturaleza diversa e intergeneracional de un movimiento que está siendo levantado desde abajo y que nadie puede monopolizar. La inédita capacidad de movilización social que hemos demostrado en los últimos meses, debe hacernos tomar consciencia de una reveladora realidad: solo colectivamente seremos capaces de lograr lo que colectivamente nos propongamos.

El reto es tan grande que ni siquiera cabe en las salas de negociaciones de las COP. Se trata de superar un sistema, el capitalismo, y una inercia civilizatoria, el crecimiento económico, ambos incompatibles con los límites planetarios. Nadie dijo que la tarea de imaginar un modelo de sociedad justo, sostenible y solidario, además de un proyecto cultural y político que logre cambiar la correlación de fuerzas existente para alcanzar ese modelo ideal, fuese una tarea sencilla. Para cada problema complejo hay una respuesta sencilla, pero equivocada. La tarea que tenemos por delante precisa respuestas complejas, que entiendan que el germen de un proyecto transformador hacia una sociedad post-capitalista se encuentra hoy en las alianzas entre un diverso mosaico de alternativas como las que fueron visibilizadas durante la CSxC: las comunidades indígenas y defensoras del territorio, las redes de economía social y solidaria, el ecofeminismo, el sindicalismo, el decolonialismo, el pacifismo, la lucha por los derechos LGTBIQ+, la lucha por la vivienda, el movimiento campesino, el movimiento rural… y toda lucha comprometida con la sostenibilidad de la vida, de una vida digna de ser vivida.

movimientos como Fridays For Future o Extinction Rebellion han demostrado lo bien que se les daba convertirse en noticia e infiltrarse en la agenda  mediática. Sería un grave error quedarse ahí y entrar en el año 2020 sin actualizar las estrategias

En su primer año de vida, movimientos como Fridays For Future o Extinction Rebellion han demostrado lo bien que se les daba convertirse en noticia e infiltrarse en la agenda  mediática. Sin embargo, sería un grave error quedarse ahí y entrar en el año 2020 sin actualizar las estrategias con las que terminamos el 2019. Para que estos movimientos no se desvanezcan cuando pasen los titulares y dejemos de ser trending topic, debemos marcar nuestra propia agenda y reforzar nuestra autoorganización social desde la base para enraizar esta rebelión climática en cada territorio, en cada escuela, en cada universidad, en cada empresa, en cada barrio, en cada pueblo… Y a su vez, debemos dedicar más esfuerzos a impulsar esos espacios que se encuentran fuera de la lógica mercantil que ha supeditado todos los ámbitos de la vida a la rentabilidad económica, esos espacios que desde los márgenes del sistema están poniendo ya la vida en el centro, haciendo tangibles las alternativas que defendemos en nuestro discurso.

De entre las muchas cosas que nos tocará hacer en 2020, hacer lo que se espere que hagamos no es una de ellas. Debemos seguir siendo espontáneas, creativas, llenas de ganas de aprender e innovar, imprevisibles, pero sobre todo, genuinamente radicales (en el sentido de ir a la raíz de los problemas y las soluciones). Al poder político y económico no le incomodan un puñado de chavales con el admirable hábito de sentarse una vez a la semana frente al Congreso. Tampoco le incomoda cubrir cuotas de representación en foros y actos institucionales con jóvenes y activistas climáticos dóciles. De hecho, el poder se frota las manos mientras discutimos si Decrecimiento o Green New Deal. Lo que realmente le incomoda al poder es una sociedad civil fuerte y organizada con un proyecto de transición ecosocial valiente que unifique al 50% de la población mundial más pobre y vulnerable (responsable de menos del 10% de las emisiones globales) y que cuestione la riqueza acumulada por el 10% de la población mundial más rica (responsable del 50% de las emisiones globales).

Nuestras acciones de desobediencia civil deben estar cada vez mejor planificadas y deben lograr incidir cada vez a mayor escala. Pero también deben ser cada vez más masivas y deben contar con el apoyo activo de colectivos cada vez más diversos en cuanto a procedencias y segmentos poblacionales. Pero no solo la desobediencia civil: también nuestras propuestas y nuestro discurso deben ser cada vez más sólidos, para lo que, recogiendo el guante de Marga Mediavilla, necesitamos converger con think thanks ecosociales, grupos de investigación y demás plataformas que hacen ciencia desde paradigmas más transformadores y crear sinergias entre la movilización y la academia.

Llegará el día en que seamos nosotras quienes les digamos que fueron ellos quienes nunca comprendieron que en esas Cumbres Climáticas se estaban jugando el futuro de la humanidad

De la misma forma, como nos ha enseñado la CSxC, debemos priorizar crear más espacios para el encuentro, la solidaridad y la coordinación internacional, espacios donde las experiencias locales se pongan en diálogo entre sí y cristalicen en estrategias y visiones de futuro comunes. Esto debe servirnos además para comenzar a generar un análisis compartido de la nueva geopolítica global en la era del Antropoceno, algo fundamental para cartografiar los avances y retrocesos de las luchas ecosociales en las distintas regiones del globo, brindarnos apoyo mutuo para articular resistencias y disputar cada vez más espacios políticos, económicos, comunicativos…

¿Es posible que, si hacemos todo esto, logremos transformar la potencia de las movilizaciones climáticas del último año en procesos de cambio concretos? Si de un experimento químico se tratara, bastaría con probar unas y otras recetas para ver cuál es la que mejor funciona. Pero en el plano de los movimientos sociales, el único laboratorio del que disponemos para comprobar si una solución funciona o no es el laboratorio de la historia. Nuestra única esperanza es intentarlo. Y si fracasamos, intentarlo otra vez. Y si volvemos a fracasar, fracasar mejor.

Durante la COP25, los representantes de las comunidades indígenas y de los pueblos originarios denunciaron que estaban siendo invisibilizados en las negociaciones. En otra de las sesiones, 300 observadores y observadoras internacionales fueron expulsadas tras una protesta pacífica en la que exigían mayor ambición a nuestros gobernantes. Mientras, la Ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, nos reprochaba a las más jóvenes que no comprendíamos qué se espera de una Cumbre del Clima, como quien regaña a unos niños malcriados.

Llegará el día en que seamos nosotras quienes les digamos que fueron ellos quienes nunca comprendieron que en esas Cumbres Climáticas se estaban jugando el futuro de la humanidad. Llegará el día en que seamos nosotras quienes les expulsemos a ellos de los espacios de toma de decisiones. Y ese día sabremos que hemos ganado la partida.

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Rubén Gutiérrez es graduado en Relaciones Internacionales por la UCM. Máster en Economía Social y Solidaria por la UCM. Activista en Fridays For Future Madrid y Ecologistas en Acción.

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