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Por fin, tenemos gobierno, como dios manda, con todas las de la ley, sobre la mesa, y cumplidos todos los requisitos de las normas parlamentarias vigentes. ¡Albricias y campanas al vuelo azul de la esperanza! Que parecía imposible. Porque todavía colea el espectáculo bochornoso de la oposición de las derechas tradicionales, exhibiendo los frescos (pinturas, nunca mejor dicho) de su cuerda, encarnada en los múltiples oradores, que tienen en el Congreso (cortados por el mismo patrón), y poniendo todos los obstáculos imaginables a la investidura de Pedro Sánchez, virtualmente ya elegido presidente, contra viento y marea, por lo que se podían haber evitado los excesos de su intransigencia y la expresión de su torpeza. La palma de oro se la llevó, por supuesto, el señor Abascal, presidente de Vox, la ultraderecha resucitada, después de más de cuarenta años, al socaire de la democracia, en la que naturalmente no creen. Como es su lógica y su costumbre, en su intervención, echando por delante la palabra mágica de “España”, como un exorcismo o una coartada, vacía de contenido, arremetió con mala cara (¿por qué siempre está enfadado?) contra el partido más votado, con mucho, en las últimas elecciones, y calificó sorprendentemente de “ilegítimo” al gobierno, que se estaba debatiendo y que ya tenía asegurada su legitimidad democrática. Pero todo el tridente de derechas participó del mismo espectáculo y todos aludieron, unánimes, a la ilegitimidad del gobierno, que estaba naciendo. Si hubieran criticado que el futuro gobierno iba a salir por los pelos, hubieran tenido razón, por primera vez en su vida, dada la prevista exigua diferencia de votos, entre las opciones del sí y del no a la investidura, y sobre todo (permítanme la broma) teniendo en cuenta la coleta de Pablo Iglesias. También hubieran podido decir, con ese casticismo del que presumen, que el gobierno iba a salir adelante “por puro milagro”, después de las tramas y de las angustias de los pactos y de las sorpresas de última hora. Pero no. Tenían que tocar donde más duele y decir que el futuro gobierno, que votaría el Parlamento, era “ilegítimo”, sin aludir para nada a los trapicheos de la derecha, para repetir la vileza moral y democrática del tamayazo, comprando algunos votos socialistas. Y los que se apoyan en Vox tienen mucho de qué callarse. “Ilegítimo”, ¿por qué? ¿Porque consolidaba la esperanza de unos cuantos millones de españoles, marginados por los imperativos del mercado todopoderoso? ¿Porque retrasaba la toma del poder a la ultraderecha e impedía la puesta en práctica de su programa elitista, contra los españoles de segunda clase? ¿Porque prometía eliminar la ley mordaza y la reforma laboral, que recorta los derechos de las trabajadores? ¿Porque se comprometía a aliviar la precariedad de las pensiones y los estragos del crecimiento de la brecha social? ¿Porque se oponía a la discriminación de los inmigrantes? Una vez más la derecha española, de toda la vida, falta de ideales democráticos positivos, oculta, con la hojarasca de la retórica, sus verdaderas intenciones, diciendo ‘No’, a merced de los dictados del mercado y del consumismo inane y rentable. Y en espera de los presupuestos, para echar la carne en el asador y tumbar la única posibilidad decente de mejorar la vida de España y de los españoles.
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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