Mónica Priva
Una buena borracha (VI)
Novela bebible. Fragmentos escogidos
Natalia Carrero 17/01/2020
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Inmersa en el archivo de la Asociación, más centrada que nunca en el cumplimiento de una misión como inventada, Mónica desea vociferar las historias anónimas de bebedoras de distinta condición social. La lectura de las actas de la sesión en la que intervinieron dos Marías unidas por un contrato, empleada y empleadora, deriva en otro episodio escrito mediante la técnica de la apropiación espontánea de las historias ajenas. Natalia Carrero selecciona fragmentos de su proyecto de novela bebible.
Coincidieron en el grupo una rentista divorciada con dos hijos desplazados a una universidad británica y la que fue, por un periodo de cuatro años, su empleada de la limpieza. Se llamaban igual, María A. y María B. Edad similar, apenas tres años de diferencia. Contaron que bebían a solas en la misma casa, cada una desde su puesto de observación, en sus correspondientes franjas horarias y con sus emociones hechas trizas; en esta última expresión coincidieron. ¿Bebían para evitar sentir, para tapar sus emociones?, se les preguntó. Respuesta: podría ser. Sin embargo, por lo que fuera no les interesó hablar de las trizas, ambas se centraron en la dinámica de su vicio. La empleada recogía las botellas vacías que la dueña de la casa abandonaba detrás y debajo del sofá donde pasaba las tardes, a veces con alguna visita, siempre enganchada al móvil. Por su parte, ella iba metiendo las latas vacías en una bolsa de plástico detrás de la puerta del lavadero, junto a la cocina, y cada vez que terminaba la jornada se la llevaba para arrojarla al contenedor amarillo antes de bajar al metro.
Las dos Marías en su juventud fumaron, bebieron y probaron de todo, en numerosas ocasiones hasta perder la conciencia y tener lagunas en la memoria que como mucho solo confesaban, y reprochaban, ante su correspondiente imagen en el espejo. Aunque la edad había ido modificando sus hábitos hasta ubicarlas en la categoría de alcohólicas moderadas, empezaban a estar hartas de tener que seguir bebiendo por imperativo fisiológico. Esta especie de esclavitud, querían saber, ¿cómo podrían abolirla, o al menos reírse de ella hasta el punto de burlarla, dar esquinazo a sus órdenes diarias sobre la cantidad de alcohol que debían procurarle? Para que su cuerpo se creyera en funcionamiento exigía ese combustible, esa medicina, esa pócima de la trascendencia, esa maldición, llegaron a decir. Por añadidura, en los últimos años la incontinencia se había vuelto un obstáculo, la vejiga no almacenaba tanta cantidad durante tanto tiempo como antes y sufrían pérdidas que muscularmente ya no eran capaces de controlar, el uso de compresas resultaba un engorro para la una y un gasto para la otra. A estas alturas de la edad más que madura, la sumisión al vicio les parecía una trampa de la que deseaban escapar. Sentían curiosidad por ver el mundo de esa manera calma, transparente, sosegada de la que hablaban las abstemias más veteranas del grupo.
Las dos Marías llegaron a la Asociación cada una por su cuenta y riesgo, sin dar aviso a familiares ni allegadas, motivadas por el folleto que manos voluntarias repartieron por los barrios en una de las acciones de buzoneo realizadas el pasado otoño. Recordaron las siguientes llamadas, o reclamos, que imprimimos a doble cara sobre papel rectangular de mínimo gramaje, del cual se distribuyeron casi tres mil unidades:
Cuéntanos cómo y cuánto bebes, en abierto y sin temores, a cambio de nuestros distintos pareceres como expertas en la materia. Somos otras como tú.
En plena calle, a pleno día, puedes proclamar “Soy fumadora” sin especificar qué y cuánto introduces en tus pulmones, pero no eres juzgada por el mismo rasero ideológico si proclamas “Soy alcohólica”. Se puede ser alcohólica y mantener el control de lo que pasa por tu hígado.
¿Tienes calibrado el grado de tu alcoholemia, sabes cómo funcionan las riendas del control en la palma de tu vida?
¿Quieres saber si puedes y si te interesa llegar a convertirte en un peligro para ti misma y para el mundo?
Ven a escuchar algunos mitos y leyendas sobre el alcoholismo contemporáneo destilado por sus protagonistas más y menos oprimidas.
Las alcohólicas más anónimas también contamos con nuestros propios recursos. Estés donde estés, acércate, aunque todo esto te suene a secta.
El grupo decidió que hablara en primer lugar María B., la empleada del hogar.
A continuación, sus palabras en resumidas cuentas:
Como sabéis pertenezco al grupo de las trabajadoras del sector servicios de limpieza integral y por horas, durante años llevé cuatro pisos, entre ellos el de María A. aquí presente, menuda casualidad, y de vez en cuando me llamaban para hacer alguna suplencia en un hostal del centro. ¿Por qué bebemos tanto, y a solas, por separado, algunas mujeres de la limpieza como yo? Porque un día me enteré que había otras que estaban haciendo lo mismo que yo que, en un cambio de turno o en un momento de respiro, se metían en su paréntesis creado para echar un sorbo y encontrarse más ligeras para seguir con la faena. No hay día en que no me lo plantee, y que solo sepa responder bebiendo más. A veces me parece que solo bebo para quedarme absorta en el fondo de la lata o el vaso, y cuando ya no queda ninguna nota si estoy tranquila me desplomo tal como esté, aunque sea vestida, y hasta mañana adiós muy buenas. Pero otras veces mis energías se multiplican y no puedo parar, entonces bebo para averiguar por qué bebo y atravieso una gran borrachera dedicada por completo a pensar en cómo escapar de lo que se piensa, porque al final cansa mucho pensar en cómo solucionar esta incomunicación que ha terminado por apartarme de las personas, amores y amistades, con las que hubiera podido hacer algo más que reducirme a ser esta mujer a una lata pegada del dibujo de ahí.
Podría ser que algunas bebamos en busca esperanzada de alguna alegría que compense el trabajo solitario y no siempre agradable, siempre mal pagado. Yo misma he empleado la bebida como combustible para seguir trabajando y ganar más dinero que otras, hacer acopio de fuerzas para encaramarme a la escalera desde la que pasar el plumero a la araña de mil cristales e infinitos brillos cegadores.
Con unas cinco cervezas Alhambra arremetí contra la X-Silent, la aspiradora último modelo a la que hice absorber a máxima potencia los cristales rotos de unos vasos y copas caídos por accidente de lo alto del armario, se me ocurrió añadir unas tiras de bayeta empapadas en ese producto del siglo pasado que sigue encontrándose en un rincón de las despensas de la gente que lo conserva todo, salfumán de primera. Sonó un improvisado concierto electrodoméstico de última generación, el momento más álgido culminó en un siseo de motor irrecuperable. Confieso que asesiné a la X-Silent, de vez en cuando hay que hacer algo para no matar a nadie. Espero que me perdones, María, a cambio salvé algunos textos de la papelera que olían al whisky que te traían en cajas de la bodega. Si me lo permites, María A., cuento algo sobre tu vena de escritora anónima.
Las señoras como tú, sin ocupación claramente definida, asemejáis damiselas que os perturbáis por no saber qué hacer con vuestras frustraciones, soledades, insatisfacciones que, por otro lado, en esencia tampoco son tan distintas a las de cualquier mujer. Lo que pasa es que tenéis demasiado tiempo para exagerarlas, teatralizarlas en forma de drama, comedia o papel mojado, según el caso. Quizá por esta razón, tener tanto dinero que es tiempo, o tanto tiempo que es dinero, con tanta frecuencia como la que dedicas a beber, escribes en tu ordenador, imprimes en papel del bueno y luego lo lanzas a la papelera sin molestarte en romperlo. Lo tuyo es lo opuesto a las que como yo vamos con la lengua fuera, nos enfrentamos a las consabidas estrecheces para llegar a fin de mes, cada no sé cuánto recibimos una notificación bancaria incomprensible y amenazadora. En fin, esa otra vida que ni imaginas porque solo estás con tus soledades. Precisamente llevo una buenísima en el bolso, una especie de villancico que me gustó y que suelo recordar cada año en esta época de incipiente presión navideña. ¿Me permites que la comparta? Entonces con tu permiso.
La navidad me hace vomitar
Por María
Iluminaciones, copos de nieve junto a chimeneas y otras dulces hipocresías. Ay María, aviso que voy a vomitar. Ya se acercan las fechas terminales, listas de deseos, regalos tarjeta de última hora, el niño y el gordo de turno no puedo más. Pero mira cómo vuelven los peces a la orilla, turrones y zambombas para recibirlos, noche de paz y de amor.
Antes era la magia de la estrella más oriental. Qué bien educada la niña toda tan navideña, que se zampe otro polvorón, hay obleas duras de Alicante, turrones de Jijona aceitosos y, por si fuera poco, Yerma quemada.
Ahora que es mayor dile que brinde para que baje el cóctel de gambas y el sorbete de melón.
Ay María, ay Mariá [atención tildes, diversidad], pero oye cómo suenan las campanas. ¿O es la sonata del móvil?
He aquí el recién nacido, lara laralá, este villancico última generación te avisa para que controles, relájate y celebra la bienvenida solo si conduces las riendas de la vida. Dejemos la Navidad en exclusiva para las almas fieles, fiu fium fum
Inmersa en el archivo de la Asociación, más centrada que nunca en el cumplimiento de una misión como inventada, Mónica desea vociferar las historias anónimas de bebedoras de distinta condición social. La lectura de las actas de la sesión en la que intervinieron dos Marías unidas por un contrato, empleada y...
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Natalia Carrero
es colaboradora habitual de El Ministerio y autora a su pesar de 'Otra' (Tránsito, 2022), 'Yo misma, supongo' (Rata, 2016) y 'Una habitación impropia' (Caballo de Troya, 2012), entre otras. Preferiría no haber escrito nada.
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