Imperios combatientes
Sobre misiles y aviones derribados por error
Reconocer un crimen militar involuntario, como ha hecho Irán con el avión ucraniano, no es algo corriente. La comprensión de su contexto recuerda quiénes son los verdaderos bárbaros
Rafael Poch 17/01/2020
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El 8 de enero un misil iraní derribó por error un avión civil ucraniano cerca de Teherán con el resultado de 176 muertos. Las autoridades de Irán, el “guía supremo”, Alí Jamenei, el presidente del país, Hasan Rohani y el ministro de Exteriores, Mohammad Javad Zarif, se disculparon por lo que calificaron de “trágico error”, dos días después de los hechos. En Londres, el embajador de Irán, Hamid Baeidinejad, también se disculpó: la víspera, en una declaración a la prensa británica, había descartado el escenario de un error con un misil. “Pido disculpas y lamento haber transmitido esos informes incorrectos”, dijo.
Esta actuación debería ser norma, pero está lejos de ser algo corriente. Es excepcional y ha causado sorpresa. “Apenas puedo recordar una declaración similar de un embajador en tales circunstancias”, ha dicho Alistair Burt, un exmiembro conservador del Parlamento británico a propósito del diplomático iraní. Por desgracia, es demasiado frecuente tumbar aviones con misiles y no reconocerlo. Aún menos frecuente es disculparse por ello.
El 17 de julio de 2014 un Boeing 777 de Malaysia Airlines fue derribado por un misil cerca de Donetsk (Ucrania). Hubo 298 muertos y los indicios apuntan a Rusia, cuyo Ministerio de Defensa lanzó unas cuantas falsedades, pero nadie se ha hecho responsable de aquello a día de hoy. Si retrocedemos más en el tiempo, la crónica es abultada.
Una larga serie
El 11 de septiembre de 1968 un Caravelle de Air France con 95 personas a bordo, que volaba de Ajaccio a Niza, fue derribado por un misil francés frente a la costa de Antibes. En el paseo de los Ingleses de Niza hay un pequeño monumento que recuerda la tragedia, pero no se menciona su causa ni Francia nunca la ha reconocido.
El 6 de octubre de 1976 los anticastristas cubiertos por la CIA volaron un avión de Cubana de Aviación con 73 ocupantes tras despegar de Barbados. En 44 años no ha habido disculpa y los responsables del atentado, Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, fueron protegidos hasta su muerte por la CIA y el sistema judicial de Estados Unidos.
En 1980, un DC-9 de la compañía Itavia que volaba de Bolonia a Palermo fue derribado el 27 de junio sobre la isla de Ustica matando a sus 81 ocupantes. El presidente italiano Francesco Cossiga lo atribuyó a un misil, francés o de la OTAN. Muchas fuentes relevantes del caso murieron en suicidios y accidentes de tráfico a lo largo de los años. Cuatro generales italianos fueron acusados de encubrimiento pero no condenados. Nadie ha asumido la responsabilidad.
Tres años después, el 31 de agosto de 1983, un Boeing surcoreano con 239 personas a bordo fue derribado sobre la isla de Sajalín por la defensa aérea soviética, que lo confundió con un avión espía. Al parecer, el avión había sobrevolado y fotografiado las bases de misiles estratégicos de Kamchatka, según reveló años después un ex agente de los servicios secretos japoneses sugiriendo una inducida provocación.
Cinco años después del derribo en Sajalín, un Airbus de Iran Air fue abatido, el 3 de julio de 1988, en el estrecho de Ormuz por el crucero lanzamisiles de Estados Unidos, Vincennes. Murieron 290 personas. El barco, bajo mando del comandante Will Rogers, se encontraba en una situación de tensión metido en aguas iraníes cuando lanzó un misil contra el avión civil. Washington reconoció el error y acabó pagando indemnizaciones tras un pleito de muchos años, pero el comandante Rogers fue condecorado con la “Legión al Mérito”, “por su conducta excepcionalmente meritoria en el desempeño de su servicio”.
Este tipo de crímenes, con muerte de civiles inocentes en un contexto de tensión bélica, recibe en Occidente el cínico calificativo de “daños colaterales”
Cinco meses después, tuvo lugar el atentado que destruyó en el aire el Boeing 747 de Pan Am sobre la localidad escocesa de Lockerbie (270 muertos). Por conveniencia política, la CIA prefirió atribuir aquel atentado a la Libia del coronel Gadafi, entonces en el punto de mira de Washington, pero, según diversas fuentes cualificadas, lo más probable es que aquel atentado fuera la venganza iraní por el derribo del estrecho de Ormuz.
“Crímenes” y “errores”
El director del magnífico Le Monde Diplomatique, Serge Halimi, comparó en un artículo publicado el año pasado el diferente trato informativo que recibieron en los medios occidentales el Boeing surcoreano, abatido por el enemigo soviético, y el Airbus iraní derribado por los nuestros. En el primer caso los grandes medios de comunicación hablaron de “crimen”, “deliberado”, “bárbaro” y “brutal”. En el segundo prefirieron calificar el “error” como “comprensible”, “lamentable”, “fatal”, “justificado” y atribuido a la “complejidad técnica”. “¿Es necesario especificar a quién dedicaban los periodistas estadounidenses los términos “seres queridos”, “seres humanos inocentes” e “historias personales conmovedoras”, y a quién los más sobrios de “pasajeros”, “viajeros” o “personas que han muerto”? se preguntaba Halimi.
Lo que ocurrió en la localidad de Toulon, la Cartagena de la marina de guerra francesa, el 15 de febrero de 1989, no tuvo que ver con un avión, pero sí con un misil. Sobre las dos y media de aquel día la llamada Maison des têtes, una casa del siglo XVII de cinco pisos del barrio viejo, se desmoronó como un castillo de naipes con el resultado de 13 muertos y 32 heridos. Las autoridades atribuyeron la causa a una “explosión de gas”, pero todo apunta a que fue un misil. Más de treinta años después tampoco este secreto de Estado ha sido reconocido.
El contexto del derribo del avión civil ucraniano sobre Teherán es la enorme tensión militar que enfrenta a Estados Unidos e Irán. En su último capítulo esta tensión se agravó, en 2018, con la retirada unilateral de Estados Unidos del acuerdo nuclear alcanzado con Irán. Trump restableció e incrementó entonces las sanciones que Obama había cancelado en 2015 en el marco de aquel acuerdo. Si el problema fuera la proliferación nuclear, alguien debería acordarse de que, desde los años setenta, Teherán ha venido proponiendo hacer de Oriente Medio una zona no nuclear, como las que existen en otras partes del mundo como Asia Central o América Latina. Todos los países de la región, excepto Israel, que dispone de arsenales nucleares químicos y bacteriológicos completos, firmaron en su día el tratado de no proliferación nuclear de Naciones Unidas.
Tan dañino como las bombas
Las tensiones derivadas de la retirada de Estados Unidos y de las nuevas –y viejas– sanciones asfixian la economía y la sociedad de Irán. Sus consecuencias no son menos dañinas que las bombas y los misiles. La economía iraní, que registró un crecimiento del 12% en 2016 cuando se levantaron las sanciones, se ha desmoronado a un -10% en 2019. En un año, su moneda ha perdido el 80% de su valor, la clase media se está encogiendo, la vital exportación de petróleo ha caído un 80% y el chantaje de la extraterritorialidad de la ley americana ha provocado la retirada del mercado iraní de empresas y bancos de todo el mundo, incluida a la poderosa petrolera china CNPC.
El objetivo declarado de esta política es claramente criminal, reconoce el secretario de Estado americano Mike Pompeo: “La situación para el pueblo iraní es hoy mucho peor y estamos convencidos de que eso hará que la gente se levante y que cambie el comportamiento del régimen”. La gente ya se ha levantado: desde el otoño el régimen ha matado a unos 300 manifestantes en las protestas por el deterioro de la vida y la carestía.
Todo esto se ha agravado con el asesinato, el 3 de enero, del general Qasem Soleimani, una de las principales figuras del régimen iraní, lo que se parece mucho a una declaración de guerra. De la lectura de la edición del pasado domingo de The New York Times se deduce que el asesinato de Soleimani no fue ni una improvisación, ni una respuesta a un hecho puntual o amenaza inminente, sino algo planeado desde hace dieciocho meses. Estados Unidos ha sufrido últimamente importantes reveses en Irak y Siria que tienen que ver con Irán y con la estrategia de Soleimani. El informe también aclara la conveniencia del asesinato para que Trump “preserve el apoyo de los halcones republicanos en el Senado en el próximo proceso de destitución que se le prepara”, explica el diario.
La liga de los bárbaros
Este es el contexto irresponsable en el que se produjo el derribo del avión ucraniano en Teherán. Este tipo de crímenes, con muerte de civiles inocentes en un contexto de tensión bélica, recibe en Occidente el cínico calificativo de “daños colaterales”. Recordemos que el concepto fue acuñado por la OTAN de Javier Solana en la campaña de Yugoslavia y los medios de comunicación occidentales lo aceptan desde entonces como algo natural cuando se trata de crímenes propios. Así, la muerte de civiles en la toma de los nuestros en Mosul (Irak) eran “daños colaterales”, pero en Alepo (Siria), donde ganaron los gubernamentales de Asad con apoyo ruso e iraní, fueron masacre. Esto es tan antiguo como la guerra y el periodismo establecido lo acepta sin rechistar.
Al admitir su criminal error, las autoridades iraníes se han creado problemas internos, como se ha visto estos días en las protestas contra los tres días que duró la mentira oficial. Cuando un régimen teocrático, es decir vinculado de alguna forma con la divina infalibilidad, admite un error, se abre entre la población la sospecha de si la mentira enmendada no será una más entre muchas. También los sumos pontífices occidentales saben mucho de ese riesgo, por grande y sofisticada que sea su habilidad en torearlo en las condiciones de relativo bienestar que gobiernan, bien alejadas de las que imperan en Irán. Sea como sea, la admisión por parte de Irán de su trágico error así como la comprensión de su irresponsable contexto, nos recuerda quienes son los verdaderos bárbaros.
El 8 de enero un misil iraní derribó por error un avión civil ucraniano cerca de Teherán con el resultado de 176 muertos. Las autoridades de Irán, el “guía supremo”, Alí Jamenei, el presidente del país, Hasan Rohani y el ministro de Exteriores, Mohammad Javad Zarif, se disculparon por lo que calificaron de...
Autor >
Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí