Análisis
De qué hablamos cuando hablamos de Vox
La formación de Abascal presenta un perfil de derecha radical, nativista y autoritario, que además es explícitamente conservador en lo moral y claramente neoliberal en lo socioeconómico
Carles Ferreira 26/01/2020
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Impulsados por múltiples factores, como el impacto de la globalización o el descontento con el funcionamiento de la democracia, los partidos de ultraderecha han ido ganando peso en los últimos años a lo largo del continente europeo. Aun partiendo inicialmente de los márgenes de la política institucional, actualmente estas organizaciones ocupan ministerios, ganan elecciones y marcan la agenda en muchos países de nuestro entorno. España, junto con pocos Estados como Irlanda o Portugal, había carecido tradicionalmente de una fuerza ultra como la de Le Pen en Francia o la de Salvini en Italia. El pasado mes de abril, sin embargo, la irrupción de Vox en el Congreso de los Diputados puso fin a la excepción española. Asimismo, la repetición electoral de noviembre corroboró este primer impulso al llevar a los de Abascal a doblar sus escaños y a situarse como la tercera fuerza de la Cámara.
En esta etapa de crecimiento –y parece que de consolidación– de la ultraderecha en España, se han ido produciendo muchos análisis alrededor de la naturaleza de Vox. Algunos comentaristas sostienen que nos encontramos meramente delante de una versión más “dura” del conservadurismo tradicional. Otros definen a esta organización como de extrema derecha, y algunos hablan abiertamente de fascismo o de franquismo. Otros conceptos que nos suenan familiares como el de “populista” también se han utilizado para describirlos. Muchas de estas definiciones, sin embargo, han circulado profusamente por los medios de comunicación con más intencionalidad militante que de análisis. Por lo que hace a la literatura especializada, existe un emergente consenso en identificar a esta nueva formación política con alguna de las variantes de la ultraderecha. A continuación intentaré explicar de qué hablamos cuando hablamos de Vox, y qué queremos decir cuando tildamos a esta organización de derecha radical.
El nativismo es el resultado de la combinación de un nacionalismo extremo y esencialista
A grandes rasgos, y siguiendo a algunos de los autores de referencia mundial en la materia, dos son los componentes que deben aparecer como núcleo ideológico de un partido para ser tildado de derecha radical: el nativismo y el autoritarismo. Por un lado, el nativismo es el resultado de la combinación de un nacionalismo extremo y esencialista, a menudo arraigado en mitos sobre el pasado, con una actitud xenófoba y de rechazo a la inmigración. La ideología nativista persigue que el Estado esté habitado exclusivamente por los miembros del grupo “nativo”, y rechazan todo aquello –personas, ideas y organizaciones– que amenazan a su ideal de Estado-nación homogéneo. En este sentido, Vox se enfrenta tanto a los que considera enemigos internos –el “separatismo”– como externos –los “globalistas” y la inmigración, especialmente la musulmana– con el objetivo de conseguir una sociedad monocultural y mononacional al servicio de su particular idea de España.
Por otro lado, el autoritarismo que define a estos partidos se basa en que las sociedades deben regirse con mano de hierro, apegadas a los valores de ley y orden. Son además organizaciones que presentan características iliberales, como por ejemplo el despliegue de una retórica nociva en relación con el pluralismo político o un serio desdén respecto a los derechos de las minorías. Este autoritarismo iliberal llevado al extremo puede convertirse directamente en antidemocrático, como sucede con muchas organizaciones neofascistas –la mayoría de ellas extraparlamentarias. Vox, como sus homólogos europeos, no plantea sin embargo la instauración de un régimen autocrático, ni utiliza la violencia física como herramienta de acción colectiva. Además, de forma implícita acepta el juego de la democracia al observar el principio mayoritario y la soberanía popular como fuentes de poder político.
En este punto existe una cierta discusión en la literatura especializada. Aunque tradicionalmente los conceptos de “derecha radical, “extrema derecha” y “ultraderecha” se han utilizado como sinónimos, hay una tendencia reciente en separar las dos primeras expresiones como subfamilias dentro de la categoría general de la ultraderecha. Así pues, las formaciones de derecha radical serían nativistas y autoritarias, mientras que la extrema derecha sería, además, directamente antidemocrática. No obstante, en el lenguaje mediático y popular ambas categorías se siguen utilizando como equivalentes. La tabla 1 resume esta escala de ideologías nativistas de acuerdo con el profesor Cas Mudde, de la Universidad de Georgia (2007).
Si el rechazo al sistema democrático entero o “solo” a sus componentes liberales es lo que distingue a las dos subfamilias de la ultraderecha que hemos analizado, el nativismo sería el elemento que diferenciaría a la derecha radical de los conservadores clásicos. En este sentido, las formaciones de la derecha tradicional también pueden ser abiertamente nacionalistas y actuar desde una perspectiva sociopolítica apegada a los valores de ley y orden. No obstante, su nacionalismo suele presentarse retóricamente en términos cívicos más que etnoculturales, y el componente xenófobo o bien no está presente o bien no es central en su ideología. Generalmente respetan, además, las reglas formales e informales de la democracia liberal.
En contraste, y llegados a este punto, podemos establecer que Vox es un partido político de ultraderecha, y más específicamente de derecha radical, porque presenta una ideología basada en el nativismo y el autoritarismo en los términos en que hemos estado hablando hasta ahora. Este análisis, aunque aborda lo más esencial, deja fuera, sin embargo, a otras características que contribuyen enormemente a dibujar el contorno de la ideología de Vox. La tabla 2, basada en una investigación que he publicado recientemente –al final del artículo se adjunta el enlace al estudio completo–, las resume.
Más allá del nativismo y el autoritarismo, el resto de las características ideológicas de Vox son útiles para comparar el partido de Abascal con las otras organizaciones de derecha radical del continente. Tres son los apuntes imprescindibles para hacernos una idea rápida de la posición de Vox en relación con sus homólogos europeos. En primer lugar, y a diferencia de estos, su retórica es mucho más nacionalista que populista. Las apelaciones a “España” son constantes –más incluso que a los “españoles”–, pero no hay una contraposición clara entre un pueblo “puro” frente a unas élites corruptas –como sí haría una formación populista, recordemos por ejemplos el Pablo Iglesias de 2014 y su lenguaje contra la casta. Últimamente, sin embargo, parece que Vox está estudiando el manual de la derecha radical y empieza a enfatizar una cierta retórica populista.
Vox aboga por una agenda claramente neoliberal que se materializa en un programa de reducción del gasto público, privatización de servicios y recorte generalizado de impuestos
En segundo lugar, sabemos que muchos de estos partidos suelen difuminar su programa económico –o defienden lo que se llama “chovinismo de bienestar”– para atraer a una base de votantes más amplia, sobre todo a aquellos provenientes de la clase trabajadora. Vox, por el contrario, aboga por una agenda claramente neoliberal que se materializa en un programa de reducción del gasto público, privatización de servicios y recorte generalizado de impuestos. Por último, presentan una perspectiva desacomplejadamente conservadora por lo que hace a los valores tradicionales, destacando especialmente su lucha contra el movimiento feminista y LGTBi o la protección de la tauromaquia y la caza en el mundo rural. Esto también les distingue de sus primos-hermanos, que muchas veces intentan elaborar una posición ambigua en cuestiones morales.
Para concluir, pues, todo esto es de lo que hablamos cuando hablamos de Vox: un partido de derecha radical, nativista y autoritario, que además es explícitamente conservador en lo moral y claramente neoliberal en lo socioeconómico. Veremos cómo avanza en los próximos meses, pero tenemos indicios de que cada vez se está pareciendo más a sus homólogos europeos, especialmente por lo que hace al factor populista. La reflexión necesaria para los amantes de las sociedades abiertas e igualitarias es qué ocurrió para que en 2014 emergiese una suerte de populismo progresista –ahora ya institucionalizado como la izquierda de la izquierda del régimen–, mientras que hoy es la ola reaccionaria la que parece arrogarse la representación del pueblo en España. En todo caso, una cosa ha quedado clara: la excepcionalidad española, donde la ultraderecha no existía como fuerza parlamentaria autónoma, se terminó. Ya la tenemos aquí, y se llama Vox.
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NOTA: Traducción adaptada de un artículo aparecido en la revista Pensem, basado en este estudio publicado por el autor en la Revista Española de Ciencia Política.
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Carles Ferreira es profesor asistente e investigador predoctoral en la Universidad de Kent en Reino Unido.
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