EL KIOSKERO (III)
Barcelona tiene una deuda con Claudio López de Lamadrid
Crónica del homenaje que l’Ajuntament de Barcelona le dedicó al editor, fallecido el año pasado
Álvaro Colomer 5/02/2020
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Hace ahora dos años, l’Ajuntament de Barcelona ordenó la retirada de la estatua de Antonio López y López que coronaba el final de Via Laietana. La alcaldesa había iniciado un proceso de renovación del nomenclátor de la ciudad y, entre las medidas que adoptó, se encontraba la de eliminar el monumento a un hombre en cuya biografía se encontraba el comercio de esclavos. La prensa recogió la noticia y el debate no se hizo esperar: por un lado, historiadores que aseguraban que aquel empresario había hecho más por Barcelona que todos los que ahora le insultaban, siendo en este sentido destacable su labor como promotor del modernismo (patrocinio de Antoni Gaudí, Lluís Domènech y, entre otros, los hermanos Llimona) y como impulsor de la Renaixença (mecenazgo de autores como Apel·les Mestres, Alexandre de Riquer y Jacint Verdaguer, quien por cierto le dedicó el poema épico L’Atlàntida, considerado una de las cumbres de la literatura catalana); y por el otro lado, activistas que acusaban al Marqués de Comillas de negrero y que, en consecuencia, consideraban indigno que su imagen formara parte del mobiliario urbano. La balanza entre cultura y ética terminó inclinándose hacia la segunda opción y el Consistorio contrató a Els Comediants para que convirtieran la retirada de la escultura en un espectáculo de carácter circense. La grúa se llevó la figura el 4 de marzo de 2018; a la fiesta acudieron doscientas personas. Ninguna de ellas era Claudio López de Lamadrid.
Cuento todo esto porque el pasado 7 de enero, durante la entrega de la Medalla de Oro al Mérito Cultural a título póstumo, el teniente de alcalde Joan Subirats dijo algo que me impresionó: “Barcelona tiene una deuda con Claudio López de Lamadrid”. Me pareció una verdad como un templo y, al mismo tiempo, me hizo recordar la polémica en torno al monumento erigido en honor a uno de sus antepasados. El editor de Penguin Random House nunca se manifestó de un modo contundente sobre aquel agravio, pero no hay que ser muy listo para imaginar que no estaría demasiado de acuerdo con el modo en que se llevó a cabo, chocolatada y pirotecnia incluidas. Por eso, cuando el otro día sus hijos Jacobo y Jimena recogieron la medalla de manos del teniente de alcalde, y sobre todo cuando Subirats reconoció la deuda que la ciudad sigue teniendo con el editor, pensé que realmente se estaba cerrando un círculo.
Que l’Ajuntament de Barcelona haya reconocido la aportación cultural de Claudio López de Lamadrid es algo no sólo hermoso, sino también justo, y el mundillo editorial agradeció el gesto llenando el Saló de Cent. Entre los asistentes no faltaba nadie digno de mención, y quien no pudo asistir sin duda fue por causa mayor. Elvira Navarro glosó la figura del que fuera su mentor con un texto en el que evocó la última vez que lo vio. Al parecer, fue el 2 de enero de 2019, nueve días antes de su muerte. Comió con Ángeles González-Sinde y con él, y juntos celebraron la inminente publicación de su nuevo libro de relatos, La isla de los conejos (Literatura Random House, 2019). Cuando terminaron, y mientras ella charlaba con otros comensales, Claudio López hizo eso que tan bien se le daba: desaparecer sin despedirse o, según dijo la autora durante su discurso, practicar ese ‘ansia de fuga’ que le caracterizaba. Con todo, Navarro tuvo tiempo de verlo marchar calle abajo, y aquella imagen, la de las espaldas de un hombre grande en todos los sentidos, acompañó a los asistentes al acto de entrega de una medalla más que merecida.
Después habló Ignacio Echevarría, quien hizo que todo el mundo contuviera la respiración durante unos segundos al preguntar si Claudio López habría aceptado la medalla de haberla recibido en vida. Parecía que el crítico iba a lanzar una pulla al Consistorio, pero en verdad sólo era el arranque de un discurso primero cargado de ironía y después plagado de verdad. De todo lo que dijo, quizás baste destacar la defensa del modelo de negocio que su amigo implantó, por el cual el esquema colonialista que venía predominando en la industria del libro nacional –y que consistía en convertir el mercado latinoamericano en una bolsa de compradores de la literatura escrita en España– fue sustituido por otro en el que el intercambio de autores fuera más equitativo. Y con estas palabras Echevarría vertió la idea, quién sabe si de un modo consciente, de que Claudio López de Lamadrid había reparado con creces los errores que pudo haber cometido su antepasado, puesto que defendió el intercambio cultural entre el Nuevo y el Viejo Mundo como pocas veces se había hecho.
El acto se cerró con unas palabras de quien fuera su pareja, Ángeles González-Sinde, que leyó un poema de Antonio Machado y que recordó, por si alguien lo había olvidado, que el catálogo de una editorial no es otra cosa que el resumen de los principios morales de su editor. Dijo principios morales, no literarios, y creo que acertó.
Cuando el acto finalizó, no me fui a mi casa. Caminé por la calle Balmes hasta alcanzar la puerta principal de la Barcelona School of Management (UPF), donde me detuve a observar a los estudiantes que entraban y salían del edificio. Unas horas antes, Penguin Random House había anunciado la creación de dos becas Claudio López de Lamadrid para ese mismo máster, y me apetecía buscar entre los rostros de los futuros editores algún rasgo que me incitara a pensar que el espíritu de aquel hombre seguía vivo. No voy aquí a mentir: no encontré lo que buscaba, pero tampoco lo eché en falta. Estoy convencido de que, entre toda esa chavalería, habrá alguien llamado a revolucionar el sector de los libros, pero tampoco me engaño a mí mismo pensando que se puede sustituir a los que ya se fueron.
Hace ahora dos años, l’Ajuntament de Barcelona ordenó la retirada de la estatua de Antonio López y López que coronaba el final de Via Laietana. La alcaldesa había iniciado un proceso de renovación del nomenclátor de la ciudad y, entre las medidas que adoptó, se encontraba la de eliminar el monumento a...
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