Música
Jazz para extraterrestres
Muestrario de seis sensaciones: alegría, sensualidad, ira, devastación, serenidad y humanidad
Ignacio Sánchez-Cuenca 22/03/2020
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Cuando hablamos entre nosotros, los humanos, sobre nuestras emociones y estados anímicos, partimos del supuesto de que todos compartimos vivencias similares. No hay nadie que no haya pasado por fases de tristeza, alegría, euforia, serenidad, rabia, melancolía, enamoramiento, desesperanza y otros muchos registros del espíritu. Precisamente porque contamos con ese fondo común de experiencias y sentimientos, no nos cuesta demasiado hablar sobre ello. Si nos dirigimos a un amigo para hablarle de nuestras sensaciones, sabemos que nos entenderá a la primera, sin especial dificultad.
¿Cómo haríamos, sin embargo, para contarle cómo son nuestras emociones a un extraterrestre que llegara a la Tierra con un bagaje totalmente ajeno al de los humanos? ¿Cómo transmitirle a alguien así la forma en que experimentamos los afectos y las pasiones? ¿Cómo explicar qué se siente cuando uno está poseído por la ira o por el entusiasmo?
Recuerdo la impresión que me produjo de joven la lectura de la Ética de Spinoza, sobre todo la parte en la que expone more geometrico, mediante demostraciones lógicas, con sus corolarios, escolios y el QED final, el mapa de los afectos humanos. Se trata de un ejercicio analítico increíblemente ingenioso y potente, pero no transmite la cualidad de la experiencia. Por eso mismo, si el extraterrestre leyera lo que la Ética cuenta sobre la alegría, sería capaz de seguir los razonamientos, pero probablemente no llegase muy lejos en su comprensión al llegar a la definición espinosista: “La alegría es el paso del hombre de una menor a una mayor perfección”.
Si me tocara a mí tratar de mostrarle al extraterrestre en qué consisten nuestras experiencias, dejaría la Ética en el anaquel correspondiente y la sustituiría por un poco de jazz. Le pondría grabaciones de esta música en las que se despliega en toda su complejidad, con sus incoherencias y contradicciones sin fin, el sentir humano.
En esta primera lección para extraterrestres, presento un muestrario de seis sensaciones.
Alegría: el más simple y elemental de los sentimientos, ese estado de ligereza, afirmación de la vida y reconciliación con el mundo. Ahí lo tienen, encarnado en Louis Armstrong tocando el mítico Potato Head Blues en 1927 con sus Hot Seven: contiene un solo de trompeta fuertemente sincopado, con un ritmo endiabladamente complejo en el que se establecen las bases de la gramática del swing, y una explosión de alegría final. Las notas largas e intensas de Armstrong están llenas de vida. [Nota malvada: Wynton Marsalis ha reproducido con la mayor fidelidad posible el solo de Armstrong. Es interesante verlo, sólo dura un minuto: Marsalis toca nota por nota el fraseo de Armstrong, pero no le sale, lo siento, no transmite nada comparado con Satchmo].
Sensualidad: el público suspiraba cuando empezaba a tocar un solo, les atravesaba un escalofrío causado por la calidez inigualable de su timbre. Me refiero, claro está, a Johnny Hodges, el gran saxo alto de la orquesta de Duke Ellington. Según Jon Elster, sobrepasó a todos los músicos de su época en elegancia y buen gusto. Tiene algunos solos inmortales, mi favorito es el que interpretó con Lionel Hampton en “On the Sunny Side of the Street” en 1937, aunque aquí les dejo con uno de sus grandes clásicos, “I Got it Bad, and That Ain’t Good”, en una versión especialmente breve. No se derritan.
Ira: ha habido grandes músicos furiosos, sobre todos músicos negros de finales de los 50s y de los 60s comprometidos con la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana. Aquí no puede dejar de mencionarse a la maravillosa Abbey Lincoln en su interpretación desgarradora de “Prayer/Protest/Peace”, en We Insist!, la obra maestra de Max Roach. El personaje más furioso, iracundo y excesivo de la historia del jazz, sin embargo, fue Charles Mingus, uno de los grandes genios musicales del siglo XX. En “Fables of Faubus” descarga toda su pasión contra Orval Faubus, el gobernador de Arkansas que se se resistió a la entrada de chicos negros en un instituto del Estado. Hay una primera versión, solo instrumental, en “Mingus Ah Um” (1959), pero recomiendo la versión con el ácido y sarcástico intercambio vocal entre Mingus y Dannie Richmond en el disco “Charles Mingus Presents Charles Mingus”, de 1960. El tema se hizo un clásico y Mingus, en sus conciertos de los años sesenta, lo estiró inverosímilmente, llegando a durar 35 o 40 minutos.
Devastación: la historia del jazz está llena de interpretaciones sobrecogedoras, dominadas por la sensación de pérdida y orfandad. El sonido y el lirismo de Stan Getz lo lograron en grado sumo. Al final de su vida, además, Getz consiguió destilar aún una mayor melancolía y sensibilidad. En marzo de 1991, ya muy enfermo de cáncer de hígado (moriría en junio), realizó unas actuaciones memorables acompañado por el piano de Kenny Barron en el Café Montmartre de Copenhague. He seleccionado una melodía infinitamente triste, “I Remember Clifford”, el tema inmortal de Benny Golson dedicado a la memoria de Clifford Brown, el trompetista que murió a los 26 años de edad dejando un legado inmenso.
Serenidad: la paz interior, el equilibrio absoluto, la sensación de que cada cosa encuentra su lugar, la contemplación lejana de la realidad, el tiempo suspendido, todo eso está en “Blue in Green”, la composición de Bill Evans y Miles Davis en Kind of Blue, el disco más mítico de la historia del jazz. Hubo algo sobrenatural en el encuentro entre Evans y Davis, condenado a la brevedad: por fortuna, nos quedó “Blue in Green”.
Humanidad: terminemos celebrando que somos humanos y no extraterrestres. Y ahora que estamos todos encerrados, soñemos en estar en el lado soleado de la calle, con Ella Fitzgerald acompañada por la orquesta de Duke Ellington: aquí.
Cuando hablamos entre nosotros, los humanos, sobre nuestras emociones y estados anímicos, partimos del supuesto de que todos compartimos vivencias similares. No hay nadie que no haya pasado por fases de tristeza, alegría, euforia, serenidad, rabia, melancolía, enamoramiento, desesperanza y otros muchos...
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Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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