Servicio público
El coronavirus desde la trinchera judicial
No me cabía en la cabeza que ni desde el Ministerio de Justicia, ni desde la Comunidad de Madrid, se nos diera ni una miserable instrucción para protegernos a todos los que estábamos en los juzgados
Amaya Olivas Díaz 14/03/2020
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1. Les pongo en situación
Trabajo como magistrada titular del Juzgado Social nº 1 de Madrid desde hace dos años.
Estoy ubicada en un edificio de 9 plantas.
Hace años un compañero murió por un infarto: no había desfilibradores. Ahora ya los tenemos.
También hubo un incendio, y tuvieron entonces que instalarse escaleras de emergencia.
Cuando llegué a mi despacho, me explicaron que le faltaba un trozo, (con esa sorna madrileña que me ayuda tanto a vivir), porque ahora forma parte de esas escaleras de incendio.
Hace unos meses, escuché gritos mientras trabajaba. Me extrañaba que hubiera una discusión, porque en la trinchera somos un equipo de personas que combatimos a diario desde la sonrisa resistente.
Nuestro equipo está formado por las y los funcionarios que atienden a la población. Los que tramitan sus demandas y viven entre expedientes llenos de polvo, sudor, y lágrimas. Un abrazo para ellos.
Y, efectivamente, aquel día no había problemas dentro de nuestro equipo. Es que había un escape de gas.
No sonó ninguna alarma. La gente entró en pánico. Nos avisamos como pudimos para salir corriendo. Hubo trabajadores que se enteraron por el olor, y las escaleras ya no funcionaban.
Colapso total, pero tuvimos suerte: no hubo víctimas graves.
2. Ciudadanas y ciudadanos, bienvenidas a la trinchera judicial
Desde que aprobé la oposición, estoy afiliada a Jueces para la Democracia.
Junto al resto de asociaciones hemos denunciado lo que ha ocurrido esta semana.
Y miren, yo no soy corporativa. Desde aquí les digo que no he ido a las huelgas judiciales.
Me he quedado celebrando mis señalamientos, poniendo mis sentencias, haciendo servicio público.
Porque a mí lo que me conmueve es esto último, lo común, la necesidad imperiosa de proteger la patria, que únicamente se crea y permanece en lo de todos y todas: la sanidad, la educación, la justicia.
Y si no fui a las referidas huelgas, es porque no quería que estas fueran vividas como un desahogo de personas que somos privilegiadas, en comparación con la inmensa mayoría de la gente trabajadora de este país.
Si esas huelgas se hubieran constituido como otras mareas, junto a los sindicatos, los abogados, los despedidos….no lo duden. Ahí hubiera estado yo, sin fisuras.
Desde este lugar, les escribo para contarles una de las semanas más dramáticas de en mi carrera profesional.
Vamos allá.
3. La semana del abandono
Entre mis limitaciones no se encuentra la de ser hipocondriaca. Entre mis potencialidades reside la devoción por mis amistades.
El pasado domingo hablé con una de estas hermanas de la vida. Es una mujer microbióloga destinada en un hospital de la sanidad pública de Madrid. Tanto ella como su pareja dan la vida entera por cuidarnos. Son personas estudiosas y valientes.
No salen en los medios de comunicación, pero gracias a ellos se han parado muchas infecciones. Gracias a ellos, hay ancianos que no han estado solos por las noches.
(Por cierto, les explico, estos héroes siguen prestando sus servicios mediante trabajos temporales. Ya van 16 años).
El domingo, sigamos, me explica esta amiga que lo del coronavirus va muy en serio. Que están haciendo guardias de 24 horas, y se encuentran solos y desbordados.
Que no se están haciendo más pruebas de detección por la falta de medios. Que se van a cerrar los coles, que no se está transmitiendo la gravedad del tema. Que nos vamos al panorama de Italia.
Como soy una enferma militante, de inmediato hablé con mi gente de Jueces para la Democracia. Y nos movilizamos.
Comenzamos a pedir explicaciones, estudiamos, hicimos modelos de acuerdos para afrontar el tema.
Pero el Consejo General del Poder Judicial no nos hizo caso.
Al contrario, se puso en su línea estupenda, como siempre. Para resumir, me remito al artículo de Elisa Beni.
Iba pasando la semana y yo cada vez me sentía más desbordada. También sostenida por los esfuerzos y afectos de mi gente, y aquí hablo también de mis compañeros de la segunda planta: un aplauso para estos jueces que se matan para poner las sentencias a tiempo, y que me han ganado el corazón estos días, con su valentía y con su generosidad.
A mí, lo que me mataba el alma, era pensar en las 5000 personas que acuden todos los días –muertas de miedo– a sus juicios. Juicios duros y combativos, y de cuyo resultado va a depender que puedan volver a su trabajo en la fábrica, o que les acaben pagando los 300 euros que les deben, que puede parecerles una tontería, pero que para mucha gente en este país es la única forma de supervivencia.
A mí me angustiaba pensar en nuestras salas de espera, en las que, en muy pocos metros, se agolpan muchas, demasiadas personas, todos los días. En esas trabajadoras precarias con miedo, en esos abogados que las defienden con sus togas libertarias.
Lo que me mataba el alma, era pensar en las 5000 personas que acuden todos los días –muertas de miedo– a sus juicios. Juicios duros y combativos
Yo pensaba en el calor que pasan esperando la potente voz de las auxilios judiciales cuando llega su turno. En su olor, en su cansancio, en su esperanza.
Yo no podía dejar de pensar en que era una locura que nuestro querido órgano de gobierno judicial estuviera tan pancho en su hermosa sede.
No me cabía en la cabeza que ni desde el Ministerio de Justicia, ni desde la Comunidad de Madrid, se nos diera ni una miserable instrucción para proteger a esta gente, para protegernos a todos, a nuestro equipo, a los de la trinchera infinita.
Al revés, señores: lo que nos llegaron fueron órdenes decimonónicas. Lo que nos hicieron fue someternos a un estrés que no les podré perdonar jamás: exigirnos pedir autorizaciones individuales para suspender los juicios.
También les reconozco las virtudes de su actuación: nos obligaron una vez más a sacar lo mejor de nosotros mismos. Eso es lo único bueno que nos han dejado: activar la inmensa potencia de los seres humanos en los momentos de tragedia, el poner en común las capacidades individuales para que la vida de todos sea mejor.
El pasado jueves 11 de marzo del 2020 todos nos sentimos como si fuéramos los protagonistas de una distopía: A las 9:00 de la mañana los equipos trasladaban mesas improvisadas para hacer fronteras en las puertas de los juzgados y comunicarnos con los abogados desde el famoso metro y medio de protección. Nadie, nadie, nadie, sabía lo que tenía que hacer, ni a qué atenerse.
Hubo compañeros que celebraron juicios con mucho miedo, otros redactaron providencias de suspensión, todos nos llamábamos con aprensión.
Finalmente, hubo una asamblea improvisada. Reconozco que personalmente estaba muy, muy, muy enfadada. Me quedaba el consuelo de haber puesto a primera hora un aviso para que la gente supiera que se podía ir a su casa, porque en mi juzgado no se iba a hacer absolutamente nada que pusiera en riesgo a nadie. Pero, personal y profesionalmente, estaba colapsada.
Tras la reunión, cada uno hizo lo que pudo. La mayoría decidimos parar la actividad jurisdiccional al menos hasta finales de marzo. Pero nos seguimos reuniendo para formalizar el trámite.
Y yo, que soy tan responsable, y tan rápida, no veía bien la pantalla del ordenador. Menos mal que mis compañeros de la Sindical de Jueces para la Democracia están siempre, siempre, siempre, cuando les necesitas.
Menos mal que la Señora Letrada de nuestro Juzgado me hace reír, y tirar para adelante cuando es necesario. Y menos mal que tengo a mi otra hermana y compañera, nuestra capitana de partido, para ayudarme a ver la pantalla, y la vida en general.
Al final del famoso día, conseguimos llegar a casa, exhaustos, asustados, con la sensación de haber cumplido, pero con la rabia por dentro, pensando en las personas del equipo, y los y las abogados, y las ciudadanas, y las limpiadoras, y los vigilantes, que se tuvieron que quedar en la trinchera, porque nadie les informó de sus derechos hasta hoy (too late).
No hay nada más importante que la vida, y la necesidad de la dignidad para afrontarla.
Me queda agradecer a CTXT que me haya permitido relatarles la vivencia. Ojalá que nuestro CGPJ se suscribiera, ¿verdad?
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Amaya Olivas es magistrada titular del Juzgado Social 1 de Madrid.
1. Les pongo en situación
Trabajo como magistrada titular del Juzgado Social nº 1 de Madrid desde hace dos años.
Estoy ubicada en un edificio de 9 plantas.
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Amaya Olivas Díaz
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