Reportaje
El sistema sanitario, contra las cuerdas
Médicos, enfermeras y voluntarios luchan a brazo partido en los hospitales con recursos que escasean, lo que les empuja, en ocasiones, a tener que elegir a quien atender para salvar la vida
Gorka Castillo Madrid , 31/03/2020
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
“Estoy rota. La pasada noche tuvimos que quitarle el respirador a un señor de 82 años para salvar a otro paciente más joven. Fue una decisión desgarradora que me ha provocado un dilema ético inimaginable. Y no es el primero. Es que es muy duro, joder. Dejar morir a una persona para salvar a otra. ¿Teníamos derecho a hacerlo? ¿Qué otra cosa podíamos hacer?”. A esta enfermera del Hospital Gregorio Marañón de Madrid no le basta con describir lo que han visto sus ojos durante estos días. Habla por teléfono con la mente aturdida bajo la condición de ocultar su identidad ya que el temor a perder su empleo es ahora más fuerte que su voluntad. “Lamento tanto que no podamos atender en condiciones a todos los enfermos”, justifica y rompe a llorar.
El cadáver del anciano fue trasladado a una habitación cercana donde estaba su mujer, también enferma, luchando por su supervivencia. En el pasillo, vuelve a narrar la enfermera, “aguardaban sus familiares abrazados en el dolor” ante la mirada sobrecogida de otros pacientes, médicos y enfermeras como ella. “Nos falta material de protección y respiradores. Hoy (el viernes 27) está previsto que llegue un contingente de mascarillas y batas de repuesto, algo que para nosotros es vital sobre todo para quitarnos el miedo. Porque, aunque aguantamos, empieza a cundir el temor al contagio por la precariedad en la que estamos”, explica. La sala de urgencias está saturada. Llegan enfermos en tropel, 150 o 200 al día. Unos con fiebres altas y dolores por todo el cuerpo. Otros, con enfermedades pulmonares acentuadas por el virus. Los afortunados son entubados y trasladados a habitaciones donde todavía hay un hueco. A los desdichados sólo les queda esperar su turno. La noche del jueves murieron cuatro personas ante los ojos de esta enfermera. Todos superaban los 70 años.
La sala de urgencias del Gregorio Marañón está saturada. Llegan enfermos en tropel, 150 o 200 al día
El Comité de Bioética de España, órgano consultivo adscrito al Ministerio de Sanidad, ha emitido esta misma semana un comunicado para recordar que la escasez de recursos sanitarios “no puede ser nunca un motivo que sirva para priorizar la atención a personas que carecen de discapacidad”. La advertencia es extensible “a cualquier paciente con deterioro cognitivo, por demencia u otras enfermedades degenerativas que no serían subsidiarios de ventilación mecánica invasiva”. Una sensación de tristeza e impotencia se apodera de la enfermera: “¿Qué otra cosa podíamos hacer?”.
Como en Madrid y Barcelona, los hospitales del País Vasco están saturados. Lo cuenta, también por teléfono, la responsable de uno de los principales hospitales de Bilbao que tampoco quiere que se cite su nombre. “Hay normas estrictas impuestas por el Departamento de Sanidad sobre la información particular que facilitamos”, revela. Lo que sí reconoce es que desde hace dos semanas trabaja sin descanso. El centro que dirige cubre las necesidades asistenciales de casi medio millón de personas y el pasado año atendió más de 200.000 urgencias. Tiene 864 camas. “Hemos reconfigurado la distribución del hospital para adaptarlo a la emergencia, multiplicando el número de habitaciones y camas, abriendo sectores que los teníamos preparados para otras patologías. A aquellos enfermos que no podemos auxiliar les derivamos a otros centros cercanos que, a su vez, también se han acondicionado para encarar la pandemia. Estamos superados”, reconoce.
Como en el Gregorio Marañón, también aquí faltan mascarillas y respiradores. Todos los uniformes del personal sanitario se lavan diariamente a 40 grados de temperatura para ser utilizados de nuevo. Polideportivos y hoteles se preparan para recibir enfermos. Los centros de salud mental se han reconvertido en hospitales de campaña. O en tanatorios. Algo que ya se ha hecho en el Palacio de Hielo de Madrid, que desde el 24 de marzo funciona como morgue de cadáveres infectados. Sobre su gélido suelo aguardan los féretros que serán enterrados cuando las circunstancias lo permitan. Todo en silencio.
En silencio se llevaron el miércoles a un hospital madrileño a Aurora, una mujer de 72 años del barrio de Lavapiés. Tenía la mirada perdida como si creyese que la vida había empezado a escurrirse entre sus delicados dedos, según pudo apreciar este periodista. Pero los sanitarios de Cruz Roja la tranquilizaban. “Vamos Aurora que tú puedes con todo. Esto no es nada. Ya verás como en unos días estás de vuelta con las amigas”. “¿De dónde eres?”, le pregunta un camillero protegido con un traje plástico de la cabeza a los pies y gafas de soldador. “De Usera”, responde ella con un hilo de voz, “pero llevo viviendo aquí muchos años”. Algunos vecinos observan la operación desde las ventanas y la despiden con una ovación. “Vuelve pronto, guapa. Te esperamos”, clama una mujer. Otra parece secarse con un pañuelo las lágrimas que le arañan el rostro. “Se ha pasado la noche tosiendo y tiene fiebre”, explica alguien en un susurro. ¿Volverá? “Volverá, seguro”, replica un sanitario. Suben a Aurora a una ambulancia con la sirena apagada y ponen rumbo al hospital.
El Covid19 está resultando implacable, especialmente en Madrid, Cataluña, Castilla-La Mancha y el País Vasco. Estas cuatro comunidades concentran más de la mitad de los 60.000 infectados registrados hasta el momento [el artículo se escribió el 27 de marzo] en España y el 75% de los fallecidos que se han producido. Pero la batalla que libran es ligeramente desigual. Mientras la sanidad catalana y la madrileña se sitúan a la cola de la inversión por habitante, con 1.192 euros y 1.236 euros respectivamente, Euskadi encabeza el ranking de gasto sanitario público con 1.809 euros per cápita. Es insuficiente porque están desbordados. “Cada día nos reinventamos. Vamos día a día, sin previsiones. Si en una habitación hay dos camas, metemos cuatro. Los quirófanos han suspendido operaciones que no eran de urgencia, se ha movilizado a médicos jubilados, han regresado los liberados sindicales, estudiantes… . Todos los recursos están enfocados a contener la pandemia pero no son suficientes”, explica la responsable del hospital bilbaíno.
Virginia Sastre es auxiliar de enfermería y trabaja en el Hospital 12 de Octubre de la capital de España. Acaba de hacer un receso en su jornada sin tiempo. Lo hace despacio, como si le abandonaran las fuerzas. Lleva 6 horas ininterrumpidas al pie del cañón y “aún estaré otras tres o cuatro horas más”. Así lleva desde hace una semana. Arriesgando su vida para salvar las de todos. El cansancio crece aunque ella muestra una voluntad inquebrantable. Reconoce que, de momento, se ha librado de contraer la enfermedad “pero tengo claro que en cualquier instante me puedo infectar”. Pese a que las mascarillas siguen siendo un bien escasísimo en todos los hospitales españoles, y en Madrid especialmente, asegura no tener miedo. “No tenemos medidas de protección, los protocolos se hacen a cámara lenta”, añade. El 12 de Octubre funciona, con todos los recursos hospitalarios trabajando a pleno rendimiento desde hace días y el personal fundido. La costuras del sistema sanitario, la última barrera de contención de este virus resistente y voraz, aguanta por el momento pero nadie sabe por cuánto tiempo más. Llevan muchas jornadas al límite. “Esta profesión es vocacional y eso es lo que nos mantiene pese a las restricciones y al colapso que vivimos en los hospitales”, admite Virginia sin alterarse. España está contra las cuerdas y el sistema sanitario de todo el país resiste a duras penas. La esperanza es que el Covid19 empiece a mostrar algún signo de debilidad pero, por el momento, las tinieblas no se disipan.
“Estoy rota. La pasada noche tuvimos que quitarle el respirador a un señor de 82 años para salvar a otro paciente más joven. Fue una decisión desgarradora que me ha provocado un dilema ético inimaginable. Y no es el primero. Es que es muy duro, joder. Dejar morir a una persona para salvar a otra. ¿Teníamos...
Autor >
Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí