Reportaje
Los héroes de Mercurio
Relato de una jornada junto a un repartidor de material sanitario
Israel Merino Madrid , 30/04/2020
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Son las diez y media de la mañana del miércoles 29 de abril. Preparado con guantes, mascarilla y mi salvoconducto de movilidad laboral, espero a Álex. Es uno de esos héroes anónimos que sirven día a día al pueblo y honran a Mercurio con su trabajo.
En la Antigua Roma, el dios Mercurio (en latín, Mercurius), además de ser el protector de los ladrones, era el custodio de los caminos y de todos los que transitaban por ellos; el patrón de los mercaderes, de los comerciantes y el guardián de las importantes mercancías que transitaban de un lado a otro del Imperio sustentando la economía de la civilización clásica.
Al igual que en aquella época, en estos tiempos modernos también tenemos a nuestros particulares guardianes de la mercancía; trabajadores entregados que se encargan de abastecer nuestros almacenes y que se aseguran de que no nos falte de nada ni durante el estado de alarma ni nunca: los camioneros, o, como prefieren que los llamen, los transportistas.
Álex es uno de estos “siervos” de Mercurio. De origen ruso, nuestro particular héroe lleva casi veintiún años viviendo en España, de los cuales, los últimos veinte ha sido chófer de camiones: “Cuando llegué a España cogí un volante y no lo he soltado hasta ahora”.
Por fin aparece su camión al final de mi céntrica calle madrileña. Se para frente a mí, me hace un escueto saludo con la mano y me abre la cabina del camión: empezamos.
En estos tiempos también tenemos a nuestros particulares guardianes de la mercancía; trabajadores que se encargan de abastecer nuestros almacenes para que no nos falte de nada
A pesar de que ha pasado a recogerme a las diez de la mañana, su jornada laboral empieza mucho antes: “yo cojo el camión a las seis de la madrugada”, me cuenta, “pero me gusta levantarme a las cinco para vestirme y desayunar tranquilamente, sin prisas”.
Durante esa mañana, voy a acompañarlo a repartir a una tienda de alimentación y a una residencia de ancianos del barrio de Vallecas. Su mercancía es de primera necesidad, pues ese día le toca repartir comida y material sanitario. Gracias a gente como él, las grandes urbes como Madrid no han colapsado y las mercancías de todo tipo siguen distribuyéndose con completa normalidad: “Cuando se decretó el estado de alarma y la gente empezó a comprar alimentos de forma compulsiva, yo ya sabía que no iba a haber ningún problema de suministro porque seguía trabajando con completa normalidad. Empezaos a preocupar cuando dejéis de ver camiones en la carretera”.
Nuestro repartidor es asalariado en una agencia de transporte de grandes volúmenes de mercancía con sede en un pequeño pueblo del norte de Toledo. Al igual que muchas otras empresas logísticas, sus almacenes y centros de transporte los tienen fuera de la Comunidad de Madrid, lo que permite, al estar fuera de la capital, pero muy cerca, operar con enorme rapidez.
Le pregunto por la hoja de ruta del día. Antes de pasar a recogerme, ha estado repartiendo en un par de tiendas de Móstoles y Alcorcón. “He dejado lo mejor para ti”.
Le pregunto por los controles policiales que se están realizando en la capital con motivo de las restricciones de la movilidad: “Desde que esto empezó, y mira que yo he trabajado casi todos los días, no me han parado ni una sola vez. Antes del estado de alarma, sí que paraban a los camioneros más a menudo para hacerles los controles de peso y de mercancía, pero ahora nos dejan circular con mayor libertad”.
720.000 denuncias
Los transportistas son de los pocos que se libran de este tipo de controles, pues, desde que comenzó el estado de alarma, el Ministerio del Interior ha interpuesto más de 720.000 denuncias a personas que deciden salir a la calle sin una causa justificada. A pesar de la “carta blanca” que aparentemente le están dando a los repartidores, Álex lleva todos los albaranes en regla junto al documento sellado por la empresa que justifica la necesidad de tener que circular por las calles de Madrid.
Mientras conduce rumbo a la primera parada, saco el tema estrella del momento: el confinamiento. “Me parece bien lo de la cuarentena porque supongo que hay que hacerlo, pero me duele ver el país paralizado. Ya no hay alegría”.
Álex tiene dos hijos pequeños, así que, desde el domingo 26 de abril, puede salir con ellos a pasear una hora al día: “Cuando salgo con los chicos, vamos siempre con guantes y mascarilla. En la empresa me han dado unas medidas de protección para el trabajo que intento aplicar también con mi familia. Cuando llego a casa, lo primero que hago es ducharme y ponerme ropa limpia para no infectar a nadie”.
Como la ley ordena, son las empresas las que tienen que proveer de material de protección a sus trabajadores, y parece que los contratistas de Álex no han tenido problema al respecto: “Mi encargado se ha portado muy bien conmigo. Desde el primer día en el que se decretó la cuarentena, nos ha provisto de guantes y mascarillas. Nunca nos han faltado. Además, mi empresa está teniendo detalles muy buenos con nosotros. Nos están dando una bonificación todos los meses, que, aunque sea más o menos, nos motiva mucho a seguir trabajando. Es el detalle, más que otra cosa”.
Pese a la crisis económica, Alex está tranquilo; es uno de los pocos privilegiados que ni oye hablar de los ERTE. “En mi empresa no han despedido a nadie. De hecho, ahora tenemos mucho más trabajo que antes. Tenemos que repartir más a menudo a las residencias y a las tiendas de alimentación. Mi sector no se ha visto para nada perjudicado. Me atrevería a decir incluso que se ha visto beneficiado: mira las carreteras. Ahora ya no hay atascos en Madrid (risas)”, cuenta.
Llegamos por fin a nuestra primera parada, una tiendecita de alimentación en la zona vieja de Vallecas. La entrega es rápida y limpia, pues solo tiene que dejarles un palé de mercancía. Baja la trampilla, carga las cajas en la transpaleta y deposita el palé en el almacén. Me fijo en que la tienda, al contrario que otros muchos supermercados que siguen un riguroso control de aforo, está hasta arriba de gente. “En muchos sitios no siguen las normas. Estoy harto de ver a gente paseando en pareja o en grupos cuando estoy repartiendo”, dice.
Volvemos al camión, arrancamos y partimos hacia el siguiente destino. Una residencia de ancianos. Las residencias son el gran punto crítico de la crisis de la Covid-19 en la Comunidad de Madrid, pues una parte importante del total de fallecidos provienen de allí. “Se nota mucho que los protocolos de actuación han cambiado, al menos, en lo que se refiere a la mercancía. Desde mi empresa nos han marcado unas directrices a seguir (…), por ejemplo, yo no puedo cruzar ninguna puerta hacia la zona donde están los ancianos; no puedo encontrarme con ninguno. Solo puedo pasar al almacén. En algunas residencias, a lo mejor tengo que cruzar un pasillo interior para llegar a donde guardan la mercancía, pero yo me niego rotundamente a hacerlo. Si me dicen que lo haga, digo que no, llamo a mi encargado y él se encarga de gestionarlo. El protocolo de mi empresa es sagrado, y si en algún momento entra en conflicto con el de la residencia, me quedo con el nuestro”.
“En cuanto al tema de infectados”, sigue contando, “a nosotros no nos dicen nada, pero oímos cosas. Muchas veces, si no sabemos donde está la entrada a algún sitio y preguntamos a alguien que pase por la calle, es normal que nos digan que tengamos cuidado ahí, que nos protejamos y que nos cubramos bien porque hay mogollón de infectados, pero son solo rumores. Yo no puedo confirmarte cómo está el asunto por dentro”.
La enfermera empieza a manipular las cajas recibidas, a apilar el material en las mismas estanterías donde está la ropa de los ancianos (todo esto sin guantes)
Llegamos por fin a la residencia. Entramos con el camión a una especie de aparcamiento interior junto al almacén, y mientras Álex descarga la mercancía, una enfermera sale del edificio (sin guantes ni mascarilla, curiosamente) y empezamos a charlar: “Dentro de lo que cabe, aquí no ha habido muchos infectados. Los tenemos muy controlados, bien aislados en diferentes plantas. Como podrás entender, no puedo decirte cuántos contagios hemos tenido porque al fin y al cabo esto es un negocio, pero poco a poco estamos saliendo del agujero. Al principio el asunto estaba jodidísimo, ni siquiera podíamos mandar a los enfermos al hospital, pero ahora estamos mejor que antes”.
Le pido permiso para acceder al interior del almacén y me autoriza, pero sin hacer fotos. “No es por nada, es que no quiero problemas”, confiesa. Echo un vistazo al interior y veo cajas de mercancía amontonadas junto a pilas de ropa limpia de los ancianos. Las estanterías donde está la ropa tienen más de dos dedos de polvo, pero no digo nada. La enfermera empieza a manipular las cajas recibidas, a apilar el material en las mismas estanterías donde está la ropa (todo esto sin guantes). Empiezo a poner caras de sorpresa, pero ni Álex ni ella se dan cuenta: yo sí llevo mascarilla (y guantes, por supuesto, al igual que mi colega de jornada).
Por fin finiquitamos el reparto, nos montamos en el camión y comento con Álex lo que he visto: “En la mayoría de las residencias sí que salen con guantes y mascarilla, pero aquí no, no sé por qué”.
Mi día de observación con mi compa ha terminado y, a pesar de que le digo que puede dejarme en tierra para que vuelva en metro, insiste en llevarme a casa. Se lo agradezco y, mientras conduce, le hago la pregunta que quería hacerle desde que nos encontramos:
– Con todo esto de que os aplaudan a sanitarios, cajeros, policías, transportistas y demás trabajadores todas las tardes, ¿te consideras un héroe?
“No”, afirma rotundamente. “A veces, cuando entro a repartir en algún pueblo, la gente se pone a aplaudirme cuando paso, pero no puedo sacar pecho. Sí es cierto que me da ánimos y me hace sentir orgulloso, pero yo no soy ningún héroe. Este es mi trabajo. Mis compañeros a lo mejor sí lo son, pero yo no”.
------------
Dedicado a todos los transportistas, camioneros, repartidores, mozos de almacén y personal logístico que trabaja de forma anónima para que no nos falte de nada.
Son las diez y media de la mañana del miércoles 29 de abril. Preparado con guantes, mascarilla y mi salvoconducto de movilidad laboral, espero a Álex. Es uno de esos héroes anónimos que sirven día a día al pueblo y honran a Mercurio con su trabajo.
En la Antigua Roma, el dios Mercurio (en latín,...
Autor >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí