1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 1745 Conseguido 88610% Faltan 140000€

Dialéctica del contagio

Así en la enfermedad como en la guerra

Curso acelerado sobre la analogía entre el imaginario bélico y el discurso público que los gobiernos de Europa occidental han generado a la hora de gestionar la pandemia

Hedoi Etxarte 16/05/2020

<p>Mujeres soldados británicas, en la Segunda Guerra Mundial.</p>

Mujeres soldados británicas, en la Segunda Guerra Mundial.

Imperial War Museums

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

El 26 de abril coincidieron en el calendario una efeméride y una decisión de calado del Gobierno de España. Sería el último día de confinamiento hardcore y sería también el 83 aniversario del bombardeo aéreo más conocido de nuestra historia reciente, el de Gernika. Estas líneas tratarán las coincidencias conceptuales entre el imaginario bélico y el discurso público que los gobiernos de Europa occidental han generado a la hora de gestionar la pandemia que paró todo en marzo de 2020.

Los organismos mediante los que vivimos

Para la mayoría de la gente, los microorganismos son una amenaza para la vida humana. Sin embargo, infinidad de procesos para que esta sea posible, como la digestión, tienen que ver con microorganismos que traemos de serie o que incorporamos. Es posible establecer un paralelo entre esta idea y la reflexión de Lakoff y Johnson sobre las metáforas de la vida cotidiana: “Para la mayoría de la gente, la metáfora es un recurso de la imaginación poética [...] una cuestión de lenguaje extraordinario más que ordinario.” Más adelante fueron, si cabe, más tajantes: “Nuestro sistema conceptual ordinario, en términos del cual pensamos y actuamos, es fundamentalmente de naturaleza metafórica”.

Aunque hay una discusión pendiente de si la guerra es consustancial al ser humano, lo que parece evidente es que el pensamiento y la metáfora van ligados

Microorganismos como las bacterias son a nuestro cuerpo lo que las metáforas a nuestro sistema conceptual. Y, por tanto, independientemente de las intenciones autoritarias que los gobiernos europeos tengan con la gestión del Big Data o la militarización general de la sociedad, el recurso a la metáfora bélica tiene un largo recorrido, siempre ha estado ahí, y aparece unido a una pretensión de querer entender el mundo en términos conflicto. Aunque hay una discusión pendiente de si la guerra es consustancial al ser humano (aquella que planteó Bertolt Brecht contra Albert Einstein y Sigmund Freud), lo que parece evidente es que el pensamiento y la metáfora van ligados. Porque la metáfora no deja de ser una abstracción.

No es sorprendente, entonces, que los primeros ejemplos que Lakoff y Johnson catalogaron para referirse a la metáfora fueran aquellos que para referirse al campo de la discusión y a la argumentación tuvieran como sustrato la guerra:

Una discusión es una guerra

Tus afirmaciones son indefendibles.

Atacó todos los puntos débiles de mi argumento.

Sus críticas dieron justo en el blanco.

Destruí su argumento.

Nunca le he vencido

Como se ve, la argumentación se entiende y se explica en términos bélicos. El sofista y el dialéctico quieren vencer. Convencer es un modo asumido de vencer.

Como Lakoff y Johnson resaltaron, uno de los puntos interesantes de las metáforas es su coherencia. Las metáforas plantean un desafío porque funcionan a través de analogías entre realidades de naturaleza distinta. Es decir, y en nuestro caso, ¿funciona la metáfora bélica para tratar la crisis sanitaria y social que ha generado el coronavirus? Veamos.

Es una guerra

Emmanuel Macron dictó el 16 de marzo: “¡Estamos en guerra!”. Y Francia entró en guerra como antes otros Estados lo habían hecho, pero ¿contra quién? Una guerra se hace contra alguien. Incluso las guerras como pretexto para disciplinar a la población propia (¿qué guerra de las que conocemos no ha servido a tal fin?) se hacen contra personas o grupos armados (ejércitos, guerrillas, células, grupos, mafias). Sin embargo, en esta ocasión la guerra es contra un virus. Un ente que podría vivir por centenas en el diámetro de un pelo. El dicho aquel de matar moscas a cañonazos parece pensado para esta guerra o para cualquiera que, en realidad, no lo sea.

El bombardeo

Ian Patterson recopiló muchas de las representaciones (artículos de prensa, poemas, novelas y afiches de época) del bombardeo de Gernika. En su colección encontró las siguientes modulaciones del horror del bombardeo contra civiles: “martirio, sacrificio, acto de heroísmo o de crueldad, necesidad, barbarie, guerra científica y melodrama; como un aviso de lo que podía ser la naturaleza de la guerra moderna, incluso como vislumbre de un futuro inevitable”. Podríamos quedarnos con el catálogo completo para la crisis actual, con sólo leves modificaciones. Así, el coronavirus sería un aviso de lo que puede ser la naturaleza de las pandemias, incluso como vislumbre de un futuro inevitable.

El frente

El 18 de abril, tras casi un mes desde que los franceses se enclaustraran, Le Monde tituló así una noticia de la sección internacional: “Reino Unido: los sanitarios extranjeros en el frente”. La metáfora bélica no ha sido sólo empleada por gobiernos. La prensa ha amplificado el uso, como en esta noticia en la que se recogía que en el Reino Unido son tanto el personal sanitario como los pacientes de origen extranjero quienes han sido las primeras víctimas del virus. Los migrantes han sido la vanguardia en la guerra británica, como sucedió con los tirailleur senegaleses, aquella formación de infantería del Ejército Francés que solía funcionar como carne de cañón. En esta crisis vuelven a morir en combate los últimos en llegar. Hacen de escudos humanos, de soldados, los migrantes. De hecho, el primer ministro Boris Johnson, en su agradecimiento del 12 de abril a los equipos del hospital londinense de St Thomas subrayó el origen de quienes le salvaron la vida: “Jenny, de Nueva Zelanda, de Invercargill en la Isla Sur para ser exactos, y Luis, de Portugal, cerca de Oporto”. Así pues, parecería que en esa distinción racista entre buenos y malos migrantes, quienes se sacrifiquen ganarán su lugar en la nueva patria.

Con el coronavirus ha vuelto la frontera, ese lugar que parecía enterrado por la globalización. Contra la frontera sólo se chocaban los parias de la tierra de camino al primer mundo

La ironía se recogía en la noticia de Le Monde: según un informe que la Cámara de los Comunes hizo en julio de 2019, el 13,1% del personal de la sanidad pública británica no tiene nacionalidad británica (153.000 personas del algo más de un millón que trabajan en NHS). En el caso de los médicos (esa facción fundamental de cualquier ejército sanitario), el 37% de ellos obtuvo su diploma fuera del Reino Unido. Ironías del virus y la globalización, el 40% de esos médicos es catalogado como “no blanco” y procede principalmente de Asia.

En la misma noticia, Cécile Ducourtieux recogía más material bélico, como las declaraciones del ministro de Asuntos Extranjeros, Dominic Raab: “Si ahora dejamos de esforzarnos, echaremos a perder los sacrificios que ya hemos conseguido”. De nuevo volvía la idea del sacrificio, tan propia de la guerra y de la religión. La preocupación principal de esos tirailleur contemporáneos también la recogió Ducourtieux. Al final de su artículo, un especialista en cuestiones cardíacas de origen portugués y que ejerce en Bristol admitía que en cuanto la crisis termine, la buena visión de la gente sobre los sanitarios migrantes cambiará. Y que volverán ha hacer comentarios del tipo “¿Por qué un inglés no podría hacer tu trabajo?”.

Sucedió en guerras pasadas (con los senegaleses en Francia o los afroamericanos en Estados Unidos): tras la contienda, cuando ya has prestado servicio, tu condición de héroe desaparece.

La frontera

Ian Patterson explica que “la figura de frontera es un tema muy recurrente en la escritura británica de la década de 1930”. Patterson entiende que es lógico: en Europa el baile de fronteras es una constante, pero en el Reino Unido las fronteras las ponía el mar. Eso terminó con la Segunda Guerra Mundial porque la gente dejó de creer que “vivir en una isla les aportaba seguridad”. El bombardeo aéreo lo cambió todo de golpe, cualquier punto de las islas era tan vulnerable como otro lugar del continente.

En la crisis del coronavirus ha vuelto la frontera, ese lugar que parecía enterrado por la globalización. Contra la frontera sólo se chocaban los parias de la tierra de camino al primer mundo.

La portavoz del Gobierno de España, María Jesús Montero, sentenciaba el 20 de abril que el virus era “global” y que no entendía “de fronteras ni de ideologías” (lo hacía en respuesta a la Generalitat que demandaba una salida del confinamiento por territorios como se ha llevado a cabo en China, Italia o Alemania). Sin embargo, al mismo tiempo, todos los Estados de la Unión Europea suspendían de facto, y como nunca antes desde su entrada en vigor en 1995, el Acuerdo de Schengen para la libre circulación de personas y mercancías en la UE y en algún Estado limítrofe.

Geografía

Los bombarderos cambiaron la concepción espacial de la guerra. Las nociones de frente, vanguardia y retaguardia, tenían sentido en la tierra y en el mar. Con el avión, el territorio perdió esa distribución lineal en favor del área.

No sólo la visión sobre el espacio se modificó. Sucedió lo mismo con la antigua distinción entre “combatientes y civiles”: ahora todos podían morir por igual. En la guerra contra el coronavirus, se plantea también una novedad en el contagio. En el patrón anterior el enfermo iba al hospital o al centro de salud y el médico lo curaba. A esto hay que sumar un sistema sanitario precario y sin material suficiente, debido a lo cual el personal hospitalario tiene muchas posibilidades de enfermar: muchos de los infectados y de los muertos han contraído el virus en su lugar de trabajo. Por eso se entiende que ir a trabajar es ahora “ir a la guerra”.

El hospital ha dejado de ser percibido como un lugar seguro y sanador. Los centros de atención primaria de Francia han visto sus consultas reducidas entre el 40% y el 70% dependiendo de la región (una bajada del 44% en la medicina generalista y un 71% en la especialista). La gente ha entendido que, por un lado, sólo se está en guerra contra un virus y que el resto de enfermedades no importa, pero también, que los centros de salud son los lugares donde ahora habita el virus. Los centros de salud son el frente mismo.

El hospital ha dejado de ser percibido como un lugar seguro y sanador. En Francia las consultas en los centros de atención primaria se han reducido entre el 40% y el 70% 

Cuando la “guerra total” alcanzó el Reino Unido, Baldwin sentenció que “la historia de nuestra insularidad ha terminado, porque con el advenimiento del avión ya no somos una isla”. Podríamos aplicarlo de manera invertida a la situación actual: la insularidad de los Estados ha vuelto, pero se ha invertido en las ciudades, la gente desconfía de los complejos hospitalarios y entiende que está mejor enfermo en casa que en manos de los médicos que bien podrían estar infectados o, si no lo estuvieran, están en edificios por los que transita la enfermedad. Ahora todo lo que no es hospital, oficina bancaria y centro comercial es isla.

En el diario L’Humanité del 22 de abril Nadège Dubessay decía que “por miedo a contagiarse o a molestar, muchas personas dudan en ir a la consulta” y definía la situación respecto a lo que podían ocasionar el resto de enfermedades como, “una bomba de relojería sanitaria por causa del confinamiento”. El artículo se hacía eco de la nota de prensa del Colegio de Medicina General en el cual se había advertido que “dejar en pausa los cuidados de la sanidad primaria era activar una bomba de relojería”. En la región parisina, por ejemplo, han llegado entre un 50% y un 70% menos de casos por accidentes cerebro-vasculares. El titular de Dubessay no auguraba la paz: “Los otros enfermos: las víctimas colaterales del Covid-19”.

El dominio de la moral

En 1921, Gioulio Douhet publicó El dominio del aire su libro más influyente hoy a la venta todavía a través del Ministerio de Defensa de España. Esta obra recibió adeptos en seguida y fue uno de los manuales fundamentales de las fuerzas aéreas del campo capitalista. Douhet lo había estructurado su trabajo en tres ejes: la guerra es inevitable, el ataque es la única defensa y cualquier sociedad se hundirá si es atacada desde el aire.

En las circunstancias sanitarias actuales desde las policías municipales a las gendarmerías se han aplicado a fondo en la aplicación de este patrón. En España, la cuarentena ha servido para detener a 5.923 personas e interponer 667.437 denuncias a personas que estaban en el lugar equivocado. En ese sentido, España es quien más ha guerreado. La duda en el relato es qué eran esas 667.437 personas en esta guerra: ¿desertoras porque no supieron ser soldados confinados?, ¿insumisas al arresto domiciliario obligado?, ¿irresponsables malhechores delincuentes por daños a la salud pública?, ¿revolucionarios que obedecían a un orden nuevo?, ¿insurgentes? No se olvide que, en realidad, eran todos civiles castigados en tiempos de guerra, por la vía rápida, en algún caso con ejecución sumaria sin juicio previo.

Hay una continuidad en la visión moralista de la enfermedad: para el cristianismo la enfermedad era castigo, para el mundo romántico es una expresión del yo

Las detenciones, palizas y multas no se han circunscrito a la isla coronada del Reino de España. En Béziers un sin techo de 34 años llegaba muerto a la comisaría el 8 de abril. Los policías municipales que en un primer momento quisieron terminar con el posible microorganismo que podía contener a través de golpes, terminaron por ahogarlo. La nota justificatoria fue que “no respetó el confinamiento”.

En un pasaje de El dominio del aire Douhet se refirió a la “moral de los civiles” de la siguiente manera:

“Ya no hay una línea de demarcación entre combatientes y no combatientes, porque todos los ciudadanos, estén donde estén, pueden ser víctimas de un ataque enemigo. A algunas personas les parece paradójico que la decisión final sobre las guerras futuras pueda depender de golpes a la moral de los civiles […] El resultado de la última guerra se decidió por las operaciones militares sólo en apariencia. La realidad es que lo que decidió fue la desmoralización de los vencidos: una moral en ruinas, producto del largo desgaste de los implicados en la lucha.”

“La moral” o “el estado de ánimo” de los civiles ha sido otra de las preocupaciones de las comandancias gubernamentales. Y es que, como señaló Patterson, lo que a Douhet le carcomía no sólo era “la crisis de la moral civil sino también sus consecuencias, la ruptura del orden social, la revuelta de la gente contra su gobierno belicista: una sublevación general en demanda de la paz”. Lo que de momento parece es que en la guerra actual la sumisión de las poblaciones europeas es casi total. Con alguna excepción en las barriadas de la periferia parisina donde la vida parece no sostenerse.

El castigo

Una de las lecturas que desde cierta ideología se ha hecho de la crisis del coronavirus es que esta pandemia es la respuesta que el planeta da a los excesos de la humanidad. Es una lectura que da a la Tierra conciencia, que le da capacidad de raciocinio y de venganza.

Susan Sontag contaba que en “la Ilíada y en la Odisea, la enfermedad aparece como castigo sobrenatural, como posesión demoníaca o como acción de agentes naturales.” Los griegos entendían la enfermedad de dos maneras: se podía tratar de una cuestión gratuita o podía ser consecuencia de faltas personales o colectivas. Sin embargo, con el auge del cristianismo, se impusieron “ideas más moralizadoras acerca de las enfermedades”, el lazo entre enfermedad y culpa se estrechó. La enfermedad se entendió entonces como “un castigo particularmente apropiado y justo”.

Los militares que deambulan por la geografía urbana española no llevan armas para aniquilar la enfermedad: no hay vacunas ni medicamentos

Con el romanticismo, la enfermedad como castigo del pecador se desplazó. Se empezó a entender que “la enfermedad era una expresión del carácter, un resultado de la voluntad.” O como recoge Sontag de Schopenhauer: “La voluntad se muestra como cuerpo organizado, y la presencia de la enfermedad significa que la voluntad misma está enferma.” Es más, desde el romanticismo se empezó a plantear que la cura también depende de la voluntad del sujeto, depende de que “poderes dictatoriales” subyuguen “a las fuerzas rebeldes”. Y, vemos así, que el propio cuerpo es un ejército contra otro ejército (las fuerzas rebeldes) y a la vez el campo de batalla.

Sontag recoge que antes de Schopenhauer, Bichat, un médico francés, ya sentenció que la salud era “el silencio de los órganos” y que la enfermedad era “su rebelión”.

En la metáfora humanizante, la Tierra de hoy, convertida en cuerpo y mente humana, está enferma. Y, según esta visión antropocéntrica, el virus que infecta la tierra no es otro que el ser humano, como reflexiona el Agente Smith en Matrix: “Ustedes en realidad no son mamíferos. Todos los mamíferos de este planeta, instintivamente desarrollan un equilibro natural con el entorno que les rodea. Pero los humanos no. Se mueven de un lugar a otro y se multiplican. Se multiplican hasta que todos los recursos naturales se consumen.” Y sentencia: “Hay otro organismo en este planeta que sigue este patrón. ¿Sabes cuál es? El virus. Los seres humanos son una enfermedad. Un cáncer para el planeta. Son una plaga.”

En ese sentido, hay una continuidad en la visión moralista de la enfermedad: para el cristianismo la enfermedad era castigo, para el mundo romántico es una expresión del yo. Como resume Sontag, la visión romántica “resulta tan moralista y punitiva, si no más, que la otra. Con las enfermedades modernas (antes la tuberculosis, hoy el cáncer), se empieza siempre por la idea romántica de que son expresión del carácter y se termina afirmando que el carácter es lo que las causa (a falta de otra manera de expresarse). La pasión avanza hacia adentro, ataca y aniquila los recovecos celulares más profundos”.

Sabemos que con el día final del confinamiento se acabarán los aplausos a las 20:00 en toda Europa. Será como la medianoche para la Cenicienta

Pese a que es evidente que el ser humano vive destruyendo ecosistemas como una apisonadora, casi todas las reflexiones hechas desde la ciencia pueden leerse también desde el antropocentrismo. Por ejemplo, en uno de los artículos que mejor recoge el ecocidio como origen de las pandemias aparece la cuestión: “¿No es hora de preguntarse por qué las pandemias se suceden a un ritmo cada vez mayor?”.

Sin embargo, hay un desplazamiento más en esta cadena de metáforas: va calando en el acervo común que el ser humano es un virus para el planeta (en Nueva Orleans pintan “El capitalismo es el virus” en las paredes y en una tela que cuelga de un balcón de Belgrado se lee: “El corona es un virus. El capitalismo una pandemia”). Sin embargo, en la genealogía de los virus que sacuden a los humanos, el pecado está precisamente en que los humanos no han sabido distanciarse lo suficiente de la naturaleza. Al contrario de lo que defiende la hola hippie que va tomando fuerza (“hay que conectarse más con la Madre tierra, hay que escucharla”). La ciencia dice lo contrario: hay que dejar en paz a la naturaleza, hay que dejar sus territorios lo más libres y amplios posibles… para que ella nos deje en paz. “La deforestación, la urbanización y la industrialización desenfrenada” son las causas de la pérdida de hábitats de animales que posteriormente nos transmiten un virus letal: pangolín, murciélago, serpiente, mosquito. VIH, ébola, zika, nipah, marburgvirus. El “salto de virus entre especies”. La Tierra no es ningún paraíso, hay que ponerse al mayor resguardo posible.

El miedo

Otro elemento común entre la recepción de la guerra y la de la pandemia es el miedo. El 10 de noviembre de 1932, en la Cámara de los Comunes del Reino Unido el ex-primer ministro conservador Stanley Baldwin tomó la palabra para hablar de la guerra:

“¿Qué puede haber que dé más miedo? Y el miedo es algo muy importante. Es verdad que puede actuar como elemento disuasorio contra la guerra en la mente del pueblo, pero es mucho más probable que fomente su necesidad de armarse como protección contra los terrores que se puedan lanzar contra ellos”.

Y cuando la guerra acaba no vuelve lo anterior. Se construye encima, y no se recupera lo que hubo. No se paran las fábricas de armas

Esta semana el ejército español llegaba a desinfectar el valle del Roncal (Navarra). Una zona que no tiene ningún caso registrado de coronavirus en un mes. Se entiende el envío de tropas en esta misma lógica de defensa: defenderse de lo que sea, sea como sea, incluso enviando a militares que puedan tener el virus a lugares donde la gente no lo tiene. Como los eslóganes que Baldwin difundió: “La única defensa es el ataque” o incluso “El bombardeo siempre se abre paso”. (p.88) En este caso la metáfora bélica ha puesto la guerra en marcha. Y ni siquiera, no se actúa como en una guerra, sino que se actúa en una situación real con estrategias propias del simulacro y la maniobra.

Quédate en casa

En la Primera Guerra Mundial el gobierno británico envió a los hombres a la guerra y a las mujeres a la fábrica y a seguir, a la vez, con los cuidados. En la guerra actual la situación es similar: los currelas a hospitales, el reparto o la fábrica. Pero al resto de la gente no se le anima a alistarse al ejército ni al voluntariado (organizado al margen de las instituciones y por barrios y pueblos) ni a la protección civil. En esta guerra se llama a la desmovilización total: quédate en casa. La casa como escondite para que el enemigo no te vea, no te alcance.

Pero, lo interesante es que los militares que deambulan por la geografía urbana no llevan armas para aniquilar la enfermedad: no hay vacunas ni medicamentos. Pero tampoco se ha puesto a los soldados a trabajar en fábricas para construir camas, UCIs, material de limpieza, ambulancias.

Durante la Primera Guerra Mundial, trescientos mil londinenses se refugiaron en las estaciones de metro. Era la propia compañía de tren subterráneo quien invitaba a los civiles a acudir a refugiarse con lemas como: “Ahí abajo se está a prueba de bomba”.

Sin embargo, al gobierno británico no le satisfacía ese uso del metro: quería a la gente en el frente, en la fábrica o en casa. El ministro del interior conservador recomendó quedarse en casa: “En general, sería de desear que se animara a la gente a quedarse en sus casas.” Y un folleto del Ayuntamiento de Hampstead decía que “las enfermedades causadas por la muchedumbre en las estaciones, el cansancio, la falta de sueño y el nerviosismo de los niños son más peligrosos para la vida que todas las armas juntas. Los hospitales de Londres apenas han notado bajas por ataques aéreos; al final, han sido los hospitales infantiles los que han sufrido ese trabajo”.

El historiador militar Basil Henry Liddell Hart recogió en su París o el futuro de la guerra la siguiente reflexión:

“¿Quién de los que lo han visto podrá olvidar el espectáculo nocturno de la población de una gran ciudad industrial y marinera, como Hull, saliendo en multitud a campo abierto con el primer sonido de la alarma? Mujeres, niños, bebés en brazos pasando una noche tras otra acurrucados sobre la tierra empapada, tiritando bajo un implacable cielo invernal; esa exposición al frío ha debido de causar mucho más daño que las pocas bombas que cayeron de dos o tres zeppelines”.

Así, se entendía que la intemperie era peor que quedarse en casa. Se entendió la intemperie como un virus, y el hogar posiblemente bombardeado como refugio. Como rezaba un afiche militarista de 1915 donde se veía un dirigible sobre Londres: “Es mucho mejor hacer frente a las balas que morir en casa por una bomba. Alístese de una vez en el ejército y ayude a detener un ataque aéreo. Dios salve al Rey”.

Héroes y heroínas

Es una locución que se viene repitiendo en toda la prensa continental durante esta crisis: sanitarios, cajeras, transportistas y policías son hoy “héroes y heroínas de esta batalla”. Es una novedad, desde luego, en las guerras entre humanos, las que no son contra microorganismos no se han solido calificar como héroes ni a cirujanos ni a anestesistas ni a enfermeras ni a limpiadoras ni a los equipos que han construido instalaciones ex profeso o han asegurado suministros básicos.

En la Primera Guerra Mundial los héroes eran figuras heroicas que ya estaban consolidadas: alpinistas y pilotos. Los aviadores “representaban con sus máquinas el triunfo del hombre sobre la naturaleza, de la máquina sobre las barreras naturales del mar, el desierto, la jungla y la montaña y, más que cualquier otra cosa, ponía las cualidades de la valentía, la determinación y la modernidad como centro de atención cultural”.

Pero estos arquetipos solitarios eran la condensación de una ideología que combinaba avance tecnológico y liderazgo individual. Una lógica que el fascismo italiano y el alemán profundizarían pocos años después. Alpinistas y aviadores alcanzaban “picos incomunicados por la nieve como si con esas mismas cualidades pudieran arreglar el mundo”.

A la gente ahora no se le anima a alistarse al ejército ni al voluntariado (organizado al margen de las instituciones y por barrios y pueblos) ni a la protección civil

Aquella vista de pájaro –aquella subjetividad– conquistaba la óptica hasta entonces sólo propia de los dioses. Muchos quisieron ponerse del lado de aquel ojo del aeroplano. Le Corbusier quiso ver a las ciudades desde arriba… para destruirlas: “Hay que acortar el sufrimiento de las ciudades a toda costa. Hay que destruir barrios enteros y construir nuevas ciudades”.

En cualquier caso, volar ampliaba la mirada sobre muchas cuestiones. Los historiadores apuntaron “que la velocidad –y la accesibilidad con todas sus maravillosas ventajas para hacer más pequeño el globo y sentar las condiciones para una comunidad mundial– creaba al mismo tiempo la amenaza de una destrucción completa [...] y animaban a los Estados a rearmarse, a aterrorizar y disciplinar a sus poblaciones civiles y organizar sus defensas”. Qué duda cabe que incluso la primera de las ventajas que entonces se vio (la de hacer más pequeño el globo y generar una comunidad mundial) es ahora uno de los motivos por los que el coronavirus ha “viajado” de manera tan acelerada.

Sabemos que con el día final del confinamiento se acabarán los aplausos a las 20:00 en toda Europa. Será como la medianoche para la Cenicienta. Su Equipo de Protección Individual volverá a ser una bolsa de basura.

Céline, en la apoteosis de su vehemencia, ya nos había advertido sobre el momento en el que suenen las doce campanadas: “Os lo aseguro, buenas y pobres gentes, gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, desollados, siempre empapados en sudor, os aviso, cuando a los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón... Es la señal... Infalible”.

La normalidad no volverá

Hasta los atentados de los Juegos Olímpicos de Munich en 1972 lo más similar a montarse en un avión de pasajeros era montarse en un autobús: comprobación del billete y adelante. Hasta los atentados del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas uno podía llevar la cantidad de champú que estimara o un cortauñas en el equipaje.

Pero la guerra, y esta pandemia, abren escenarios que nadie cree que desaparezcan. Así, el personaje de Georges Bowling en Subir a por aire de Georges Orwell intenta descubrir el tipo de vida que tuvo de niño, pero no puede: “La vida de antes se ha terminado, y regresar a buscarla es perder el tiempo”. Entiende que la civilización ha cambiado para siempre. Que la guerra es un acontecimiento que abre las puertas a lo peor: “Llega la guerra. Todo va a suceder. Todo lo que estaba en el fondo de tu cabeza, lo que te aterroriza, lo que decías que sólo era una pesadilla o sólo ocurría en otros países. Las bombas, las colas para conseguir comida, las porras de goma, el alambre de espino, las camisas de colores, los eslóganes, las muecas atroces. […] Todo va a suceder. […] No hay escapatoria”.

Y cuando la guerra acaba no vuelve lo anterior. Se construye encima, y no se recupera lo que hubo. No se eliminan escuadrones del ejército. No se paran las fábricas de armas.

Simulación de secuestro

En 1998 Bartolomé Rubia alias ‘Bartolín’, concejal del PP de La Carolina (Jaén) desapareció. Era, según El Español, “una de las promesas del partido en Andalucía”. El 27 de mayo, el Diario de Jaén anunció el secuestro del concejal y su coche apareció junto a la estación de Linares. La policía aseguró que no había explosivos.

Al día siguiente, Bartolín apareció a casi 600 kilómetros de su casa, en Irún. En el juicio explicó que un comando de ETA formado por un hombre y una mujer lo había drogado y lo llevó primero en tren y después en furgoneta, desde donde pudo saltar en marcha y escapar del secuestro. Por aquel secuestro de sí mismo, Bartolín tuvo que pagar 250.000 pesetas, pero lo más interesante fueron las hipótesis por las que aquel buen hombre cargado de futuro pudo llegar a hacer aquel viaje. Una de esas posibilidades es que quisiera saltar a la fama (¡se había escapado de los terroristas!). Otra que Bartolín hubiera querido pedir un rescate para sí mismo y así sacar tajada del asunto. Claro que cometió errores básicos (llamar desde su propio móvil al Diario de Jaén para anunciar el secuestro) como en las series de televisión estilo Colombo.

La sensación es que la metáfora bélica está agotada. Está tan asumida que piensa por nosotros y que se emplea de manera interesada como antesala del sacrificio

Sin embargo, aquella aventura del líder juvenil conservador podría tener su analogía con el confinamiento hadcore que el gobierno Sánchez ha practicado (más restricciones que en ningún otro Estado limítrofe a España). Así, el 23 de abril en Euskadi Irratia, la radio pública vasca, Arantxa Elizondo, profesora de Ciencias Políticas y Presidenta de la Asociación Española de Ciencias Políticas, planteó que, quizá, la dureza del confinamiento practicada por Sánchez no tenía sólo que ver con la debilidad del sistema sanitario español con respecto al francés, el suizo o el alemán, sino que había, en cierta manera, un mensaje contundente hacia los Estados ricos de la Unión Europea: miren, nos sacrificamos, nos secuestramos a nosotros mismos, ahora, ayúdennos, paguen el rescate.

Primero a la campiña, después a Gandía

Cuando los campus de Madrid cerraron en marzo de 2020, miles de estudiantes se marcharon al Levante o a sus lugares de nacimiento. En dialéctica con el método chino de contención (aislar el foco de la infección), la interpretación estudiantil de la decisión gubernamental fue expandir a las provincias el virus. Hubo antecedentes, lo habían hecho los lombardos con pasta: se fueron a esquiar.

En cualquier caso, hay cierta tradición en el éxodo de las clases medias en situaciones de conflicto armado. Como recoge Ian Paaterson en mayo de 1941, ante el anuncio de que la guerra llegaba a Londres, dos millones de personas de clase media, “los que se lo podían permitir, dejaron [la ciudad] antes de que empezara el bombardeo”. Mientras tanto, “miles de personas del East End ocuparon sótanos de fábricas y almacenes y refugios improvisados de este tipo, como estaciones de metro, en protesta por las inadecuadas provisiones oficiales (no se podía construir un refugio Anderson en un bloque de pisos)”.

El metro de Londres se llenó de 177.000 personas, con tener un billete de penique y medio bastaba.  La policía no atacó a la gente entre bombardeos, gente que no dejó de protestar por el desamparo que sintió ante las autoridades. Esta es desde luego una analogía que no podemos hacer estas semanas: no ha habido resistencia alguna a las medidas coercitivas gubernamentales.

Última estación

Hemos llegado al final del viaje. Podríamos haber parado en más estaciones. Pero la sensación es que la metáfora bélica está agotada. Está tan asumida que piensa por nosotros y que se emplea de manera interesada como antesala del sacrificio. Los gobiernos necesitan la épica que les allane el camino. En la metáfora y la voluntad de sacrificio está el mito. Y el mito, ya se sabe, tiene una estructura cerrada: nos tranquiliza porque sabemos cuál es la secuencia siguiente. Desde el punto de vista de la emancipación este cierre es un desastre: “por la repetición, por la repetición, se llega a la mitología” (Gombrowicz). 

-----------

Notas

Lakoff y Johnson, Metáforas de la vida cotidiana, Cátedra, Madrid, 2009.

Ian Patterson, Guernica y la guerra total, Turner, Madrid, 2008.

Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas, Debolsillo, Barcelona, 2008.

Gioulio Douhet publicó, El dominio del aire, Ministerio de Defensa, Madrid, 2007.

Le Monde, 16 de marzo: “Macron impose sa cadence de déconfinement”, por Olivier Faye y Cédric Pietralunga.

Le Monde, 18 de abril: “Royaume-Uni: les soignants étrangers sur le front”, por Cécile Ducourtieux.

L’Humanité, 22 abril: “Les autres malades, victimes collatérales du Covid-19W, por Nadège Dubessay.

Le Monde Diplomatique, núm. 293, marzo de 2020: “Contra las pandemias, la ecología”, por Sonia Shah.

Euskadi Irratia, 23 de abril,en el programa Faktoria, con Arantxa Elizondo.

 

El 26 de abril coincidieron en el calendario una efeméride y una decisión de calado del Gobierno de España. Sería el último día de confinamiento hardcore y sería también el 83 aniversario del bombardeo aéreo más conocido de nuestra historia reciente, el de Gernika. Estas líneas tratarán las coincidencias...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí