Tribuna
Crisis y recuperación frente al espejo del coronavirus
La sociedad digital seguramente va a ser la ganadora de esta crisis. El teletrabajo va a dar un paso de gigante, como la robotización o la inteligencia artificial
Francisco Ramos 2/05/2020
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La sociedad del riesgo
La seguridad es una ilusión de los humanos. Necesaria para vivir, pero ilusión en su doble sentido: es tanto esperanza como engaño de los sentidos. La historia es testigo.
El progreso científico y el desarrollo tecnológico han conseguido mantener a raya algunos peligros de la naturaleza que han amenazado históricamente la seguridad. Nos gusta creer que la mayoría, nos da confianza. La propia categoría del “riesgo” y sus cálculos no son sino un intento de embridar lo imprevisible en el cálculo de probabilidades, de limitar la incertidumbre y garantizar un entorno de certeza y confianza para la acción. Pero la naturaleza nos recuerda con frecuencia la lógica de su poder imprevisible y total.
Paradójicamente, el propio progreso científico y tecnológico que nos protege de peligros, ha creado también sus propios riesgos. Unos públicos, calculados y admitidos; imaginariamente controlados. Otros más oscuros, que suponemos pero ni siquiera imaginamos o que, si existen, preferimos no conocer. Asumimos implícitamente ambos como coste de nuestro modo de vida acomodado. Cuesta confesarlo.
Más fácil es reconocernos en la miseria moral de asumir que los riesgos descontados de nuestra calidad de vida los sufren con más probabilidad otros, lejos de nosotros. Para seguir manteniendo la propia estima nos gusta pensar que es la lógica del sistema, no somos nosotros.
Aunque las crisis son globales, los efectos siguen siendo locales y personales. Y es ahí donde operan las desigualdades
Sin embargo, de vez en cuando los peligros de la naturaleza o los riesgos de la modernidad nos recuerdan que los otros también somos nosotros. La covid-19 producido por un virus venido de oriente está siendo uno de esos momentos dramáticos.
En la sociedad global las crisis ya son todas en mayor o menor medida globales, nos afectan a todos –también ocurrió en 2008 con el virus que vino de occidente envuelto en paquetes de titulización hipotecaria–. La crisis climática, tan presente y tan ausente, es el paradigma de peligros globales. Pero aunque las crisis son globales, los efectos siguen siendo locales y personales. Y es ahí donde operan las desigualdades. Los territorios periféricos y las personas en situación o riesgo de exclusión, los pobres, sufren más y durante más tiempo.
No es igual vivir el confinamiento en un chalet de urbanización de lujo, que en un semisótano de 30 m2. No es igual vivirlo con la tranquilidad de unos ingresos estables, que con la inquietud de la precariedad o el paro. No es igual vivirlo solo que acompañado o hacinado. Ni vivirlo con plenitud de facultades físicas, a vivirlo con alguna enfermedad o grado de dependencia.
Las crisis tienen ganadores y perdedores, o al menos perdedores de muy desigual suerte, tanto entre las personas, como entre los Estados. Con frecuencia no sabemos si son más devastadoras las crisis o los efectos de las políticas implementadas para darles respuesta.
La crisis económica de la que solo algunos han salido es buen ejemplo. El modelo de respuesta europeo de austeridad, sin abordar en absoluto las causas, distribuyó los efectos en relación inversa a las responsabilidades, tanto desde un punto de vista territorial (norte-sur), como social (capital-trabajo), y generacional (jóvenes-mayores), llegando a ponerse en cuestión a sí misma como construcción política democrática.
Los perdedores de la crisis en España esperan que el gobierno cumpla y no deje a nadie atrás. Repartiendo la factura, será menos factura para todos. Habrá dificultades, porque nos enfrentaremos al mundo con menos trabajo que ya estaba anunciado. Y el trabajo ocupa todavía un lugar central en la asignación de posiciones sociales y en el acceso al sistema de derechos sociales.
La salida de la crisis
En la salida de las crisis, que no son nunca de un día para otro, los cambios siempre son menos de los esperados y casi siempre en la dirección prevista. Las crisis operan como aceleradores de la historia. Se liquida el mundo que no acababa de morir y llega el que ya se anunciaba con fuerza, pero no acababa de nacer.
La sociedad digital seguramente va a ser la ganadora de esta crisis. También lo serán, en consecuencia, los trabajadores y las empresas digitales o más digitalizadas. El teletrabajo va a dar un paso de gigante, como la robotización o la inteligencia artificial. También el comercio digital, que pone en riesgo el tradicional, con graves efectos para la vida urbana que conocemos, sobre todo de las ciudades medias y pequeñas, que ya venían languideciendo y perdiendo población.
El papel de Europa en el mundo está en liderar la lucha contra el cambio climático, que ya no es utopía, sino realismo político
El modelo de globalización quedará sometido a examen con el retorno de los Estados nación. La globalización se ha vivido como riesgo, los Estados como solución. Se vivirá una nueva emergencia del concepto de soberanía productiva. Europa tiene que encontrar el equilibrio con sus Estados miembros, que está en que estos sean los actores principales del proceso de europeización, por interés recíproco. Para seguir siendo alguien en el mundo. La mutualización de la deuda no es solidaridad del norte respecto al sur, es interés en la solvencia de todos –unos más vendedores y otros más compradores–, además de tratamiento para salvar a “los mercados” de su propia neurosis. Europa también se tiene que plantear su absoluta dependencia digital respecto a empresas de EE.UU. y en menor medida de China.
Paralelamente a la crisis de la globalización surgirá un nuevo cosmopolitismo, la necesidad de instituciones internacionales más eficaces, con mayor capacidad de acción frente a las crisis globales y con voluntad de intervenir en la reconstrucción de una devastación cuyo alcance aún no conocemos, pero que tememos, sobre todo en zonas con menos acceso a medios de higiene y sistemas de salud robustos.
Las políticas frente al cambio climático van a contar con mayor apoyo o al menos con una menor resistencia ciudadana. Hemos vivido el riesgo en carne propia y ahora las previsiones de los científicos tienen garantía de certeza. Puede que acabemos de entender que para conservar la esencia de nuestro modo de vida, tendremos que prescindir de algunos de sus accesorios. La idea de la soberanía productiva, aunque se limite a cuestiones esenciales, buscará argumentos en los costes energéticos de la segmentación internacional de la producción. El papel de Europa en el mundo está en liderar la lucha contra el cambio climático, que ya no es utopía, sino realismo político.
Ganará fuerza democrática el interés general y los servicios públicos para dar respuesta a las necesidades y derechos sociales. Más ciudadanos querrán un Estado más fuerte que les dé más garantías, incluida una renta básica. Se recuperará el eje izquierda-derecha como referencia de la competencia política: más y mejores servicios públicos o menos impuestos. En el debate público cabe esperar que gane apoyos la lógica de la cooperación y el pacto político, frente a la del conflicto y la negación del adversario.
Es previsible la recuperación del valor de lo próximo. De lo que nos garantiza cierta autonomía vital. Del marco reconocible de la responsabilidad pública y la solidaridad social. Es la oportunidad para los gobiernos locales y autonómicos. El replanteamiento del modelo industrial, de un modelo de desarrollo basado en lo más inédito de lo propio, en lo que singulariza a cada territorio. La clave será la capacidad para la adaptación a la sociedad digital y el trabajo en red.
Resignados al sometimiento a empresas digitales no cabe esperar mucho conflicto ciudadano entre derechos individuales y control gubernamental
En el plano más personal, creo que las redes sociales y otros señuelos digitales no nos permiten aprovechar el confinamiento para buscar profundidad en las relaciones familiares o en la propia introspección. No espero un cambio de valores salvo, si acaso, mayor docilidad al control del Estado, que puede tener la tentación de encontrar en el seguimiento digital de la ciudadanía el poder que continuará negándole la globalización. Resignados al sometimiento a empresas digitales no cabe esperar mucho conflicto ciudadano entre derechos individuales y control gubernamental. Los cambios de conciencia, morales y culturales irán detrás, como adaptación a los cambios externos.
Iremos saliendo de la crisis a otro orden mundial, a otra sociedad, a otros hábitos sociales. Con un cambio en las agendas personales, en la agenda pública y política: nada estará por encima de todo. La velocidad de la llegada dependerá de la equidad en el reparto de costes.
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Francisco Ramos es Consejero del Consejo Consultivo de Castilla y León y Vocal de Tribunal Administrativo de Recursos Contractuales de Castilla y León. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología. Cursos de doctorado y suficiencia investigadora en Ciencias Sociales y Educación / Cambio Social.
La sociedad del riesgo
La seguridad es una ilusión de los humanos. Necesaria para vivir, pero ilusión en su doble sentido: es tanto esperanza como engaño de los sentidos. La historia es testigo.
El progreso científico y el desarrollo tecnológico han conseguido mantener a raya...
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